Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 26 de enero de 2009

Dark City - Demonios Internos (capítulo 3 continuación)

Wallpaper que he creado de unas capturas.


-Sí, Mr. Sakurai.-terminó de un mordisco su aperitivo y se limpió las manos en una de esas servilletas tan trasparentes que se disuelven en los dedos.

Cuando llegué al hotel únicamente me arrojé a la cama tras pedirle a Lexter que me recogiera por la mañana. Era mi chofer y uno de mis guardaespaldas, en momentos de mitin electoral tenía mínimo seis pero en situaciones como la de esa noche con uno me bastaba y él era el único fijo en plantilla.

Las horas se sucedían una tras otra, sin embargo no pude más y pedí un taxi para regresar a su lado. Estaba solo, Taylor seguramente se había marchado tras el incidente y yo tomé de la mano a Phoenix quedándome dormido en pocos minutos. Lo suponía desde hacía semanas, él ya me había contagiado por el deseo de tenerle entre mis sábanas y en mi vida. Las pesadillas me persiguieron una y otra vez, cuando desperté eran las siete de la mañana y él estaba despierto contemplándome.

-Hiciste que se fuera Taylor, más bien que lo echaran.-murmuró algo molesto.

-Yo también fui expulsado amablemente del hospital, pero regresé únicamente por estar a tu lado.-respondí lineal con la voz algo tomada por el cansancio.-Será mejor que me vaya al hotel.-entonces me agarró de las manos y sonrió tenuemente.

-Gracias.-susurró y yo besé su frente apartándome.

Me molestó que me echara en cara aquello, después de lo que aquel tipo dijo únicamente quería que me respondiera que era mío. Según el tipejo decía que le pertenecía, pero él era mío y al ser mío debía de dejar de decir esa mediocre mentira.

Mientras yo intentaba calmarme con todo lo sucedido mi esposa despertaba tras un día agitado. Había ido a ver al padre Lionel, un cura bastante peculiar, y a pesar de ser joven, demasiado joven, llevaba el peso de dar misa en la catedral de la ciudad. Según decían tenía la imagen de San Gabriel. Sus cabellos dorados, su piel clara y perfecta, un rostro aniñado y ojos azul profundo. Pero sobre todas las cosas ingenuo, alguien que llenaba la catedral pensando que iban a por el mensaje de Dios y no a pecar observando como sonreía desde el púlpito. Sin duda un maldito idiota, un idiota que le sacó bastante a la ONG de mi mujer para los niños más necesitados de la ciudad, pero no me importaba pues los niños necesitan ser niños.

Deambulé por la habitación del hotel tras marcharme del hospital y a las diez, como había quedado, vino Lexter a por mí. Cuando me metí en el coche comencé a llorar como un niño perdido. Estuve derramando lágrimas de sangre desde mi salida de aquel edificio tan horrendo para mí, ese lugar donde había visto a muchos entrar pero jamás regresaban.

Al llegar ella me esperaba estrechándome entre sus brazos, arrojándome feromonas con su blusa escotada e insinuante. Aún me excitaba verla, aún la deseaba, pero no la amaba. Supongo que es normal que puedes amar a alguien aunque tus ojos se vayan hacia otras personas, es algo complejo controlar las reacciones instintivas.

-Atsu, mi amor.-murmuró acariciando mi rostro, besándome efusivamente.-¿Has visto qué día es hoy? Falta sólo un mes para los veinte años, mi amor, veinte años de matrimonio.-una fecha que tiempo atrás no olvidaba, como ahora. Saqué mi bolsita con el anillo y lo dejé en sus manos de fina porcelana.-¿Para mí? ¿Ya empiezas con los regalos?-sonrió mostrándose encantadora, era su otro rostro. Cuando no estaba aterrada, cuando todo iba bien, podía verse ese carácter de jovencita rebelde.

-¿Para quién entonces?-la miraba serio, intentaba contenerme las ganas de salir corriendo y olvidarme del mundo.

-¿Sucede algo?-preguntó acariciando mi rostro.

-No, no sucede nada. Simplemente no he descansado y he tenido un mal día.-besé su frente y me aparté de ella dirigiéndome a las escaleras.-Voy a darme una ducha y a dormir unas horas.-en su rostro había preocupación, pero no dijo nada.

En la cena me comunicó que al día siguiente vendría una periodista y un fotógrafo para hacernos una entrevista, era todo plan de campaña y a la vez mostrar orgullosa veinte años de matrimonio. Una familia perfecta, eso parecíamos, pero la realidad supera a la ficción y lo que había entre las cuatro paredes de mi hogar era pura ficción. Parecía un decorado de la estúpida pequeña pantalla y yo un padre modelo, un esposo ideal y un infiel a mis ideas, a las reales. Comí en silencio sin embargo Hizaki intentaba alegrarme hablándome de sus notas y el pequeño simplemente jugueteaba con la comida.

Por la mañana temprano antes de que ella se despertara yo ya me había ido, dejé una nota de que aparecería un par de horas antes. Necesitaba meditar y antes verlo un par de minutos. Tomé una de las motos, hacía un par de años que no las usaba y sabía que Hizaki las tomaba sin permiso. Se las había dejado a mis escoltas y también a parte del servicio en sus desplazamientos si era preciso. Pero esa mañana arranqué una de ellas con una vestimenta impropia de mí, aunque si me hubieran conocido con veinte años seguramente me identificarían sin ningún problema. Pantalones, chupa, y guantes de cuero junto a unas botas que no calzaba desde hacía más de dos décadas.

-Quiero volver a dirigir mi vida.-susurré saliendo del parking a toda velocidad.

Corría por las calles vacías a las cinco de la mañana como si fuera una pista de carreras, gritaba o más bien aullaba como un animal salvaje. El casco ocultaba mi rostro y mi cuerpo se sentía libre cargando unas alas invisibles. Llegué al hospital y aparqué entrando por las puertas sacándome el casco y atusando mis cabellos. Algunos de los presentes clavaron mis ojos en mí y atraparon bien sus pertenencias. ¿Volvía a tener ese aspecto de pandillero? Sí, sin duda.

Subí al ascensor con una de las enfermeras que no dudó en hacerme un chequeo completo. Sin embargo, antes de salir me di cuenta que llevaba mis manos vacías.

-¿Sabe de un lugar donde vendan peluches?-pregunté y ella se quedó pensativa con las mejillas coloreadas.

-En la planta baja hay una cafetería, justo al lado hay una pequeña tienda de obsequios.-asentí y volví a pulsar hacia la planta que me había indicado, ella salió nerviosa y parecía confusa por una pregunta tan estúpida. ¿Qué hacía un tipo con pinta de buscabroncas preguntando por ositos de peluche?

Entré en la pequeña tienda y compré un gato pequeño de peluche, me gustaban ese tipo de animales y años atrás tuve varios pero Clarissa se deshizo de ellos sin ninguna piedad. Volví al ascensor y llegué a la habitación sin que nadie se cruzara en mi camino. Al entrar estaba dormido, únicamente dejé el peluche a su lado y besé su mejilla. Entonces entró la enfermera del ascensor y me miró de forma distinta, ahora no había atracción sino rechazo.

-No debería molestar a los enfermos.-resopló.-son las seis de la mañana prácticamente.-

-Ya, lo sé.-dejé una nota junto al muñeco, metido en el collar del peluche.

-Entonces, ¿a qué espera?-preguntó insolente.

-¿Perdón? Intento despedirme de mi pareja, podría darme un poco de intimidad ¿o es que los homosexuales no tienen intimidad?-le miré de forma desafiante y echó un paso hacia atrás, supongo que creyó que era parte de la mafia. Se había implantado hacía algún tiempo mafia de mi país en la zona, ahora todos estábamos bajo sospecha.

-No es hora de visitas.-lo arropé mejor y pasé por su lado mirándola de forma altiva.

-No sabe con quién está tratando.-respondí a sabiendas de que si quería sería despedida.

-Con un macarra andrajoso.-me quedé serio y sonreí de lado.

-Bienvenida a la cola del paro…-saqué un cigarrillo que dejé en mis labios y salí hacia el pasillo pisando por el lado que estaba húmedo, se acordaría durante todo el día de mis botas y mis ojos inyectados en deseos de venganza.

Supongo que no entendió lo que dije, salvo que al día siguiente por reajustes en la plantilla se vio de patitas en la calle. Nadie me llama andrajoso, nadie me insulta y sobretodo jamás en la vida se me expulsa de una habitación de un hospital que pago con mis impuestos.

En las escaleras encendí el pitillo y dejé que el tabaco me tranquilizara, corría por mis venas la nicotina y manchaba los pulmones. Fumaba poco algunos meses, sin embargo otros era una chimenea andante. Fui hasta donde estaba aparcada mi moto y me senté en ella sintiéndome observado. Tiré la colilla en dirección al asfalto, me coloqué el casco, quité el pie que sostenía la moto e hice puño entrando en la calzada como lo haría un loco, un imprudente. La cuesta de salida me hizo aullar mientras un engominado empresario me miraba desde su vehículo con calefacción de serie.

Sin duda ese día me comportaba como quién era realmente, un rebelde. Recordé los tiempos en los que me golpeaba con cualquier niñato estúpido. Solía patear el trasero de los niños ricos, a pesar de ser de su misma clase supuestamente, y de enfrentarme cara a cara a los matones de barrios más allá del extrarradio de Tokyo. Recuerdo que aterraba a barrios enteros y que portaba siempre una pistola tras mi chupa de cuero. Mi padre me envió a otros países a estudiar, pues era un alumno sobre el promedio pero las malas compañías, según él, me hacían ser así.

Malas compañías, es irónico que así se llame a tener un bastardo por padre. Toda la rabia que contenía por su culpa se la aplicaba a otros con mi tortura especial. Poco antes de marcharme formé un grupo, me estaba reformando gracias a ellos y en vez de golpear a alguien aporreaba una batería justo antes de tomar el micro. Aprendí no sólo a tocar varios instrumentos, sino también a darle valor a la amistad.

Luego, luego ya es historia mojada. El presente se mostraba como ese ayer. Tenía ganas de gritar, de recorrerme el mundo viajando, de beber hasta caer inconsciente en el piso, de aullar en un micrófono o simplemente correr desnudo por la playa para encontrarme con el agua helada del invierno. No importaba nada, absolutamente nada. Era un buen día. Al parar un momento para descansar en uno de los innumerables parques vi una llamada perdida, era el número de teléfono de la mujer de mi hermano. Marqué, sonaba y no lo descolgaba…entonces su voz.

-Acchan!-gritó desgarrada, de esa forma sólo me llamaba mi hermano.

-¿Qué sucede?-lo hice en un tono calmado, no quería mostrarme nervioso.

-¡A muerto! ¡Acchan!-me quedé frío dejando el casco caer en la acera. Mis lágrimas surgieron abundantemente y sin sonido.

-No…-susurré.-Hero…-toda mi felicidad se fue de golpe, como si un disparo en la sien me hubiera borrado del mapa.

En un segundo mi vida había vuelto a teñirse de negro, lo único que me importó siempre en esta vida ya no existía.

-¿Atsushi?-esa voz era familiar, era Tetsuya. Sin duda era el mejor amigo de mi hermano, hacía años que no lo veía, y recordaba aún como nos conocimos. Su hermano era mi mejor amigo, él era un mocoso inaguantable y venía a casa para gorronear la merienda de Hero.

-Sí…Tetsu…-fue lo único que logré decir, lo único. No podía articular palabra, había caido una bomba como la de Hiroshima y me había desintegrado.

-Lo siento, se la han llevado porque en su estado no es conveniente que se altere.-entonces lo recordé, querían ser padres y me había mandado un mail con una ecografía hacía unos días.

-Dios mío…-no estaba bien y entonces escuché como el móvil cambiaba de mano.

-Acchan.-la voz de mi amigo Imai, el hermano de Tetsuya, surgió por el aparato.-Ven, tienes que venir.-no podía verlo, le había defraudado y roto una promesa con otro de nuestros amigos. Me había ido de Japón con la promesa a ambos de que volvería, de que lo haría y crearíamos el mejor grupo de rock de Japón. Pero no volví, cuando lo hice mi aspecto era bien distinto y mi mujer rechazaba mi cultura como si nada.

-No, no puedo…no quiero verlo en un ataúd, no quiero veros a vosotros rechazarme y recalcarme que me perdí sus últimos momentos…no quiero ver a mi hermano muerto.-las lágrimas me impedían hablar bien, tenía la voz tomada.

-Acchan, tienes que venir.-se escuchó a ambos gritando bastante molestos, quizás tenían puesto el manos libre.

-¡No!-grité enérgico y me ahogué.

-Nos tenemos que ir, se ha puesto de parto.-no me dio tiempo a pedir perdón, habían colgado.

No recuerdo como volví a casa con la moto, ni si fui atento a las señales de tráfico, yo simplemente no estaba en mi cuerpo. Las imágenes de mi infancia volando cometas en el jardín, las caricias de mi madre y las risas de mi hermano. Ese aroma especial a los pétalos de cerezo cayendo en el aire lentamente, el sonido del estanque, la frialdad de aquella gran mansión, el sonar de mis pies descalzos jugando a ser jefe de un escuadrón de Samurais para que mi hermano pequeño se divirtiera, las broncas y los golpes para enderezarme de parte de mi padre, la colonia de mi hermano en mi ropa y mis miradas asesinas al descubrir que se las había puesto para impresionar a una chica…mil fotografías en movimiento y sobretodo el sonido de su voz. Lloré su muerte una semana, como dije no fui a su último adiós aunque envié un poema para que Tetsuya lo leyera en mi nombre.




Tu mano junto a la mía
Hasta el infinito
Más allá de esta lejanía
Dos corazones sin materia

Presente en mi vida
Con sonrisa de niño
E intenciones de suicida
Que prepara su huída

Alas abiertas hacia la luz
Rostro en paz
Brazos colocados en cruz
Tu paciencia, la gran virtud

¿Cuántas veces me imitaste?
¿Cuántas veces suplicaste?
Querías ser como este demonio
Cuando siempre fuiste el ángel

Los mejores años de mi madre…
Siempre callado, a veces distante
Pero tu sonrisa iluminaba el mundo
Ahora está a oscuras…Hero…ya no es el de antes

Tu mano junto a la mía
Hasta el infinito
Más allá de esta lejanía
Dos corazones sin materia

Alas abiertas hacia la luz
Rostro en paz
Brazos colocados en cruz
Tu paciencia, la gran virtud

Toda una vida borrada
Te aguardan tus sueños en la almohada
Vuelve pronto a la cama
Es tarde… digo desde la ventana

¿Recuerdas cuantas veces me encubriste?
Era tu hermano mayor, tu ídolo
¿Cuántas veces junto a mí escribiste?
Canciones de rabia y melodías tristes

Presente en mi vida
Con sonrisa de niño
E intenciones de suicida
Que prepara su huída

¿Cuántas veces me imitaste?
¿Cuántas veces suplicaste?
Querías ser como este demonio
Cuando siempre fuiste el ángel

Estés donde estés…
Vayas donde vayas…
Ven a verme en la mañana…
Salta sobre mí…
Golpéame como en un juego infantil…
Estés donde estés…
Vayas donde vayas…
Ven a verme pronto al alba…
Salta dentro de mí…
Y contemos de uno a mil…

Siempre te querré… yo era tu héroe, pero tú Hero… eras el símbolo de lo que un día quise ser y jamás fui.



Que las flores de loto y los pétalos de cerezo cubran tus ojos y tu pecho…
Que el mundo gire una y otra vez…
Que vuelvas a encontrarte conmigo…
Y con todos los que te amamos…

Estoy dibujando en el firmamento unas alas...quizás así pueda volar…e ir donde tú estás.

Atsushi Sakurai


La entrevista se aplazó afortunadamente ese día, pero una semana más tarde tuve que aguantarla. Días atrás hice un comentario sobre que nuestros hijos ya eran mayores, que me sentía un tanto anticuado y ella me salió con lo de “volver a intentarlo”. Pensé que tras los problemas con los abortos no lo volvería a pedir, pero esta vez yo no lo deseaba aunque no dije nada y tan sólo sonreí siguiendo sus deseos. La entrevista fue un éxito y portada del número de Navidad de ese año. Un año, más de un año en realidad, con él y con la doble vida. Mi moral ya parecía chicle usado y mi alma estaba rota en mil pedazos. Quería alejarme de ella, cada vez se pegaba más a mí y me pedía sexo, sexo que yo no le otorgaba pues ya amaba a Phoenix. Ella no supo de la muerte de mi hermano, no quería ver en su rostro una sonrisa de triunfo.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt