Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 30 de junio de 2009

Dark City - Fuera de control - Capítulo 7 (parte VIII)


-Vienen en diez minutos, salieron a desayunar y a buscar el coche de uno de ellos que se quedó tirado en la autopista.-respondió Imai.

-Y claro vosotros sacáis partido.-reprochó Hidehiko aún molesto.

Pasamos varios minutos riñendo hasta terminar conversando animadamente, gracias al vino barolo que había traído Toll para su inesperado amante. Increíble pero cierto, Toll era pasivo y eso me hacía sentir más tranquilo. No era tan peligroso, o quizás sí. Era un matón, todos lo fuimos. Así que entre anécdotas esperamos a los técnicos y tras ello un ensayo prácticamente general, para luego grabar la nueva canción. Sería dedicada a nuestra juventud, a los minutos que habíamos vivido juntos.

Cada palabra impuesta por unanimidad correspondía un apartado de nuestra vida. una vida que dejamos atrás, como el mundo dejó las horribles hombreras y los pantalones de campana. Sobrevivimos a nosotros mismos, nuestras deudas personales. Ellos vendieron todo en Japón, dejaron sus negocios y se instalaron en la ciudad. Les parecía emocionante volver, ser nosotros de nuevo. Invirtieron en empresas, se hicieron socios conmigo, e iniciamos el proyecto. Al tener éxito tan sólo pensábamos en más y esa canción era necesaria.

Al montarnos en el coche para la vuelta él tenía ese brillo especial en los ojos. Habíamos salido antes de tiempo para poder pasar tiempo juntos en la intimidad, debía de entregarle un regalo. Estaba algo nervioso, podía notarlo, porque jugaba con sus cabellos y con los botones de su camisa. Era adorable, mucho más que Phoenix. Al llegar al apartamento subimos y comenzamos a besarnos. Tenerlo en los brazos me hacía sentir que volvía a esos años. Podía escuchar la música de los ochenta en mis oídos, verlo rejuvenecer por momentos, y en la radio ya no gritaba música prefabricaba sino Michael Jackson con Billie Jean, Depeche Mode o X-Japan con sus primeros éxitos. Sus labios parecían no desgastarse, no tener fin.

-Mi A-cchan.-susurró acariciando mi rostro cuando me aparté de él.

-Tengo un regalo para ti, quiero que luzca de tu cuello y jamás te lo quites.-cuando dije eso, nada más decir eso, él tembló como un flan.-Gírate.-susurré aquella orden y él obedeció. Yo simplemente saqué de la bolsa el colgante colocándoselo.-Te amo.-murmuré colocándoselo y él se echó a llorar cuando vio el kanji.

-Atsushi.-dijo con la voz tomada, para girarse y abrazarme.-Mi amor, yo nunca olvidaré la promesa.-tomé la mano del anillo y la besé.-Nos casaremos, sé que lo haremos.-parecía decirlo en voz alta para recordármelo a mí, refrescarme la memoria.-No te cases con él, hazlo conmigo. Ya tenemos todo preparado y podríamos ser nosotros.-comenzó a llorar mientras yo intentaba secar sus lágrimas.-Por favor, no te cases.-se aferró a mí con fuerza.-Yo te amo más que él, soy sólo para ti.

-Se lo prometí, está enfermo y no puedo hacerle daño.-rompió a llorar con fuerza y a mi me rompía el corazón.-Gatito.-dije y él alzó el rostro.

-Hacía años que no me llamabas así, muchos años.-sonrió con dulzura aunque sus ojos no querían parar.

Ese nombre no fue hecho para Phoenix, sino para él. Aún recuerdo como me arañaba cuando sentía el orgasmo, también como amaba acurrucarse sobre mí como si fuera un gato y pedir su recompensa. Era él mi gato, no Phoenix. Se lo di a mi nueva pareja porque me recordaba a él, quizás busqué un sustituto rápido a Uta y no me había dado cuenta hasta ese momento.

-Lo sé, lo sé.-dije buscando sus labios para atraparlos entre los míos.

-No te cases.-repitió nada más separarme de él.

-Me tengo que casar, pero te prometo que lo dejaré y nos casaremos los dos. Nos iremos a Japón o donde quieras.-cuando dije eso noté como sus piernas temblaban.

-Tendremos a Jun, nuestro Jun.-yo asentí con una sonrisa y él me abrazó. -Yo quiero hacerte feliz, feliz a ti y al niño.-acaricié sus cabellos mientras me hablaba, me hacía sentir como si fuera capaz de cualquier cosa y estar sobre el resto.-Ese bebé me necesita, Phoenix no sabe cuidarlo y verlo un par de horas a la semana no es lo que quiero. Quiero tenerlo para mí, darle caprichos como a Miho y arrullarlo cuando llora.-ya sabía yo que quería al niño, pero no hasta ese punto.

-Sí, será para los dos.-susurré llevándolo hasta el sofá para poder acomodarnos mejor.

Estuvimos abrazados y hablando de nuestras cosas durante una hora. Hice promesa tras promesa, cosas que no sabía si cumpliría, pero me agradaba verlo feliz. Me era indiferente el mundo real, en ese momento me veía libre de Phoenix y tan cerca de él como en nuestra juventud. Sin embargo, el movil sonó y me despertó de mi fantasía.

-¿Sí?-dije con él colocado sobre mi pecho, jugando con el cuello de mi camisa.

-Atsu ¿cuándo vienes?-era él, mi pareja real.

-No sé, quizás en media hora o así.-Uta mordisqueaba mi cuello quizás rogando a su forma de que no me fuera. Su mano se colocó en mi entrepierna y la apretó levemente.

-Es que te hice helado casero, está rico.-escuché de fondo a Jun balbucear y llamarme.

-No me apetece demasiado, pero te prometo que iré pronto.-

Se despidió de forma dulce, aunque yo solo pensaba en la mano que tenía en mi entrepierna. Uta jugaba duro, muy duro, y no había quien le dijera que no.

-Quédate, al menos esta noche. Podríamos ir a pasear, ir a la playa de noche y bañarnos como cuando éramos críos.-de nuevo ese brillo, ese deseo y el pasado regresando a mi mente.

-No, no puedo.-dije tras besarle con desesperación.-Tengo que volver con Jun, me necesita.-me levanté y no lo miré, porque si lo miraba me perdía de nuevo.

-Espera.-dijo correteando hasta su dormitorio y apareció con un nuevo regalo para el bebé.-Para nuestro niño.-era una camiseta blanca con un conejo dibujado. Sabía que lo había hecho él, tenía su trazo.-Sácale foto cuando la tenga puesta, quiero verle con esa camiseta.-besó mis labios y sonrió.-Por favor, me la envías a la noche.-acarició mi rostro y yo asentí.-Te amo.

-Yo también te amo.-dije pellizcando su trasero para marcharme.

Me monté en el ascensor y miré la camiseta, eché a reír al ver lo bien que le había quedado el dichoso conejo. No reía de esa forma desde hacía meses, fue algo que necesitaba.

-Uta, estás bien loco.-susurré antes de doblarla y salir del ascensor.

Al regresar a casa tuve una discusión, se volvía habitual. Me molestaba que él no confiara en mí. Aunque era infiel, jamás lo hizo. Me molestaba que no entendiera nunca. Yo quería estar con Uta porque era una vida relajada, lo daba todo por mí y se conformaba con una sonrisa de gratitud. Él siempre se sentía escaso, ostentaba mis regalos aunque le pedía que no lo hiciera y había hecho de nuestra boda un circo mediático. Odiaba que se comportara como Clarissa, no se daba cuenta pero era prácticamente idéntico. Sólo se miraba el ombligo y nunca miraba por mis sueños. Yo lo había dado todo por estar con él, había hecho una gran inversión económica en nuestro hogar y además me arriesgué a ser insultado continuamente. Deseaba protegerle, tenerlo en mis brazos y que dejara atrás el mundo. Pero él solo se quejaba, mientras yo me aburría por sus gritos cotidianos.

La llegada inesperada de Uta fue como un aire fresco. Mi antiguo amor de juventud se entregaba a mí, dejaba atrás todo y jamás tuvo el descaro de restregarme sus amantes. Phoenix incluso lo tenía de grandes amigos y no entendía que me molestara sus comparaciones. Uta tan sólo había paseado con ellos, como mucho besado y llegado a caricias. Él me pertenecía, me hacía el regalo más maravilloso, una entrega total.

Phoenix intentaba cambiar, lo veía, pero se equivocaba en sus defectos. No quería a Uta porque cocinara como todo un profesional, porque fuera mucho más delgado o no estuviera enfermo. Mucho menos deseaba a Uta por ser moreno y no teñido. Quería estar con mi anterior amante porque me daba paz. No tenía chillidos, sino silencio mientras acariciaba mis cabellos escuchándome. Yo era el eje de la vida de Uta y yo estaba siendo el suyo.

Mi pareja primero se miraba el ombligo y luego me miraba a mí. Hacía cosas sin permiso, no me escuchaba, siempre era “Yo” jamás me preguntaba que me parecía hasta que no lo había hecho. Olvidaba que una pareja es de dos y no de uno solo. Quien estaba matando lo que sentía no era yo, sino él. Quería tranquilidad, la necesitaba, y él, a pesar de saber que estaba enfermo, peleaba conmigo hasta hacerme jadear por el dolor del pecho.

La discusión fue porque él quería hacer cambios en la casa y yo me negué. No quería que cambiara ni un ápice la decoración, era como mi casa de Japón y en ella me acordaba de mi madre. Sentía como si ella estuviera rondando cada rincón.

Para no escucharlo me metí en mi despacho y llamé a uno de mis secretarios. Me dio una pequeña alegría, tendría la reunión con mi sucesor en una cafetería. Hablaríamos para mantener un primer contacto y sería a la mañana siguiente. Acordé todos los detalles, anoté en mi agenda y me di un buen baño con sales relajantes. Después de tumbarme en la cama vino él molesto por haberme marchado cuando me gritaba. No era un no, sobretodo en algo que había construido yo con mis recuerdos.

Seguí en silencio, estaba molesto y quería descansar. Los sueños fueron agradables, demasiado agradables. En ellos estaba mi renovado amante, me acariciaba con dulzura y conversábamos sobre momentos del pasado. Tenerlo de esa forma tan pegado a mí, con esas colonias de aroma suave y ese tacto de su piel. Al despertar lo hice con una leve sonrisa y me dirigí a la ducha. Me desperté antes que la alarma del reloj, me afeité y cuando tomaba el café la apagué.

Él seguía durmiendo, no me importaba lo más mínimo si lo hacía durante el resto del día. Cuando me arreglé lo hice como para una cita importante, porque lo era. Un traje de tela veraniega en negro, una camisa blanca sin corbata y el sombrero. Tomé el bastón que pocas veces usaba, sentía un leve dolor en el pie por culpa de un esguince estúpido en uno de los ensayos.

Al llegar a la cafetería únicamente había una persona en el local, miraba el periódico y ocultaba de esa forma su rostro. Ante él había un café, podía apreciar su aroma desde la puerta. Tan sólo plegó el periódico al escuchar la voz de la camarera preguntando qué deseaba. Lo reconocí por las fotografías que había de él en Internet y que me pasaron en su dossier. Portaba aquellas gafas de intelectual de cristal fino, sus cabellos rubios estaban algo revueltos y la boina francesa que en ocasiones llevaba estaba a un lado. Sus labios arquearon una sutil sonrisa. Me encontré prácticamente ante un niño, a pesar de sus treinta y dos años. Su aspecto era mucho más juvenil de lo esperado.

-¿Atsushi Sakurai?-preguntó levantándose con aires de caballero inglés, lo que era. Camino unos pasos y yo fui hasta él. Nuestras manos se estrecharon por primera vez, una sonrisa se formó en el rostro de ambos y presentí que era el indicado.-Tome asiento y confiese su propuesta.-ambos tomamos asiento y la camarera vino con un café, prácticamente negro, para mí.

-No, no puedo por mi salud.-dije con un gesto amable.

-¿Un zumo mejor?-preguntó ella y yo asentí.

-Gracias Elitza.-susurró Paulo que parecía conocerla.-Siempre vengo a esta cafetería, ella es servicial y este lugar posee ese encanto hogareño a la par que revolucionario.-dijo nada más marcharse ella en busca de mi zumo.

-Supongo que ya sabes a qué he venido.-comenté jugando con mi bastón entre mis manos.

-La verdad, no.-tras esa frase en un tono serio rió bajo.-Algo sé, pero no todo.

-Antes mi partido era conservador, pero hice ligeros y revolucionarios cambios. Digamos que soy menos restrictivo en la economía que un partido de izquierdas, pero tengo su ideología. He aprobado leyes para la igualdad de la mujer en cualquier ámbito, aunque eso se iba haciendo poco a poco, y también igualdad entre homosexuales, transexuales y heterosexuales. Leyes que van desde ayudas a transexuales en su cambio de sexo, como adopción y nueva legislación del matrimonio civil.-el asintió a cada palabra.

-Sí, eso tengo entendido. Pero lo que no sé es porqué se retira.-comentó.

-Me voy a dedicar a lo que realmente me apasiona, la música, sin dejar de lado mis negocios y el manejo de estos.-comenté tomando el zumo que la muchacha me dejaba a un lado de la mesa.-Arigato.-susurré antes de dejar el vaso frente a mí.

-Desea que yo tome las riendas, alguien que prácticamente desconoce y únicamente tendrá conocimientos por una profunda investigación. Pero, personalmente, no sabe nada de mí.-puso los codos sobre la mesa y cruzó las manos frente a su rostro, apoyó su mentón en ellas.-Interesante.-susurró.-Es joven, pero lleva bastón, tiene aires europeos, sin embargo se aferra a sus raíces, y por lo que he oído de usted ha provocado el escándalo, ya no del año, sino de la década o quizás de los mayores desde la fundación de la ciudad.-alzó una ceja y sonrió.

-Sí, estás bien informado.-dije tras dar un trago al zumo, era de piña aunque yo prefería el de naranja.

-Acepto, pero con la condición de que deberé de conocer la situación política de su mano. Quiero aprender, no es fácil venir a una ciudad y pretender gobernarla. Aún me pierdo por sus calles, quizás una cena o un almuerzo en algún momento y fiestas. Lo importante es conocerle, saber quién será mi perro lazarillo y que puedo contar con usted.-tomó la taza entre sus manos y dio un sorbo dejándola de nuevo sobre su platillo.

-Yo estaré a la sombra, dirigiré el partido, pero usted.-no terminé cuando él intervino.

-Seré la cara, quien firme, quien se lleve los golpes.-comentó.-No me importa ser el hombre de paja, aunque supongo que querrá saber mis opiniones.

-Por supuesto, seré de ayuda tan sólo y guiaré sus pasos.-terminé mi consumición y le observé.

-Entonces, como he dicho, trato hecho.-dijo terminándose él también su, todavía, humeante café.

-Pronto lo diremos oficialmente, pero por ahora.-puse mi maletín sobre la mesa, pues era todo lo que necesitaba.-En este maletín tiene toda la información sobre la situación política de la ciudad, las inversiones que se han realizado y las que están por realizarse. Ya se afilió a nosotros, prácticamente en su llegada, y eso nos halagó.-dije levantándome.-Debo de marcharme.-comenté.-Pero me agrada conocer a un joven con semejante apellido y tales valores.

-Lo dice por Wilde, comparto antepasado con él.-dijo con orgullo.-Aunque desgraciadamente no demasiado directo.

-Aún así, me sorprende gratamente.-respondí extendiendo mi mano mientras me apoyaba en el bastón.

-Espero que se cuide el tobillo, he notado su ligera molestia, y que nos veamos pronto.-apretó mi mano.-Además, sé lo de sus problemas cardiacos y es por ello que acepto el trabajo. Digamos, que necesitaba algo de peso para tomarlo en serio.-sus ojos se entrecerraron a la par que los míos se abrían.-Por favor, no riña a su secretario. Simplemente se preocupa por usted, yo le subiría el sueldo.-comentó tomando mi mano, apretándola con cierta fuerza aunque no demasiada.

-Nos vemos.-dije en un murmullo.

-Bye, Mr Sakurai.-me marché sin pagar, estaba tan confuso porque un desconocido pudiera radiografiar mi alma con tan sólo una mirada. Además, parecía de un muchacho su aspecto pero sus modales y su forma de tratarme era la de un anciano. Me dio un leve escalofrío al salir de la cafetería, sentía como si hubiera hecho un pacto con el mismísimo diablo.

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Lestat de Lioncourt