Estaba arrojado en mi lecho con la
camisa rota mostrando su piel de mármol y sus pezones rosados. Sus
ojos verdes estaban desconcertados y sus perfectos cabellos negros
estaban desordenados sobre la almohada, parecían un campo mal segado
o cientos de ríos nocturnos sobre un mar de sangre. Las sábanas
rojas resaltaban su belleza mientras su cuerpo tan sólo temblaba.
Mis manos rompían cada trozo de sus ropas dejándolas hecha harapos
y jirones.
-¡Ya basta!-gritó rompiendo a
llorar-. ¡Te he dicho que no! ¡No!
Cientos de gotas sanguinolentas
surgieron de sus verdes mares, cubriendo así sus pómulos y dejando
surcos rojizos por todo su rostro hacia su cuello. La punta de mi
lengua se paseó por su rostro trémulo y desencajado mientras reía.
-Estoy molesto contigo, Louis – mi
voz se escuchó ronca como si me costase hablar. Estaba lleno de
deseos por saciarme de su dolor y su placer.
Colocó sus manos sobre mis hombros
intentando apartarme, pero no pudo. Mi fuerza seguía siendo superior
a la suya y eso no iba a cambiar, ni ahora ni nunca. No logró
impedir que lo desnudara y me bajara la bragueta. Mi miembro apareció
duro y palpitando cubierto de venas que le hacían erguirse.
-No, ya basta – suplicó justo cuando
abría sus piernas -. Lo siento, no volveré a decir nada como eso.
-No, ahora vas a ver como trato a las
putas Louis – comenté con una sonrisa de diablo -. Así no
mentirás cuando digas que te doy el mismo trato.
Reconozco que le crucé la cara
propinándole varios golpes y le giré sobre el colchón sin
demasiada delicadeza, pero eso era tan sólo algo que debí haber
hecho mucho antes. Cuando sus blancas y prietas nalgas se vieron
frente a mí no dudé en iniciar el acto sexual. Sus manos se
aferraron a las sábanas conociendo bien que estaba por venir.
Ahogó un gemido de dolor cuando me
enterré en él sin ayuda de lubricante, mis dedos, o mi lengua. Mis
movimientos eran rápidos y podía sentir como bombeaba con fuerza mi
deseo. El llanto de Louis sólo incrementaba mis ganas de humillarlo.
Mis testículos golpeaban con fuerza e insistencia su trasero
hundiéndome sin piedad en él. Hundió su cabeza entre sus brazos y
sollozó intentando no gritar palabras de odio.
El colchón se movía bajo nosotros, y
toda la cama en realidad, el cuarto se llenaba de aroma a sangre por
nuestro sudor sanguinolento. Las sábanas estaban revueltas bajo
nuestras figuras y algunos cojines habían caído a los lados. Todo
estaba cubierto de trozos de tela.
-Te odio – dijo entre jadeos -. ¡Te
odio! -gritó cuando empezó a gemir alzando el rostro y moviendo sus
caderas de forma contraria a las mías.
Mis manos hasta el momento habían
estado en sus caderas con mis uñas enterradas, sin embargo deslicé
la derecha para palpar su miembro. Estaba tan duro que podía
compararse con una piedra. Tan sólo con un par de toques sobre este
terminó corriéndose manchando mis dedos y las sábanas. Su trasero
me apretó mientras soltaba gemidos guturales.
Salí de él bajando de la cama. Él se
había desplomado jadeando con el rostro cubierto por su maraña de
cabello negro. Con rabia lo tiré abajo y lo coloqué frente a mí;
entonces, con una sonrisa cruel, eyaculé en su cara cubierta de
lágrimas y también deseo.
-Ahora sí puedes decir que eres mi
puta.
Me subí la cremallera dejándolo en el
suelo llorando y sufriendo. La puerta sonó como un estruendo tras mi
figura y mis pisadas sonaron por todo el vestíbulo antes de llegar
al jardín. Allí comencé a llorar cayendo de rodillas mientras me
maldecía. Mi enojo con él se había liquidado mientras se alzaban
sentimientos de desprecio hacia mí mismo.
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