Palidecía
por momentos. Un sudor frío recorrió mi frente y mis manos
temblaron. No podía seguir leyendo. Me faltaba el aire. Necesitaba
que alguien lo leyera por mí. Pensé en Samantha pero temía que me
mirara de esa forma tan compasiva. Debía encontrar a alguien que
tuviera la suficiente paciencia para hacerlo, pero yo no tenía mucho
tiempo.
-No
tengo tantos huevos, no los tengo.
Creo
recordar que estuve casi cuatro horas contemplando aquellos folios.
Era como si hubiera abierto la caja de Pandora y no deseara saber más
del asunto, sin embargo algo me empujaba a desear hundirme en ese
oleaje y ahogarme si era preciso. Temía descubrir que todo lo que
estaba viviendo estaba cimentándose en bases erróneas, que tal vez
era aún más desgraciado. Me sudaban las manos, también la frente,
pero era un sudor frío y lleno de inquietudes.
Tomé
aire echando mi cabeza hacia atrás, dejando que las ideas se
acumularan y mis ojos se cerraran con fuerza. Igual que cuando se es
niño y se cree que así las pesadillas se irán, sólo faltaba la
manta sobre la cabeza. Necesitaba que alguien me abrazara, me dijera
que todo iba a salir bien, y finalmente me ayudara a sobrellevar ese
impacto. Mi yo del pasado le contaba al yo del presente todos los
entuertos donde se había metido, entre ellos dejarse llevar por un
prostituto en un bar de mala muerte.
Después
de varias horas eché valor para seguir leyendo unos cuantos
párrafos, aunque en realidad fueron unas cuantas líneas. No puedo
describir con palabras como me sentí. Nada encajaba, pero a la vez
tenía sentido. Era como un enorme mapa del tesoro hecho añicos, y
yo debía de averiguar como iba cada trozo.
“Las
palabras románticas sonaban tan bien en sus labios, más bien las
mentiras. Lucían incitantes y llenas de ternura en aquellos labios
sensuales, su lengua se movía con sutileza de pavo real y sus ojos
me conquistaban añadiendo un mejor disfraz. Realmente podía creer
que me amaba, que lo hacía como si yo fuera el hombre que había
estado esperando durante toda su vida. Sus manos se movían sensuales
aproximándose el cigarrillo a la boca, sus caladas eran de estrella
de Hollywood de los años cincuenta. Su voz era aterciopelada, jamás
hubiera sabido que era hombre a no ser por su tímida nuez.
-¿Qué
nombres me quieres poner?
Rompió
el encanto, pero no me importó. Aquella pregunta me hizo pensar en
mil respuestas, pero deseaba conocer su nombre. Dentro de tantas
mentiras necesitaba un haz de luz directo a la verdad.
-Dime
tu nombre, así acabamos antes.
Eso
provocó que riera, aunque lo hizo con un deje amargo ensombreciendo
su rostro, así como su mirada.
-Lo
siento, no concedo datos personales.
Se
inclinó hacia mí tomándome de la nuca con su mano izquierda, en la
derecha tenía un cigarrillo que prácticamente se estaba acabando.
Sus labios rozaron mi cuello, pero sus palabras torturaron aún más
mi mente.
-Dímelo.
Rogué
tomándolo por la cintura, provocando que tuviera escalofríos, pero
la respuesta fue un no rotundo mientras movía sus cabellos. Eran
como hilos de seda dorados como el sol, como los pastos de cereales.
Parecía haber sido bendecido con una belleza propia de Narciso.
-Llámame
María.
Su
verdadero nombre no me lo dijo hasta la quinta noche que pasamos
juntos. Buscaba siempre sus brazos, deseaba hundirme entre sus
piernas mientras me hablaba de todo el amor que me tenía. Falsas
palabras que comenzaron a herirme cuando me enamoré como un
adolescente. Se me llevaban los demonios cuando le veía con otros,
porque sabía que podía decirle las mismas palabras que a mí me
ofrecía. Los celos me comían el alma y me harían. No podía
reprocharle nada, tan sólo rogar que no oliera a otro cuando me
abrazara.”
Solté
los papeles como si me quemaran. Me había enamorado de un hombre,
aunque estaba seguro de ser rotundamente heterosexual. Descubrir
aquello me perturbó nuevamente, pero esta vez me alejé de todo
arrastrándome como si estuviera entre trincheras. Jadeé empapado en
sudor antes de subirme a la cama. Sentía que el colchón me engullía
junto a este sentimiento extraño, al sufrimiento de haber olvidado
el eco de su voz y todo lo que había descrito. Acepté el hecho que
fuera un hombre, poco a poco con el paso de las horas, pero no con el
haberme enamorado. Era un bala perdida y no quería pensar que podía
tener sentimientos.
Las
palabras que lo describían le daba el aspecto de un ángel,
olvidando así su género, y dándole un enfoque distinto. Si era
como había descrito cualquier hombre hubiera caído en sus redes
aunque fuera unos minutos, porque todos deseamos algo de belleza en
nuestras vidas y más aún si son miserables. Yo era un insecto de
lodo mientras él parecía una mariposa esperando la oportunidad de
escapar de la basura que le rodeaba. Di por echo que era aquella
criatura frágil que se burlaba de mí acabando con su vida frente a
mis ojos, recordándome quizás que no estaba por mi culpa.
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