Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 26 de febrero de 2012

El caso - Los recuerdos no llegan - Capitulo 4 - Parte 3



Mis dedos tanteaban aquellos trastos inútiles, restos de una vida que yo había tenido. Saqué todo. No había tenido los cojones suficientes para afrontarlo antes, pero en esos momentos todo me daba igual. Ya no tenía miedo a las fotografías de una infancia gris, las postales de una mujer que desconocía y que decía amarme de hacía más de diez años, viejos libros llenos de anotaciones o mis folios.

Me senté con aquellas cajas amontonadas a mi alrededor. Fui sacando trozos de una vida, mi vida, para unir un rompecabezas gigantesco. Entonces las vi, un montón de carpetas que no había visto antes y no recordaba. Eran carpetas de imitación a cuero parecidas a las típicas azules de gomilla. Dentro había decenas de folios de letras de máquina de escribir, en ellos se relataba una historia tremenda y agónica. Me temblaban las manos cuando comencé a leer aquella hilera de hormigas.

“No sé cuanto tiempo ha pasado desde que no escribía. Tal vez, hace más de una década que no me disponía a narrar una parte de mi vida. Cuando niño creía que escribir todo, absolutamente todo, vendría bien para el día de mañana. Quería recordar como era el color de las mariposas cuando eclosionaban en mi caja de zapatos, así como la temperatura que podíamos alcanzar en invierno y el ruido de la hojarasca bajo mis zapatos. Mamá decía que yo sería escritor, periodista o alguien importante. No soy más que un ex-policía al que toman por chiflado drogadicto, un ser que sólo miente y lo hace para conseguir un poco más de mercancía. Juro que jamás me he metido droga, sólo he tomado alcohol y siempre para intentar olvidar.

Me llamo Travis Adams, tengo alrededor de los treinta y cinco años, he aprendido a amar y a odiar. Estas líneas puede que sean las últimas de mi vida, mi legado. Tengo miedo a que me vuelen la tapa de los sesos, pero siempre me muestro frío como si no tuviera importancia. He perdido la cuenta de cuantas veces he iniciado estas líneas con un cigarrillo a medio apagar, consumiéndose en mis labios, mientras mis ojos amargos intentan no llorar por su alma y por la mía.

No me he vuelto loco. Hablo de su alma porque él era el más inocente de todos. Si pudiera describirlo hablaría de un ángel, un ser incorpóreo que danza para mí en los suburbios. Lo descubrí pegado a la barra de un bar buscando compañía, primero pensé que era una mujer. Tardé más de media hora en percatarme que tenía frente a mí a un muchacho de diecisiete años que intentaba llevarse a la cama a un hombre de treinta años, borracho y que acababa de ser despedido del trabajo de sus sueños. Mi madre quería que fuera un hombre dedicado a las letras, pero yo me dediqué a los crímenes. Él se prostituía y sabía que en otras circunstancias hubiera clausurado el bar, llevándome detenida a la mitad de la clientela, pero en aquellas dejé que acariciara mi entrepierna haciéndome soñar que era una chica guapa en un lugar perdido de aquella hedionda sociedad y que me amaba, sobre todo lo último.”

Palidecía por momentos. Un sudor frío recorrió mi frente y mis manos temblaron. No podía seguir leyendo. Me faltaba el aire. Necesitaba que alguien lo leyera por mí. Pensé en Samantha pero temía que me mirara de esa forma tan compasiva. Debía encontrar a alguien que tuviera la suficiente paciencia para hacerlo, pero yo no tenía mucho tiempo.

-No tengo tantos huevos, no los tengo.

Creo recordar que estuve casi cuatro horas contemplando aquellos folios. Era como si hubiera abierto la caja de Pandora y no deseara saber más del asunto, sin embargo algo me empujaba a desear hundirme en ese oleaje y ahogarme si era preciso. Temía descubrir que todo lo que estaba viviendo estaba cimentándose en bases erróneas, que tal vez era aún más desgraciado. Me sudaban las manos, también la frente, pero era un sudor frío y lleno de inquietudes.

Tomé aire echando mi cabeza hacia atrás, dejando que las ideas se acumularan y mis ojos se cerraran con fuerza. Igual que cuando se es niño y se cree que así las pesadillas se irán, sólo faltaba la manta sobre la cabeza. Necesitaba que alguien me abrazara, me dijera que todo iba a salir bien, y finalmente me ayudara a sobrellevar ese impacto. Mi yo del pasado le contaba al yo del presente todos los entuertos donde se había metido, entre ellos dejarse llevar por un prostituto en un bar de mala muerte.

Después de varias horas eché valor para seguir leyendo unos cuantos párrafos, aunque en realidad fueron unas cuantas líneas. No puedo describir con palabras como me sentí. Nada encajaba, pero a la vez tenía sentido. Era como un enorme mapa del tesoro hecho añicos, y yo debía de averiguar como iba cada trozo.

“Las palabras románticas sonaban tan bien en sus labios, más bien las mentiras. Lucían incitantes y llenas de ternura en aquellos labios sensuales, su lengua se movía con sutileza de pavo real y sus ojos me conquistaban añadiendo un mejor disfraz. Realmente podía creer que me amaba, que lo hacía como si yo fuera el hombre que había estado esperando durante toda su vida. Sus manos se movían sensuales aproximándose el cigarrillo a la boca, sus caladas eran de estrella de Hollywood de los años cincuenta. Su voz era aterciopelada, jamás hubiera sabido que era hombre a no ser por su tímida nuez.

-¿Qué nombres me quieres poner?

Rompió el encanto, pero no me importó. Aquella pregunta me hizo pensar en mil respuestas, pero deseaba conocer su nombre. Dentro de tantas mentiras necesitaba un haz de luz directo a la verdad.

-Dime tu nombre, así acabamos antes.

Eso provocó que riera, aunque lo hizo con un deje amargo ensombreciendo su rostro, así como su mirada.

-Lo siento, no concedo datos personales.

Se inclinó hacia mí tomándome de la nuca con su mano izquierda, en la derecha tenía un cigarrillo que prácticamente se estaba acabando. Sus labios rozaron mi cuello, pero sus palabras torturaron aún más mi mente.

-Dímelo.

Rogué tomándolo por la cintura, provocando que tuviera escalofríos, pero la respuesta fue un no rotundo mientras movía sus cabellos. Eran como hilos de seda dorados como el sol, como los pastos de cereales. Parecía haber sido bendecido con una belleza propia de Narciso.

-Llámame María.

Su verdadero nombre no me lo dijo hasta la quinta noche que pasamos juntos. Buscaba siempre sus brazos, deseaba hundirme entre sus piernas mientras me hablaba de todo el amor que me tenía. Falsas palabras que comenzaron a herirme cuando me enamoré como un adolescente. Se me llevaban los demonios cuando le veía con otros, porque sabía que podía decirle las mismas palabras que a mí me ofrecía. Los celos me comían el alma y me harían. No podía reprocharle nada, tan sólo rogar que no oliera a otro cuando me abrazara.”

Solté los papeles como si me quemaran. Me había enamorado de un hombre, aunque estaba seguro de ser rotundamente heterosexual. Descubrir aquello me perturbó nuevamente, pero esta vez me alejé de todo arrastrándome como si estuviera entre trincheras. Jadeé empapado en sudor antes de subirme a la cama. Sentía que el colchón me engullía junto a este sentimiento extraño, al sufrimiento de haber olvidado el eco de su voz y todo lo que había descrito. Acepté el hecho que fuera un hombre, poco a poco con el paso de las horas, pero no con el haberme enamorado. Era un bala perdida y no quería pensar que podía tener sentimientos.

Las palabras que lo describían le daba el aspecto de un ángel, olvidando así su género, y dándole un enfoque distinto. Si era como había descrito cualquier hombre hubiera caído en sus redes aunque fuera unos minutos, porque todos deseamos algo de belleza en nuestras vidas y más aún si son miserables. Yo era un insecto de lodo mientras él parecía una mariposa esperando la oportunidad de escapar de la basura que le rodeaba. Di por echo que era aquella criatura frágil que se burlaba de mí acabando con su vida frente a mis ojos, recordándome quizás que no estaba por mi culpa.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt