Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Tenshi - Capitulo 1 - La llegada - Parte I





Esta novela será creada, como reproducida, bajo la música de B-T.

Tenshi significa ángel en japonés.

Es una idea basada en mi interpretación de los ángeles, el bien y el mal, la religión, las relaciones humanas, la esperanza y la belleza. También está incluida todas las fases del hombre y huella en este mundo.



CAPITULO 1
La llegada.


Las luces de la ciudad tintineaban coloreándola, produciendo un efecto en mí de extraña emoción. En realidad, esas luces consumistas sólo incitaban a la hipocresía, el desfalco de los bolsillos repletos de esperanzas que vendían envueltas en celofán y mentiras sobre la venida de un Mesías. Todo aquello que me rodeaba, con luces de colores y melodías de coros angelicales, era una falsa que se repetía cada Diciembre. La nieve cubría los tejados, pero no como en épocas pasadas. Cada vez todo era más artificial, el cambio climático y la nube de polvo tóxico que cubrían las ciudades evitaban las nevadas. Aquella nieve era puesta por los propios empleados de las grandes superficies, y por aquellos nostálgicos que deseaban aún una blanca Navidad. Mentiras en forma de bastón, hombres disfrazados y hechiceros con turbantes hechos con toallas de hoteles baratos. Sí, todo eso que llamaban “época de paz y amor” me rodeaba una vez más, me asfixiaba y me torturaba recordándome mis más de cinco siglos.

Cientos de almas muertas me rodeaban, sus cuerpos aún latían y se mantenían cálidos bajo sus ropas de abrigo. Esta es la trágica verdad de los seres humanos, todos están muertos por culpa de la decadencia. La imaginación, la creatividad o simplemente la ilusión no se valora y se desprecia como si fuera una pérdida de tiempo. Se busca lo eficaz, lo gris y con ello la esclavitud. Los políticos lograban mermar a la población, incluso los escritores que en su día fueron cuna de la revolución colaboraban en este sopor que los mataba. Y aún hoy, presas del pánico, se refugian bajo las alas de ángeles pocos misericordiosos. Piden sus almas a cambio de la verdad que un día les será revelada, eso es la iglesia, la política y las mentiras que se saborean en los labios de los presentadores manipulados, a pesar de su arrogancia, por los titiriteros que poseen el poder que fue una vez del pueblo. Sin embargo, en épocas como las navideñas se intenta creer en una magia que es despreciada todo el año, así como los valores cristianos de amor al prójimo.

Me sentía avasallado por la hipocresía, me acorralaba en cada esquina y poseía los ojos de cada uno de los indigentes con quienes me cruzaba. Cánticos hablando de ser buenos, honestos y amables con quienes tienen poco o nada mientras a pocos metros moría un hombre por inanición o frío. Los policías se acercaban a quienes no tenían más que un cartón de vino, unas cuantas mantas y quizás un perro como compañero, para echarlos de las calles más céntricas no fueran a ensuciar la imagen de la ciudad, sus fiestas y la felicidad que todos debían sentir. Miserables, no misericordiosos, eran todos ellos.

El cántico triste de un violín me llamó la atención. Un muchacho vestido con prendas raídas, guantes sin dedos y barba de varios días, tocaba su instrumento esperando conseguir un par de monedas. Una triste estampa que me recordó a navidades pasadas, donde otros intentaban encontrar la esperanza entre los desperdicios sociales con los cuales se convive a diario. Me acerqué admirando su pasión y la belleza de cada una de sus notas. Podía verlas alzarse de sus cuerdas e iluminarlo todo, lo hacían con mayor majestuosidad y virtuosismo que esas luces llenas de opulencia y oportunismo. Sus labios estaban agrietados, los chupaba y mordía intentando encontrar saliva necesaria para calmar su dolor. Entonaba su alma como plegaria, una oración a la nada, y que era recompensada con unos cuantos céntimos. La hipocresía y la envidia llegaba incluso hasta ese rincón, donde él tocaba entrando en calor recordando imágenes de lugares donde jamás estuvo. Saqué mi cartera y dejé un par de billetes en su bolsillo, lo cual le pareció extraño y terminó agradeciendo con una melodía más alegre. Pobre de él, no sabía que para mí el dinero no era más que papel mojado y que mi alma estaba aún más muerta que la de todos los presentes.

Retomé mis pasos escuchando de fondo la melodía del violín, así como la de cientos de cajas registradoras y los pasos de estúpidos apurados por un sentimiento falso, tan falso como su bondad y buena fe. No me cansaba aquel paisaje, por mucho que lo detestara, porque siempre hallaba algo nuevo y por extraño que pareciera buscaba las diferencias a días atrás. Cada edificio cambiaba poco a poco, así como las personas que una vez se apoyaron en sus muros o gritaron sus miserias. Yo permanecía inmutable, sin cambiar ni un ápice, y eso podía llegar a ser desconcertante, aunque nadie reparaba en mí.

Entré por uno de los callejones que más me animaban. No muy lejos había un barrio de mala muerte donde familias sin recursos vivían hacinadas. Allí se respiraba crueldad, pero también belleza ya que podían escucharse palabras sinceras, por dolorosas o terribles que fueran. Aquella noche me esperaba una sorpresa, una de esas que pueden cambiarte la vida y también la historia de tus pasos sobre el mundo.

Las prostitutas que allí se reunían me ofrecían caricias y sexo por pocos billetes, todas prácticamente desnudas en una noche fría. Los drogadictos de una de las viviendas se colocaban por tercera vez en la noche, mientras se escuchaban de fondo sus voces entumecidas brindando por la Navidad. En una de las casas se hallaba una mujer con los huesos molidos, a pesar de su juventud. Tenía una hija pequeña, de unos cinco años de edad, por la cual había tomado duras decisiones. En una de las viviendas intentaban descansar un matrimonio anciano, los dos estaban aterrados por como había cambiado el barrio. Y en la plazuela cercana se hallaban varios mendigos entorno de un bidón viejo que habían incendiado, todo para entrar en calor aunque fueran unos minutos.

La joven madre me llamaba la atención, desde que la conocí por casualidad. Todo en esta vida se mueve por los hilos de lo casual, un destino no escrito y que nosotros terminamos hallando por nuestras decisiones. Tenía entorno a veinticinco años, sus ojos eran de una anciana por todo lo vivido y sus manos estaban agrietadas. De día limpiaba las escaleras y viviendas de personas con mayor suerte en la vida, mientras que algunas noches se ofrecía a cualquier desgraciado en busca de consuelo barato. Aquella noche se entregaba a un estúpido que apestaba a vino barato y whisky, el cual se movía sobre ella como un desquiciado.

La mezcla de emociones me inundaba, sobretodo las de ella. Sentía asco, vergüenza y terror mientras se decía a sí misma que todo lo hacía por la pequeña. Una niña que no tenía padre porque este había dejado tirada a su madre, una joven que se vio en la calle gracias a su hipócrita familia cristiana. Él simplemente quería disfrutar más de ella, incluso pretendía enamorarla restregando su lengua sobre los firmes pechos de aquella mujer. Gemidos falsos surgieron de labios de Sofía, así se llamaba la joven, mientras que él mordía indiscriminadamente su cuello y hombros.

Yo contemplaba todo desde uno de los balcones de la vivienda, permitiendo que una de las cortinas polvorientas ocultara mi silueta. Mis manos níveas acariciaban los barrotes oxidados de aquel lugar, así como los ladrillos vistos de la fachada. La imagen que contemplaba era parecida a una película porno barata. Ella estaba mal colocada en la cama, la cual estaba desecha y su ropa a medio quitar, ofreciéndose bajo aquel imbécil de ojos juntos y labios finos, los cuales desprendían un hedor parecido al de un estercolero.

Me deslicé hacia el siguiente balcón, este daba a la pequeña habitación de la niña. La pequeña lloraba en silencio en la habitación contigua, lo hacía aferrada a un oso de peluche. Sus cabellos negros caían sobre su frente empapada en sudor, tenía frío y necesitaba medicinas. Prácticamente no poseía muñecos o ropa, mucho menos antibióticos para la bronquitis que tenía. Tosía llamando a su madre, mientras esta se desesperaba. Podía escuchar perfectamente como él susurraba palabras indecentes e inquietantes para cualquiera, sin dejar de morder y babear su escote.

Apoyé mis manos sobre cristal de la ventana, el cual estaba algo sucio por culpa de la lluvia de días atrás. Mis ojos, muy parecidos a los de un gato salvaje, la observaban minuciosamente. Parecía una pequeña muñeca olvidada. Su camisón celeste estaba empapado por el sudor a causa de su fiebre, sus mejillas estaban rojas y parecían cerezas. Tenía una dentadura perfecta y unos labios parecidos a los de su madre. Sus ojos parecían gemas y poseía un verde intenso. Su piel blanca era similar a la porcelana, pero parecía tan cálida que me sentí tentado a tocarla. Realmente era una muñeca, una niña perfecta. Destacaba en aquel ambiente.

Su madre era una joven atractiva, pese a las heridas que ya poseía su cuerpo. Poco a poco se consumía, igual que la droga que a veces necesitaba. Una mujer que había luchado por darle lo mejor a su hija, pero no alcanzaba para unos cuantos medicamentos. El sexo de aquella noche pagaría las medicinas que no pasaba el seguro, las cuales necesitaba su pequeña.

Ambas eran muñecas, perfectas muñecas. Salvo que una de esas muñecas estaba rota y la otra sólo abandonada por la miseria reinante. Deseé entrar en sus vidas y acabar con ellas, beber hasta la última gota de sus frágiles venas y darles descanso a sus almas. Sin embargo, me contuve alejándome de la ventana de aquella alcoba llena de humedad y miseria, para seguir contemplando a su madre.

La visión del balcón contiguo, donde me ocultaba con cuidado de la vista de ambos, era salvaje. Ella se movía como una auténtica sirena. Se balanceaba de un lado a otro, sus caderas se veían sutiles y sus falso interés demasiado tentador. Una actriz jugaba con las mágicas sensaciones de un perturbado. Cuando acabaron ella sonrió como si hubiera alcanzado el paraíso, supongo que aquello iba incluido en el precio.

Una violenta discusión surgió de la nada, aquel imbécil no quería pagar tanto dinero. Ella intentó impedir que se fuera sin pagar y en milésimas de segundo estaba en el suelo, su cráneo estaba roto y la blusa blanca manchada de sangre. Los pasos precipitados de su asesino resonaron por las escaleras, así como el fuerte golpe al cerrarse el portal. Pude sentir la adrenalina de aquel bastardo, pero no era tiempo de ocuparme de él sino de ella.

Pasé dentro intentando contener mis deseos de lamer el cuerpo de Sofía, su sangre era tan atractiva aunque se hubiera desperdiciado en el suelo, que me resultó casi imposible caminar hacia la habitación de la pequeña. Aquel dulce ángel, esa muñeca perfecta, lloraba aún más desconsolada. Sin embargo, ante mi presencia calmó su llanto contemplándome con sus enormes ojos. Sus pobladas pestañas estaban empapadas por sus lágrimas y su mirada era una súplica agónica, pedía inmediatamente que la estrechara entre sus brazos.

Rodeé su tierno cuerpo entre mis brazos, sintiendo que la amaba a pesar que prácticamente desconocía todo de ella. Sólo sabía su nombre, porque su madre lo repetía una y otra vez en sus desquiciados pensamientos. Mi instinto salía a flote, como un corcho sobre el agua, sin embargo logré controlar mis deseos y tener piedad.

Decidí con rapidez, el hedor a sangre me perturbaba al igual que la calidez de su cuerpo. Terminé tirando de las mantas arropándola, para tenderle, ya entre mis brazos, su único peluche. Había decidido llevármela lejos, ocultarla junto a mí al menos por aquella noche. Se aferró con fuerza a mi traje oscuro y dejó su rostro hundido en mi torso, parecía buscar el latido de mi corazón para calmarse. Jamás había tenido algo tan frágil entre mis brazos, era como si no pesara nada en absoluto y pudiera romperse de igual modo que una copa de cristal de bohemia. Su aroma infantil se mezclaba con el de la humedad del techo, así como paredes, junto al salado de sus lágrimas y la atrayente fragancia de su sangre tibia junto al hedor a muerte que comenzaba a impregnar la vivienda.

Logré salir del edificio sin ser visto, mis pasos no producían ruido alguno y ella permaneció en silencio. Había quedado dormida, a causa de la fiebre y sus escasa alimentación. Aquella mujer por mucho que trabajara no podía cuidarla, entre los gastos del alquiler y transporte se iba parte de su precario sueldo.

Caminaba calmado por callejones desérticos, tan oscuros como mi propia alma. Mi largo abrigo negro rozaba el suelo y los laterales de los altos edificios. Sentía su respiración agitada a causa de sus terribles pesadillas. Siempre creí que seres tan frágiles no eran capaces de soportar tanto daño. Su inocencia se había gastado, así como sus sueños infantiles. Podía leer en su revuelta mente golpes innecesarios por parte de los canallas que decían amar a su madre, lágrimas al ver el cuerpo maltrecho de quien le dio la vida y gritos que desgarrarían el alma de cualquiera. No había lugar para la magia, la fantasía de cuentos de hadas o un suspiro para su tormento.

Caminaba sin sentido buscando una solución hasta que logré vislumbrar a lo lejos el campanario de una de las iglesias, apresuré mis pasos para entrar en esta y poder abandonarla bajo el altar. Sabía que no era lo correcto, ni lo lógico. Sin embargo, no podía mantenerla más tiempo pegada a mí. Sus pensamientos me ahogaban y el deseo incesante de la sed se agudizaba a cada paso. Si bien, nada más estar frente al edificio tragué duro observando sus vidrieras.

A los pies de aquella monstruosidad de gárgolas, altos campanarios, grotescos grabados y vidrieras en las cuales el calvario de cristo aparecía representado infinidad de veces, se encontraba un mendigo aterido de frío. Besé las mejillas de mi ángel particular y dejé que su cuerpo tocara el suelo, acomodándola en una de las esquinas del edificio. Mi plan cambió drásticamente, así como mis movimientos rápidos y atroces. Estaba sediento y necesitaba ahogar ese sentimiento, el cual gritaba con fuerza en mi interior provocando que temblara como si el frío pudiera dañarme.

Clavé mis colmillos en el cuello de aquel desgraciado. Mis labios se pegaron a su piel gruesa y sucia, el hedor de sus ropas era insoportable. Sus cabellos, como cada trozo de él, apestaban a vino barato y cigarrillos. Cerré los ojos bebiendo con ansiedad, absorbiendo recuerdos poco agradables como algunos cálidos de una niñez olvidada. Era la niña o él, yo había hecho mi elección y él había caído muerto contra los escasos escalones de piedra.

2 comentarios:

MuTrA dijo...

Interesante comienzo. Me halaga el haber sido invitada al mismo (o me atrevo a considerarme invitada). ^^ A ver qué pasará en la siguiente entrega del capítulo. :)

Respecto a lo del texto... Soy consciente de mi insignificancia en comparación a la inmensidad del universo. Pero no me considero insignificante aquí y ahora. Sólo pequeña y no en el mal sentido. :P

Besos y gracias por pasarte y comentar. Espero que pronto puedas leer el texto anterior que no pudiste.

Besotes. :************

Athenea dijo...

Bon soir, pettit prince y perdón por haber tardado taanto en empezar a leer la historia, pero es que últimamente no tengo tiempo ni ganas de nada XDD. La historia pinta muy bien (no en vano es de vampiros de verdad :)). Por un momento creí que el vampiro iba a matar a la niña... Si bien es cierto que al principio imaginé que convertiría a la madre... O que las mataría a las dos por piedad.

Un primer capítulo que encandila y no deja indiferente. Seguiré leyendo en cuanto tenga tiempo. ¡Un beso!

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt