Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 28 de enero de 2013

Recuerdos de juventud





Sus cabellos oscuros caían en cascada sobre sus hombros. Se había desprendido de su camisa debido al calor del vino y de la leña que ardía en la chimenea. Sus pasos por la habitación eran elegantes como los de un gato y asechaba en la ventana a los copos de nieve. La botella de vino aún estaba entre mis manos celebrando como siempre que estábamos juntos conversando de ángeles, dios, el infierno, la maldad, música o artes escénicas. Amaba hablar de filosofía, de los problemas actuales que tenía el hombre y sobre todo de música. Su rostro se llenaba de una luz distinta cuando la música aparecía en sus labios.

-Nicolas, ¿por qué no vienes conmigo?-pregunté observando su espalda recta y sus suaves manos pegadas al cristal.

Tenía dedos largos y finos, muy hábiles, y una suavidad distinta a la de una mujer pero muy parecida. Siempre tenía las manos frías como el hielo y sus mejillas tomaban un color cálido. Era dos polos opuestos encerrados en un hombre. Sus cabellos castaños caían libremente sobre sus hombros y rozaban sus pómulos. El pantalón que llevaba aquella noche ceñía bastante su cintura y sus piernas me resultaron tan eróticas como las de una mujer.

-Ven conmigo a la cama, Nicolas- mi sonrisa de bufón tenía matices de león hambriento.

-Me gustaría volver a París, necesito volver a los café y escuchar noticias nuevas. Aquí siempre es todo lo mismo. Tú, el alcohol, la leña, la música de mi violín y esa nieve- siempre se quejaba pero no se iba, a veces pensaba que aunque tuviese dinero no se iría. Yo estaba allí disfrutando de su compañía y él disfrutaba de la mía.

-Me gustaría conocer París, recorrerlo con mis manos y seducirlo como si fuera una mujer -me incorporé tambaleándome para dejar la botella en un pequeño escritorio -. Ven, enséñame París- susurré pegándome a su espalda mientras besaba sus hombros-. Quiero ver el París de tus ojos, escucharlo en tus gemidos y sentir como araña mi piel. Tú eres mi París.

-Yo-dijo riendo bajo-. Ésta noche soy tu París, pero mañana puede serlo otra puta que se abra ante ti. A ella la llamarás París esa noche en el pajar de su padre mientras gime dispuesta a engendrar a otro bastardo. ¿Cuántas han llamado a tu casa y tu madre los ha acogido en el salón para ofrecerles dinero para que sigas libre trotando con otras?

-Nicolas- balbuceé apretándolo contra mí.

-Lo siento, no debí decir algo así- dijo gritándose en mis brazos para pegarse a mí apoyando su cabeza en mi pecho -. Seré tu París si tú te quedas a mi lado ofreciéndome tu compañía.

Tomé su rostro entre mis manos y lo besé enredando nuestras lenguas, luchando por la presión de nuestros labios, y finalmente sintiendo como sus piernas se aflojaban por unos momentos queriendo ser abiertas. Los besos de Nicolas siempre tenían un sabor distinto a los de las mujeres que conquistaba, parecían indomables y sinceros. Sus manos pronto desabrocharon mis pantalones haciendo caer estos hasta mis tobillos, luego fue mi ropa interior, para luego agarrar mi miembro ya duro esperando que lo hiciera con él.

Tan sólo había tomado unos tragos de alcohol y ya me sentía ebrio, porque esa era la sensación que me ofrecían sus caricias. Dejé que sus dedos presionaran sobre mi glande, cubriesen todo mi sexo y llegase hasta la base acariciando mi vello dorado y mis testículos. Por mi parte hacía lo propio deshaciéndome de su pantalón e introduciendo uno de mis dedos en su entrada. El jadeó con un pequeño quejido en su boca, pero fue tan delicioso que quise introducir un segundo.

Llevábamos varias semanas teniendo nuestros encuentros. Nos besábamos y acariciábamos, teníamos sexo por horas para luego terminarnos varias botellas y cantar alegremente canciones que él había oído en las calles parisinas. La nieve caía por los campos y nosotros caíamos en la cama luchando por dominarnos.

Pronto nos apartamos de la ventana para no ser vistos y nos encaminamos a la cama, allí sobre aquel colchón de paja mal airada caímos entre jadeos. Sus labios abiertos como sus piernas le daban un toque sensual. Sus pezones rosados se marcaban en un pecho sin vello. Nicolas tenía poco vello, incluso escaso en sus piernas, para ser un hombre. Tenía un aspecto exquisito que me torturaba con sus perfumes delicados que siempre llevaba regado por su figura. Era mi puta parisina, mi amigo y mi músico.

-Así, déjate hacer Nicolas- él me miraba con los labios abiertos en forma de o con los ojos llenos de lujuria.

-Lestat, mi Lestat- gemía apartando sus manos de mi duro sexo para colocarlas sobre mis hombros-. Ya, hazlo ya.

Y en un doloroso movimiento entraba en él. Gritaba siempre de dolor, a veces incluso sangraba porque no era capaz de contenerme y él tampoco, pero en segundos empezaba a gemir abrazándose a mí mientras rogaba que no me alejara. No le importaba que no tuviese herencia, que fuese el pequeño de unos desgraciados cobardes, y que mi madre pudiese verlo con malos ojos al ver que era un fracasado con demasiadas aspiraciones. Ni siquiera le importaba que de vivir con alguien por siempre elegiría a una mujer, porque esos días de cama y vino sólo serían suyos.

-Soy tuyo, soy tuyo... y tú eres mío. No voy a permitir que te alejes, tú eres mío Lestat... aprenderás a ser mío- repetía una y otra vez mientras movía sus caderas para satisfacerme-. Te destruiré si me alejas, te destruiré- pegó su boca a mi cuello y mordió provocando que acelerara el ritmo bombeando todo mi placer contra su entrada.

Sus uñas arañaban mis hombros y mis brazos destrozando mi camisa. Pronto quedé vestido con harapos mientras él movía su cabeza de un lado a otro, disfrutando así de nuestro momento. Sus piernas temblaban aferradas a mi cuerpo y pronto se vino gritando mi nombre como si fuese mi dueño. Mis ojos se abrieron atónitos por la belleza de su rostro y como me exprimía mi sexo. Dejé que mis fluidos calientes mancharan sus entrañas y él salpicó nuestros vientres con el suyo.

-Te amo- dije sin guardarme mis sentimientos y él sonrió satisfecho.

-Claro que sí, claro que sí mi estúpido amigo- rió besando mi mejilla derecha y luego la izquierda-. Mi matalobos- añadió dejando un beso candente en mis labios.


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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt