Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 24 de noviembre de 2011

Tears for you - Capítulo 18 - La locura (Parte II)



20 años sin él... aunque parezca que fue ayer porque no podemos dejar de recordarle, admirarle y sentir que tras su perdida se fue un trozo de felicidad que aún brilla con luz propia.


Ofreció su brazo para que lo tomara, así le sería de ayuda. Suponía que no veía sólo borroso por sus dioctrías. Había llorado tanto que tenía embarrados los ojos en lágrimas, a pesar de la lluvia podía ver claramente que no eran gotas de agua. Pocas veces había visto llorar así a un hombre, con una forma tan desesperada. Me recordó a mi padre, cuando se hundió de tal forma que terminó con su vida y un escalofrío recorrió toda mi columna.

Llegamos a su casa después de darme un par de indicaciones. Yo mismo abrí el portal y le ayudé a subir por la hermosa escalera de caracol que daba al piso superior, el inferior era únicamente un salón para fiestas. Conocía bien esas casas, sobretodo esa en concreto. Había sido restaurada por Kamijo con algunas subvenciones especiales del ayuntamiento, ya que era parte del patrimonio artístico y arquitectónico de la ciudad, después la puso en venta y Paulo la adquirió.

Aquel enorme caserón se veía frío, aunque sólo fuera en apariencia. Paulo había dejado la decoración que a ella le interesaba, no la que él amaba. Se notaba que nada de aquellos muebles presuntuosos y llenos de mal gusto no pertenecían a Paulo, sino a la arrogancia de su querida Claudia. Al llegar al pasillo entramos en la habitación de la pequeña, puesto que estaba siendo cuidada por la chica que tenía contratada.

Él quiso mirar antes a su hija, aunque fuera sólo el bulto en su cuna. Ese lugar si era acogedor, lleno de referencias a Londres pintadas en las paredes. Dibujos llenos de encanto, con personajes de obras inglesas de la literatura infantil y juvenil. Del techo colgaban aviones, estrellas, una luna y un hada diminuta. Había cientos de libros, juguetes de peluche y alguna caja musical. Era una habitación enorme, en realidad era la más grande de esa planta.

-¿Decoraste tú esto?-pregunté tomando uno de los peluches, un oso hecho a mano de la forma más clásica.-Parece el país de Nunca Jamás rodeado de viejos recuerdos de Londres.

-Desde el Big Ben podrás ver a los chicos volar.-dijo aferrado a la cuna, notando que la pequeña dormía calmada.-Pero puedes encontrar al gran detective de todos los tiempos aferrado a su lupa observando las huellas del gran viajero Fogg.

-Es cierto.-dije antes de notar entre las nubes a Oscar Wilde sentado junto a Lennon.-Música, literatura, historia y la gran ciudad de Londres.

-La casa se volvió impersonal, incluso mi despacho, a Claudia le gustaba poner todo como si fuera una revista de decoración.-murmuró antes de soltar un suspiro pesado.

-Deberías cambiar todo, poner todo a tu gusto.-comenté intentando darle una buena idea.-Si quieres puedo ayudarte a encontrar tiendas, algunas son muy interesantes.

En ese momento entró la chica, una mujer de unos diecinueve años con la piel blanca y las pestañas muy pobladas. Poseía una belleza de muñeca, parecía uno de esos maniquí perfectos y envidiables de las tiendas más elegantes y sofisticadas. Sus mejillas algo sonrojadas le daban un toque de inocencia, mientras que sus curvas eran provocadoras. Vestía un vestido algo ajustado, pero sobrio en colores, y un delantal lleno de estampados, parecía confeccionado por ella misma con trozos de otros dándole un toque especial y único.

-Susan.-dijo girándose hacia ella.-¿Puedes traerme las gafas?

-Paulo, deberías de cambiarte de ropa.-comentó preocupada, acercándose a él.-Estás empapado, podrías pillar un resfriado e incluso una pulmonía.-me miró a mí fijamente.-Y usted está igual.-él sólo sonrió con un gesto dulce, intentando calmarla.-Me prometiste que te cuidarías, además de tu empleada soy una buena amiga y no quiero ver a un amigo enfermar.

-Di la verdad.-susurró.-Lo único que deseas es que no me acatarre para no hacer caldos todos los días.-murmuró provocando que ella riera bajo.

-Id al salón, quedaros frente a la chimenea mientras preparo los aseos.-comentó con una leve sonrisa.-Prepararé también ropa cómoda y algo de cacao mientras se secan y entran en calor.

No pasó ni una hora cuando ya pudimos sentarnos en el sofá, ambos secos y frente a la chimenea contemplando el fuego. Ella nos había preparado cacao, también nos había dejado ropa muy cómoda mientras lavaba y secaba las otras. Fue agradable darme un baño tras ese frío tan intenso, ambos estábamos más sosegados. Sin embargo, en los ojos de Paulo podía leerse amargura.

-Me duele perder de este modo todo, si hubiera muerto en el parto aceptaría que ya no vive. Igual que si hubiera terminado en coma, o muerta, en el accidente de coche que tuvo meses antes de quedar en estado.-dijo antes de tomar un sorbo del cacao.

-Te cuesta aceptar que su cuerpo lata, pero no esté ella ahí.-murmuré antes de tomar una de sus manos, para apretarla.-Si quieres puedes superarlo, sólo olvídate de ir a verla y deja que ellos la cuiden.

-¿No ir a visitarla?-preguntó estrechando mi mano, para luego mirarme a los ojos con esa amargura.

-No es un crimen, allí no hay nada. Sólo quedan los vestigios del pasado, los trajes elegantes ni siquiera se los permiten.-susurré antes de abrazarlo, se veía tan derrumbado que me poseyó ese deseo imposible de pegarlo contra mí.-No hay nada Paulo, ya no te queda nada con ella y debes afrontarlo. Además, tus fans te necesitan.

Sus admiradores estaban desesperados por no tener las nuevas novelas que prometió, todas las tenía sin acabar, y había pedido plazos. Únicamente había logrado dejar en las librerías un libro de cuentos dedicados a Marie, la pequeña que estaba rodeada de literatura inglesa y de juguetes que aún no necesitaba. Una pequeña que crecería fuerte entre la magia de las letras, de eso estaba seguro.

Él se aferró a mi sudadera, una color vino tinto que me habían ofrecido, lloraba en mi hombro mojando mi cuello con sus lágrimas. Sus sollozos me rompían el corazón. Temblaba como un niño regañado. Sin embargo, tenía que ser sincero de algo que no quería ver. No deseaba aceptar la realidad, porque nadie quiere afrontar algo tan amargo.

La institución donde se encontraba se había hecho cargo del hermano de mi Kamijo. Tenía un gemelo enfermo, afectado por una enfermedad agravada por el tratamiento que tuvo durante años. Su aspecto era idéntico al de su hermano, salvo sus cabellos algo más oscuros, y una sonrisa más tímida. Su mente estaba revuelta, como si alguien hubiera entrado y hecho caer cada recuerdo al suelo. Era un niño de no más de doce años, aunque poseyera una mente brillante en sus escasos momentos de lucidez. Había salido de aquel centro no porque fuera malo, era uno de los mejores y más honestos en cuanto a sus informes. Kamijo tuvo que sacarlo por seguridad, desde el primer momento tuvo un nuevo hogar con las más altas medidas de seguridad y también con enfermeras que seguían los tratamientos recetados por sus psiquiatras. Killian Camil Artois Yuuji, conocido por todos como K y amado por su hermano, así como aquel que lo conocía.

-¿Fue Kamijo quién te habló del centro?-pregunté acariciando sus cabellos.

-Sí, allí está su amiga Emma y estuvo K.-sabía de ellos, porque Kamijo tenía fe ciega en él.

Paulo Wilde no era un ser normal, sino alguien excepcional. Detestaba la corrupción habitual, pero Kamijo era un mafioso distinto. Ambos formaban una pareja peculiar, dos hombres elegantes cultivados en colegios europeos y de gustos refinados, cargados de diferencias sobre su punto de vista en temas tan relevantes para ellos como el arte.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt