Los grillos sonaban con fuerza en el
jardín, las tórridas noches de verano habían regresado. Desde
hacía más de una semana convivía con un insoportable calor y
visitante. Hacía años que no conversábamos, ni siquiera habíamos
cruzado alguna mirada indiscreta. Sin embargo, los días se habían
hecho efímeros, o más bien las noches en las cuales intentábamos
soportarnos. Sus cabellos pelirrojos se movían por la cocina con
curiosidad, podía ver como sus pupilas se dilataban y una sonrisa
infantil asomaba por sus labios sellados en un silencio poco usual.
-Lestat.-gritó corriendo hacia donde
me encontraba, aún se hallaba con la camisa azul pavo real manchada
con la sangre reseca de la noche anterior, sus cabellos estaban
revueltos y mientras sus pantalones parecían impecables. Sus pies
estaban desnudos mostrándose como los de una estatua de mármol.-¿Qué
haces?
-Intento comprender mejor las nuevas
tendencias sivaritas que poseen los humanos hoy en día. Como bien le
dije a nuestro maestro hay un mundo más allá del delicioso sabor de
la sangre. Durante siglos he deseado volver a ser humano unas horas,
cuando lo logré durante días prácticamente no pude encontrar los
maravillosos sabores que una vez creí tener en mis labios.-palpé
sus cabellos y sonreí burlonamente.-Algo muy complicado para que tú
puedas entenderme.
-No debe ser demasiado complicado si
hasta tú con tu insignificante cerebro has logrado descifrarlo.-dijo
respondiendo mi sonrisa con otra impertinente.-Hoy he conseguido
tener mensaje de Marius.
-Ah, que bien.-respondí intentando
averiguar como contraatacar a sus palabras.
-Viene el domingo, estoy emocionado.
Quizás podremos al fin estar juntos y conversar como antaño.
Necesito a mi maestro.
-Menos mal.-dije con un falso suspiro
de alivio.-¿Ya se te quitó el síndrome premenstrual?-murmuré con
malicia tocando sus cabellos mientras le miraba con cierta
superioridad.
-¡Yo no poseo la regla!-gritó
apartando mis manos de él para luego asestarme un manotazo, un
empujón y quedarse de nuevo frente a mí mostrando sus colmillos
como una bestia salvaje.
-¡¿Cómo que no?!-exclamé acomodando
mis codos sobre la encimera.-Viste de rojo, te putea cuando quiere y
por supuesto viene un día concreto.-dije empujando su nariz
respingona con mi dedo índice.-Y los primeros días antes de verlo
estás nervioso, de mal humor, y a la vez te sientes feliz. ¡Es un
cambio hormonal! ¡Es la regla!-exploté en carcajadas mientras me
doblaba hacia delante, mis cabellos dorados caían sobre mi frente
desparramándose por fuera del gorro de chef que por curiosidad me
había colocado.
-¡Eres un monstruo irrespetuoso!-gritó
rojo de ira. Sus suaves mejillas se habían convertido en dos
manzanas maduras.
-Y tú un monstruo enano que puede ser
confundido con una lata de tomates.-susurré inclinándome hacia él
para volver a reír dejando ver mis colmillos puntiagudos.
-Te está afectando ese curso de cocina
para mortales.-su tono de voz cada vez era más irritante, podía
percibir su molestia y eso me fascinaba.
-Au contraire.-siseé.-No me afecta en
absoluto.-respondí acomodándome la ropa de chef repostero.-Eso sí,
estoy creando bombones de sangre para Louis.
-¿Sangre de rata quizás?-preguntó
riéndose mientras se acomodaba en la encimera.
-Oui.-dije agachándome para sacar un
par de ratas agarradas por el rabo.-A la grande la llamé
mordisquitos.
Ambos comenzamos a reír como jamás lo
habíamos hecho, por fortuna jamás he congeniado tan
desesperadamente con ese engendro de rostro angelical. Su belleza
podría ser casi divina, pero su maldad infantil podía ser peor que
aquella que conocí de brazos de mi propia hija. Desperté de un mal
sueño con él observándome sosteniendo un cubo de vísceras, las
cuales lanzó sobre mi cuerpo manchando mi rostro, las ropas de mi
cama y mi caro armani.
No hay comentarios:
Publicar un comentario