Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 25 de noviembre de 2011

Tears for you - Capítulo 18 - La locura (Parte III)



Recuerden que el autor también llora cuando escribe estas cosas. No soy un témpano de hielo, en eso soy muy parecido a Yoshiki.



Recordé a Emmanuelle, tan pretenciosa a veces y en otras tan tímida. Sus ojos llenos de ilusión cuando Kamijo aceptó tener un hijo con ella, Camil, y lo desesperada que se volvió cuando supo que no tendría posibilidades con él. Supuestamente era un hijo probeta, pero conociendo a Kamijo a veces lo dudo. Conocía sus criterios sobre ese tipo de prácticas médicas, decía que dar así vida era frío y le parecía poco amoroso para contárselo a un hijo. Si conocía bien a mi hermano podía dudar razonablemente de su historia.

-Sí, allí estuvo K.-murmuré.-Yo también estuve en uno un par de meses, por depresiones.-dije con una sonrisa amarga.-En Londres, para tratamiento intensivo y por miedo al suicidio.-me giré hacia él y le contemplé hundiendo mis ojos en él.-He visto casos como los de Claudia, van a peor y terminan degradándose por completo.

-Emma sólo pide ver a Kamijo y repite mil veces que no está loca, pero por lo que sé intentó agredirlo cuando le confirmó que no tenía posibilidades.-susurró antes de mirar al frente, justo donde la leña.

-¿Qué harás con Helena?-susurré.

-Intentar que comprenda que no puedo ir rápido, que tal vez necesite que estén a mi lado y no todo el tiempo viajando.-murmuró para dejar pasar el aire intranquilo.-Fue una locura empezar a tenerla en mi cama, en mis brazos, como si no importara ni sus sentimientos ni los míos. Ella dice que sigue enamorada de un hombre que nunca volverá, se casó hace un tiempo y no se ve con fuerzas para conquistarlo.-tragué duro, porque sabía que era yo.-¿Sabes de quién se trata?

-No, Helena es muy suya.-dije con una sonrisa amarga.

-Lo sabes, te conozco poco pero eres expresivo cuando estás con la guardia baja.-murmuró.

-Soy yo.-susurré mi confesión antes de llorar.-Es una estúpida, le hace daño que me pasee con Kurou frente a sus narices pero luego me dice que no importa. Es una maldita estúpida, una idiota como siempre.-en esos momentos era él quien me apretaba las manos.-Es la única mujer que he querido, las demás sólo fueron fijación o atracción.

-Tranquilo, ya no le duele eso.-dijo con una sonrisa.-Es feliz al verte así.-me abrazó y terminé desplomándome.

Ambos llorábamos, cada uno por un sentimiento de frustración con raíces distintas. Él lo hacía por una mujer que ya ni siquiera le reconocía, de la cual todos dudábamos que le hubiera amado, y yo por el corazón roto de Helena. Cuando nos separamos secamos nuestras lágrimas e intentamos tener una charla distinta.

Él comenzó a contarme sobre sus próximas novelas, los argumentos y sus personajes, le apasionaba ese mundo mucho más que el político. Yo conversaba de forma animada sobre la música, le decía que comprendía su pasión y su esfuerzo por dar lo mejor de sí mismo. Cuando estuvo mi ropa limpia y seca decidí irme, al marcharme di las gracias a la chica que tenía de empleada y a él lo abracé deseando trasmitir mis ánimos.

Nada más regresar a casa tuve una fuerte regañina de Kurou. Había estado llamando a mi móvil y no contestaba, así como me demostró su preocupación y desesperación. Sin embargo, terminó abrazándome con lágrimas en los ojos. Regresar a casa y sentir que te aman de esa forma, que la preocupación es real, es algo único. Creo que en ocasiones desaparezco algunas horas sólo por sentir que él me rodea, su cuello pegado a mi nariz y sus brazos firmes entorno a mi espalda. Amo sentir el aroma de su colonia y el tacto algo áspero de sus manos. Inclusive podría decir que me excita.

-Necesitarás entrar en calor, una buena ducha.-murmuró notando que mis ropas estaban secas.-¿Por qué están secas?

-Me encontré con Paulo Wilde y lo acompañé a casa, estaba derrumbado por una mala noticia.-comenté acariciando sus mejillas.-Tenía incluso rotas las gafas, así que le hice de guía y su asistenta me pidió que me permitiera secarme la ropa.-murmuré pegándome a él.-Pero no entré en calor ni con el cacao caliente, ni siquiera con el baño o la chimenea.-sus ojos estaban fríos, muy molesto y celoso.-Sólo tú me haces entrar en calor.-susurré en su oreja derecha, antes de mordisquearla. Lo había hecho con un tono sensual, muy atrayente.

-Tu hija te espera arriba dibujando y muy preocupada.-murmuró seco apartándome.-Ve y habla con ella, dile que has sido un estúpido e irresponsable ahora mismo. Después hablaremos si quieres sobre tu escapada y la amabilidad que posees con otros.

Me quedé allí parado viendo como se iba por el pasillo, con zancadas de demonio y refunfuñando. Tenía un carácter fuerte cuando se molestaba, creo que más que no avisar le dolía que hubiera pasado esas cosas con alguien que no era él. Deseaba poseer cada uno de mis segundos, aunque tuvieran que se compartidos. Quería estar siempre presente en cualquier instante, como si fuera mi propia sombra, y yo necesitaba mis secretos, como los que él aún tenía y que aún desconozco.

Me sentí mal por Anne, había olvidado que ella se podía poner triste. Cuando subí se había dormido sobre su escritorio, casi era la hora de la cena y ni había tocado su pastelito. Tenía junto a ella un trozo de pastel de nata que aún esperaba ser probado. Tomé su pequeño cuerpo entre mis brazos, para tumbarla en la cama y dejarla descansar hasta la cena, mientras veía su dibujo. Había estado intentándolo muchas veces, todos eran réplicas del dibujo que me había hecho su padre.

Entonces tomé conciencia que había estado todo el día fuera, que eran más de las seis de la tarde y que no debí hacerlo. Era un idiota egoísta, sin embargo sabía que lo volvería a repetir sin lugar a dudas. Necesitaba llorar y que no me viera ni ella ni él, quería hacerlo en otro hombro que no fueran los suyos.

Dejé a la pequeña tumbada y arropada en su cama, con cuidado le quité sus zapatillas de peluche, eran dos conejos negros con la nariz rosada, y besé su frente. Noté en ese momento la presencia de Kurou a mis espaldas, como si vigilara mi labor de padre. Cuando me giré lo vi menos molesto, aunque seguía sintiendo sus celos por como me contemplaba.

-¿Se durmió?-preguntó lo obvio, porque no sabía romper el hielo de otra forma.-Necesito hablar contigo.

Simplemente asentí levantándome de los pies de la cama pequeña, porque allí me había sentado a vigilar sus sueños, para ir tras él por la casa hasta su despacho. Abrió la puerta haciéndome pasar, provocando en mí esos escalofríos incontrolables. Me sentía como un maldito colegial.

Se colocó tras mis espaldas, apartando mis cabellos para besar lentamente mi cuello. Sabía que estaba dejando marcas, quería marcarme como si fuera un animal de granja. Yo simplemente jadeaba lleno de nerviosismo, notaba que iba a ser más dominante que otras veces. Tenía miedo a sus caricias bruscas, y sin embargo jamás las había sentido. Me sacó el gabán, aún lo llevaba puesto, y me arrancó la camisa a jalones.

Cerré los ojos unos instantes notando sus manos ásperas bajar por mi torso, hasta mi vientre. Su boca seguía parada en mi cuello, mordiendo mi piel blanca para volverla morada. Desabrochaba mi cinturón con cierta mala leche, notaba sus jalones. Pronto me vi desnudo y con parte de la ropa raída a mis pies. Él seguía impecable, como si nada. Sus cabellos estaban bien colocados, igual que cada prenda.

-Kurou.-murmuré al notar que me abrazaba por la cadera con uno de sus brazos, pasando el otro por debajo de mis axilas, y a su vez hundía su rostro en el lado contrario del cuello.-Kurou, me harás muchas marcas.-me preocupaba que Anne se llorara al verlas, porque yo no sabría explicárselas.

-Pocas te haré.-repitió.-Y quiero escuchar bien claro mi nombre, no mi apodo.-murmuró.-Hoy lo deseo así.

-No, no.-murmuré.-No quiero sexo frío.-dije casi sin aliento, lleno de miedo porque se comportara de esa forma conmigo.-No quiero eso, no quiero.

Comencé a llorar cuando noté que no le importaba, que sus manos seguían acariciándome como aquellos hombres y este reaccionaba por instinto. Mis piernas se abrieron, mientras mis ojos no dejaban de mostrar mi terror. Estaba amaestrado para acceder a cualquier roce, fuera brusco o sensual, y mi cuerpo echaba los primeros en falta. Sin embargo, yo no quería saber nada de ese sexo violento que me rompía el alma en mil pedazos.

-Sí.-respondió tomando una de mis manos, las cuales intentaban clavarse en sus brazos sin lograr nada.-Ese sexo tendrás como castigo.-susurró antes de morder con fuerza mi hombro, eso hizo que gritara y mis piernas se abrieron aún más.

-Kurou.-balbuceé.-Me portaré bien, juro que me portaré bien.-dije sintiendo como me giraba para arrodillarme frente a su entrepierna.-Lo juro, juro que lo haré.

-No sé ya como decírtelo, necesitas una lección quizás.-susurró inclinándose para lamer mis labios, así como mis lágrimas.-Tendrás marcas por todo tu cuerpo, recordándote lo que hiciste este día y que no debes volver a repetir.

-Kurou, si haces esto que pretendes mañana no estaré a tu lado.-balbuceé temblando.-Te juro que me habré ido y no sabrás de mí, me llevaré a la niña conmigo. No volverías a vernos jamás, lo juro.

Paró entonces arrodillándose frente a mí, acariciando mis mejillas y después los moratones que ya tenía. Besó de forma tierna mis labios, pero yo no acepté el beso. Estaba aterrado, quería a mi Kurou y no al hombre que tenía frente a mí. Me pegó a él y yo hice el intento de apartarlo, no quería que me tocara.

-Yosh.-susurró preocupado.-Yosh, mi ángel.-murmuró.-Lo siento, lo siento mi ángel.-dijo acariciando mis cabellos, pero me daba asco sus dedos y toda su presencia.

-No, no quiero que me toques Richard.-dije herido.-No quiero que me toques.

-Estaba furioso, no pensaba de forma racional.-susurró con ese tono dulce que me hacía derretirme, pero en ese momento sólo quería golpearlo.

-¡¿Cómo se te ocurre tratarme así?!-grité rompiendo a llorar aterrado aún, cayendo hacia atrás para terminar escapando hacia un rincón de la habitación.-¡No me toques! ¡No me toques! ¡Yo no soy una puta! ¡No soy tu puta! ¡Si quieres una puta págala y olvídate de mí! ¡No me vuelvas a tocar! ¡No me toques!

-Claro que no eres mi puta.-susurró levantándose para quitarse la chaqueta.

-¡Tampoco soy de tu propiedad! ¡No soy de nadie!-grité.-Mis sentimientos eran tuyos, ¿a caso no te valían mis sentimientos?-se quedó gélido sin poderse mover.

-¿Eran?-dijo casi sin voz.

Yo no respondí, sólo me abracé a mí mismo. Dio un par de pasos más hacia mí, prácticamente derrumbado. Estaba terriblemente afectado por mis palabras. Creo que se dio cuenta que algo en mí se rompía ese día y que debía darse prisa para que no terminara hecho trizas, para que todo ese esfuerzo de años quedaran en nada.

Corrió hacia mí abrigándome con su chaqueta, pegándome contra su cuerpo mientras dejaba sinceras caricias. En ese momento quien lloraba era él. Sus celos le habían hecho tratarme de la peor forma posible, como si fuera una furcia barata. Sus dedos se enredaban en mis cabellos revueltos, haciéndome recordar a esas largas noches en las cuales me abrazaba. No éramos nada en aquellos días, sólo un par de almas solitarias, y él me acariciaba para que pudiera conciliar el sueño.

-¿Por qué eran?-murmuró con miedo.-Yosh, te juro que no hubiera tenido valor para hacerte nada.-dijo dubitativo, ni él estaba seguro.-Pero nada más escuchar tus palabras y ver bien tus lágrimas comprendí... me había dejado cegar por mis celos, por miedo a que otro hubiera usado hoy tu cuerpo como un amante entregado.-hundió su rostro en mi cuello, aspirando mi colonia y a su vez humedeciéndolo con sus lágrimas.-Yosh, yo te amo. Te amo de una forma enferma, estoy enfermo.

-Me has hecho daño.-dije aún aterrado, aunque al verlo tan débil y sumiso me enterneció.-¿Por qué?-pregunté.-¿A caso no te demuestro a diario que te amo? ¿Por qué debería acostarme con otro? ¿A caso tú lo has hecho y temes que yo lo haga?

-Hace mucho tiempo, cuando sólo habíamos salido un par de noches.-susurró en un balbuceo.-Estuve con una mujer, practiqué el sexo toda la noche y después me presenté ante ti con un enorme ramo de rosas.-aquello me hizo llorar, me dañó su sinceridad.-Jamás he estado más arrepentido que aquella mañana, sobretodo cuando te colgaste de mi cuello y me dijiste que me amabas. Yo pensaba que sólo era un juego para ti, un capricho de niño mimado, y cuando sentí tu amor me derrumbé. Esa expresión de ilusión en tu rostro, el cual parecía el de un niño pequeño, y como llorabas por unas tontas flores, no eran de un capricho. Yo no lloré sólo por la emoción de sentir que me querías como yo a ti, que era mutuo y fuerte, sino porque había traicionado tu confianza y tus sentimientos, así como los míos.

-A diferencia de ti.-dije serio, aunque me estaba volviendo loco queriendo saber quién era ella.-No he podido mantener sexo con nadie desde que me percaté que era más que un capricho, que era un amor venenoso que me mataba y que esas ilusiones de niño estúpido eran algo más. Salía con mujeres y hombres, pero no lograba ir más allá de unos besos.-murmuré tiritando.-Llevaba más de un año sin tener sexo porque quería tus manos, quería que fueran tus manos y tus labios los que rozaran mi piel.

-Pero yo no soy capaz de aceptar eso.-dijo con amargura.

-¿Qué no eres capaz?-murmuré.

-De aceptar que me amas de ese modo, aunque lo sienta.-susurré.-Porque yo te traicioné, a pesar de haberte amado años y de saber que eras lo más importante en mi vida.-hizo un inciso para tomarme del rostro, acariciando mis mejillas. Sus ojos se veían tiernos, más que nunca.-Porque tú me sigues amando ¿verdad?

-Ahora te tengo miedo.-susurré.-Asco también.-dije apartando sus manos de mi.-Has metido la pata, Richard.

-Dime, dime como puedo hacer que te olvides de todo esto.-susurró nervioso, lleno de un miedo que parecía consumirlo.-Dime, por favor.

-No lo sé, de momento no quiero dormir contigo en la misma cama.-dije serio.-No quiero que me toques.-le miré a los ojos de una forma que le paralizó.-Por ahora tendremos una relación estrictamente profesional, tendrás que volver a demostrarme que me amas y esta vez no quiero errores.-fruncí el ceño.-Eres incluso libre para irte con cualquier golfa que desees, para probar así tus sentimientos.-me había dolido ese engaño, esas primeras rosas que presumí ante muchas personas con orgullo.

Aquel ramo de rosas era el primero que me regalaba un amante, todos eran de ofrecerme joyas o coches. Los regalos que solían darme eran tan materiales y fríos como ellos. Pero con aquellas rosas, una de mis flores favoritas, había logrado llenarme con un sentimiento cálido. En esos momentos me preguntaba si esas rosas no eran las únicas que compró por remordimientos, si había más mujeres y más noches. Sentía como si mi matrimonio fuera un fraude y todos esos momentos especiales meras esperanzas, porque yo sólo era un trofeo. Yo era Yoshiki, ese que suele jugar con todos y que su frivolidad espanta a sus amantes de su lecho. Me imaginé como trofeo de caza, no como esposo fiel y entregado. No quiero decir como veía a mi marido, porque incluso hoy me duele esa imagen suya.

Me levanté arrojando su chaqueta, no la quería, tomé mi gabán, algo dañado por sus jalones, y me cubrí con él para ir hacia mi dormitorio. Allí arranqué las sábanas, la colcha y toda la ropa de cama, porque no quería su olor a la hora de dormir. Sin embargo, el colchón estaba impregnado en su aroma y los recuerdos se volvían dagas. Así que terminé marchándome a una de las habitaciones de invitados, quedándome allí sin querer cenar.

Cuando eran casi las diez apareció Anne, me había estado buscando por la casa. Con su dulce y tierna voz me pidió dormir conmigo. Aguanté las lágrimas hasta que se durmió, e incluso tuve que reír cuando sólo quería hundirme un poco más. Si bien, nada más cerrar sus ojos y notar su respiración lenta, me aferré a ella llorando.

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt