Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Tenshi - Capitulo 2 - Sangre, nieve y sentimientos muertos - Parte I


Hola, quería asustarles hoy y les muestro fotografía mía editada... espero que el trauma no les dure, porque este capítulo será algo brusco y los necesito despiertos.



CAPITULO 2
Sangre, nieve y sentimientos muertos.

La sed siempre fue insoportable, ya fuera de minutos u horas. Mi paciencia tenía un límite y con humanos, rondando las plantas superiores, se quebrantaba fácilmente. Pasé mi lengua por mis labios, algo gruesos en comparación con los de algunos hombres. Mi boca era especial, decían que podía seducir con sólo mover mis labios igual que un ventrílocuo. Al menos, eso solía decir Frederick cuando simplemente suspiraba o recordaba con viveza algunos sucesos del pasado.

Encerrado en aquel ataúd arañaba la tapa, deseaba sentir la noche en todo su esplendor para ser únicamente la sombra que te asecha y te arrebata lo único que realmente te pertenece. No quiero la calderilla de los bolsillos de un adolescente estúpido, ni los poemas que pueda escribir un romántico a la chica de sus sueños o la belleza plástica de una modelo que intenta demostrar que es algo más que un cuerpo. No, no deseo ninguna de sus miserias o tesoros que son convertibles en papel. El papel se puede quemar, extinguir, y aún así se matan por un trozo al cual le dan un valor excesivo. Aquello que yo codiciaba me daba vida, la misma que yo arrebataba. Lo único que poseían eran sus almas, su sangre, y yo robaba ese preciado diamante como si no me importara lo más mínimo cada uno de sus sueños. Si bien, ellos me acompañaban eternamente.

En ocasiones, cuando bebía de mis víctimas veía algo más que su pasado. Podía sentir su miedo, era una fragancia que me atraía a pesar de su hedor, y también ver con claridad sus sueños más turbios o imposibles. Había tenido en mis brazos niños frágiles que soñaban con acariciar las estrellas, los sueños más puros que uno puede imaginar, y soldados que únicamente ansiaban ver muertos antes a sus enemigos. Yo no tenía piedad eligiendo mis víctimas, algunos vampiros eran selectos y yo sólo saciaba mi apetito. Por despreciable que suene, siempre me he considerado el huesudo dedo de la muerte.

Interrumpí la calma de la casa cuando surgí de entre los tablones, vestido con escasas prendas que logré tomar del suelo. Corrí hacia la puerta principal, igual que si fuera una fuerte ráfaga de aire, y mis pies se deslizaron por la gravilla hasta alcanzar el asfalto. Tenía los pies desnudos, la camisa desabotonada y el gabán rozaba mis talones mientras que mis pantalones negros estaban desabrochados también. Jadeé sediento, deseando atrapar cualquier cosa entre mis manos pegándola a mi cuerpo de hielo. Mis sentidos estaban más que agudizados, mi sed desatada como cada anochecer y mi espíritu deseaba correr libre.

Unas leves gotas cayeron sobre mi rostro, el cual alcé de inmediato contemplando las nubes que se amontonaban. Pronto la tormenta rugió y se volvió poderosa, como una mujer molesta con su amante arrojando todo lo que está en sus manos. Mis piernas se volvieron ágiles y firmes, mi abrigo era idéntico a una capa o a las alas de un ángel. Toda mi figura era la de un demente escapado del psiquiátrico, pero en realidad era un cazador que deseaba aniquilar todo aquello que se pusiera en su camino. La lluvia comenzó a empapar mi cuerpo, mis cabellos se pegaron a mi largo cuello de marfil y mis uñas se deslizaban por mis agrietados labios, entreabiertos porque mi respiración era agitada. A pesar que no tenía que respirar, que era un mero impulso que a veces ni existía, sonaba fuerte cada exhalación de mis muertos pulmones.

Creo que no queda nada de humano en mí, salvo algunos rasgos y mi cuerpo que cada vez es más resistente. Quinientos años soportando ser lo que era, aceptando los beneficios y los castigos, me habían dado unas habilidades sobrenaturales poco frecuentes. Corriendo por aquella carretera me sentí como caballo desbocado, no encontraba el camino a casa y sólo quería seguir corriendo. Y eso hice, corrí hasta toparme con un coche. Sus faros me iluminaron y por un breve segundo pude ver el miedo petrificando el rostro del conductor.

En cuestión de segundos estaba sobre el techo del coche, aferrado a este mientras lo abría como una lata de sardinas. Los gritos ensordecedores del único ocupante eran elevados, y mi agudo oído se sentía torturado. Deseé arrancarle las cuerdas vocales para aplacarlo. El coche se movía serpenteando por la carretera, hasta que golpeó duro contra una de las vallas publicitarias cercanas a la entrada de la ciudad. Me bajé para automáticamente arrancar la puerta del conductor, así como sacarlo a él lleno de totalmente hundido en preguntas ilógicas.

-¿Qué eres?-preguntó en un balbuceo.-¡Oh señor! ¡Oh señor! ¡Dios! ¡Voy a morir! ¡Voy a morir!-gritó pataleando, intentando apartarme rasguñando mi torso, mientras mis imponentes dientes sonreían a pocos centímetros de su rostro.

No recuerdo bien su físico, ni siquiera el color de sus ojos, si bien uno de sus recuerdos se había quedado clavado en mi mente. Él me mostraba todo como si fuera un narrador omnisciente. Su madre cortando una tarta, su padre soplando un matasuegras y tres velas colocadas dispersas sobre el dulce. Había más niños alrededor, todos cantaban para homenajearlo, mientras sus rechonchas manos se veían enterrándose en el pastel. Había elegido un momento dulce, uno de esos que te hacen recordar que en algún momento de tu vida fuiste amado y te eligieron como salvador de todos los males.

Su sangre me calmó, pero no del todo. Mi boca presionaba sus arterias mientras mis colmillos se hundían cada vez más a sus hombros y luego a su cuello. Varias mordeduras por rabia, porque el juego se había acabado demasiado rápido. Arrojé lejos el cadáver, lo hice usando mis brazos como catapulta hasta estrellarlo contra uno de los secos árboles que recordaban la presencia de la contaminación.

Me aparté del coche, de aquel cadáver que ya apestaba a muerte y del lado de la calzada donde todo había ocurrido. Sin importarme poco, más bien nada, hice explotar el motor del vehículo convirtiéndolo en una bola de fuego que se extinguió rápidamente por la tormenta. Si bien, aquella explosión hizo volar trozos del automóvil sobre la carretera, algunos quedaron incrustados en las copas de los árboles cercanos.

Tenía sed. Quería calmarme para volver a ser el frío espectro que danza frente a todos y que nadie ve distinto, tan sólo un extranjero contemplando con sus ojos rasgados la ciudad decadente que heredarán sus hijos. Mis largos cabellos se pegaban con más fuerza a mi espalda, parecían hundirse entre la tela de mis empapadas prendas y hacer brotar las alas que jamás tuve. Y con aquella sed me interné en el bosque, cazando un par de animales de escaso tamaño. El rastro de pequeñas criaturas era nada, escaso, para el apetito con el cual había surgido aquella noche.

Me interné por senderos poco conocidos, más bien no se recorrían desde hacía años, y que daban a pueblos perdidos que ahora tenían otros lugares de paso. Pueblos que eran minúsculos asentamientos dispersos de un par de casas. Todas aquellas viviendas eran de agricultores y ganaderos, también pequeños comerciantes, que sobrevivían gracias al refugio de los altos precios por la artesanía en al ciudad.

1 comentario:

MuTrA dijo...

Cada vez me dejas más intrigada. Sobre todo por el (aparentemente) turbulento o agrio pasado de este personaje... :)

Espero ya la siente parte.

Por cierto, tu foto me ha gustado, así que nada de traumas. ;)

Besos guapo.

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt