Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 24 de enero de 2013

Un vampiro en su habitación


“Tic tac dijo el reloj de la pared
mientras me miraba como lechuza.
Tic Tac repitió con desdén
sintiendo mis manos sobre sus manecillas.”


-¿Quién está ahí?-preguntó somnoliento mientras el reloj marcaba las cinco de la mañana. En dos horas debía poner sus pies sobre la alfombra granate, sacudir sus cabellos castaños y salir de su habitación rumbo a la cocina.

Era un muchacho de veinticinco años, una amplia sonrisa, cuerpo menudo, cabellos alborotados y mirada de soñador elocuente. Solía dormir desnudo incluso en invierno y su piel era similar a la nieve, o la porcelana de una vieja muñeca comprado a un anticuario.

-¿Quién?-desde la cama arropado por las mantas como un niño pequeño que teme a un fantasma, desde aquella cama, preguntaba si había algún intruso o sólo era un sueño.

-El coco con colmillos – susurré desde la puerta pasando hasta dentro oculto entre las sombras.

-¡Santo Dios! ¡No me haga nada!- gritó con lágrimas en los ojos y sin aliento en sus pulmones.

Su habitación era pequeña, tal y como había visto en su febril mente de escritor de mala vida. Sólo tenía una mesilla, un pequeño escritorio donde estaba apoyado un portátil y una lamparilla, así como infinidad de libros y papeles enmarañados con letras ininteligibles, una cama repleta de mantas y un armario destartalado.

Entre sus escasos objetos personales había un libro y un relicario sobre este. Cuentas negras, como sus ojos de oscura aceituna, enlazadas en plata. El crucifijo era una talla muy elaborada aunque repleta a su vez de una sencillez que estremecía.

-No soy Dios, Dios está muy ocupado jugando al ajedrez y discutiendo con el diablo – respondí con una sonrisa encantadora encendiendo la lamparilla-. Sabes mi nombre, ¿por qué no lo dices amigo mío?

-¡Lestat!-espetó tembloroso.




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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt