Hoy sólo dejaré un poema, no es algo habitual en mi en este blog sino en otro, como algunos saben, y si lo dejo aquí abandonado es porque es pura literatura. No, no he vuelto a recordar a un amor pasado pues con el actual tengo de sobra. Simplemente no puedo dejar de dar vueltas a una historia y quizás la ponga en práctica.
La soledad no es lamento, es la
insignia en mi pecho.
El perfume del adiós lo guardo en
cajas de cristal frágil,
suelo agitarlo como polvo de hadas para
revivir el momento.
Los tacones de tus zapatos rojos
corriendo por la estación,
el sigilo de tus lágrimas recorriendo
tus mejillas
y un te odio lanzado al viento como
única despedida.
El tormento de tu carmín manchando mis
camisas,
tus dedos enredándose en mis cabellos
igual que la madreselva contra el muro
del castillo,
es el recuerdo que me mantiene vivo.
Tú eras la princesa de las ninfas, el
ángel del misterio,
el pecado mismo envuelto en curvas de
mujer.
Hoy volví a recordar tu sonrisa junto
a la mía,
esos ojos de niña prohibida de labios
de cerezo.
Hace más de diez años que no te tengo
y sin embargo sigues siendo la mujer
que me atormenta.
Tú, la reina de mi desierto y la flor
de las maravillas.
La soledad no es un lamento, lo son el
saber que ya no he vuelto a verte...
y un te odio se disparó como una bala
a mi pecho.
Lestat de Lioncourt,
Ángel González.
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