Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.
Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.
Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)
Un saludo, Lestat de Lioncourt
ADVERTENCIA
Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.
Cuando
llegué del hospital me quedé en silencio. Mis ojos se quedaron
fijos en la caja y la documentación. Un sudor frío recorría mi
frente mientras mis piernas dolían como si me acabaran de dar una
paliza. Todo mi cuerpo estaba tenso, pero sabía que podía relajarme
en cuanto mi mente se fugara a los recuerdos que se iban alojando en
mi materia gris. Me mordí el labio inferior de forma nerviosa y me
abalancé contra los folios.
-No
importa que antes me provocarais espanto, ahora os necesito como un
yonki a su dosis.
Las
palabras fluían en mis labios mientras leía aquello con ansias.
Nuestras discusiones eran casi tan fogosas como nuestras
reconciliaciones. No admitía que lo tuviera apartado de mi mundo, un
mundo tétrico y lleno de corrupción. Era incapaz de hacerle
comprender que no debía tocar mis documentos, pero él deseaba
conocerme hasta sumergirse en la brea más tóxica y pegajosa. Los
documentos que poseía sobre ciertos casos tenían relación, a mi
parecer, pero no encontraba el hilo conductor. Deslicé mis ojos
hacia la pared pudiendo comprender entonces al cien por cien de qué
se trataba aquellos recortes.
“Entonces
se movió histérico por toda la casa, sus tacones se escuchaban como
si fueran martillos taladrándome mi cráneo. Llevaba varios días
sin dormir a base de café y todo tipo de refrescos energéticos. Mis
ojos cansados lo contemplaban con cierta pasividad, mientras él
gritaba y lloraba culpando a todos los recortes. Se parecía a un
animal encerrado en una pequeña jaula con una rabia a punto de
explotar, una de esas explosiones provocadas por una bala y que dan
como resultado un estallido que quiebra el cráneo y lo convierte en
trozos pequeños parecidos a los de un vaso cuando se rompe.
-Eres
un maldito enfermo. ¡Estás enfermo Travis! ¡Ese maldito trabajo
tuyo que no te lleva a ninguna parte! ¡Acéptalo! ¡Eras un caso
perdido y te venía grande!
Sus
gritos, esas palabras tan duras que golpearon mi rostro como si
fueran puñetazos, me hicieron levantarme de la silla rompiendo la
mesa que estaba frente a mí. Golpeé duramente la superficie rugosa
de madera podrida que sujetaba aún a duras penas mi máquina de
escribir y una taza vacía de café. Me dirigí hacia él y cual
monstruo colérico abofeteé su rostro.
-Me
has golpeado...
Aquel
tono quebradizo de su voz fue duro escucharlo, así como ver sus
lágrimas cristalinas bañar su rostro. Me había tocado algo
preciado, algo tan preciado como él. Buscaba la verdad y quería
limpiar mi honor, pero había perdido mi orgullo por el camino y la
parte de hombre que toda bestia posee.
-No
me vuelvas a tocar...
Susurró
acobardado al ver mis ojos inyectados en ira. Mi manos se volvieron
garras y lo agarré duramente por el cuello. Mi lengua se hizo paso
en su boca y lo besé mientras mi mano derecha comenzaba a tantear
bajo la falda de su vestido. En pocos minutos le había arrancado la
ropa y tirado al colchón haciéndolo mío. Sus gritos eran gemidos y
alaridos de desesperación. No podía negarse que lo disfrutaba, pero
a la vez le frustraba el motivo de ese acto tan irracional.
Cinco
días más tarde llamaron a mi puerta. Era la policía. Me informaron
que debía ir a declarar sobre la desaparición de mi pareja, lo
habían encontrado. Pensé por unos minutos que jamás te llaman a
declarar cuando se encuentra vivo, pero el ser humano se aferra a
cualquier esperanza. Pensé que quería denunciarme por haberlo
violado y humillado, sin embargo no fue así.
La
última imagen que poseo de él es en una camilla de la sala de
autopsias. Aunque su rostro estaba tan deformado que dudo que fuera
él, pues aún no lo creo.”
No
pude proseguir aquella tarde. Un nudo en el estómago y en mi
garganta me lo impedían. Miles de dudas comenzaron a sobrevolar mi
mente. Los recuerdos parecían volver a borrarse y convertirse
nuevamente en un folio en blanco. Pensé que yo mismo lo había
matado, pero no me creía tan ruin como para haberlo hecho. Sin
embargo, es algo que ni siquiera hoy tengo claro.
Durante
los tres días siguientes no hice otra cosa que meditar aquellas
palabras, no era capaz de leer más allá de esas escasas líneas.
Habían machacado duramente mi cerebro, lo habían convertido en
papilla. No dejaba de imaginar la tórrida y nocturna escena, con sus
personajes secundarios ebrios y llenos de sudor, así como nosotros
contemplándonos como si fuéramos viejos amantes que se reencuentran
en París, Roma o Berlín. Nos engañábamos, viajábamos ambos a
lomos del frenesí y finalmente no quedaba más que pedazos de
nuestras almas. Yo no podía hacer otra cosa que imaginar su voz, el
coqueteo de sus pestañas y la forma de mover sus caderas dulcemente
contra mi bragueta. ¿Aquello era el paraíso? Podría serlo, aunque
contaminado como la vida real y lleno de desengaños.
Ni
siquiera era capaz de olvidarme de él en la noche. Pues, ya sabía
el porque de sus furtivas visitas inesperadas. No deseaba que viniera
a por mí de nuevo, no de esa forma tan macabra. Había visto varias
formas de muerte, una más dolorosa que la anterior y menos que la
siguiente. Tenía que ver su cuerpo manchado de sangre, igual que si
fueran gotas de lluvia en plena tempestad. No podía contemplar
aquello una vez más, así que ni siquiera me atrevía a pegar ojo.
Aquella
mañana, la del tercer día, salí del apartamento rumbo al portal
del edificio. El ascensor se murió como un viejo tabacoso formando
aquel ruido siniestro de película de serie B. El portero no se
encontraba realizando sus funciones, como siempre dormía a pierna
suelta sobre el pequeño mostrador frente a los buzones.
En
parking cercano me esperaba la ambulancia, con sus luces apagadas y
con la puerta trasera abierta. Llevaba varios enfermos al ala de
rehabilitación del hospital, era un gimnasio para personas
convalecientes de lesiones u operaciones.
Éramos
conducidos allí como si fuéramos relojes viejos y un sabio relojero
nos contemplara, nos diera cuerda y nos devolviera nuestras funciones
motrices. Antiguallas, eso éramos y así me sentía. Viejos trastos
que habíamos acumulado polvo y necesitábamos que nos golpearan para
que despertáramos, sacudiéndonos de paso esa mugre que nos
recubría.
-Buenos
días, Travis.
Escuché
la voz de Marcus, el camillero que me ayudaba a montarme y a
deslizarme después como si fuera un gusano, o reptil, hasta
nuevamente mi madriguera. Tenía un enorme mostacho de color
grisáceo, creo que era el único pelo que tenía en la cabeza, si no
contamos el de las orejas y sus pobladas cejas, pues estaba sin un
solo pelo en la azotea. Resplandecía su calva como si fuera un
espejo, no así sus dientes amarillos por tanto café y tabaco. Sus
manos eran ásperas, gordas y grandes, pero también amables. Siempre
estaba pendiente de mí, como de una vieja de apariencia adorable y
que en el fondo, no muy en el fondo, era una bruja peor que cualquier
suegra.
Me
senté junto a la ventanilla izquierda, esperando que empezáramos a
movernos por la ciudad. Como siempre intentaba recordar alguna calle,
tienda, edificio o simplemente algún parque al cual hubiera acudido
alguna vez. Ni siquiera era capaz de recordar una estatua o fuente,
era imposible. Era como si me hubieran trasladado a otro mundo, otro
muy distinto al mío, y me hubieran obligado a creer que allí viví
hasta ese mismo instante.
Apoyé
mi cabeza contra el cristal observando a los transeúntes como si
fueran animales exóticos. Podía ver un abanico tremendo de idiotas
que se creían mucho mejor por tener empleo, una cartera de cuero y
traje de marca, mientras otros intentaban vender pañuelos
desechables en un semáforo. Las chicas jóvenes que se habían
escapado de la escuela reían como perturbadas mentales frente a un
chico medianamente atractivo. Varios muchachos corrían frente a un
policía, gamberros sin duda. Algunas mujeres se paseaban con el
carro de la compra, el de un hermoso bebé que a penas se distinguía
o simplemente caminaban abrazadas al cretino de sus sueños.
Aquel
paseo fue sin duda una exposición de horrores. Cada vez me sentía
más frustrado al estar tan convaleciente, sin embargo juraba que
valía más que esas almas desenfrenadas por vivir vidas desechables
sin fundamento ni sentimientos. Eran envoltorios, meros envoltorios.
Yo deseaba deshacerme de la carga que aún me ataba a unas muletas
para ser algo más que un envoltorio, ser un alma libre.
La
mañana se hizo intensa nada más llegar a la zona del hospital donde
me esperaban, como cada día, el fisioterapeuta embutido en ropas
blancas con el logotipo verde del sistema sanitario. Se aproximó a
mí con una afable sonrisa explicándome que intensificaría conmigo
la actividad. Estuve más de una hora forzando mis músculos,
provocando que mi cuerpo se resintiera. Las horas siguientes fueron
pruebas médicas tanto psicológicas como físicas. Tenía miedo de
comentar algo sobre mis anotaciones, supuse entonces que debería
encontrarle a él antes de poder decir nada.
-Estás
muy callado.
Comentó
el doctor que me trataba. Sus cuadradas gafas plateadas de montura
frágil estaban en la punta de su nariz, la cual golpeaba
insistentemente con un bolígrafo de tubo de prisma transparente. Su
bata estaba desarreglada, había entrado apresuradamente en la
consulta tras el riguroso desayuno de más de media hora.
-¿Ha
ocurrido algo relevante?
Tuve
en ese momento la lucidez que podría saber qué había pasado mucho
mejor que otros, por lo tanto no podía dejar escapar la oportunidad
de hallarlo y preguntarle. Si bien, me aterraba leer la historia y
averiguar que terminó odiándome. Deseaba pensar que alguien me
quería, aunque fuera un sentimiento construido a base de falsos
ladrillos.
-No,
Adams.
Chisté
tumbado en aquel enorme diván negro esperando que dejara de hurgar,
no quería tener un ataque de sinceridad y quizás poner en peligro a
alguien más. Quizás me tomen por loco, pero sabía que aquel médico
ocultaba algo demasiado oscuro. Sus ojos grisáceos parecían más
turbios que de costumbre. Estaba ansioso de conocer algún nuevo dato
sobre mi vida, aunque fuera el más mínimo.
-¿Estás
seguro?
Dijo
echando sus cabellos negros hacia atrás, intentando que su mirada me
cohibiera y terminara explicándole que estaba empezando a recordar.
Había fragmentos que iban y venían en mi mente, sobre todo desde
que había leído aquellos renglones. Él se manifestaba en mis
sueños como el peor de mis enemigos, pero en mi historia era un
chico que me había hecho sentir más que cualquier mujer.
-Sí,
absolutamente.
Era
un rechazo por lo incómodo del asunto, también por el pánico hacia
ser descubierto y nuevamente envuelto en un extraño accidente.
Deseaba borrar cualquier pista sobre la recuperación de los pocos
recuerdos de los últimos días. Era lo mejor, aunque tuviera que ser
el Pedro de aquel dulce ángel.
Lamento estos días de ausencia, fueron días terribles para mí y a la vez muy provechosos. Tuve problemas con el ordenador, cosa que me molestó profundamente por la ineficacia del servicio pero todo se solucionó. También he estado buscando viejos libros, películas y sentimientos que creí olvidados... se puede decir que vuelvo a sentirme un niño.
Arrojé su cuerpo frágil sobre la cama, revuelta por culpa de su constante intranquilidad, mis manos viajaron a sus pechos y se quedaron ancladas a estos. Mis ojos se fijaron en los suyos, leí en ellos entonces todo el placer que deseaba formularse más allá de sus fantasías, mientras mi lengua se pasaba sobre su boca mientras ella jadeaba nerviosa. Con una de mis piernas abrí las suyas, para colocarme entre ellas, y deslizar mi boca hasta su cuello y finalmente sobre sus pezones. Mis labios rozaban la piel de sus pechos, así como de sus hombros y vientre, con cierta sensualidad y tranquilidad pasmosa.
Deseaba fundirme en su cuerpo, traspasarlo como si fuera aire, y a la vez anclarme a este rodeándolo notando que no iba a escaparse. Me estaba cautivando aquella frágil mujer, sus ojos jugaban con los míos a unas miradas indecentes que se mezclaban con caricias. Sus manos y las mías rodaban por nuestros cuerpos, mientras yo luchaba contra mi instinto. Nuestras bocas se alimentaban de la lascivia que nuestras almas se regalaban mutuamente.
Acabé deslizándome sobre su cuerpo, mi lengua jugaba con su ombligo para después lamer sus muslos. Mi boca se fundió con su vagina, notando como se tensaba y escuchando desde lejos sus suspiros. Sus dedos se enredaron en mis cabellos, tirando de estos, mientras mi lengua acariciaba su clítoris. Estuve entre sus piernas provocándole placer, así como deseando que estuviera lista para aceptarme en su interior. Nada más notar que estaba preparada entré lentamente, cubriendo su cuerpo y rodeándolo mientras rogaba no romperla en mil pedazos.
Sus piernas de bailarina rodearon mis caderas, sus manos comenzaron a dejar arañazos que se sanaban en segundos y mi boca buscaba mordisquear su lóbulo derecho. Hacía cientos de años que no mantenía sexo con una mujer de esa forma, todas acababan muertas antes de tiempo y mi sed se saciaba dándome un placer más intenso que un orgasmo. Si bien, ella me hacía desear que nos fundiéramos en uno olvidándonos de todo. Pronto besé sus labios nuevamente cuando sus gemidos eran tan escandalosos que me destrozaban el cerebro. Todos mis sentidos se vieron descontrolados mientras su respiración se descompasaba.
Aumenté el ritmo apoyándome a ambos lados de su cuerpo, empujando con frenesí mientras sus manos iban a las sábanas tirando de estas. Finalmente me tomó del rostro, quería que la mirara y que nuestros ojos se hundieran en el mismo abismo de fuego, el fuego que sentía en sus piernas y en mi pecho. Terminamos abrazados, gritando el orgasmo que ambos sentimos como un placentero escalofrío que nos recorrió todo el cuerpo igual que un rayo. Aguanté mordiendo mis labios, apretando mi mandíbula, para no morderla y no lo hice.
-Te amo.-dijo sollozando mientras acariciaba mis cabellos.-Dios.-susurró abrazándome con ansiedad.-Te amo, te amo tanto. No sé como puedo amar así si casi ni nos conocemos, te lo he entregado todo. Te entrego en este momento mi alma, mi alma en tus manos. Eres mi ángel, mi dulce ángel, el hombre que me ha estado visitando en mis sueños. Eres el hombre que siempre he visto desde niña, que recuerdo con tanto detalle que a veces pienso que fue como recuerdo.-lloraba, sus lágrimas manchaban mi pecho mientras sus manos tanteaban mi espalda.-Mi ángel, mi ángel.
-Soledad.-susurré acariciando sus mejillas.
-No, mi nombre es Carolina.-murmuró con una sonrisa amarga.-Pero me llamaré así para ti, aunque ya no estoy sola.
-Tu nombre es Soledad, yo escogí Carolina para esconderte del mundo que quería destrozarte. Yo fui quien te rescató de la muerte, yo te di la vida.-murmuré besando su frente.-Te llevé por los aires, te mecí entre mis brazos y te hice creer que soy un ángel pero...
-Eres un hombre.-dijo riendo bajo.-Si es así, si eso es así, no has cambiado nada.-comentó acariciando mi rostro.
-Duerme.
Quería decirle la verdad, confesar todo. Sentía una extraña presión en mi pecho, casi no podía respirar. No quería más mentiras, no deseaba ocultarme de ella. Yo era una bestia, un demonio, pero podía ser su ángel y refugiarla bajo mi capa como si fueran alas.
-No deseo dormir, no quiero dormir.-susurró cansada.-No quiero despertarme y que no estés.
Guardé silencio y esperé varios minutos a que cayera dormida. Mis manos acariciaron sus mejillas sonrojadas, así como sus manos de nieve que parecían tan cálidas como la pequeña llama de un cerillo. Dejé que durmiera agotada, mientras yo soportaba la sed que se había producido en mí. Bajé las escaleras dejando que la escalera crujiera bajo mis pies, los cuales me llevaron a la bodega y allí aguardé el inicio del día hasta que cayera la noche.
El aroma dulce de sus caricias seguía pegado a mi piel, parecía jugar conmigo a pesar que yo intentaba ocultar esa emoción cálida que me ofrecían. Cerré los ojos deseando volver a rodear su cuerpo frágil, besar sus mejillas de manzana y susurrar en su oído que yo era el amante que vendría cada noche. Me acordé de los viejos relatos, así como películas de fantasía que había visto en el cine. Era, y soy, un fanático del arte en todas sus concepciones. Recordé varias historias donde los amantes no podían verse por culpa de hechizos, incluso algunos relatos que venían más allá de la época en la cual yo había nacido. El amor nunca era significado de felicidad, más bien nos producía cierto sentimiento amargo que siempre quebraba nuestros sueños y hacía germinar otros al instante. Pero, desconocía si mi amor era lo suficientemente saludable para alguien tan delicado como ella.
Cuando yo tomaba una rosa la marchitaba, convertía su belleza en cenizas. No deseaba que ella fuera una rosa, si no eterna mariposa como bien era. Era la mariposa que anidaba en el jardín aunque nevera, un ángel que expandía sus alas mostrándose tan perfecta y dulce como un pastel de bodas. Una minúscula bailarina que seguía danzando en una caja musical, caja perdida hacía años y que yo había recuperado entre unas viejas ruinas.
Con aquellos dulces pensamientos terminé cayendo en un sopor magnífico, nunca en mis quinientos años había sentido algo similar. Si bien, nada más despuntar el alba un terrible grito rasgó la casa. Al estar inmerso en la muerte durante el día no podía hacer nada, sólo escuchar. Ella gritaba, chillaba como si una daga se introdujera en su vientre. Pronto sollozos desesperados, sus pies corriendo desnudos por toda la casa. Y tras casi una hora de llanto desesperado todo acabó, un silencio intenso se apoderó de ella y de la mansión.
Mis más sinceras disculpas por no subir antes... pero he estado perdido del mundo. Mañana subiré la siguiente parte de este texto.
Cuando llegué a la mansión aquella noche Frederick se encontraba frente a un abeto, pequeño y flaco, el cual decoraba. Me quedé parado frente a él, mientras escuchaba una vieja cassette de canciones grabadas de la radio. Se movía de un lado a otro con el ceño fruncido y los ojos fijos en el abeto. Siempre hacía lo mismo, aunque jamás tuvo recompensa por su trabajo. Él dejaba sus propios regalos, también algún detalle para mí, bajo el árbol y los abría con la ansiedad de un niño pequeño. A decir verdad, es de los pocos recuerdos que poseo de Frederick en un estado similar.
Desde aquel día mis rezos fueron más intensos y habituales. Las palabras de aquel sacerdote habían influido en mí de manera notable, quizás porque quería creer en algo como todo ser que habita sobre este mundo. Porque quizás no creer en un Dios, tal vez ni siquiera en el ser humano, pero siempre hay algo que nos motiva y nos da fuerzas. Para algunos es el poder de un objeto, algo que dice que le trasmite buenas sensaciones y recuerdos, y para otros son sentimientos que habitan en lo que llaman “su corazón” y que no es más que una carga afectiva sobre alguien. Sea como sea, todos estamos vinculados por ese punto, esa forma de hacer y ver las cosas, que nos influye en nuestros actos. Y yo no era alguien ajeno a ello, quería creer en un Dios sin nombre y sin religión aparente que me escuchaba, como escuchaba a millones de personas, pero que no hacía nada porque quizás todo era un sorteo, pura casualidad, o simplemente elegía a unos cuantos cada día.
A decir verdad, muchos creen en Santa Claus eligiendo a los niños buenos y malos, es como un Dios que elige a los que se han portado bien y quienes no han hecho caso ni siquiera de sus instintos más primarios. Pero el bien y el mal es sólo una teoría, por eso a veces pienso que el fenómeno de Dios también lo es. Bien es cierto que no he dejado de rezar ni una sola noche, ni siquiera en las más sangrientas. Deseo saber que seré castigado por la muerte de los “inocentes” y seré aplaudido por mis pocas “buenas” acciones.
Mi mejor acción, y creo que la única, era ella. Había logrado que viviera y tuviera una educación digna de una chica de alta sociedad. A pesar del deseo del proletario para equiparase al resto, muy a su pesar, aún había diferencias de clases y se notaba sobretodo en los centros privados donde ella pasó casi toda su vida. Únicamente conocía una vida rígida de uniformes, rezos, monjas como profesoras y los escasos profesores que no eran sacerdotes eran tan frígidos y fríos como un témpano de hielo. Busqué que la disciplina y los buenos modales estuvieran presentes, nada de flexibilidad, porque la libertad se la daría en mis brazos y así gozaría más de ella como pájaro cantor que finalmente conoce los bosques.
La década tormentosa en la cual nació estaba viendo como el mundo comenzaba a despertar como un gigante neurótico con resaca, y así la fiebre del “Yo” se apoderó por completo del hombre. Ella no conoció el mundo que su madre tuvo que soportar, y fue únicamente porque yo la rescaté pensando que era el milagro por el cual rezaba. Si bien, quizás el milagro se dio cuando volví a contemplarme en sus ojos. Una mirada que ya no era de niña perdida en la noche, sino de mujer autosuficiente y lo suficiente enérgica para seguir luchando sola.
Rememoré todo aquello como si únicamente usara unos segundos, pero había pasado varias horas. Arriba escuchaba los pies descalzos de ella, se dirigían de un lugar a otro. Si bien, pararon unos segundos escuchando como crujía leve el diván cercano a su ventana, prácticamente encajado en aquel enorme ventanal, cercano a la otra ventana más discreta y que estaba próxima a su lecho. Podía sentir su calor traspasarse los dos pisos, así como su perfume y su esencia. Parecía llamarme como a una sirena.
Subí por las escaleras de piedra de la bodega, lo hice desnudo y sin pudor alguno. Caminé hacia las de madera, evitando hacer ruido, hasta llegar a su alcoba. Al tomar el pomo noté el frío de este en mi mano, así como la rugosidad inapreciable para el tacto humano, mientras mi cuerpo se rodeaba del leve murmullo de las corrientes de aire que se colaban por las rendijas de puertas y ventanas, mientras mis pies notaban el suelo casi congelado. Su aroma se hacía más fuerte, deseable y sobretodo cálido. Quería esa calidez que transmitía su cuerpo, cada una de sus arterias, y lo deseaba en ese mismo instante.
Entré en la habitación sin sobresaltarla, aunque sí extrañándose de mi presencia y de la escasez de mi ropa. Pero no dijo nada, sólo aceptó el beso que le regalé nada más aproximarme a ella. Un beso que sacó el poco aliento que había podido atrapar ante mi presencia. El camisón negro, escueto y seductor, cayó al suelo junto al resto de sus prendas. Ambos desnudos, acariciándonos y seduciéndonos el uno al otro, era una imagen más parecida a los infiernos más pecaminosos que al cielo, si bien juro que sentía que el cielo se abría paso ante mí y me ofrecía en bandeja a su ángel más preciado, aquel codiciado por Dios por su belleza y calidez.
Nuestras lenguas no se daban tregua, era como lucha de espadas en mitad de una contienda de la Edad Media. Nos engullíamos con desesperación, al igual que nuestras manos jugaban a dibujarnos surcos que eran ríos de pasión. Pude apreciar como temblaba, parecía que sabía que esta vez no me detendría ni un segundo. Estaba seguro de mis acciones, no me importaba que él durmiera a tan sólo un par de muros. Quería percibir al fin lo intenso de aquel momento.
Arrojé su cuerpo frágil sobre la cama, revuelta por culpa de su constante intranquilidad, mis manos viajaron a sus pechos y se quedaron ancladas a estos. Mis ojos se fijaron en los suyos, leí en ellos entonces todo el placer que deseaba formularse más allá de sus fantasías, mientras mi lengua se pasaba sobre su boca mientras ella jadeaba nerviosa. Con una de mis piernas abrí las suyas, para colocarme entre ellas, y deslizar mi boca hasta su cuello y finalmente sobre sus pezones. Mis labios rozaban la piel de sus pechos, así como de sus hombros y vientre, con cierta sensualidad y tranquilidad pasmosa.
Yo las tengo, por eso no me hice cargo del blog y subí muy tarde el 23... bueno ya era 24
Pedir que un demonio rece es como mendigar un milagro. Si bien, yo ya rezaba en mi capilla cada noche como si fuera un ferviente sacerdote. Yo no rezaba al Dios cristiano, ni al judío, ni a otro cualquiera. Rezaba a alguien que escuchaba mis plegarias sin necesidad de ponerle cara o nombre. Yo simplemente conversaba con los ángeles, porque si los demonios existíamos debía ser cierto que habían almas puras.
-Ya lo hago.-susurré mostrando mis colmillos antes de dar media vuelta.-Mato pecadores, como hombres de buen corazón. Al igual que usted mata para comer, todos tenemos una pirámide alimenticia. Usted no es mejor que yo, lo lamento.-murmuré marchándome de aquel lugar que me regalaba una cascada de sentimientos contrapuestos.
La hipocresía reinaba en el mundo mucho antes de poseer conciencia. Vivíamos en un río de hipocresía que terminaba en un mar común llamado mentiras, verdades no reveladas y basura. Toda religión, sociedad, organización e incluso grupo familiar posee redes de hipocresía que se intercambian y conectan unas con otras. El punto en común es que esa persona cree tener razón, y que esa persona somos todos nosotros.
Se tacha a los vampiros de ser una de las peores plagas que han azotado al hombre, en los libros donde se puede leer como reales las historias de seres como yo. Para algunos somos dioses, para otros engendros. Incluso aparecemos en ritos de asentamientos y poblaciones perdidas en Nueva Guinea. En Rusia incluso se alimentaban de los cuerpos de supuestos vampiros, dando así por hecho que se acabaría el problema cuando sólo cometían un acto igual o peor que el supuesto inmortal. Estamos en creencias de cientos de religiones, países de los cuales ni se conoce el nombre, y sin embargo se nos tacha de mitos cuando se cree ser superior, si bien después hablan con respeto y pavor de los asesinatos cometidos por nuestra raza. Somos la peor plaga de la humanidad, pero nosotros simplemente nos alimentamos para sobrevivir igual que hacen los humanos. Una vez fuimos parte de ellos, nacimos de una mujer y se nos otorgó un nombre. Fuimos la esperanza de una familia, ahora somos la marca de la muerte.
Cientos de humanos se matan unos a otros por un trozo de tierra, en el cual no hay alimento pero sí petróleo o piedras preciosas. Un hombre mata a otro hombre por una herencia. Una mujer mata a sus hijos porque les impide ser libre y tener hombres en su cama. Los ancianos son olvidados y recluidos como bestias. Los dirigentes hablan de paz y de su búsqueda cuando piden que su ejército empuñen un fusil. Los humanos hablan de crueldad, de asesinatos terribles, cuando hablan de nuestra forma de alimentar. Olvidan quizás que ellos se alimentan de otros animales, como el león en la sábana. ¿Quién es el monstruo? ¿Quién el redentor? ¿Quién el hipócrita?
Si una enfermedad aflige a un creyente es una prueba de fe, si la enfermedad cae sobre un niño inocente pero ateo es un castigo. Según las religiones, no todas, esto es cierto y pueden comprobarlo según sus sagradas escrituras. Inclusive pueden llamarte Satanás si replicas lo contrario. Por eso yo creía y creo en Dios a mi modo, si alguien tiene que juzgarme que sea él y no una pandilla de inútiles hablando en su nombre. Dudo mucho que Dios hable con ellos, que los respete y los ame, viendo como comercian en su nombre, injurias y juzgan sin conocer.
Si no maté al sacerdote fue para que tuviera un acto de fe, porque yo no era como él. Yo no juzgo a las personas, mato sin juzgarlas. No importa que tan bueno sea, sólo busco saciar mi apetito. Usualmente busco personas solitarias, sea por la causa que sea, aunque en ocasiones la sed no me concede ese privilegio y pocas veces juego a descubrir todo de mi víctima. Mi instinto de cazador era insaciable, pero me gustaba jugar a ser el mejor actor de este maldito mundo. Jugaba al ajedrez con mis pobres peones, hasta hacerlos caer aferrados a mis ropas y yo a sus cuellos.
Mis pies regresaron a tocar el asfalto, mojándose de nuevo con la nieve que había caído y que aún caía. El frío se enterraba en mi dura piel, mis ojos oscuros se deslizaban por las mejillas sonrojadas que en ocasiones, breves instantes, se cruzaban por las calles de la ciudad. El vaho que salía de ellos, al respirar, me recordaban a las altas chimeneas que antes poblaban las ciudades. Fábricas que contaminaban y que eran como cigarrillos que jamás se consumían. Nadie veía en mí a un asesino, un demonio, y simplemente podían comentar algo sobre mi atuendo o mis rasgos. Pasaba inadvertido, no tenía piernas de macho cabrío ni cuernos que limar. Tampoco parecía el clásico vampiro con capa y colmillos demasiado grandes como para hablar correctamente, sólo era un hombre buscando refugiarse en su abrigo. Era la víspera de Navidad, la música sonaba y los pensamientos iban dirigidos a regalos, celebraciones y sentimientos. Mis únicos pensamientos estaban dirigidos a las palabras que me había ofrecido el párroco de aquella iglesia, la cual tardé meses en regresar y únicamente fue para cerciorarme sobre el confuso sentimiento que me ofrecía.
Cuando llegué a la mansión aquella noche Frederick se encontraba frente a un abeto, pequeño y flaco, el cual decoraba. Me quedé parado frente a él, mientras escuchaba una vieja cassette de canciones grabadas de la radio. Se movía de un lado a otro con el ceño fruncido y los ojos fijos en el abeto. Siempre hacía lo mismo, aunque jamás tuvo recompensa por su trabajo. Él dejaba sus propios regalos, también algún detalle para mí, bajo el árbol y los abría con la ansiedad de un niño pequeño. A decir verdad, es de los pocos recuerdos que poseo de Frederick en un estado similar.
El silencio era pesado en toda la casa, como si me aplastara y me impidiera caminar. El frío reinante provocaba que el único sonido fuera el de la vieja caldera, así como los copos de nieve cayendo lentamente. El gruñido de las pisadas en la nieve de animales pequeños era escaso, algunos de gran tamaño buscaban de forma incansable alimento, y los seres humanos más cercanos a la mansión estaban a kilómetros. Mi cuerpo estaba desnudo, como cada noche, frente al espejo de cuerpo entero que ocultaba entre la pila de libros de fantasía.
Frente a mí tenía mi reflejo, un gigantesco hombre de mármol de ojos oscuros y cabellos de color aún más intenso. Mis brazos parecían más finos, igual que mi torso y piernas, debido a la palidez de mi piel. Acaricié mi torso cubierto de viejas cicatrices anteriores a mi muerte, las mismas que me provocaron el terror de terminar en el limbo. Mis ojos parecían duros, como mis labios y cualquier movimiento de mis manos. Era un monstruo de aspecto cercano al de un ángel, pero con dos poderosas dientes de demonio.
Cerré los ojos recordando las viejas historias de terror de mi país, el cual tenía una especie de demonio que comía cadáveres. Aquellos demonios se llamaban Jikininki. Los humanos avariciosos o egoístas acababan como demonios que recorrían el mundo. Estaban malditos después de su muerte buscaban comer cadáveres humanos para limpiar sus pecados. Llevan a cabo tales actos durante la noche, en la procura de cuerpos muertos recientes y ofrendas de comida dejadas a estos. También se contaba que terminaban hurtando todo lo valioso de las tumbas, con ello sobornaban a otros humanos que quedaban automáticamente condenados. Para muchos eran horribles seres con cuerpos en descomposición, para otros la belleza encarnada en rostros perfectos. Sin duda, los Jikininki y los vampiros somos lo mismo, somos demonios en busca de almas en pena.
Yo mismo había presenciado esas ofrendas, así como el pavor de los aldeanos ante la historia de seres que parecían humanos corrientes y que en realidad eran demonios. En China se creía que podían matarnos con facilidad, fui perseguido e intentado aislar en un ataúd para que la luna no me diera poder. Fueron los sucesos más grotescos que jamás había vivido, prácticamente cuando aún era un recién nacido y un desconocedor de todo aquello. Sólo recordaba viejas leyendas que escuchaba en los campos de batalla, pero no algo como aquello. Fuera donde fuese era un engendro. En México me consideraban aliado de las brujas, ya que estas también practicaban el vampirismo según sus creencias.
Fue en la Europa más moderna, ya industrializada, donde pude pasar por simple asesino y sin dejar pruebas fehacientes que era yo el culpable. Sólo era un hombre con un aspecto parcialmente distinto, con un aura que quizás provocaba malestar y un tono de voz demasiado sosegado. Mis manos perfectas y pulcras, de gran tamaño sin duda, eran lo más destacable junto a mis ojos rasgados. Todas las mujeres caían ante mi acento extranjero y mi amabilidad, los hombres lo hacían al escuchar mis historias creyéndome un sabio. Y todo aquello con y sin mi maestro, simplemente viviendo.
Demonio o no, yo era un ángel a los ojos de muchos hombres. Si bien, recordé entonces lo sucedido ante un viejo párroco. Fue la navidad anterior al descubrimiento de mi luciérnaga, la luz de la fantasía, mi pequeña niña. Caminaba por las calles heladas del centro de Madrid. Mis pies provocaban que crujiera la nieve y la escarcha formada por las aceras, tan grises como desiertas. Frente a mí se halló una iglesia, siempre me habían atraído las cruces y las imágenes que en ellas se hallaba. Decidí por lo tanto entrar y contemplarla por mí mismo, dejando atrás la nieve y el frío.
Los altos muros alzados hacia el cielo, para que Dios mismo los acogiera entre las nubes. Las vidrieras poseían imágenes del calvario de cristo, así como la asunción de la Virgen. Mis manos estaban metidas en los bolsillos, mis cabellos estaban moteados por la blancura de la nieve, y mis ropas pronto tuvieron ese aroma a incienso. Las imágenes me rodeaban como si fueran viejos amigos, los reconocí a todos. Varios santos milagrosos, un par de esculturas de ángeles, una virgen con el rostro lleno de lágrimas y en el centro de todo Jesús en la cruz.
-Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que por vosotros he derramado.-susurré antes de escuchar una voz a mis espaldas.
-Lucas 22, 7-20.-sus pasos estaban llenos de temor.
Había sentido su presencia desde mi llegada, pero jamás pensé que osara responder a mi murmullo. Sonreí contemplando los ojos de Jesús, así como sus heridas, y luego me santigue como haría un creyente.
-Dios no admite sádicos y monstruos en el cielo.-dijo de improviso, quedando a mi lado.-Váyase de mi iglesia.
-Sádicos y locos existen muchos en la historia de la iglesia.-comenté como respuesta.
-Un demonio jamás podrá ser amado por Dios.-respondió tajante.
-Los demonios también son hijos de Dios.-eso provocó que se estremeciera.-Los demonios a veces somos injustamente castigados, somos hombres y mujeres que padecemos igual que el resto. Tal vez, no somos comprendidos ni siquiera por nosotros mismos. Pero le diré algo, no poseemos la osadía de creer que nosotros tenemos razón y otros no.-susurré antes de apoyar mis manos en sus hombros.-No dañaré su templo, no blasfemaré en él, y sólo he entrado porque la paz de este lugar me intranquiliza y a la vez me da fuerzas. Es un lugar poderoso, igual que todos los templos sea cual sea su religión. Dios en realidad es el dios de todos, pero un Dios que puede tener mil nombres como cabezas una hidra.-sonreí con franqueza y sosiego.-Satanás y sus discípulos, sean cual sea el nombre y estigma de estos, sólo pueden actuar si la víctima da su consentimiento.
-Cierto es.-susurró antes de apartarse sobresaltado y avasallado por mi esencia, podía notar mi espíritu.-No eres como las apariciones comunes, eres más fuerte y tus colmillos son como los del padre de los infiernos.
-Soy un vampiro.-respondí.-Pero no se preocupe, ya cacé mi cupo por hoy.-susurré notando su temor.-No soy de esta religión, quizás soy un cúmulo de todas. He conocido tanto, como sentido, y sé que hay algo superior que no posee nombre, pero que todos os encargáis de darle uno.-miré hacia el altar y sonreí con cierto cansancio.-No he encontrado mi camino en la vida, si bien se supone que he sido maldecido y he torcido mis pasos.
-Dios tiene un destino para cada uno.-balbuceó aún aterrado.
-¿Y cual es el mío?-pregunté clavando mis ojos en los suyos, intentando buscar en él alguna palabra de consuelo.
Y aquí la faceta más loca y desesperada de Yosh... Kiseki, no me hago responsable si te mueres al leerlo.
Me recosté bien en el asiento y encendí la radio en uno de esos programas nocturnos. Cuando caía la noche el rock se apoderaba de muchas emisoras. Era la noche de los 80's y 90's. Bandas de leyenda hacían su presencia en las, habitualmente, infumables ondas de radio. Usualmente sólo había música vacía, salvo en algún milagroso programa. Sonreí al distinguir la voz de Sebastian Bach rasgando el silencio infumable que se había hecho en el coche. Piece Of Me sonaba tan rabioso como años atrás y comencé a agitarme contoneándome.
Mi esposo seguía tan rojo y nervioso, además supongo que verme en ese estado de éxtasis musical tampoco ayudaría mucho. Me movía de forma agitada con una sonrisa de encantador demonio. Era feliz, a pesar de cualquier pesadilla que se interpusiera en mi camino. Daba igual que tuviera algunos restos del pintalabios, que no me hubiera desmaquillado correctamente y casi estuviera desnudo.
Y entonces aquella canción que siempre me descontrolaba por completo. Radar Love de White Lion me hizo estallar en aullidos. Comencé a cantar a pleno pulmón y nada más sentir que Kurou paraba en un semáforo lo besé. Me hice con su boca pegándolo contra mí, sin importarme el tener por espectadores a un par de golfas que se creen mujeres por usar tacones, llevar mucho maquillaje y un carnet falso en el bolso.
El sólo de batería sonaba rebentando los tímpanos de cualquiera, había subido el volumen al máximo. Mi respiración era agitada, también estaba agitada mi entrepierna. Tenía ganas de Kurou, tenía deseos de sexo durante toda la noche. Y él parecía sorprendido e intentaba apartarme.
-Quiero follarte bien hoy.-dije cerca de sus labios antes de morderlos con ganas.-Mañana nos quedamos en la cama, no iremos a trabajar...
-Yoshiki, por favor.-tenía las mejillas y los labios rojos, de un rojo cereza apetecible.
Los coches que estaban detrás empezaron a pitar, yo simplemente no me alejaba de sus labios y mucho menos cuando The Cult hizo su aparición con Fire Woman. Contoneaba mis caderas al ritmo de la música acariciándolo y mirándole con ojos de gato en celo. Me mordí el labio inferior mientras una de mis manos bajó a su bragueta. Ahí abrió su boca soltando un jadeo e intentando ocultar su mirada cargada de necesidad.
-Llévame a casa, ya.-dije sentándome de nuevo como si no pasara nada.-¡Llévame Kurou o te follo aquí mismo!-grité impaciente al ver que seguía a modo de estatua de sal.
Arrancó acelerando de tal forma que la marca de los neumáticos se quedaron marcadas en el asfalto. Comencé a reír a carcajadas, pero el bulto aprisionado de mi pantalón no parecía sentirse tan divertido allí dentro. Seguía mordisqueando mis labios y moviendo sutilmente mis caderas, sobretodo al escuchar Big City Nights de los legendarios Scorpions. Jadeé al cerrar los ojos e imaginar el cuerpo desnudo de mi esposo, al recordar el sabor de su piel y sobretodo el de sus labios.
La cancela de la finca donde teníamos la mansión se abrió y empezó a sonar Nancy Boy, de Placebo, y yo simplemente le miré descaradamente. Quería que me llevara a la habitación de una vez, no podía soportar más aquel calor y esas ganas que me habían entrado casi de la nada.
Nada más aparcar el maldito coche, en la puerta, yo bajé y temblando me aferré al techo. Sentía mis dedos temblar, porque estaba nervioso y con el lívido más allá de las nubes. Había visto como destrozaba a un hombre frente a mí, sin importarle lo más mínimo que le vieran y yo le contemplara fascinado, para después sentir su sabor y contemplar sus sonrojos, y todo eso fue como una mezcla de varias drogas a la vez dándome un subidón enorme cuando lo enlacé con la música.
-My darling.-dijo preocupado aproximándose a mí como un animal herido.
Al sentir sus brazos rodeándome por la cintura sólo pegué mi trasero a él, estaba borracho de necesidad. Rocé mis nalgas contra su bragueta y le miré fijamente a los ojos. Quería besos, quería bebermelo a él en cada beso tórrido que pudiera ocurrir esa noche.
Me giré y me colgué de su cuello una vez más, me apoderé de su boca con hambre y rodeé con mis piernas su cintura. Estaba realmente caliente y quería que él me consumiera como si fuera un cigarrillo. Deseaba que me fumara mientras yo bebía hasta la última copa de sus labios.
-Fóllame.-rogué pegando mi frente a la suya.-Kurou, sé que no quieres hacerlo pero necesito eso. Necesito verte salvaje haciéndome todo lo que no has siquiera soñado. Quiero que me rompas en dos, que me dejes sin poder caminar y sobretodo que me hables sucio.-él se acobardó como siempre, no había remedio con ese hombre.-Kurou, quiero que me folles como no has follado jamás. ¿Comprendes? Sólo te lo pido esta noche, te juro que no te volveré a pedir algo así otra vez.
-No quiero de ese modo, no quiero.-balbuceó atormentado.-Quiero que me lo hagas tú.
-¡Kurou!-grité antes de morder su labio tirando con los ojos cargados de súplicas.-Sólo una vez, me lo han hecho tantos y de forma tan crueles... quiero que mi esposo me de una de esas noches épicas para olvidarlos a todos.
-Está bien.-dijo mirándome decidido.-Sólo esta vez porque yo amo cómo me lo haces tú.
-Vida mía, quiero que me folles y que dejes de hablar de una puta vez.
Algo encendí en él porque me llevó hacia dentro mientras yo me sentía arder, era como morirme por dentro y a la vez resucitar. Mi boca no quedaba quieta. Mordisqueaba su cuello, lamía su mandíbula bien marcada y jadeaba cerca de sus deliciosos labios. Me contoneaba restregándome eróticamente intentando llamar su atención. Él sólo me sostenía intentando concentrarse que tenía que hacer algo que no deseaba.
Siempre me había dicho que temía hacerme daño y que por eso disfrutaba con mis caricias, con el movimiento de mis caderas y mi sexo cargado de placer. Solía tentarle porque muchas veces había imaginado en mis fantasías a un Kurou fuera de sí, salvaje por domar. No me gustaba ser pasivo en la cama desde que ellos me destrozaron, desde que aquel ceboso me hacía abrirme de piernas mientras reía llamándome su puta privada, pero con él era distinto. Quería vivir los dos lados del sexo, aunque le dominara y le sonrojara.
Nada más abrir la puerta del dormitorio me bajé y me quedé sobre la cama, aún vestido esperando que él me quitara cada prenda. Se desnudó serio, esa flema inglesa que tanto me ponía y a la vez me irritaba. Jadeaba mostrando mi erección aún cubierta por mis pantalones. Era una imagen tal vez perturbadora para él, pero para otro seguro que deliciosa. Sabía el poder que tenía sobre algunos hombres, sólo que con Kurou todo era distinto.
Se sacó toda la ropa y vino desnudo hacia mí. Aquel enorme gigante tenía una leve erección entre sus piernas, conocía bien la extensión de su miembro y eso no era nada para lo que quería sentir. Su rostro quedó frente al mío cuando fue subiendo por la cama. Frente a frente nos miramos como si fuera la primera vez, y en ese momento creo que el ruborizado era yo y no él. Me miraba como un espécimen único y tal vez se preguntaba qué demonios ocurría conmigo.
-Tú lo has querido.-su tono de voz era ronco dejándome sin aliento.-Ábrete de piernas para mí esta vez, como tanto quieres.
Me incorporé intentando encontrar el dominio a mi cuerpo, estaba temblando aún más y no sabía ni donde tocar. Coloqué mi frente sobre su hombro intentando huir de su mirada, no verlo mientras deseaba no sentirla. Si bien, yo lo había provocado todo.
Sentí entonces como sus manos me desnudaban, era rudo quitando los botones de mi gabán y también lo fue al sacarme los zapatos. Pronto quedé desnudo frente a él con mi miembro en todo su esplendor, el suyo también estaba duro y sólo fue quitándome la ropa. En todo momento me sentía como un colegial y él sería mi maestro del sexo esa noche.
Su boca comenzó a pegarse a mi piel, tan sensual y salvaje que me arrancó gemidos, sobretodo cuando se quedó pegada a mis pezones y logré sentir sus dientes. Mis manos se colocaron en su cabeza acariciando sus cabellos, notando lo sedosos que eran y lo caliente que yo estaba. Mis caderas se movían buscando el roce de su cuerpo contra el mío, lo hacía de forma erótica e intentaba provocarle y a la vez cautivarle.
-Mi amor.-susurré echando hacia atrás mi cabeza alzando mi pelvis.-Mi amor...
-No me provoques.-siseó mirándome a los ojos con cierta cólera contenida.
Sus manos me hacían sentir en el paraíso y a la vez arder en el infierno, un infierno cubierto de pétalos de rosas que me ardían al caer sobre mi piel. Me abrió las piernas con las suyas y me pegué a él un poco más.
-Fóllame, fóllame bien.-mi lenguaje era vulgar cuando el placer me nublaba la mente.
Introdujo uno de sus dedos entre mis labios, buscó la humedad de mi lengua y yo lo lamí, para después succionarlo. Él sonrió en ese preciso instante, no fue una sonrisa dulce sino pervertida y yo cerré mis ojos abriendo bien mis piernas. Apartó su dedo de mi boca y lo llevó a mi entrada, introduciéndolo. Gemí negando con mi cabeza mientras lo estrechaba contra mí. Mis caderas se movieron aún más desesperadas y él comenzó a morder mi cuello, aunque también iba a mis pezones y los degustaba como si fueran chicle.
-Usa vaselina, porque te quiero ya.-estaba muy estrecho y también caliente, cosa que no conjuntaba bien.-Mi amor, usa vaselina.
-Si te vienes ahora no me importa, como si te vienes más de cinco veces esta noche.-susurró cerca de mis labios con sus ojos fijos en mí.-Yo te voy a follar a mi forma, así que acepta mis reglas.
En pocos segundos pude notar un segundo dedo. Cerré los ojos y solté un gemido que era parecido al de un grito. Deslicé mi mano derecha hacia mi miembro y comencé a masturbarme. Todo aquello era único, en más de dos años no había logrado que aceptara siquiera en tener la iniciativa de un beso tórrido. Cuando dio en el punto exacto no dudó en repetirlo hasta que me vine gritando su nombre. Él estaba jadeando, duro y expectante, pero ni por asomo se vendría sólo con verme y escucharme.
-Gírate.-me ordenó aquello sacándome sus dedos y yo me aferré más a él.-Te he dicho que te gires.-su voz de demonio me hacía jadear excitado, pero no deseaba que se molestara.
Me giré mostrándole la maravillosa visión de mi tatuaje. Su lengua jugaba por cada trozo de aquel dibujo y yo tiritaba con los ojos cerrados. Al llegar a mis nalgas las abrió y también dejó que jugara en aquel rincón tan íntimo de mi anatomía. Gemía percibiendo su cuerpo sudoroso, su lengua, sus manos y sobretodo sus ojos clavados en mí.
El momento en el cual lo sentí y pude notar como me partía en dos fue mágico. Grité su nombre y él gruñó el mío encajándose. Sentía que me destrozaba y estoy seguro que él se quedó ahogado al notarme tan estrecho. Me aferré a las sábanas, moví mis caderas lentamente y él inició el ritmo candente que sólo había podido soñar hasta ese momento.
-Te amo, te amo...-gemía moviéndome de forma contraria y al mismo ritmo.
Pero ese ritmo candente se volvió desesperado y yo me sentía como nunca. Sus manos estaban en mi cintura guiándome como le gustaba, sintiendo como la punta de su miembro golpeaba en el punto exacto donde era capaz de temblar igual que un flan, y la otra estaba en mis cabellos tirando de ellos. Gritaba dejando mis cuerdas vocales en cada grito mientras sus gruñidos me imponían respeto.
Cuando creí que me iba a venir de nuevo, y él junto a mí, se apartó frustrándome. Me arrojó contra el colchón y lo miré allí tirado. Aquel enorme gigante realmente era de proporciones increíbles. Miré su sonrisa, estaba disfrutando, y yo le respondí con otra sonrisa, aunque la mía estaba nublada por el placer y los jadeos.
Se tumbó en la cama y me hizo subir sobre él, lo hacía como si no pesara nada. Acariciaba su torso con una leve sonrisa, para luego ayudarle a que entrara nuevamente en mí. Temblé como una hoja a punto de caer del árbol, mis brazos casi me fallaron y mis ojos se nublaron. Estaba casi afónico, pero seguía arrancándome gemidos.
Sus manos, esas enormes manos, me acariciaban y me guiaban. Mordisqueaba mis labios echando hacia atrás mi cabeza, intentando pensar de forma cuerda y lo único que llegaba a mi mente era él viniéndose en mí. Mis ritmos eran lentos, perturbadores, pero pronto comencé a botar y a sentir que cabalgaba sobre él.
Cayó sobre mí de nuevo, pero besándome y haciéndome perder el juicio. Se había movido tan rápido y sin salir de mí que ya ni sabía dónde demonios estábamos, si podíamos caer de la cama o si el servicio estaba pendiente de nosotros. Y en una de esas terribles embestidas que rompía en dos mi alma se vino y eso provocó que yo también lo hiciera.
-Kurou-kun, mi gigante.-balbuceé sin aliento.
-No me vuelvas a pedir que repita esto, no me gusta.-eso me hizo reír a carcajadas.-Lo digo muy enserio, me gusta que me lo hagas tú.-ahí volvió a ser el de siempre sonrojándose y mostrándome esa faceta dulce.
-No lo haré... muy seguido.-susurré mordisqueando sus labios.-Me pones así en plan dominante, pero eres tan tierno que me dan ganas de violarte.
Aquella noche fue completa y una tremenda locura. Me dormí cansado y rodeado por sus fuertes brazos. Él protegía mi dragón, él era el príncipe que había avivado los sueños de este otro que creía estar muerto. Mi Kurou era el hombre que había estado buscando toda mi vida, el amigo y el amante más extraño y a la vez más deseable.
“Siento mariposas en el estómago, sus alas son de dragón y sueltan perfume de canela. Siento que el mundo no nos comprende, pero no importa, dame tu mano y conviérteme en tu cena. Quiero ser devorado por tu boca. Deseo que me beses hasta que me muera.”
-Vamos, te daré algo especial hoy.-me estrechó con un egoísmo tan infantil como sus celos.
-¿Qué me darás?-murmuró cerca de mi oído.-Dime, me he portado bien ¿qué me darás?
-Te daré un juguete para que te diviertas.-dije llevando una de mis manos a su rostro, acariciándolo, sin dejar la otra mano de estar aferrada a la cuna.
Nos marchamos sin despedirnos, pero al pasar por la entrada y girar mi rostro hacia el fondo del gran salón sentí nostalgia. La sensual y extraña figura de Christian entonaba una melodramática canción mientras un puro se acababa en sus labios. Un hombre de su edad no debería estar solo, sobretodo uno que había visto los infiernos tan de cerca.
Christian se enamoró de una insolente, aunque durante años la aprecié. Ella era como una hija para Kamijo, a pesar que sólo se diferenciaban algo más de una década. Caprichosa, egocéntrica y tan estúpida que no supe jamás porque decía que quería emular a Rose. Rose era divertida y jamás pidió a su esposo algo más allá de unas rosas frescas siempre cerca de su cama, allí donde jamás quiso compadecerse de sí misma y de ese cáncer que acabó destruyéndola.
Él fue un capricho, pero su corazón seguía latiendo por ella. Y lo único que le quedó de todo aquello fue una carrera de detective malograda y un niño pequeño que gritaba cada noche en su cuna. Ni siquiera había sido capaz de cuidar a su amante, menos a su hijo. Un hombre de cuarenta y pocos años, de un aspecto algo juvenil y de mirada seductora, no estaría solo mucho tiempo, o eso es lo que deseaba pensar en ese momento y aún hoy lo creo a pies puntillas. Gente como él, tan valiosa y noble, no suele estar lejos de encontrar el camino a la auténtica felicidad.
-Vamos Yosh.-dijo Kuroy tomándome de la cintura, pegándome a él para llevarme a la puerta y marcharnos ya a casa.-¿A qué esperas?
-Los ángeles a veces tienen formas curiosas ¿no crees?-susurré antes de girarme hacia él para besar su mejilla.-Un día tendré la paciencia necesaria para enseñarte a tocar el piano.
Caminamos hacia el coche en silencio. Su mano no se apartaba de mi cadera, me pegaba con complicidad mientras yo movía el maletín como un colegial. Me sentía orgulloso de tener a una persona como Kurou a mi lado, alguien que realmente me amara y me lo demostrara.
Odiaba las muestras de cariño en público, pero se sentía tan conmocionado por los celos que había vivido que me sujetaba sin miedo alguno. Ni siquiera él se había percatado de ello, su rostro serio me demostraba que sus impulsos a veces eran más intensos que su pudor. Reí sin poder evitarlo y él sólo me miró de reojo intentando descifrar mis carcajadas.
-¿Por qué te ries?-preguntó casi a punto de llegar al vehículo.
-Porque me tienes agarrado por la cintura, acariciando un poco mi cadera y provocando que el otro lado de mi cuerpo choque con el tuyo. Estás agarrándome de una forma muy erótica y varonil, ni siquiera te has dado cuenta de ello. Además, lo estás haciendo en plena calle y muchos se han quedado mirándonos.-dije antes de colgarme de su cuello y ver como se volvía completamente rojo.-Mi amor, no te cortes ahora.
-¿Hice eso?-balbuceó.-¿Hice eso?-resopló intentando no entrar en un ataque de nervios en plena calle.
-Sí.-murmuré antes de lamer sus labios y pegar mi boca a la suya.
Mi lengua se desató contra la suya de forma violenta, igual que la brava marea contra las rocas. Perdíamos el aliento, yo prácticamente el equilibrio y él me agarró para que no cayera. Mis brazos estaban rodeando su cuello firmemente. Su sombrero ocultaba sus ojos cerrados como si fuera el primero, los míos se abrieron para poder contemplarle. Esos cálidos labios, esas mejillas ardiendo, su flequillo alborotado y sobretodo esas pestañas tan negras echadas para sentir menos pudor. Ese beso era cargado de pasión y a la vez de ternura.
-Celoso.-dije riéndome cerca de su boca.-Eres un maldito celoso.
-¿Cuál es mi premio?-aún recordaba que le había dicho que le daría un premio, pero creo que lo preguntó sólo para cambiar de tema.
-Llévame a un bar de carretera algo alejado que bien conoces, allí habrá alguien para ti y yo te lo ofreceré en bandeja.-besé su cuello y mordí el lóbulo de su oreja izquierda.-Luego estarás tan excitado que quizás no puedas ni conducir.
Me aparté tirando de él hacia el coche. No dijo nada, tan sólo tenía la cabeza agachada y una sonrisa cohibida en sus labios. Y así estuvo casi todo el camino en coche. Conducía como demente, pero no paraba de tener las mejillas rojas. Aquello producía un contraste erótico que me excitaba.
Mientras él conducía yo me arreglaba para que mi aspecto, camino entre lo femenino y lo masculino, me ayudara. Acomodé mis cabellos ondulados y con un tinte rubio, aunque no de un tono demasiado llamativo, mientras ayudaba todo con un poco de maquillaje y mejora de mis uñas con una laca roja. Pinté mis labios riendo bajo al escuchar la canción que comenzó a sonar en la radio, era parecida a la de cualquier streaptease que se precie.
Aquel tugurio estaba situado cerca del final de los límites de la ciudad, en la zona más alejada al mundanal ruido, y era un local de moteros donde escupían en el suelo y se creían muy machos escuchando su hard rock. Yo sabía que Kurou iba a sentir celos terribles con todo aquello, pero era lo que más me agradaba. Siempre que íbamos allí me confundían con una mujer y por lo tanto sentía asco, un colosal fastidio, que se veía recompensado con la violencia extrema de mi esposo.
Me quité la ropa que sobraba, camisa y chaqueta, para quedarme sólo con el gabán y así remarcar mi cintura. Acomodé mis cabellos de una forma que podían esconder dos pequeños senos, aunque de pechos yo estaba algo escaso. Tomé unas botas con cierto tacón, eran de hombre pero parecían femeninas y le daban a mi forma de caminar cierto erotismo. Mi esposo gruñó al verme de ese modo, pero sabía que si no me vestía así no conseguiría su juguete.
-Iré a la juguetería, te traeré el más divertido de todos.-susurré cerca de su oído derecho antes de morderlo.-Espera que tu lindo esposo te lo envuelva.-acaricié su entrepierna y se sonrojó girando el rostro hacia otro lado.-Quiero follarte luego.-dije antes de guiñarle con mis pestañas embarradas en rimel.
Entré pasando por al lado de aquellas maravillas, ellas y no sus dueños eran lo mejor de ese sitio. Después de admirarlas como si no tuviera ni zorra idea, entré notando las miradas de todos. Aclaré mi voz y me apoyé sobre la barra como si fuera un elegante minino. El barban reía codeando a su compañero, todos decían barbaridades a cual peor.
-Muñeca, no tienes pelos en la lengua porque no quieres.-dijo uno de ellos agarrándose su seboso paquete.
-Amor.-dije al barman tirando de su collar con placas militares.-¿Me pones un refresco? ¿O sólo tienes alcohol? El alcohol me sienta muy mal y yo soy una buena chica, una chica decente.-pestañeé e hice mis morritos más seductores.-Pero no tengo dinero y mi coche se estropeó a media hora de aquí, tengo los pies molidos y necesito algo para beber. ¿Comprendes? Estoy deshidratada.-acaricié su pringoso pelo y luego miré al personal.-¿Alguien me invita a una copa y a un paseo en su moto? Parecen increíbles, pero no sé nada de motores.
Empecé a escuchar silbidos, gritos de “eligeme a mí” y miles de obscenidades que no voy a reproducir, creo que pueden imaginarlas sin que yo tenga que hacer mención a alguna de ellas. Aunque no lo parezca soy un caballero y detesto que vejen a las mujeres, todas merecen un alto respeto y ser apreciadas.
El más rudo y violento de todos en aquel lugar era un completo cruce entre jabalí y oso. Eché a caminar hacia él y rogué que mi estómago no se revolviera por lo que haría, sobretodo cuando le rodeé por el cuello y besé su boca con alitosis. Juraría que el azufre del infierno olía mejor que aquel bater con dientes de pirañas.
-¿Me llevas a mi casa hombretón?-dije acariciando su asquerosa camisa blanca sin mangas, creo que era blanca aunque se veía amarillenta, la cual iba detrás de una chupa desgastada.
Aquel bastardo apestaba a sudor, cerveza y gasolina. Era un hedor insoportable y odiaba que se pegara a mi caro perfume. Cuando me aparté noté un bulto en sus pantalones, esperaba que fuera el móvil porque me daba asco de pensar que se excitara conmigo.
-Claro, pero quiero algo a cambio.-todos rieron como locos, sobretodo cuando me tomó del mentón con una mano y con la otra apretó mis nalgas.-Una buena follada en tu pisito de putita, seguro que es de esos caros y lujosos que te paga tu papá.
Cometió un graso error de hablar así de mi padre, aunque debía meterme en el papel de una zorrita en pleno bosque de leñadores y cazadores hambrientos de sexo. La última mujer que tocó aquel mastodonte seguro que tuvo que ser por una fuerte suma de dinero, ninguna mujer en pleno juicio iría con alguien tan nauseabundo.
-He dicho que soy una buena chica.-pestañeé mirándole eróticamente.-Nunca derramo ni una gota de leche.
Y ahí ya lo tuve en la palma de mi mano. Eché a caminar hacia la puerta y él me siguió triunfante. Me monté con él y vi como mi esposo tiraba a lo lejos el cigarrillo, juraría que pude leer un gruñido de sus labios.
-Chochito, dime hacia donde está tu casa.-dijo haciendo piruetas por la carretera.
-¡Ay! ¡No corras tanto! ¡Ay que miedo!-decía aquello con la cara más seria del mundo, aunque oculto tras su sudorosa espalda.-Vivo en el barrio dormitorio, es un pisito cerca de la uni donde voy.
-¡Universitaria! ¡Esta noche lo voy a pasar bien!-gritó aquello acelerando su moto demasiado excitado para darse cuenta del coche que nos seguía.
-Ay, por favor para aquí en esta zona de descanso... creo que me voy a marear.-incluso aflojé mi agarre haciéndole creer que realmente me iba a caer.
-Claro y si quieres cuando se te pase te la meto un rato, se debe sentir bien entre tus piernas.
Amaba el rock, a los hombres que le cautivaban ese tipo de música, pero aquella taberna estaba llena de idiotas alcoholizados y para nada rockeros de verdad. Si ellos eran rockeros estaba seguro que yo era la Garbo.
Nada más parar bajé y el coche de mi esposo salió de la nada. No esperó siquiera que él bajara, lo tumbó de un puñetazo que no se esperaba. Golpe tras golpe empezó a deformar su cara, el mastodonte ni podía moverse del suelo con aquella enorme tripa cervecera. Sus vanos intentos de dañar a Kurou quedaban en eso, intentos. Yo sonreía satisfecho intentando quitarme su peste con colonia que siempre llevaba en la guantera, además de toallitas húmedas.
Cuando sacó su navaja le rasgó la ropa y se la enterró justo en el corazón, como si fuera un cirujano extrajo el corazón y lo tiró a un lado. Aquel imbécil murió en el acto con sus ojos mirándonos como dos huevos duros. Sin embargo, mi esposo no paró y comenzó a clavar aquellas navajas una y otra vez. Tenía más de dos ocultas en las mangas de la camisa y la chaqueta. Reía como auténtico demonio y yo sólo sonreía satisfecho.
-Kurou, cielo.-dije colocándome tras él.-Mi gigante.-añadí bajando mi mano por su vientre hasta su entrepierna, mientras él seguía enterrando aquellas navajas.-Ya, ya vale.-besé su cuello lentamente e hice que parara.-Tira el cuerpo, sácate la ropa y métela en el maletero, rápido. Ponte la muda limpia que siempre llevamos, esta vez te has ensuciado mucho, y ahora te limpiaré bien el rostro.
-No vuelvas a jugar así.-balbuceó.-Me gustan los juguetes, pero no me gusta que abraces a otros.
Hizo todo lo que le pedí mientras yo me sentaba sobre el capó del coche. Mi sensualidad no la perdía, menos cuando jugaba a desquiciar a mi pareja. Él se quedó prácticamente en calzoncillos mientras veía como me divertía observando el cielo nocturno.
-Kurou.-dije incorporándome para ir hacia él, estaba parado frente a la puerta abierta del piloto.-Echa hacia atrás tu asiento, por favor.
-No, no debemos.
Había notado su miembro completamente duro mientras mataba, sabía que aún lo estaba más por mis estúpidos juegos de seducción. A pesar que decía que no hizo lo que le pedí, todo por ser el chico obediente que siempre fue y porque su cuerpo se lo pedía.
Me monté en mi lugar, pero terminé casi subido sobre él. Mi boca se pegaba a su dulce piel, aún tenía aroma a sangre a pesar de haberse limpiado. Mis manos se movían sobre su pecho hasta el borde de su ropa interior, la cual deslicé para poder agarrar su miembro. Mi boca se paseaba por su figura, incluso por sus brazos, permitiendo que mi aliento le rozara y pusiera sus vellos de punta.
Terminé arrodillándome en aquel estrecho cubículo, no me importó lo incómodo que era y mucho menos cuando llevé su miembro a mi boca. Una de sus gigantescas manos se pegó a mi cabeza y empezó a tirar de mis cabellos, la otra se aferró al volante apretando duro. Su boca se abrió para dejar que salieran resoplidos, gruñidos y gemidos, mientras su pelvis se movía agitada.
El carmín que llevaban mis labios empezó a manchar la base de su sexo, pues lograba llevármelo por entero a mi boca y humedecerlo. Mi lengua se pegaba a su piel y tiraba de esta, mis dientes a veces mordisqueaban su punta y en otras eran mis labios apretándola. Él sólo pedía más intentando pensar con claridad, pero todo lo que yo le daba sólo le ofrecía pensamientos poco puros. Sus mejillas estaban rojas, podía verlo por la leve luz de la lampara del techo, estaba iluminada al haber dejado mal cerrada una de las puertas.
No duró demasiado aquello, sobretodo porque mis manos no se quedaron quietas y apretaban incluso sus testículos. Hice que se viniera en un claro gemido que prácticamente lo dejó afónico. Yo entonces recordé mis palabras mencionadas antes en el tugurio, y me reí al apartarme de su miembro completamente limpio.
-Ya le dije a ese que nunca derramo una gota.-susurré antes de besar su cuello lentamente, así como su pecho. No había prisas, tenía minutos hasta que él reaccionara.
Se quedó boqueando aire e intentando concentrarse, cuando se despertó de aquella oleada de placer le entró el pudor. Comenzó a vestirse como alma que se llevaba el diablo. Me quedé sentado desmaquillándome mientras él corría de un lado a otro colocándose la ropa, se maldecía bajo y se golpeaba contra el coche.
-¿Sucede algo?-dije cuando entró en el coche dando un fuerte portazo.
-¡No sé como demonios lo haces!-gritó molesto.-¡Siempre acabamos igual!
-Fácil, yo te domino.-contesté haciéndole un provocador símbolo de la vitoria.-I win.-gruñó bien alto y aporreó el volante.-Por cierto, quiero un cigarrillo.
-No quedan, en casa hay una cajetilla creo.
-De acuerdo, después en casa te lo hago en condiciones y me das mi premio.-dije aquello a modo de broma, pero él se puso aún más nervioso.
Sus manos temblaban tanto que no era capaz de meter la llave en el contacto. Yo sólo reía escandalosamente mientras cantaba una canción perversa, eso no le ayudaba en absoluto. Me divertía tanto verlo en esa pose de quinceañero atrapado por su madre masturbándose frente al ordenador, porque realmente tenía ese mismo comportamiento. Estuvimos más de cinco minutos esperando a que él pudiera arrancar y marcharnos a nuestro acogedor hogar.
“Mátame con tu locura, pero mátame a besos. Mátame hasta que el mundo se vuelva rojo, como tus dedos manchados con mi sangre. Quiero que bebas de mí y me seduzcas. Sé que eres un demonio, sé que lo eres. Mátame con placer, mátame con locura.”
Habíamos consumido casi dos horas y estuvimos otra más debatiendo el último punto, era el encontrar a Dorian Lambert. Poco o nada habíamos llegado a tener en los últimos meses. A pesar de sus rasgos marcados, por la carencia de un ojo y su leve cojera, era capaz de esquivar nuestros controles con sus malditos disfraces. Un hombre que había traicionado a su jefe, mordido la mano que le da de comer, y sin importarle asesinado a dos de los mejores hombres de aquel clan, uno de ellos en hermano de la única persona que le importó en el mundo, era algo impresionante. Dorian Lambert había perdido toda su humanidad el mismo día que enterró a Elizabeth, después que esta se suicidara tras la desaparición de su hermano.
-Mario.-dije en un murmullo ya que estuvo en silencio todo aquel tiempo, leyendo e informándose sin mostrar ni un atisbo de dolor.-¿Estás bien?
-Mi padre ha muerto a manos de un desgraciado, mi pareja me ha abandonado llevándose a mi hijo y ocupo un cargo que no quería.-soltó aire intentando contenerse.-No, no estoy bien.
-Ya me parecía.-susurré acariciando sus cabellos con una leve sonrisa.-Sabes que yo puedo hacer el idiota para provocarte una carcajada.
-Yosh.-gruñó Kurou, que hasta ese momento también estuvo en silencio.-No me invites a perder la paciencia.
-Celos.-susurré antes de besar su mejilla.-Celos estúpidos hacia un hombre heterosexual, muy bonito.
-No, lo hermoso aquí eres tú. No te das cuenta que incluso seducirías a los ángeles.-le salió aquello tan romántico de la nada y me hizo sonreír de forma tierna. Mi gigante era dulce incluso molesto.
Christian y Brandon murmuraban bajo, intentaban comprender cómo podían ayudar ellos. A pesar de sus diferencias ambos habían tomado de buena forma el estar juntos en misiones, éramos dos clanes fundidos en uno y con dos líderes que a veces pensaban de forma muy disciplinada. Mario estaba allí leyendo los dossier que habíamos ido entregando, buscaba atentamente algún dato que le sirviera a los que ya poseía.
Todos inspeccionábamos aquellos documentos con cautela e ingeniábamos las nuevas argucias para tener más información, mucho más, y una vez en nuestras manos aplastarlos a todos como cucarachas. Kurou pasaba su lengua por sus labios, podía sentir su sed de sangre y sus ganas de tener entre sus dedos el corazón, aún palpitante, de alguno de aquellos hombres.
Eran casi las diez cuando Kamijo dio por finalizada aquella reunión. Entregó a Hiroshi parte del nuevo recorrido que debería hacer en unos días, para luego venir hacia nosotros y tomar del hombro a Kurou. Se quedó mirándolo fijamente antes de sonreír de forma dulce, como pocas veces podía verse en aquel mundo donde nos movíamos.
-Me caes bien, aunque me odies.
-¿Puedo ver a Camil y a Celeste?-pregunté antes que se apartara.
-Ya deben estar descansando, id con cuidado.-comentó caminando delante de nosotros, abriendo las puertas de la biblioteca y dejándonos pasar.
Algunos ya se habían ido, como era el caso de mis sobrinos, otros se quedaron en el salón tomando una copa antes de marcharse. Nosotros nos movimos hasta la enorme habitación donde se encontraban sus cunas.
Mi amor por los niños, por su bendita inocencia que parece ser eterna en sus primeros años, me hacían desear ser padre. Mi esposo lo sabía y el peor de sus miedos iba en ese sentido. No quería hijos porque no me quería compartir. Sin embargo, yo soñaba con poseer una familia completa algún día.
Al entrar en su habitación pude sentir el aroma a colonia infantil, polvos de talco y un dulce perfume a lavanda. En una cuna que asemejaba un carruaje estaba él, dormido y aferrado al viejo oso de peluche que una vez fue mío. Se lo ofrecí a Kamijo cuando supe que sería padre por primera vez, era uno de los pocos recuerdos dulces de mi infancia y quería compartirlo con Camil. Ella dormía en una cuna que se asemejaba a una enorme flor de cerezo, era aún demasiado pequeña para comprender lo afortunada y desgraciada que era a la vez. Por mucho que detestara a su madre ella necesitaba su calor.
-Mira Kurou.-dije aproximándome a Camil.-¿No es idéntico?
-Sí, muy bonito.-murmuró seco, como si mis palabras hubieran llegado como una daga al centro de su corazón.-¿Podemos irnos ya?
Los rizos dorados de Camil y sus escasos rasgos asiáticos me cautivaban. Movía lentamente su chupete azul, tan calmado y lleno de vida a la vez que me sobrecogía. Estaba por despertarlo y obligarlo a dormirse en mis brazos. Me apoyé en la cuna acariciando sus mejillas con la punta de mis dedos, mientras podía sentir su calor él podía notar mis caricias.
Kurou se fue hacia donde estaba la niña y bufó. Ni siquiera se sentía cómodo frente a un bebé de escasos meses. Si bien, por unos instantes sus ojos brillaron al ver los lacios cabellos rubios de la pequeña. Era hermosa, un ángel, al igual que su hermano. Ignoro porque mi esposo se hacía el duro, sabía que parte de esa incomodidad era que no comprendía el sentimiento agradable que se formaba en su pecho. Siempre tan frío en apariencia y por dentro tan cálido, tan dulce.
-¿Por qué eres así?-pregunté mirándole como lo haría un gato, clavando mis ojos en su nuca y haciéndole sentir aún más incómodo.
-¿Cómo?-respondió con sus ojos clavados en la niña.
-Sientes ternura hacia los niños, deseas tener uno conmigo y a la vez apartas ese deseo por puro egoísmo. No sé si tengo un esposo o un hijo de treinta años.-comenté antes de sonreír de forma peligrosa.-No te quiero retar en que tengamos uno, en buscar un vientre de alquiler como hizo Kamijo en su día.
-Emma lo pagó caro.-susurró.
-Lo sé.
Emma era una íntima amiga de mi hermano. Ella siempre estuvo enamorada de él, o más bien obsesionada. Recuerdo su sonrisa al sentir la presencia de Kamijo, así como yo sonreía. Ambos estábamos enamorados en silencio y nos moríamos por sentir sus besos. Lo amaba tanto que se ofreció en ser el árbol que diera aquel hermoso ángel que dormía ajeno a todo y todos.
Vino a mi mente el momento en el cual ella hizo una fotografía impresionante de mi hermano, él estaba fumando de forma bucólica frente a su piano. De fondo tenía París, un París con movimiento incesante incluso en las noches de aquel tórrido verano. Hacía un par de meses que Rose se había marchitado y era uno de los primeros días en los cuales él encontró el coraje de levantarse, asearse y sentarse frente a esa inmensa ventana.
“Princesa de porcelana venida del país de la caja musical. Princesa con labios de cereza, piel de arándanos y zapatos de cristal. Danzaste para mí antes de esfumarte. Te convertiste en un ángel. Princesa de porcelana y papel maché, aquella tormenta te deshizo en mis manos. Te sigo esperando en mi jardín de rosas, en el paraíso, en nuestro edén.”
Sentí celos porque creí que ella disfrutaría de una fantasía hecha real, que sería la próxima princesa de aquel melancólico príncipe. Sin embargo, él se alejó de ella y de mí. Se volvió algo más frío que de costumbre y se ancló en buscar remedios a su soledad. ¡Y qué remedios! Fulanas de cualquier cabaret parisino dispuestas a recibirle sin tener que pagar, más bien ellas se mataban por sentirlo, así como cualquier bohemio sentía la necesidad de ayudarle a ahogarse en whisky, vino y salmos a musas que nunca existieron.
Emma era delgada, de cara de muñeca y tenía unos labios apetitosos como ciruelas. Sus ojos eran enormes y azules, aún más intensos que los de Kamijo. Una dulce princesa francesa que vivió para el arte, que respiró arte, y que aún lo vive encerrada como cualquier demente. Terminó loca al ver que su príncipe la obviaba, que sólo deseaba el fruto de su vientre y que no era capaz de alejarlo del imbécil de Jasmine. Realmente la compadezco, aunque una vez los celos me hicieron odiarla.
-Deberíamos irnos a casa.
Se acercó a mí rodeándome por la espalda, besando mi cuello con cierta necesidad, para después deslizar sus manos por mis caderas. Pocas veces se veía tan tentador, sólo cuando se sonrojaba. Sabía que aquella reunión le había alterado y necesitaba que le atendiera. Yo simplemente eché mi cabeza hacia atrás moviéndome lentamente, como si bailáramos, y él me siguió el ritmo tarareando bajo una canción que realmente me gustaba.
“Me sedujiste, no sé como lo has hecho y no importa. Sedujiste a este demonio como si fuera un idiota. Ahora soy tu idiota. Te amo, te amo sin importar dónde estemos y cuántos kilómetros nos separen. Sabré esperarte cuando no pueda abrazarte y necesitarte aunque te tenga entre mis brazos. Me sedujiste, no sé como lo has hecho y no importa. Me sedujiste, maldito seas ángel de labios dulces.”
Hide... hermoso ser que nos abandonó hace más de una década y de forma que aún no se puede comprender. Las lágrimas en el funeral de Hide fueron muchas, sobretodo las de Yoshiki que intentó despedirse de un gran amigo y compañero.
Tuve que rescatarlo, sobretodo porque siempre me pareció tierno y muy dulce...
¡PINK SPIDER!
En honor a Hide
-Silencio por favor.-intervino Kamijo.-Las formas de matar a esa rata de alcantarilla no me interesan, con que esté muerto lo antes posible me daré por satisfecho. Supongo que estará viviendo de lujos en algún país asiático, probablemente con el ex del señor Sakurai y mi ex-esposo.
-Y pensar que Jasmine me caía bien, en un principio.-murmuré.-¿A ellos también se les dará matarile?
-Sé cuanto le detestas, pero abstente de emprender alguna acción contra alguien que no sea Taylor Swan.-me respondió aquello con una frialdad innata en él, quien lo conociera de sus actos sociales seguro que temblaría nada más escucharlo.
-¿Podríamos ir al siguiente punto?-preguntó Yuki intentando parecer calmado y con modales.-Quiero que digas de una puta vez que le puedo partir la sesera a Juka y lo último que hemos averiguado. Por favor, hermano.-Kamijo era también para él un hermano, esa parte elegante que él jamás tendría.
-Ya te dije en casa lo que yo averigüé.-comentó Sho calmado, pero con un tono serio.
-¿Quién es Juka?-intervino Soma confuso.-¿Otro tan cabrón como Taylor Swan?
Mi hermano sólo asintió y yo me levanté entregando los informes. En ellos estaban las fotografías de sus hombres de confianza, también los desertores que estaban colaborando con nosotros y los cuales tenían protección por nuestra parte. Por supuesto, estaba detallado cada viaje que había hecho en los últimos años, así como propiedades y objetos de valor que poseía y que podía vender, por supuesto para obtener dinero rápidamente.
-Vaya.-escuché al señor Sakurai inclinándose hacia su hijo y cuchicheando después.
-¡Impresionante!-exclamó Hizaki antes de dirigirse a todos los presentes.-Este sujeto estuvo trabajando de doctor, inclusive lo vimos visitar a Jasmine en un par de ocasiones. Fue cuando le pegaron un tiro, aún era pareja de Kamijo.
-Lo sé, me topé con él de cara y sé que es un viejo amante que tuvo Jasmine.-su rostro se ensombreció.-Si no hubiera tenido un pacto con él en ese momento lo hubiera matado allí mismo.-entonces sonrió de manera cándida.-Pero ya saben, uno es un hombre de palabra y un caballero jamás debe hacer excesivo ruido en un hospital.
El primer folio del informe se detallaba la vida ordinaria de aquel engendro. Comentaba sus gustos y aficiones en la segunda. Y en las siguientes hojas ya era su catálogo de perversiones. No pude leer aquel texto, aunque yo mismo lo había redactado completamente asqueado. Yuki se iba impacientando más y más, hasta que se levantó de la silla y la tiró contra uno de las enormes cristaleras.
-¡Maldito hijo de puta!-exclamó.-¡Dañó a mi Bou!
Si había algo de lo cual no había sido informado era de eso, precisamente de algo esencial. Yuki estaba de esa forma, tan violento y serio, porque su pareja era aquel mocoso de aspecto cándido y andrógino al cual Juka usaba como mascota. Si estábamos allí era por venganza hacia aquella criatura, el cual era de la edad de mi sobrino Sho y que aparentaba al menos seis años menos. Un chico delgado y de ojos de conejo, al menos se asemejaba a uno pequeño y escurridizo.
Desde hacía unos años aquel estúpido había tenido encerrado al joven con una vigilancia propia de una penitenciaría. Todo lo había hecho para poder tenerlo en su cama día y noche, humillándolo y haciéndolo suyo de forma violenta. El muy estúpido decía amarlo y por ello lo cuidaba del resto, así como lo llenaba de regalos que no servían de consuelo. Privado de libertad y hundido en su propio pasado, y por supuesto nulo futuro, Bou intentó suicidarse fallando milagrosamente.
Todos los que allí estábamos nos quedamos con la vista fija en Yuki. Respiraba de forma agitada y ni siquiera su padre lograba controlarlo. Spider bajó de las rodillas de su hermano y abrazó al que para él siempre sería su tío, su tío Yuki. Aquel coloso de casi dos metros cambió su pose y se arrodilló frente a la melancólica mirada de su sobrino. Con cuidado acarició sus cabellos rosas y sonrió leve intentando que su expresión cambiara.
-Si te haces daño Bou se pondrá triste, si sigues así te harás mucho daño tito.-lo abrazó aún más y luego sonrió.-¿Tienes caramelos? Me apetece un caramelo.
-Ven aquí, amor.-dije enseñando varios caramelos que llevaba en mi maletín.
Después de aquello todos quedamos en silencio leyendo, sólo que Kamijo estaba con una calculadora mirando la ventana y luego las sillas. Anotó en un papel y luego sacó su portátil. Yo lo miraba con minuciosidad, como si fuera un extraño e intentara saber qué demonios hacía.
-Sí, eso es.-todos nos giramos hacia él al escucharle hablar.-Te descontaré el 10% de tu sueldo durante dos años, o si quieres puedes pagarme los aproximadamente 5.000 euros.
Todos suspiramos recordando entonces que Kamijo tenía alma de contable. Yuki apretó los puños intentando controlarse, por eso terminó sentado en el suelo refunfuñando. Éramos una sociedad extraña, teníamos momentos en los cuales no sabía si llorar o reír a carcajadas. Si bien, todo mi humor se bajaba al leer las prácticas de seducción del descendiente de los Arakami.
-Si me dejan intervenir.-comentó Sho.-El señor Shimada podría ayudarnos, sin embargo estoy seguro que ya llegó a oídos suyos que ahora está en nuestro lado. Pero, nada perdemos si intenta dar con Arakami. Supongo que los lazos que les unen son más fuertes que la lógica.-se levantó entregándonos a todos unos documentos.-Aquí tienen, deben leerlos con atención.
En aquellos escasos tres folios teníamos la historia personal de Shimada vinculado con Arakami, así como un tal Yasunori Hayashi. Shimada había sido contratado en la escuela de dibujo de Bou para vigilar al joven, si bien él desconocía los propósitos de Juka y todo lo que ocurría en aquella casa. Shimada conocía al idiota de Arakami por haber cursado distintos estudios en la misma universidad. Hayashi era un caso distinto. El padre de Juka adoptó a Hayashi, el hijo de uno de sus mejores hombres muerto en acto de servicio, como suyo y por lo que leía era casi seguro que lo quería más que al propio.
Aquello no estaba simplemente redactado por mi querido sobrino, sino que tenía un toque distinto y me jugaba el cuello en esos momentos que Shimada había estado involucrado en cada palabra. Miré fijamente el papel recordando punto por punto en mi mente, sintiendo que de tanta información colapsaría.
-Arakami, Swan y Lambert deben ser aniquilados sin compasión.-la voz de Kamijo sonó lóbrega, casi cavernosa.-No quiero fallos, ni por vuestra parte ni por aquellos que están a vuestras órdenes. No quiero que suceda lo mismo que con Hiroto, odio perder hombres valiosos.
Spider entró en una especie de trance al escuchar el nombre de Hiroto. Aquel hombre le había cuidado, ofrecido un hogar cálido y amado de una forma similar a la que él lo había hecho. Había venido de otro clan hacia el nuestro, el mismo clan al que perteneció Lambert.
Hiroto era una mole de dos metros y con un rostro tan serio que parecía un demonio, su voz era oscura y producía escalofríos. Sin embargo, era alguien abnegado a su trabajo y entregado por completo a los caprichos de mi joven sobrino. Nadie en el clan duda que se enamoró de él, que ambos se amaban era un hecho, y que el trauma que aún ahogaba a Spider era demasiado duro para digerirlo.
Sus mejillas comenzaron a empaparse por sus silenciosas lágrimas. Sho se levantó y lo tomó en brazos como si fuera un niño, mientras con un gesto pedía a Kamijo el poder marcharse. Nada más estar fuera ambos pude escuchar el lamento ensordecedor de Spider. Una mariposa intentaba cuidar a una pequeña araña, ambos dos niños perdidos en un mundo demasiado violento.
Recordé el primer día que los vi. Sho tenía alrededor de los 15 años, Spider casi trece. Ambos vagabundeaban por las calles de Tokio intentando huir de un amargo golpe del destino. Kazou, el cual es el verdadero nombre de Spider, estaba dormido sobre la espalda de su hermano y este lo cargaba por las aceras sin importarle el tener los deportes gastados. Hacía frío, creo que era el día más frío que he vivido en Japón, pero Sho iba en camiseta de tirantes mientras que su hermano iba abrigado con una chupa de cuero y bufanda.
La voz dulce de mi sobrino se mecía en el aire con una extraña nana, luego supe que él la inventó para su hermano. Sus cabellos ya eran rojos, parecían quemar bajo las luces de neón de los negocios que aún estaban abiertos. Spider también tenía la misma imagen que posee ahora, a decir verdad no ha cambiado en tantos años.
“Y la luciérnaga no era luciérnaga, sino mariposa. Entre sus alas transportaba una pequeña araña, una araña rosa, que se preguntaba si esto era el infierno. Pero la mariposa en una increíble hazaña, le dijo que sólo eran los fríos días de invierno. Roba un poco de comida, no te hará daño... pero es irse a soñar sin nada en el estómago. Roba un poco de comida, la hormiga no nos ve... ella no echará de menos un poco de pan y una nuez.”
Caminaba de la mano de mi hermano, vestía como una niña y eso me avergonzaba. Sin embargo, intentábamos dar esquinazo a un par de enemigos y era lo mejor. Mi traje de marca, mis leotardos y mis botas perfectas para el frío, me hicieron sentir mal así como aquel gabán rojo que me acababa de comprar. Al ver a esos dos pobres diablos me sentí egoísta a pesar de venir de un mundo de pesadillas, porque aunque había sufrido jamás habría dado algo de mi comodidad para otro. Seguía siendo un niño de sociedad malcriado.
“Haz algo, haz algo por favor. Tú eres Kamijo Yuuji, tú lo puedes todo. Cómprales algo de comer y ropa nueva, haz que no pasen frío.”
Mi voz sonó infantil en mi mente aturdida, los recuerdos a veces son aún más increíbles de lo que uno puede llegar a creer. A lo lejos, en la realidad de ese instante, seguían escuchándose los gritos de Spider y la nana volvió a sonar bien alto. En cuestión de unos minutos Spider se quedó callado, y únicamente la voz de su hermano sonaba insistiendo con aquella canción.