Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 24 de diciembre de 2011

Tenshi - Capitulo 5 - Alas rotas - Parte I





CAPITULO 5

Alas rotas.

El silencio era pesado en toda la casa, como si me aplastara y me impidiera caminar. El frío reinante provocaba que el único sonido fuera el de la vieja caldera, así como los copos de nieve cayendo lentamente. El gruñido de las pisadas en la nieve de animales pequeños era escaso, algunos de gran tamaño buscaban de forma incansable alimento, y los seres humanos más cercanos a la mansión estaban a kilómetros. Mi cuerpo estaba desnudo, como cada noche, frente al espejo de cuerpo entero que ocultaba entre la pila de libros de fantasía.

Frente a mí tenía mi reflejo, un gigantesco hombre de mármol de ojos oscuros y cabellos de color aún más intenso. Mis brazos parecían más finos, igual que mi torso y piernas, debido a la palidez de mi piel. Acaricié mi torso cubierto de viejas cicatrices anteriores a mi muerte, las mismas que me provocaron el terror de terminar en el limbo. Mis ojos parecían duros, como mis labios y cualquier movimiento de mis manos. Era un monstruo de aspecto cercano al de un ángel, pero con dos poderosas dientes de demonio.

Cerré los ojos recordando las viejas historias de terror de mi país, el cual tenía una especie de demonio que comía cadáveres. Aquellos demonios se llamaban Jikininki. Los humanos avariciosos o egoístas acababan como demonios que recorrían el mundo. Estaban malditos después de su muerte buscaban comer cadáveres humanos para limpiar sus pecados. Llevan a cabo tales actos durante la noche, en la procura de cuerpos muertos recientes y ofrendas de comida dejadas a estos. También se contaba que terminaban hurtando todo lo valioso de las tumbas, con ello sobornaban a otros humanos que quedaban automáticamente condenados. Para muchos eran horribles seres con cuerpos en descomposición, para otros la belleza encarnada en rostros perfectos. Sin duda, los Jikininki y los vampiros somos lo mismo, somos demonios en busca de almas en pena.

Yo mismo había presenciado esas ofrendas, así como el pavor de los aldeanos ante la historia de seres que parecían humanos corrientes y que en realidad eran demonios. En China se creía que podían matarnos con facilidad, fui perseguido e intentado aislar en un ataúd para que la luna no me diera poder. Fueron los sucesos más grotescos que jamás había vivido, prácticamente cuando aún era un recién nacido y un desconocedor de todo aquello. Sólo recordaba viejas leyendas que escuchaba en los campos de batalla, pero no algo como aquello. Fuera donde fuese era un engendro. En México me consideraban aliado de las brujas, ya que estas también practicaban el vampirismo según sus creencias.

Fue en la Europa más moderna, ya industrializada, donde pude pasar por simple asesino y sin dejar pruebas fehacientes que era yo el culpable. Sólo era un hombre con un aspecto parcialmente distinto, con un aura que quizás provocaba malestar y un tono de voz demasiado sosegado. Mis manos perfectas y pulcras, de gran tamaño sin duda, eran lo más destacable junto a mis ojos rasgados. Todas las mujeres caían ante mi acento extranjero y mi amabilidad, los hombres lo hacían al escuchar mis historias creyéndome un sabio. Y todo aquello con y sin mi maestro, simplemente viviendo.

Demonio o no, yo era un ángel a los ojos de muchos hombres. Si bien, recordé entonces lo sucedido ante un viejo párroco. Fue la navidad anterior al descubrimiento de mi luciérnaga, la luz de la fantasía, mi pequeña niña. Caminaba por las calles heladas del centro de Madrid. Mis pies provocaban que crujiera la nieve y la escarcha formada por las aceras, tan grises como desiertas. Frente a mí se halló una iglesia, siempre me habían atraído las cruces y las imágenes que en ellas se hallaba. Decidí por lo tanto entrar y contemplarla por mí mismo, dejando atrás la nieve y el frío.

Los altos muros alzados hacia el cielo, para que Dios mismo los acogiera entre las nubes. Las vidrieras poseían imágenes del calvario de cristo, así como la asunción de la Virgen. Mis manos estaban metidas en los bolsillos, mis cabellos estaban moteados por la blancura de la nieve, y mis ropas pronto tuvieron ese aroma a incienso. Las imágenes me rodeaban como si fueran viejos amigos, los reconocí a todos. Varios santos milagrosos, un par de esculturas de ángeles, una virgen con el rostro lleno de lágrimas y en el centro de todo Jesús en la cruz.

-Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que por vosotros he derramado.-susurré antes de escuchar una voz a mis espaldas.

-Lucas 22, 7-20.-sus pasos estaban llenos de temor.

Había sentido su presencia desde mi llegada, pero jamás pensé que osara responder a mi murmullo. Sonreí contemplando los ojos de Jesús, así como sus heridas, y luego me santigue como haría un creyente.

-Dios no admite sádicos y monstruos en el cielo.-dijo de improviso, quedando a mi lado.-Váyase de mi iglesia.

-Sádicos y locos existen muchos en la historia de la iglesia.-comenté como respuesta.

-Un demonio jamás podrá ser amado por Dios.-respondió tajante.

-Los demonios también son hijos de Dios.-eso provocó que se estremeciera.-Los demonios a veces somos injustamente castigados, somos hombres y mujeres que padecemos igual que el resto. Tal vez, no somos comprendidos ni siquiera por nosotros mismos. Pero le diré algo, no poseemos la osadía de creer que nosotros tenemos razón y otros no.-susurré antes de apoyar mis manos en sus hombros.-No dañaré su templo, no blasfemaré en él, y sólo he entrado porque la paz de este lugar me intranquiliza y a la vez me da fuerzas. Es un lugar poderoso, igual que todos los templos sea cual sea su religión. Dios en realidad es el dios de todos, pero un Dios que puede tener mil nombres como cabezas una hidra.-sonreí con franqueza y sosiego.-Satanás y sus discípulos, sean cual sea el nombre y estigma de estos, sólo pueden actuar si la víctima da su consentimiento.

-Cierto es.-susurró antes de apartarse sobresaltado y avasallado por mi esencia, podía notar mi espíritu.-No eres como las apariciones comunes, eres más fuerte y tus colmillos son como los del padre de los infiernos.

-Soy un vampiro.-respondí.-Pero no se preocupe, ya cacé mi cupo por hoy.-susurré notando su temor.-No soy de esta religión, quizás soy un cúmulo de todas. He conocido tanto, como sentido, y sé que hay algo superior que no posee nombre, pero que todos os encargáis de darle uno.-miré hacia el altar y sonreí con cierto cansancio.-No he encontrado mi camino en la vida, si bien se supone que he sido maldecido y he torcido mis pasos.

-Dios tiene un destino para cada uno.-balbuceó aún aterrado.

-¿Y cual es el mío?-pregunté clavando mis ojos en los suyos, intentando buscar en él alguna palabra de consuelo.

-Quizás pronto lo encuentre, sólo rece.

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Lestat de Lioncourt