Rosas amarillas brotaron de sus faldas
cenicientas,
como si fuera un prado en primavera
invernal.
Sus rodillas raspadas se volvieron
sonrosadas
y sus cabellos cubrieron sus alas de
ángel.
El rubor de sus mejillas apareció como
un amanecer,
dándole vida y pasión a su rostro de
muñeca.
Alzó sus brazos al cielo nocturno
y sentí su abrazo como el de un
demonio.
Pequeños labios tentando a la muerte,
jugando a ser ella y vistiendo sus
ropas.
Ojos de vidrio azul que reflejan mi
sonrisa
mientras que reza mil profecías de
odio.
El perfume dulzón de la muerte juvenil
se pegó a sus manos diminutas de
porcelana
y con ellas acarició mi rostro de
padre
maldiciendo para siempre mi amor.
No me odies más mi amor,
no me odies porque no puedo odiarte...
Rizos dorados al aire nocturno mi niña,
rizos que son los tuyos y los míos.
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