Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 17 de mayo de 2012

El caso - Corazones de compra-venta - Capitulo 5 - Parte 1




Capitulo 5.

Corazones de compra-venta

[3 días más tarde]

Durante los tres días siguientes no hice otra cosa que meditar aquellas palabras, no era capaz de leer más allá de esas escasas líneas. Habían machacado duramente mi cerebro, lo habían convertido en papilla. No dejaba de imaginar la tórrida y nocturna escena, con sus personajes secundarios ebrios y llenos de sudor, así como nosotros contemplándonos como si fuéramos viejos amantes que se reencuentran en París, Roma o Berlín. Nos engañábamos, viajábamos ambos a lomos del frenesí y finalmente no quedaba más que pedazos de nuestras almas. Yo no podía hacer otra cosa que imaginar su voz, el coqueteo de sus pestañas y la forma de mover sus caderas dulcemente contra mi bragueta. ¿Aquello era el paraíso? Podría serlo, aunque contaminado como la vida real y lleno de desengaños.

Ni siquiera era capaz de olvidarme de él en la noche. Pues, ya sabía el porque de sus furtivas visitas inesperadas. No deseaba que viniera a por mí de nuevo, no de esa forma tan macabra. Había visto varias formas de muerte, una más dolorosa que la anterior y menos que la siguiente. Tenía que ver su cuerpo manchado de sangre, igual que si fueran gotas de lluvia en plena tempestad. No podía contemplar aquello una vez más, así que ni siquiera me atrevía a pegar ojo.

Aquella mañana, la del tercer día, salí del apartamento rumbo al portal del edificio. El ascensor se murió como un viejo tabacoso formando aquel ruido siniestro de película de serie B. El portero no se encontraba realizando sus funciones, como siempre dormía a pierna suelta sobre el pequeño mostrador frente a los buzones.

En parking cercano me esperaba la ambulancia, con sus luces apagadas y con la puerta trasera abierta. Llevaba varios enfermos al ala de rehabilitación del hospital, era un gimnasio para personas convalecientes de lesiones u operaciones.

Éramos conducidos allí como si fuéramos relojes viejos y un sabio relojero nos contemplara, nos diera cuerda y nos devolviera nuestras funciones motrices. Antiguallas, eso éramos y así me sentía. Viejos trastos que habíamos acumulado polvo y necesitábamos que nos golpearan para que despertáramos, sacudiéndonos de paso esa mugre que nos recubría.

-Buenos días, Travis.

Escuché la voz de Marcus, el camillero que me ayudaba a montarme y a deslizarme después como si fuera un gusano, o reptil, hasta nuevamente mi madriguera. Tenía un enorme mostacho de color grisáceo, creo que era el único pelo que tenía en la cabeza, si no contamos el de las orejas y sus pobladas cejas, pues estaba sin un solo pelo en la azotea. Resplandecía su calva como si fuera un espejo, no así sus dientes amarillos por tanto café y tabaco. Sus manos eran ásperas, gordas y grandes, pero también amables. Siempre estaba pendiente de mí, como de una vieja de apariencia adorable y que en el fondo, no muy en el fondo, era una bruja peor que cualquier suegra.

Me senté junto a la ventanilla izquierda, esperando que empezáramos a movernos por la ciudad. Como siempre intentaba recordar alguna calle, tienda, edificio o simplemente algún parque al cual hubiera acudido alguna vez. Ni siquiera era capaz de recordar una estatua o fuente, era imposible. Era como si me hubieran trasladado a otro mundo, otro muy distinto al mío, y me hubieran obligado a creer que allí viví hasta ese mismo instante.

Apoyé mi cabeza contra el cristal observando a los transeúntes como si fueran animales exóticos. Podía ver un abanico tremendo de idiotas que se creían mucho mejor por tener empleo, una cartera de cuero y traje de marca, mientras otros intentaban vender pañuelos desechables en un semáforo. Las chicas jóvenes que se habían escapado de la escuela reían como perturbadas mentales frente a un chico medianamente atractivo. Varios muchachos corrían frente a un policía, gamberros sin duda. Algunas mujeres se paseaban con el carro de la compra, el de un hermoso bebé que a penas se distinguía o simplemente caminaban abrazadas al cretino de sus sueños.

Aquel paseo fue sin duda una exposición de horrores. Cada vez me sentía más frustrado al estar tan convaleciente, sin embargo juraba que valía más que esas almas desenfrenadas por vivir vidas desechables sin fundamento ni sentimientos. Eran envoltorios, meros envoltorios. Yo deseaba deshacerme de la carga que aún me ataba a unas muletas para ser algo más que un envoltorio, ser un alma libre.

La mañana se hizo intensa nada más llegar a la zona del hospital donde me esperaban, como cada día, el fisioterapeuta embutido en ropas blancas con el logotipo verde del sistema sanitario. Se aproximó a mí con una afable sonrisa explicándome que intensificaría conmigo la actividad. Estuve más de una hora forzando mis músculos, provocando que mi cuerpo se resintiera. Las horas siguientes fueron pruebas médicas tanto psicológicas como físicas. Tenía miedo de comentar algo sobre mis anotaciones, supuse entonces que debería encontrarle a él antes de poder decir nada.

-Estás muy callado.

Comentó el doctor que me trataba. Sus cuadradas gafas plateadas de montura frágil estaban en la punta de su nariz, la cual golpeaba insistentemente con un bolígrafo de tubo de prisma transparente. Su bata estaba desarreglada, había entrado apresuradamente en la consulta tras el riguroso desayuno de más de media hora.

-¿Ha ocurrido algo relevante?

Tuve en ese momento la lucidez que podría saber qué había pasado mucho mejor que otros, por lo tanto no podía dejar escapar la oportunidad de hallarlo y preguntarle. Si bien, me aterraba leer la historia y averiguar que terminó odiándome. Deseaba pensar que alguien me quería, aunque fuera un sentimiento construido a base de falsos ladrillos.

-No, Adams.

Chisté tumbado en aquel enorme diván negro esperando que dejara de hurgar, no quería tener un ataque de sinceridad y quizás poner en peligro a alguien más. Quizás me tomen por loco, pero sabía que aquel médico ocultaba algo demasiado oscuro. Sus ojos grisáceos parecían más turbios que de costumbre. Estaba ansioso de conocer algún nuevo dato sobre mi vida, aunque fuera el más mínimo.

-¿Estás seguro?

Dijo echando sus cabellos negros hacia atrás, intentando que su mirada me cohibiera y terminara explicándole que estaba empezando a recordar. Había fragmentos que iban y venían en mi mente, sobre todo desde que había leído aquellos renglones. Él se manifestaba en mis sueños como el peor de mis enemigos, pero en mi historia era un chico que me había hecho sentir más que cualquier mujer.

-Sí, absolutamente.

Era un rechazo por lo incómodo del asunto, también por el pánico hacia ser descubierto y nuevamente envuelto en un extraño accidente. Deseaba borrar cualquier pista sobre la recuperación de los pocos recuerdos de los últimos días. Era lo mejor, aunque tuviera que ser el Pedro de aquel dulce ángel. 

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Lestat de Lioncourt