Uriel es un Senador de Saturno, son los denominados dioses clásicos y ángeles que tanto han ayudado en otras décadas a los hombres. Uriel es también Hades, Dios del Inframundo, pero la realidad es distinta. Si este personaje llega a quemar es por el hielo de su cuerpo, frío y estricto se ve derrumbado ante el dolor y las palabras de Jofiel.
Jofiel, es un guerrero joven y atlético, mucho más joven que Uriel, pero ya posee varios milenios. Ha decidido tomar las lecciones del mayor esperando ser un buen discípulo y aprovechar la oportunidad. Sufrió una gran tragedia en su familia, un demonio se hizo con el cuerpo de su padre, con su alma, y terminó aniquilando a su familia salvo a Jofiel, él sólo quedó dañado.
Debido a diversos sucesos el Senador y Juez Uriel tuvo que dictar una dramática sentencia contra su amante, pues Jofiel se había vuelto el amor imperecedero del hombre que lo acogió en su casa con ánimos de salvarlo de las miradas de otros. Jofiel decidió envenenarse gracias a unas argucias, quedando en estado catatónico y provocando que su Maestro pensara que estaba muerto.
La historia se desarrolla en Blue Moon, planeta construido artificialmente como refugia de apoderados y artistas, debido a la inmundicia de la Tierra.
Los personajes pertenecen a Beyond Hell, Uriel es de mi propiedad y Jofiel es el personaje de una buena amiga, Andruw.
Este es tu regalo, Andruw.
Imagen de Uriel, lo representa Bowie
.Fiebre de Hielo.
Frío, rígido, enigmático, opaco y
con los ojos fijos en el joven que se hallaba a su lado. Uriel se
deslizaba en sus pensamientos escudriñando sus sentimientos más
profundos, su corazón había sufrido daños irreparables en otras
épocas pero lo reconstruyó con ingenio, calma y esmero. En esos
momentos meditaba qué sería de él si Jofiel realmente hubiese
muerto, desintegrándose en miles de partículas de luz viajando por
las nubes brumosas del frío Saturno y sus cientos de anillos
cubiertos de satélites, polvos de estrella e infinidad de misterios
que ni ellos mismos eran capaces de comprender más allá de la
simple visión de sus telescopios.
Se encontraban lejos de las nieves
perpetuas, los carámbanos en las cornisas del mármol extraño de su
cosmopolita ciudad de rasgos atenienses y espartanos. El Olimpo de
los dioses, eso era, el Olimpo de unos dioses místicos que
decidieron dejar a oscuras el mundo. El propio cielo, lleno de
ángeles de rostros esculpidos en carne delicada como la porcelana y
con tonos azules similares a los de un cuerpo en congelación.
Hombres y mujeres que no los rodeaba, callejones perfectamente
milimétricos que no se escuchaban y nieves que no caía
incesantemente. Flores de cristal de hielo que olían como las más
fragantes rosas, prados que soportaban el frío y parecían hecho de
escarcha de tonalidades verdes, azules, lilas, rosas pálidos, crema
y blanco roto. Todo aquello había quedado atrás, como si fuera un
mágico sueño lleno de enigmas.
Los ojos del joven se abrieron dejando
que sus pestañas doradas resplandecieran en la oscura habitación,
estaba penosamente alumbrada por una pequeña lámpara de pie. La
colcha era fina y a penas podría calentar el cuerpo de un ser humano
una noche tan fría, pero el frío para ellos era bien conocido y
casi un milagro. Las manos de su amante recorrían su rostro, sus
cabellos y sus manos. Un hombre antiguo, la primera generación que
pisó Saturno, nacidos de la luz y las piedras, seres que tomaron
forma gracias a una proeza.
-Descansa.
La voz amable, pero tan fría, le hizo
bajar los párpados. La fiebre aún iba bajando, el veneno ingerido
para salir de la prisión donde lo encerraban estaba aún en sus
venas. La preocupación de Uriel no decrecía, pero la frialdad de su
rostro dejaría mudo a cualquier escultor, parecía una estatua de
ojos de hielo con un fondo de miedo incesante.
Los sueños de Jofiel eran diversos,
podía verse como un niño inocente junto a su hermana y su madre,
los tres sentados en un jardín que quizás no volvía a ver,
mientras su padre estaba sentado sobre las raíces de un enorme roble
saturnino. Esbozaba una sonrisa cálida pese a sus mejillas frías,
su madre reía alegre y su hermana aún era un bebé envuelto en
ropas suaves. Día de primavera, la primera primavera de su hermana.
Creció sin percatarse, las cometas en el cielo, su hermana riendo
con su sonrisa mellada y sus ojos vivos. El vestido blanco roto de su
madre con flores intensas dando colorido a su cintura. El sonido de
la voz de su padre tarareando una vieja canción en oración a las
almas. Un verano dulce. En un abrir y cerrar de ojos, la nieve caía,
la sangre manchaba todo, un grito de dolor tras otro, terror, muebles
moviéndose en la casa... olor a muerte, sonido a miedo y vergüenza.
Sudaba temblando, su cuerpo tenía
espasmos y la pesadilla se acrecentaba. Uriel lo sabía, rodeó su
cuerpo contra el de su amante y pupilo, lo recostó sobre su torso y
rogó a los espíritus. Un murmullo concedido, el tono de su voz
disipó la tragedia y se encontró con la calma.
-Harás que muera, harás que caiga, y
aún así no importa.
Los fríos labios del Senador y Maestro
cayeron sobre la frente sudorosa del muchacho. Tantos milenios, casi
nueve, rugiendo como un lobo en la nieve y ahora cayendo en la
demencia como un felino hambriento.
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