Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 25 de enero de 2013

Ódiame


Estaba arrojado en mi lecho con la camisa rota mostrando su piel de mármol y sus pezones rosados. Sus ojos verdes estaban desconcertados y sus perfectos cabellos negros estaban desordenados sobre la almohada, parecían un campo mal segado o cientos de ríos nocturnos sobre un mar de sangre. Las sábanas rojas resaltaban su belleza mientras su cuerpo tan sólo temblaba. Mis manos rompían cada trozo de sus ropas dejándolas hecha harapos y jirones.

-¡Ya basta!-gritó rompiendo a llorar-. ¡Te he dicho que no! ¡No!

Cientos de gotas sanguinolentas surgieron de sus verdes mares, cubriendo así sus pómulos y dejando surcos rojizos por todo su rostro hacia su cuello. La punta de mi lengua se paseó por su rostro trémulo y desencajado mientras reía.

-Estoy molesto contigo, Louis – mi voz se escuchó ronca como si me costase hablar. Estaba lleno de deseos por saciarme de su dolor y su placer.

Colocó sus manos sobre mis hombros intentando apartarme, pero no pudo. Mi fuerza seguía siendo superior a la suya y eso no iba a cambiar, ni ahora ni nunca. No logró impedir que lo desnudara y me bajara la bragueta. Mi miembro apareció duro y palpitando cubierto de venas que le hacían erguirse.

-No, ya basta – suplicó justo cuando abría sus piernas -. Lo siento, no volveré a decir nada como eso.

-No, ahora vas a ver como trato a las putas Louis – comenté con una sonrisa de diablo -. Así no mentirás cuando digas que te doy el mismo trato.

Reconozco que le crucé la cara propinándole varios golpes y le giré sobre el colchón sin demasiada delicadeza, pero eso era tan sólo algo que debí haber hecho mucho antes. Cuando sus blancas y prietas nalgas se vieron frente a mí no dudé en iniciar el acto sexual. Sus manos se aferraron a las sábanas conociendo bien que estaba por venir.

Ahogó un gemido de dolor cuando me enterré en él sin ayuda de lubricante, mis dedos, o mi lengua. Mis movimientos eran rápidos y podía sentir como bombeaba con fuerza mi deseo. El llanto de Louis sólo incrementaba mis ganas de humillarlo. Mis testículos golpeaban con fuerza e insistencia su trasero hundiéndome sin piedad en él. Hundió su cabeza entre sus brazos y sollozó intentando no gritar palabras de odio.

El colchón se movía bajo nosotros, y toda la cama en realidad, el cuarto se llenaba de aroma a sangre por nuestro sudor sanguinolento. Las sábanas estaban revueltas bajo nuestras figuras y algunos cojines habían caído a los lados. Todo estaba cubierto de trozos de tela.

-Te odio – dijo entre jadeos -. ¡Te odio! -gritó cuando empezó a gemir alzando el rostro y moviendo sus caderas de forma contraria a las mías.

Mis manos hasta el momento habían estado en sus caderas con mis uñas enterradas, sin embargo deslicé la derecha para palpar su miembro. Estaba tan duro que podía compararse con una piedra. Tan sólo con un par de toques sobre este terminó corriéndose manchando mis dedos y las sábanas. Su trasero me apretó mientras soltaba gemidos guturales.

Salí de él bajando de la cama. Él se había desplomado jadeando con el rostro cubierto por su maraña de cabello negro. Con rabia lo tiré abajo y lo coloqué frente a mí; entonces, con una sonrisa cruel, eyaculé en su cara cubierta de lágrimas y también deseo.

-Ahora sí puedes decir que eres mi puta.

Me subí la cremallera dejándolo en el suelo llorando y sufriendo. La puerta sonó como un estruendo tras mi figura y mis pisadas sonaron por todo el vestíbulo antes de llegar al jardín. Allí comencé a llorar cayendo de rodillas mientras me maldecía. Mi enojo con él se había liquidado mientras se alzaban sentimientos de desprecio hacia mí mismo.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt