Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 18 de febrero de 2012

El caso - Los recuerdos no llegan - Capitulo 4 - Parte 1

Esta noche es la final del Falla, el Carnaval que durante 1 año ha estado cociéndose explota en fiesta. Para los amantes, los verdaderos apasionados, el carnaval sigue en la calle y durante meses se pasea por los bares, teatros y cualquier punto donde puedan sacar ingenio.

VIVA CÁDIZ, VIVA LA PEPI... Sí, VIVA LA PEPI porque el Selu es demasiado grande.

Cito textualmente: Los políticos sean de izquierda o sean de derecha, pisen por donde pisen lo dejan todo hecho una mierda


Señores, un carnavalero sube hoy parte de su novela de misterio... pero no puede dejar de pensar en confeti, cuples o popurrí oportuno para sacar la punta, la gracia y sobretodo el alma.



Capitulo 4

Los recuerdos no llegan.

[6 meses después]

Podía escuchar las aspas del ventilador moverse peligrosamente a escasos centímetros de mi rostro. El sudor perlaba mi cuerpo, a pesar que estaba desnudo. No poseía ni un trozo de tela cubriéndome, sin embargo las ropas de la cama estaban empapadas. Fuera hacía más de treinta grados a la sombra. El sol se alzaba deslumbrando a todos, provocando que huyeran hasta las zonas costeras aquellos que podían darse ese privilegio o piscinas, aunque fueran hinchables, soñando que estabas en las tranquilas costas del Caribe. Los altos edificios parecían iceberg a punto de romperse por la mitad y caer destruidos. El asfalto parecías cenizas de un fuego reciente.

La silla de ruedas ya no estaba, en su lugar había unas muletas que me recordaban que aún quedaban muchos pasos por dar y un mayor esfuerzo para no detenerme. Sin embargo, los recuerdos sólo regresaban en la noche con disfraces macabros y ni siquiera sabía si eran reales o meras fantasías. La mesilla de noche estaba repleta de botellas de whisky vacías, así como algunas de agua. Estaba algo ebrio, quizás para soportar ser un libro que no recordaba como ser leído.

El resto de mi inmueble volvía a estar sucio, hacía más de una semana que Samantha se había esfumado. Yo no podía pagar sus servicios, ella no trabajaba por amor al arte, aunque cada noche telefoneaba para saber si me había ido bien el día. Hacía un par de días me trajo galletas caseras, pero no permití que entrara. Seguía pensando que ella hacía todo aquello por pura lástima.

Hacía más de dos días, con sus dos noches, que no era capaz de conciliar el sueño. Aquel nauseabundo calor me hacía delirar. Esa mañana había tomado varios somníferos mezclados con whisky de baja calidad, necesitaba dormir. Mis labios ardían con aquellas gotas de alcohol. Mis pestañas se movían lentamente, mis dedos acariciaban aquellas sábanas sudadas y mi respiración era tan pausada que parecía haber caído muerto.

Una vez más la presión en mi pecho, el sentimiento que el techo caía sobre mi cabeza, y como si se tratara de una maldición los murmullos de su voz. Un ángel danzaba frente a mí, provocador y sensual, sus ojos llenos de vida acarreaban tantas miserias como las mías propias. Ropas decadentes y escuetas, para mostrar pronto una muerte cruel frente a mis entumecidos músculos y pesados párpados. Sus cabellos dorados parecían rayos de luz que atravesaban las persianas bajadas de mi apartamento, sus ojos se clavaban como dagas en mi pecho y esos labios, tan carnosos, cantaban con melancolía y cierta picardía que me excitaba a pesar de saber el fin de aquella marioneta.

Su piel blanca parecía de nieve, sus labios pintados con el carmín de su propia sangre y sus piernas eran tan atractivas como su cintura. Un ángel, sin duda, porque no se podía llamar de otra forma a esa visión. Jugaba conmigo cada vez que deliraba a punto de la muerte, o simplemente cuando el cansancio y la impotencia me podían.

-¿Quieres que muera? ¿Celebras mi muerte? ¿Qué te he hecho yo?

Mi voz sonaba ronca en un hilo de vida, sin embargo su respuesta fue una sonora carcajada mientras negaba. Pronto su cruenta muerte. Hundió un cuchillo en su garganta rajándola, permitiendo que viera sus ojos llenos de lágrimas. Un grito mudo parecía emitir sus perlas blancas que ahora estaban rosas, sus labios estaban teñidos de sangre y saliva. Moría frente a mí, sin poder hacer nada. Me torturaba con aquellas imágenes y me preguntaba si conocía su historia, si nos habíamos cruzado alguna vez.

-¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!

Lloraba intentando levantarme y tomar control de mi cuerpo, el cual parecía sumergido en arenas movedizas. Cuanto más intentaba levantarme más hundido me sentía, incluso podía notar como mis costillas se aplastaban contra mis pulmones y prácticamente se volvían puñales. Me faltaba el aliento y el calor aumentaba. A veces me preguntaba si esas sensaciones que percibía era el descenso a los infiernos o sólo un guiño macabro al dolor que ella pudo sentir en su alma. Pensaba que era ella a pesar de sus nulos pechos, sin embargo sus pronunciadas curvas no dejaban duda.

Pronto los casos que aún permanecían en la pared me abofetearon, las fotografías y titulares caían en cascada sobre mi rostro. Parecían que desplumaban a un ángel, tal vez mi visitante, y arrojaban sus plumas sobre mí como hacían antaño con los pétalos de rosas ante los grandes reyes. Quería gritar y no podía siquiera respirar, mi lengua estaba seca y pegada al paladar.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt