Caminaba por las tristes y solitarias
calles de París, una velada a oscuras debido a una falla de luz. La
luna brillaba espléndida en todo lo alto y coqueteaba con la Torre
Eiffel. Rodeaba el río con la vista perdida en años que
inevitablemente ya se fueron, tenía una sonrisa congelada en mi
rostro de divina criatura taciturna. Mis cabellos caían alborotados
sobre mis hombros aunque minutos atrás había tenido un vano intento
de atarlo, si bien quedaron libres jugando con el aire frío que
recorría las calles.
Diciembre. Era Diciembre. Nuevamente
invierno y en París. La Catedral de Nuestra Señora de París
quedaba retirada, pero con sólo alzar mi brazo podía parar un taxi.
Usar mis poderes de vampiro hubiese sido una fácil solución, pero
deseaba contemplar la ciudad saboreando aún en mis labios la última
gota de mi primera víctima. Caminé unos pasos hasta quedar justo en
el Passerelle Debilly. El puerto quedaba a mis espaldas, los yates se
veían espléndidos y algunas embarcaciones estaban iluminadas.
Paré un taxi que pasaba justo en esos
momentos, estaban siendo llamados para los asistentes a fiestas que
deseaban recogerse en vistas que no había luz eléctrica. Sonreí
cordialmente al sujeto que vestía con escasa ropa debido a tener a
toda potencia la calefacción, la misma que casi empañaba sus
cristales.
-Bonsoir.-escuché con un acento típico
de Lyon.
-Bonsoir.-respondí sin apartar la
sonrisa.-Notre Dame, s'il vous plaît.-apoyé mi cabeza en el cristal
notando que cambió de emisora, de una de deportes a otra de música.
Les monts d'amour sonó con la dulzura
trágica de Edith Piaf. Mi dulce París, cuna de tantos sueños
frustrados. La misma ciudad que siempre me cautivó y que aún hoy me
cautiva. Ya no es la misma, sus calles son más rectas, menos
torcidas, los edificios cada vez son más los de hormigón que los de
piedra, los balcones que antes se engalanaban con flores ahora tienen
aires acondicionados destrozando fachadas míticas.
-Vous êtes Français?-interrogó el
conductor en un intento vano de conversar conmigo, mi sonrisa
radiante recordando hechos que para otros serían peor que una
puñalada.
Estaba a punto de reír a carcajadas
armando un buen estruendo. La locura en las calles, los viejos café,
el sentimiento revolucionario de toda una generación y el dulce
sabor que tenía el licor aunque era barato. Nicolas se veía
radiante cada noche y en las mañanas compartíamos el mismo aroma
que reconocíamos como el dulce perfume del sexo. París, ¿cómo
olvidarla? No se puede olvidar a una mujer que te ha dejado tanto
placer y una sonrisa en los labios. Por mucho que la muerte de
Nicolas fuera aquí, que Claudia muriera en esta ciudad y que
sintiera ciertos temores aquellos años todo valía la pena. No me
arrepentía de nada.
Estaba en París, sin Louis y sin nadie
que pudiera preguntar porque sonreía. Había dejado las ciudades de
Estados Unidos donde jugaba en los casinos más lujosos, me agradaban
pero ya los jugadores no tenían el encanto de los primeros años.
Eran tan patéticos e iguales. Quería ver cabaret y espectáculos de
belleza como una ciudad completamente sumida en un fallo eléctrico.
Entoné La vie en rose riendo a
carcajadas, el conductor naturalmente pensó que estaba ebrio. Pero
no, tan sólo llevaba con él a Lestat el vampiro, el mismo que había
vuelto a huir de Louis y una boda en mitad de una playa de Miami.
Dedicado a Raquel, mi primer Louis.
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