Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

martes, 13 de diciembre de 2011

Tenshi - Capitulo 3 - Sombras chinescas - Parte II




El eco incontenible de un viejo tocadiscos, melodías de otros tiempos que ni siquiera Frederick había vivido, era el perfume ambiental junto al de la leña y la tierra mojada. El reloj marcó las diez de la noche interrumpiendo aquel murmullo elegante de voz fantasmal, la de David Bowie repetía los escasos años que quedaban para vivir en este planeta contaminado. Él estaba frente a mí con sus piernas cruzadas de forma elegante, sobre ellas tenía un viejo libro que había rescatado de un anticuario y sus gafas de lectura colgaban juguetonamente de la punta de su nariz. Sus dedos se movían apaciblemente tirando de estas por las esquinas, dejando que su mente volara junto a la música y las letras escritas hacía décadas.

-Se retrasa.-comenté acomodándome en el elegante asiento que había adquirido para mis horas de lectura acompañando a mi buen amigo, dejándome llevar como él lo hacía.-Debería estar aquí.

-Aunque llegara a su hora.-dijo tras un largo suspiro, como si mi impaciencia le agotara.-Tú no deberías estar aquí, ya que ella te recuerda y lo hace como si fueras una fantasía.-indicó.

Los minutos se hacían eternos, había esperado años pero aquellos breves instantes parecían más angustiosos. Ni siquiera estaba seguro porque deseaba aquel encuentro, me había mantenido al margen todos y cada uno de los días que ella había estado fuera, y ahora ansiaba verla como aquella primera vez.

En la mente de mi buen amigo sólo existían miedos, dudas que le ahogaban y molestaban, y a la vez cierto amor hacia la criatura que iba a cruzar la puerta principal hasta llegar al salón donde nos hallábamos. Él seguía amándome, lo hacía como el primer día, y temía que yo cayera en los brazos de aquella jovencita. Si bien, él deseaba contemplarla radiante porque con el tiempo la sentía como una hija. No quería verse en un segundo plano y a la vez lo ansiaba.

Los sentimientos se enfrentaban como guerreros ansiosos de victoria, a pesar que sabían que por mucho que lucharan no conseguirían más que un dolor de cabeza. La música paró mientras él seguía intentando controlar el campo de batalla, si bien sus ojos se desviaron hacia mí cuando me levanté. Cambié el disco para proceder a poner otro tipo de melodía, más calmada y extraña para un demonio como yo. El Ave María en voz de Luciano Pavarotti sobrecogió su corazón por unos segundos, también el mío.

Mis pasos se hicieron lentos y elegantes, como si despertara de un sueño que me hubiera consternado. Me aproximé a Frederick y besé sus labios, un simple roce en el cual mostraba mi afecto fraternal. Era un monstruo y él me veía como un ángel, igual que ella, que podía salvarlo de aquel caos que electrocutaba cada neurona sana que aún poseía. Sus ojos brillaron un segundo, vi el atisbo de una lágrima que decidió contenerse hasta que me marchara.

-Debo irme, se aproxima.-susurré acariciando su rostro.-Te veré más tarde.

Guardó silencio, quedándose en su lugar aguardando que ella regresara. Noté como contaba mis pasos hasta marcharme hacia la puerta trasera. Iba en busca de la capilla, me encerraría en ella orando por mi estupidez y mis delirios. Los pecados de la noche aún no se habían dado, a decir verdad mi apetito aquel día era nulo y únicamente me devoraba la ansiedad de nuestro nuevo encuentro.

El frío nocturno no era tan agudo como el de media noche, aún así sentí el viento congelado golpear mi rostro y revolver mis largos cabellos negros. Mis pasos sonaron pesados sobre la nieve, pequeños murmullos que resonaban en el desértico jardín. De fondo podía escuchar aún la voz de uno de los mayores tenores que había conocido el mundo actual, mientras un coro y una orquesta le acompañaban. Mi boca estaba cerrada, apretando fuerte la mandíbula igual que mis manos. Me sentía como un demonio y a la vez deseaba ser el ángel que ella recordaba. El ser humano me producía náuseas, salvo ellos dos que me atraían como si estuvieran imantados. Él era una obra de arte que envejecía, una biblioteca cubierta por saberes y milagros que otros podían desconocer a pesar de tener su misma edad. Ella era una flor, una rosa que aún en invierno seguía resplandeciendo en mi recuerdo.

Abrí la capilla, la cual pareció más pesada que en otras ocasiones, y al entrar las velas se iluminaron a mi paso. Se cerró tras mi entrada aquella gigantesca puerta, como si fuera una caja musical a la cual únicamente podría acceder yo, mientras mis pies manchados de nieve y barro dejaban sus huellas. Me arrodillé frente a la gran cruz, símbolo de amor y entrega, mientras mis manos se juntaban entonando mi ruego habitual.

Me sentía desnudo a pesar de mis gruesos pantalones, la camisa, el chaleco y la chaqueta que llevaba. Era como si pudiera sentir las caricias de todos los que allí se representaban y una cálida luz cayera de la cúpula llamándose Dios. En esta había grabados que nadie comprendía ya, legado de templarios, y que no eran más que notas de una canción que ya nadie interpretaba.

Recordé entonces a mi maestro, aquel que una vez me hizo aprender las notas que se podían leer en los templos más antiguos y gloriosos. Sus manos cubiertas por viejas heridas de espada, sus uñas gruesas y manos ásperas, que señalaba con majestuosidad y calma cada símbolo. Su espesa y pulcra barba dejaban escasamente sus labios finos, sus ojos, pequeños y claros, recitaban y contemplaban cada nota mientras toda su alma parecía entregada a un éxtasis religioso apoteósico. Tenía más de doscientos años cuando me creó, aunque jamás supe su edad exacta, había vivido la oscura época medieval y había sobrevivido a ella. Perteneció a la noble orden de los templarios, guerreros que incluso buscaron el Cáliz sagrado. Los códices más antiguos, los milagros más asombrosos, y la sabiduría matemática, científica, literaria y musical era el mayor de sus legados. Yo fui un hijo para él, aquel que guardaría sabiamente cada una de sus palabras y que las reproduciría llegado el momento.

-Pedro me dijo una vez.-dije en un murmullo mientras miraba con vehemencia el crucifijo.-que el amor de Dios es imposible de explicar. Nos ama tanto que nos da la libertad de obrar bien o mal, siempre que aceptemos el castigo por nuestros actos.-murmuré antes de palpar mis labios.-Como si fuéramos hijos que merecen saber que si hacen bien tendrán buenos frutos, pero si hacen mal sufrirán por no haber sabido obrar.

Me senté en aquel suelo dejando que la humedad de este traspasara mis pantalones, hasta mis huesos, y la sensación de sobrecogimiento terminó aplastándome. Mis actos, cada uno de ellos, tenía nombre y un significado nada agradable. Era un cazador, cazaba para sobrevivir y en ocasiones mi lado sibarita me hacía elegir lo más selecto, lo que aún brotaba. Había matado a niños que aún se alimentaban del pecho de sus madres, ancianos que habían sobrevivido a guerras y que aún tenían fuerzas para seguir narrando sus pasos, jóvenes que estaban cargados de sueños asombrosos y que ya nadie conocerá salvo yo. Los inducía a todos en sueños que les transportaban a lo más deseado, sintiendo el calor de la vida mientras se iba directa a mis arterias. ¿Qué podía esperar yo del fin de mis días?

En ese instante tan crucial, donde yo me juzgaba por mis actos, escuché el motor del coche que la traía hacia la mansión. Sus diminutos pies se hundían en el camino hasta la verja y allí dejó sus delicados dedos de pianista. Jugó con el frío del hierro, dejando que erizara su piel y cada uno de sus sentidos se agudizó cargada de emociones que no sabía calificar. Noté los pasos acelerados de Frederick, así como su corazón, hasta llegar a la cancela y abrirla. Allí quedaron de pie ambos, pude escuchar el silencio en un murmullo junto a las lágrimas que brotaban de ambos.

-¡Tío Frederick!-exclamó abrazándose a ella, rodeándola con sus brazos y notando al fin que los días apartado de su querido tío habían acabado.

Su estatura era escasa, parecía mucho menor para sus años. Su rostro era dulce, tan calmado como la suave brisa del verano, y sus ojos poseían un verde similar al del pasto recién cortado. Toda ella era un suspiro de primavera en medio de la nieve, como si fuera el brote de esperanza que tanto ansiábamos. No medía más del metro y medio, aunque sus botas la hacían ganar unos centímetros, y se veía delicada entre los brazos de su supuesto tío.

Llevaba una ropa de abrigo algo pesada y larga, de toques melancólicos por su color negro y ocultaba su vestido rojo con moñas negras y enaguas blancas. Vestía como si fuera una dama de otra época, quizás porque se había criado entre los cuidados de niñas aristocráticas y delicadas que soñaban con ser princesas de castillos tan fantasmales como mi vieja mansión. Sus cabellos estaban recogidos en dos coletas con moñas de satén rojo, aún así se veían escasamente por la capucha de aquella especie de capa con mangas de hada.

-Mi dulce niña, mi ángel.-susurró estrechándola contra él, acariciando sus mejillas con la misma ternura que podrían tener los dedos de un padre.-Mi niña, mi dulce niña.

Su alma sufría porque se sentía culpable. Él había detestado a la pequeña en su momento, pero con el paso de los años había terminado adorándola. Ese sentimiento pesaba oprimiendo su pecho, encadenando sus ojos a una mirada amarga. Si bien, la dicha rebosaba cuando sentía su respiración cerca y su joven piel sonrojada pegada a la tela gruesa de su chaqueta.

-Pasa, pasa dentro.-dijo tomando sus maletas.-Cuéntame como fue tu viaje mientras entras en calor, después si lo deseas puedes darte un baño y subir a tu habitación. Tengo todo preparado.

Sus pasos se volvieron rápidos, igual que los de ella, y ambos terminaron entrando dentro. Yo simplemente salí al jardín. Quedé como estatua de piedra bajo la nieve que comenzaba a caer nuevamente. No había nevado igual desde la noche de su partida, como si aquello fuera el recordatorio de mis palabras. Quería un milagro, ella parecía serlo.

Entré con sigilo por la parte trasera, recorrí el largo pasillo hacia el salón y me quedé oculto bajo la escalera que daba a los pisos superiores. Desde allí podía ver a un ángel sin alas, una pequeña bailarina que explicaba su larga travesía con los ojos llenos de ilusión, viejos recuerdos y cansancio.

-Ha sido agotador.-comentó en susurros mientras se sentaba en uno de los sillones, dándome la espalda.-Tío, he estado casi dos horas en el aeropuerto. No querían dejar salir los autobuses, vehículos privados o taxi. Decían que había un monumental atasco y yo me moría de ganas por estar en casa.-se sonrojó antes de tomar las manos de Frederick, el cual estaba aún de pie frente a ella intentando averiguar donde me hallaba.-Tío, siento tu casa como mía.-dijo clavando sus ojos en los de él, puesto que los había bajado sonriendo con cierta dulzura, rompiendo su estampa de hielo para ella.-¿Puedo quedarme aquí? Deseo trabajar en la ciudad mientras estudio, pero antes debo encontrar un apartamento y echar la solicitud para esta universidad. He terminado mis estudios más básicos, sólo me quedé para aquel curso extra de ballet.

-Sí, puedes hacerlo.-dijo apartando las manos de ella, sentándose en el butacón contrario y suspiró pesado.-Puedes hacerlo, ya te dije que no es problema.-contempló al fin mi sombra y dejó escapar una mirada amarga hacia el rincón donde me resguardaba.-Sólo temo que la convivencia nos divida.

-Eres como un padre para mí.-susurró acomodando su vestido, tras despojarse de aquel abrigo tan grueso.

-Carolina, para mí eres una hija.

La noche en la cual ocurrió todo, la misma que él terminaba de abotonar su abrigo, le hizo repetir cientos de veces su nuevo nombre. Ella simplemente lo balbuceaba sonriendo mientras sostenía su peluche. Recuerdo ver aquella escena como si yo no participara, como si sólo fuera un cuadro, y sin embargo era el culpable de dar mi consentimiento para que él se la llevara lejos.

Ya no te llamas Soledad, te llamas Carolina. Repítelo, preciosa.”

1 comentario:

MuTrA dijo...

Dulce y sutil dedicatoria. Eso me ha gustado mucho. ^^

Me ha resultado un pelín desconcertante la reacción de Tenshi, pero supongo que, al igual que yo, aún está asimilando cómo los recuerdos y los hechos se están haciendo realidad, así como los cambios en la pequeña. ^^

Besotes. :******

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt