Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 29 de diciembre de 2011

Tenshi - Capitulo 5 - Alas rotas - Parte II


Mis más sinceras disculpas por no subir antes... pero he estado perdido del mundo. Mañana subiré la siguiente parte de este texto.



Cuando llegué a la mansión aquella noche Frederick se encontraba frente a un abeto, pequeño y flaco, el cual decoraba. Me quedé parado frente a él, mientras escuchaba una vieja cassette de canciones grabadas de la radio. Se movía de un lado a otro con el ceño fruncido y los ojos fijos en el abeto. Siempre hacía lo mismo, aunque jamás tuvo recompensa por su trabajo. Él dejaba sus propios regalos, también algún detalle para mí, bajo el árbol y los abría con la ansiedad de un niño pequeño. A decir verdad, es de los pocos recuerdos que poseo de Frederick en un estado similar.

Desde aquel día mis rezos fueron más intensos y habituales. Las palabras de aquel sacerdote habían influido en mí de manera notable, quizás porque quería creer en algo como todo ser que habita sobre este mundo. Porque quizás no creer en un Dios, tal vez ni siquiera en el ser humano, pero siempre hay algo que nos motiva y nos da fuerzas. Para algunos es el poder de un objeto, algo que dice que le trasmite buenas sensaciones y recuerdos, y para otros son sentimientos que habitan en lo que llaman “su corazón” y que no es más que una carga afectiva sobre alguien. Sea como sea, todos estamos vinculados por ese punto, esa forma de hacer y ver las cosas, que nos influye en nuestros actos. Y yo no era alguien ajeno a ello, quería creer en un Dios sin nombre y sin religión aparente que me escuchaba, como escuchaba a millones de personas, pero que no hacía nada porque quizás todo era un sorteo, pura casualidad, o simplemente elegía a unos cuantos cada día.

A decir verdad, muchos creen en Santa Claus eligiendo a los niños buenos y malos, es como un Dios que elige a los que se han portado bien y quienes no han hecho caso ni siquiera de sus instintos más primarios. Pero el bien y el mal es sólo una teoría, por eso a veces pienso que el fenómeno de Dios también lo es. Bien es cierto que no he dejado de rezar ni una sola noche, ni siquiera en las más sangrientas. Deseo saber que seré castigado por la muerte de los “inocentes” y seré aplaudido por mis pocas “buenas” acciones.

Mi mejor acción, y creo que la única, era ella. Había logrado que viviera y tuviera una educación digna de una chica de alta sociedad. A pesar del deseo del proletario para equiparase al resto, muy a su pesar, aún había diferencias de clases y se notaba sobretodo en los centros privados donde ella pasó casi toda su vida. Únicamente conocía una vida rígida de uniformes, rezos, monjas como profesoras y los escasos profesores que no eran sacerdotes eran tan frígidos y fríos como un témpano de hielo. Busqué que la disciplina y los buenos modales estuvieran presentes, nada de flexibilidad, porque la libertad se la daría en mis brazos y así gozaría más de ella como pájaro cantor que finalmente conoce los bosques.

La década tormentosa en la cual nació estaba viendo como el mundo comenzaba a despertar como un gigante neurótico con resaca, y así la fiebre del “Yo” se apoderó por completo del hombre. Ella no conoció el mundo que su madre tuvo que soportar, y fue únicamente porque yo la rescaté pensando que era el milagro por el cual rezaba. Si bien, quizás el milagro se dio cuando volví a contemplarme en sus ojos. Una mirada que ya no era de niña perdida en la noche, sino de mujer autosuficiente y lo suficiente enérgica para seguir luchando sola.

Rememoré todo aquello como si únicamente usara unos segundos, pero había pasado varias horas. Arriba escuchaba los pies descalzos de ella, se dirigían de un lugar a otro. Si bien, pararon unos segundos escuchando como crujía leve el diván cercano a su ventana, prácticamente encajado en aquel enorme ventanal, cercano a la otra ventana más discreta y que estaba próxima a su lecho. Podía sentir su calor traspasarse los dos pisos, así como su perfume y su esencia. Parecía llamarme como a una sirena.

Subí por las escaleras de piedra de la bodega, lo hice desnudo y sin pudor alguno. Caminé hacia las de madera, evitando hacer ruido, hasta llegar a su alcoba. Al tomar el pomo noté el frío de este en mi mano, así como la rugosidad inapreciable para el tacto humano, mientras mi cuerpo se rodeaba del leve murmullo de las corrientes de aire que se colaban por las rendijas de puertas y ventanas, mientras mis pies notaban el suelo casi congelado. Su aroma se hacía más fuerte, deseable y sobretodo cálido. Quería esa calidez que transmitía su cuerpo, cada una de sus arterias, y lo deseaba en ese mismo instante.

Entré en la habitación sin sobresaltarla, aunque sí extrañándose de mi presencia y de la escasez de mi ropa. Pero no dijo nada, sólo aceptó el beso que le regalé nada más aproximarme a ella. Un beso que sacó el poco aliento que había podido atrapar ante mi presencia. El camisón negro, escueto y seductor, cayó al suelo junto al resto de sus prendas. Ambos desnudos, acariciándonos y seduciéndonos el uno al otro, era una imagen más parecida a los infiernos más pecaminosos que al cielo, si bien juro que sentía que el cielo se abría paso ante mí y me ofrecía en bandeja a su ángel más preciado, aquel codiciado por Dios por su belleza y calidez.

Nuestras lenguas no se daban tregua, era como lucha de espadas en mitad de una contienda de la Edad Media. Nos engullíamos con desesperación, al igual que nuestras manos jugaban a dibujarnos surcos que eran ríos de pasión. Pude apreciar como temblaba, parecía que sabía que esta vez no me detendría ni un segundo. Estaba seguro de mis acciones, no me importaba que él durmiera a tan sólo un par de muros. Quería percibir al fin lo intenso de aquel momento.

Arrojé su cuerpo frágil sobre la cama, revuelta por culpa de su constante intranquilidad, mis manos viajaron a sus pechos y se quedaron ancladas a estos. Mis ojos se fijaron en los suyos, leí en ellos entonces todo el placer que deseaba formularse más allá de sus fantasías, mientras mi lengua se pasaba sobre su boca mientras ella jadeaba nerviosa. Con una de mis piernas abrí las suyas, para colocarme entre ellas, y deslizar mi boca hasta su cuello y finalmente sobre sus pezones. Mis labios rozaban la piel de sus pechos, así como de sus hombros y vientre, con cierta sensualidad y tranquilidad pasmosa.

1 comentario:

MuTrA dijo...

Finalmente hará que la flor termine de florecer... ¿O será esto el fin de esa belleza y ahora comenzará la caída de la delicadeza? ;) Me gusta.

Espero que estés disfrutando de las vacaciones con tu luciérnaga. ;)

Besotes precioso. :****

Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt