Sus cabellos oscuros caían en cascada
sobre sus hombros. Se había desprendido de su camisa debido al calor
del vino y de la leña que ardía en la chimenea. Sus pasos por la
habitación eran elegantes como los de un gato y asechaba en la
ventana a los copos de nieve. La botella de vino aún estaba entre
mis manos celebrando como siempre que estábamos juntos conversando
de ángeles, dios, el infierno, la maldad, música o artes escénicas.
Amaba hablar de filosofía, de los problemas actuales que tenía el
hombre y sobre todo de música. Su rostro se llenaba de una luz
distinta cuando la música aparecía en sus labios.
-Nicolas, ¿por qué no vienes
conmigo?-pregunté observando su espalda recta y sus suaves manos
pegadas al cristal.
Tenía dedos largos y finos, muy
hábiles, y una suavidad distinta a la de una mujer pero muy
parecida. Siempre tenía las manos frías como el hielo y sus
mejillas tomaban un color cálido. Era dos polos opuestos encerrados
en un hombre. Sus cabellos castaños caían libremente sobre sus
hombros y rozaban sus pómulos. El pantalón que llevaba aquella
noche ceñía bastante su cintura y sus piernas me resultaron tan
eróticas como las de una mujer.
-Ven conmigo a la cama, Nicolas- mi
sonrisa de bufón tenía matices de león hambriento.
-Me gustaría volver a París, necesito
volver a los café y escuchar noticias nuevas. Aquí siempre es todo
lo mismo. Tú, el alcohol, la leña, la música de mi violín y esa
nieve- siempre se quejaba pero no se iba, a veces pensaba que aunque
tuviese dinero no se iría. Yo estaba allí disfrutando de su
compañía y él disfrutaba de la mía.
-Me gustaría conocer París,
recorrerlo con mis manos y seducirlo como si fuera una mujer -me
incorporé tambaleándome para dejar la botella en un pequeño
escritorio -. Ven, enséñame París- susurré pegándome a su
espalda mientras besaba sus hombros-. Quiero ver el París de tus
ojos, escucharlo en tus gemidos y sentir como araña mi piel. Tú
eres mi París.
-Yo-dijo riendo bajo-. Ésta noche soy
tu París, pero mañana puede serlo otra puta que se abra ante ti. A
ella la llamarás París esa noche en el pajar de su padre mientras
gime dispuesta a engendrar a otro bastardo. ¿Cuántas han llamado a
tu casa y tu madre los ha acogido en el salón para ofrecerles dinero
para que sigas libre trotando con otras?
-Nicolas- balbuceé apretándolo contra
mí.
-Lo siento, no debí decir algo así-
dijo gritándose en mis brazos para pegarse a mí apoyando su cabeza
en mi pecho -. Seré tu París si tú te quedas a mi lado
ofreciéndome tu compañía.
Tomé su rostro entre mis manos y lo
besé enredando nuestras lenguas, luchando por la presión de
nuestros labios, y finalmente sintiendo como sus piernas se aflojaban
por unos momentos queriendo ser abiertas. Los besos de Nicolas
siempre tenían un sabor distinto a los de las mujeres que
conquistaba, parecían indomables y sinceros. Sus manos pronto
desabrocharon mis pantalones haciendo caer estos hasta mis tobillos,
luego fue mi ropa interior, para luego agarrar mi miembro ya duro
esperando que lo hiciera con él.
Tan sólo había tomado unos tragos de
alcohol y ya me sentía ebrio, porque esa era la sensación que me
ofrecían sus caricias. Dejé que sus dedos presionaran sobre mi
glande, cubriesen todo mi sexo y llegase hasta la base acariciando mi
vello dorado y mis testículos. Por mi parte hacía lo propio
deshaciéndome de su pantalón e introduciendo uno de mis dedos en su
entrada. El jadeó con un pequeño quejido en su boca, pero fue tan
delicioso que quise introducir un segundo.
Llevábamos varias semanas teniendo
nuestros encuentros. Nos besábamos y acariciábamos, teníamos sexo
por horas para luego terminarnos varias botellas y cantar alegremente
canciones que él había oído en las calles parisinas. La nieve caía
por los campos y nosotros caíamos en la cama luchando por
dominarnos.
Pronto nos apartamos de la ventana para
no ser vistos y nos encaminamos a la cama, allí sobre aquel colchón
de paja mal airada caímos entre jadeos. Sus labios abiertos como sus
piernas le daban un toque sensual. Sus pezones rosados se marcaban en
un pecho sin vello. Nicolas tenía poco vello, incluso escaso en sus
piernas, para ser un hombre. Tenía un aspecto exquisito que me
torturaba con sus perfumes delicados que siempre llevaba regado por
su figura. Era mi puta parisina, mi amigo y mi músico.
-Así, déjate hacer Nicolas- él me
miraba con los labios abiertos en forma de o con los ojos llenos de
lujuria.
-Lestat, mi Lestat- gemía apartando
sus manos de mi duro sexo para colocarlas sobre mis hombros-. Ya,
hazlo ya.
Y en un doloroso movimiento entraba en
él. Gritaba siempre de dolor, a veces incluso sangraba porque no era
capaz de contenerme y él tampoco, pero en segundos empezaba a gemir
abrazándose a mí mientras rogaba que no me alejara. No le importaba
que no tuviese herencia, que fuese el pequeño de unos desgraciados
cobardes, y que mi madre pudiese verlo con malos ojos al ver que era
un fracasado con demasiadas aspiraciones. Ni siquiera le importaba
que de vivir con alguien por siempre elegiría a una mujer, porque
esos días de cama y vino sólo serían suyos.
-Soy tuyo, soy tuyo... y tú eres mío.
No voy a permitir que te alejes, tú eres mío Lestat... aprenderás
a ser mío- repetía una y otra vez mientras movía sus caderas para
satisfacerme-. Te destruiré si me alejas, te destruiré- pegó su
boca a mi cuello y mordió provocando que acelerara el ritmo
bombeando todo mi placer contra su entrada.
Sus uñas arañaban mis hombros y mis
brazos destrozando mi camisa. Pronto quedé vestido con harapos
mientras él movía su cabeza de un lado a otro, disfrutando así de
nuestro momento. Sus piernas temblaban aferradas a mi cuerpo y pronto
se vino gritando mi nombre como si fuese mi dueño. Mis ojos se
abrieron atónitos por la belleza de su rostro y como me exprimía mi
sexo. Dejé que mis fluidos calientes mancharan sus entrañas y él
salpicó nuestros vientres con el suyo.
-Te amo- dije sin guardarme mis
sentimientos y él sonrió satisfecho.
-Claro que sí, claro que sí mi
estúpido amigo- rió besando mi mejilla derecha y luego la
izquierda-. Mi matalobos- añadió dejando un beso candente en mis
labios.
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