Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 9 de enero de 2012

Tenshi - Capitulo 6- Nunca más II


Mis ojos no paraban quietos. Miraba la hilera de hormigas apeguñadas que era su letra, a ella arrinconada como si fuera un animal herido, la sangre goteando expandiendo un poco más el charco bajo sus pies y la cuerda que lo mantenía izado cual bandera. Aquel lugar apestaba a muerte, pero mis deseos de caza aumentaban notablemente por culpa de aquel hedor constante que provenía de sus venas.

-Ven.-susurré aproximándome sosegado, intentando que se abrazara a mí para proteger sus ojos de la impactante escena.-Ven, por favor.

-¡No!-exclamó atrincherándose un poco más en aquel pequeño hueco.

-No te haré daño.

No estaba seguro de mis palabras, titubeé cuando las pronuncié. Temía abalanzarme sobre ella y probar el manjar que me prohibía a mi mismo, y todo porque los sentimientos eran demasiado intensos. Cuando estaba a punto de forzar su salida de la habitación se desplomó. Sus ojos quedaron en blanco y todos sus músculos se relajaron, quedó aturdida contra la rugosa pared. Algunos de sus cabellos cayeron sobre su frente, rozando su mejilla y jugueteando con su respiración. Aún estaba prácticamente desnuda, tan sólo llevaba la ropa interior y una bata suave de un tejido similar a la seda, pero mucho más barato.

-Querida mía.-susurré tomándola entre mis brazos, alzándola del suelo frío que la acogía con cierto encanto de muñeca rota.-Haré que pienses que todo esto fue una pesadilla, que nada de esto ha ocurrido.

Con cuidado cargué su cuerpo hasta su colchón, allí en su cama sentí aún las emociones vividas en la noche anterior. Los recuerdos iban y venían regalándome emociones contradictorias a las que en ese momento se formaban. Siempre dije que la cuidaría, que protegería su vida con la mía. No conocía bien el sentimiento que me torturaba, día y noche, pero sabía que era importante. También lo era Frederick y de él me ocupé nada más dejarla arrojada sobre el colchón, arropada con las cobijas gruesas que tan suaves y cálidas eran.

Mis pasos hasta la alcoba de mi buen amigo fueron lentos, parecía cargar su ataúd en esos instantes. El aroma a él se hacía intenso, sus recuerdos aparecieron como en una vieja película. Cada momento vivido junto a él me golpeaba duro, y yo que era una piedra quedaba hecho arena. Con calma bajé su cuerpo, lo estreché contra mí y dejé que una lágrima sanguinolenta manchara mi mejilla. No había experimentado un dolor tan intenso desde hacía más de quinientos siglos.

Lloré forma desgarrada, dejé que mi alma se hundiera en la pesadumbre, mientras mi rostro seguía intacto salvo por el pequeño surco rojo que había provocado mi única lágrima. Sin embargo, yo lloraba. Sentía un dolor agudo en mi pecho y la culpa caía a mis espaldas. Debí haberlo amado o dejado que partiera, pero jamás mantenido a mi lado por puro egoísmo. Su rostro se veía sereno, murió calmado porque quería la muerte pero sus ojos estaban vidriosos, síntoma quizás de un llanto agónico mientras yo disfrutaba con aquella luciérnaga.

Desnudé su cuerpo quitando la gruesa camisa de pijama empapada en sudor, sangre y pestilente muerte. También lo despojé de su pantalón y ropa interior. Solté sus largos cabellos rubios, los cuales tenía ciertas betas canosas que le daban un toque distinguido y distinto al resto. Su rostro siempre fue el de un ángel, a pesar de las finas arrugas que ya se mostraban en él. Delgado, con los huesos de su pelvis bien marcados, y su piel suave pero ahora fría, me recordaba al día en el cual lo vi por primera vez. Estaba tan aterido de frío, pedí que se desnudara y tomara un baño caliente. Sin pudor lo hizo frente a mí y con el mismo pudor yo le arrancaba sus escasas pertenencias.

Llevé su cuerpo inerte al baño, llené la bañera mientras acariciaba lentamente sus cabellos. No pude contener mis besos sobre su rostro, cubriéndolo con piedad y dolor en cada caricia. La angustia me ahogaba y no podía pronunciar palabra alguna. Cuando lo introduje en la bañera su cuerpo cayó desplomado, mientras lavaba su cuerpo con paciencia como si fuera un rey y yo su humilde siervo.

Nada más terminar el aseo lo sequé con cuidado, arropé su cuerpo con su mejor traje y lo envolví en la manta que usaba cuando leía. Decidí que lo enterraría frente a la capilla, allí podría rezar por su alma y pedir su entrada en los cielos. Él creía fielmente en Dios, pero decía que él poco o nada le importaba. Si bien, sabía que un hombre como él debía de importarle a cualquier criatura que posara sus ojos un instante sobre su dorada cabellera. No fue hasta ese momento, en el cual descendía por la escalera, cuando lo vi claro. Él no era mi amigo, él era mi ángel de la guarda.

Si existía Dios, como así creía, aceptaría su alma como la Tierra aceptaba su cuerpo. Él era un ángel, y no yo. Un hombre de aspecto menudo pero de gran corazón. Se había ido, quitado la vida, para ceder su lugar a la niña que tanto amaba.

Cavé bajo una nueva ventisca, la nieve comenzaba a caer de nuevo, cuando eché su cuerpo al foso junto a su libro favorito. Una vez cubierto, por tierra y nieve, me arrodillé frente a su tumba rezando. El frío no me importaba, aunque lo sentía como mil navajazos. Ya nada me importaba, al menos no en esos momentos tan dolorosos, porque me di cuenta que de haberse marchado al menos hubiera sabido que seguía vivo.

1 comentario:

MuTrA dijo...

:''''( Me da penita nuestro pobre Tenshi. A su manera quiso a Frederick, pero su manera no fue la mejor y se ha dado cuenta tarde. No obstante es noble por su parte el dedicarse a él aunque sea algo tarde. Es un gesto dulce y bonito el de asear su cuerpo frío y enterrarlo bajo los mayores honores que sólo Tenshi le puede dar... Ains... Me has tocado la venilla sensible...

¡Besotes hermosura!:*****

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt