Nos encontrábamos en New York en medio
de una terrorífica tormenta de nieve. Los copos caían sobre
nosotros mientras nos manteníamos calientes gracias a las múltiples
capas de ropa. Nuestros pasos eran firmes sobre las aceras heladas,
las cuales estaban masificadas a pesar del mal tiempo. Nuestras
miradas se dispersaban a un lado y a otro, pues el colorido llamativo
de los escaparates de los múltiples negocios a veces era tentador.
Éramos criaturas curiosas, aunque la curiosidad siempre se remarcaba
más en mí que en Louis.
Quedé parado frente a un hermoso
escaparate de trajes de diversas firmas de moda. Me ensimismaba por
los cuidados detalles que éstas poseían y que únicamente nosotros
sabíamos apreciar. Louis se aferró a mi brazo derecho con ambas
manos y apoyó su cabeza en mi hombro, dejando que parte de la nieve
de su cabello cayera sobre mi abrigo en tono añil.
-¿No crees que ya tienes suficientes
trajes colgados que ni usas?-se atrevió a preguntar frunciendo sus
cejas-. Lestat, incluso has comprado uno similar a éste en Milán y
aún no he visto que lo estrenes.
-No tienes idea de moda, como siempre –
respondí señalando con mi brazo derecho algo estirado hasta el
cristal del escaparate-. Fíjate, esas solapas tienen dos centímetros
menos de anchura y los botones tienen cuatro ojos y no dos.
-Nimiedades-respondió riendo bajo
mientras me giraba hacia él-. Dime, ¿me has traído aquí para
engrosar tu vestuario o para vivir unas noches agradables lejos de
todo? No hay nada que nos ate a ésta ciudad tan cosmopolita y
dijiste que eso nos haría más libres. Sin embargo, te veo aquí
parado mirando ese horrible traje que no vas a usar -dijo señalando
el maniquí mientras esperaba que yo resolviera sus dudas-. Lestat,
no quiero estar aquí congelándome para ver un estúpido traje.
-Cierto, ya nos congelamos observando
un estúpido libro que ya posees pero que simplemente es de una
edición anterior, la cual te gusta más la portada porque tiene un
degradado distinto y letras doradas -repliqué con una sonrisa
canalla.
-¿Sí?-interrogó alejándose de mí
un par de pasos-. Pues bien, si lo deseas quédate ahí con tu
estúpido traje que seguro que te dará un sexo más interesante que
el mío.
-¡Louis!-grité claramente molesto
mientras me sacaba mis gafas de sol violáceas.
-No, Lestat- dijo dándome la espalda
para caminar hacia el final de la calle-. Me voy al hotel, a recoger
mis escasas pertenencias, para que así tengas tu romance con ese
trapo sobrevalorado.
Me puse en movimiento y en escasos
segundos lo atrapé entre mis brazos. Rápidamente hundí mi rostro
en la curva del cuello al hombro, besé su mejilla izquierda y rocé
mi fría nariz contra sus sonrojadas mejillas. Debido al frío y la
sangre recién ingerida la lechosa piel marmórea de Louis había
tomado color.
-Te celas incluso de un buen
traje-murmuré riendo bajo mientras lo estrechaba con firmeza para
que no pudiese escapar-. Eres incorregible, Louis.
-El incorregible eres tú y no yo- su
tono de voz era suave pero se denotaba cierto enojo.
Realmente comprendía que estuviese
decepcionado, pues no habíamos hecho nada fuera de lo común en
nuestra escapada a una de las ciudades con mayor carisma de Estados
Unidos. Simplemente nos habíamos dejado llevar por las ofertas, los
escaparates luminosos, la música de fondo, el murmullo de los
mortales y sin duda algunas imágenes que en ocasiones habíamos
visto por televisión. Hacía mucho que no visitaba aquella ciudad y
no recordaba haberlo hecho con él. Era sin duda nuestra primera vez
allí juntos y estábamos despreciando los minutos con bobas
acusaciones.
Besé su cuello una vez más para
liberarlo segundos después, tomándolo entonces de la mano
entrelazando nuestros dedos y provocando que él sonriera. Él dejó
atrás su molestia sintiéndose extrañamente confortado. Louis era
de sentirse cómodo y seguro con unos gestos muy sencillos y humanos.
Era extremadamente sensible y se dejaba llevar por las emociones de
una forma incomprensible, incluso ahora tras beber de nuevo mi sangre
se comportaba en ocasiones de forma pasional muy alejado de su
razonamiento frío. Sin duda alguna, se había vuelto más cerebral,
pero en cuanto a los celos simplemente se había convertido en un ser
más débil ante ellos.
Nuestros zapatos hacían crujir la leve
escarcha que se formaba pese a la sal, así como a los trabajos de
mantenimiento de la ciudad, mientras nuestros cuerpos parecían
entrar en calor con miradas intensas que no necesitaban ser
explicadas. En cierto momento del recorrido lo paré en mitad de la
calle y comencé a devorar sus labios.
Mis manos fueron a su cadera, subiendo
suavemente hacia su masculina cintura, mientras mis labios parecían
arder, gracias a lo atractivo que era estar en medio de un enjambre y
ser el centro de atención. Pegué su cuerpo al mío evitando que
escapara, pero lejos de intentar huir pasó sus brazos sobre mis
hombros. Me estrechó de forma tan íntima que me sentí excitado con
tan sólo el juego de sus dedos con los cabellos de mi nuca.
-Lestat...-su voz sonó trémula y
parecía desquebrajada por el placer.
Deslicé mis manos hacia sus nalgas
apretándolas con cierto deseo, mientras que él tan sólo se
aferraba aún más a mí. Acabó agarrándome por la bufanda que
llevaba al cuello, la cual había sido un regalo de mi madre hacía
un par de años, y mirándome con los ojos cubiertos de una necesidad
poco usual en él. Lamió mis labios cuando me eché a reír y lo
hizo como lo hace un gato. La punta de su lengua se coló en mi boca
mientras mis dedos masajeaban su trasero.
Algunas mujeres nos miraban con cierto
asombro, un hombre cruzó su mirada conmigo con una mueca de asco,
pero muchos eran los que ni siquiera deparaban en nosotros. Una gran
ciudad de millones de hormigas no iban a depararse en dos nuevos
insectos, por muy atractivos que fuésemos.
Metí mi pierna derecha entre las suyas
y con disimulo rocé mi muslo con su bragueta. Noté entonces como su
entrepierna estaba algo abultada, y eso provocó que nuevas
carcajadas sonaran precipitándose en mis labios. Louis no solía ser
tan abierto, pero desde hacía algo más de una década parecía
haber dejado el cascarón que le envolvía. Se estaba convirtiendo
lentamente en un necesitado de mis caricias, y a veces de mi sangre.
-Estás casi a punto, por eso estabas
tan molesto al pararme ante los trajes-agachó la mirada cuando dije
aquello y ocultó su rostro en mi torso con cierto pudor-. Debí
imaginar que querías ser mi putita, ¿verdad? Quieres estrenar la
cama que tenemos en el hotel y a poder ser quizás cualquier rincón.
-Lestat, por favor para- noté como su
cuerpo vibraba mordiéndose los labios de forma inconsciente. Esa
boca de labios gruesos que pedía ser besada hasta desgastarla, la
misma que me ofrecía un sexo oral demasiado excitante.
-Estamos algo lejos, podríamos
movernos rápidamente hasta el hotel y tener nuestro momento
íntimo-sus manos arrugaron más mi bufanda mientras mis dedos
jugaban por su columna vertebral, acariciaba sus omóplatos y dejaba
caricias frías en el interior de su cuello.
-Sí-apoyó su cabeza en mi hombro
derecho y esperó tal vez que me moviera por ambos, cosa que hice
pero no hacia el hotel.
Deshice nuestro camino en unos metros,
para introducirnos en un callejón algo estrecho. Era un pequeño
espacio entre dos edificios, el cual no tenía más de dos metros de
anchura aunque de profundidad podría tener unos quince. Nosotros
habíamos estado juntos en sitios más estrechos, como el ataúd que
solíamos compartir en otras épocas para tener algo de sexo, así
que no era algo complicado tener algunas caricias íntimas.
-Demuestra cuan urgido estás y nos
llevaré volando hasta el hotel- susurré cerca de su oreja derecha
provocando que sus piernas se aflojaran.
Los ojos de Louis parecieron brillar en
medio de la penumbra de aquel lugar estrecho, húmedo y algo sucio.
Sus rodillas se clavaron en el suelo algo cubierto de nieve, el cual
crujió y empapó sus rodillas. Bajé con cuidado la cremallera de mi
pantalón y le ofrecí mi miembro que tomó con voracidad entre sus
labios.
Los besos desesperados dieron paso a
lamidas aún más candentes, incluso llegó a morder mi prepucio
mientras desabrochaba el único botón del pantalón. Tiró de la
ropa sin dejar de ofrecerle las mejores atenciones a mi miembro. Su
frío aliento era cálido debido a las bajas temperaturas. La lengua
de Louis era demasiado excitante debido a como se movía. Ya era todo
un experto en darme el placer más puro.
Dejó la punta de su lengua en mi meato
y la deslizó por todo el glande. La erección comenzaba a ser más
firme y yo me acomodaba abriendo más mis piernas, para que él se
acomodara entre ellas. No dudó en comenzar a dejar suaves caricias
frías sobre mis muslos, pues la tela del pantalón se había perdido
y ahora llevaba éstos por las rodillas junto a mi ropa interior.
Apartó la lengua de mi glande y la
pasó por sus labios para humedecerlos, no sin antes moderlos
mientras me miraba con la cara de una golfa. Rozó entonces mi
miembro con besos suaves muy eróticos, desde el inicio hasta llegar
poco a la base que se unía al escroto. Besó también mis testículos
y los llevó a su boca, la cual abrió con una sonrisa pervertida que
me escandalizó. En los años que habíamos vivido juntos jamás se
había mostrado de esa forma tan cercana a una puta. Mi falo rozó su
mejilla derecha y no dudó en golpearse con mi miembro agarrándolo
por la base. Succionó mis testículos soltándolos a ratos y
mirándolos con deseo.
En un par de minutos llevaba un ritmo
de chupada rápida. La carne de sus pómulos se encogían y la punta
de mi pene llegaba poco a poco a tocar su campanilla. Era una
auténtica locura porque podía notar como su lengua aplastaba mi
sexo. Sus dedos fríos recorrían mis costados y mis muslos con
cierta sutileza. Se apartó soltando acariciándolo suavemente con el
glande sus carnosos labios, y después simplemente sopló para que
sintiera el contraste húmedo y seco.
Mis manos fueron a sus cabellos
pegándolo más hacia mí mientras mis caderas se movían suavemente.
Pronto estaba mi miembro en su boca. Quería disfrutar de ese momento
en medio de la calle, un lugar donde jamás habría aceptado Louis
tener sexo y que últimamente parecía quererlo quizás con la tonta
idea de llevarme a una fidelidad casi total.
-Oh, mon ange – llegué a susurrar
echando la cabeza hacia atrás.
Mis cabellos dorados y encrespados
rozaron el sucio muro de ladrillos vistos, el cual pronto tuvo
también apoyada mi espalda. Gemía y gruñía su nombre mientras sus
labios presionaban de forma deliciosa. Cuando quise darme cuenta
llenaba su boca con mi esperma y notaba como él llegaba también a
un orgasmo similar, sin siquiera tocarse.
-Al fin comprendes que quiero un
caballero frente a todos y una puta en la cama- susurré soltando su
pelo que había quedado completamente enmarañado. Sus ojos verdes
estaban entreabiertos y yo seguía dentro clavándome en él como si
fuese una daga-. Mi putita, mi Louis- mascullé.
Pronto salí de él vistiéndome con
cierta prisa mientras él quedaba algo ido. Ni siquiera me reprochó
el salir a la gran avenida y comenzar a movernos entre los humanos
sin ser vistos, pues a sus ojos éramos algo similar a una sombra o
un golpe de viento. Ni él ni yo dijimos nada, pues parecía que las
palabras sobraban aunque nuestras miradas eran intensas.
Necesitábamos llegar pronto a nuestra habitación para describirnos
por completo.
Cuando llegamos pedí en recepción la
llave mientras Louis ocultaba su rostro en mi torso, no quería ver a
nadie después de todo lo que habíamos hecho. La recepcionista
sonreía observándonos con fascinación, ya que no muchas parejas
homosexuales eran tan abiertas como nosotros ofreciendo cierto
espectáculo. En su retorcida mente no dejaba de imaginar escenas
eróticas que alguna vez había leído en sus libros y mangas
denominados yaoi.
-Lestat, ¿cómo ha ocurrido
eso?-preguntó ya en el ascensor donde nos encontrábamos a solas.
Sus finos dedos jugaban con los botones de mi abrigo y también con
mi bufanda-. Lestat, hemos tenido sexo en la calle.
-Tienes los pantalones manchados Louis-
dije al percatarme de su entrepierna manchada por el semen que él
mismo había eyaculado. La prenda también estaba húmeda por la
nieve.
-Oh, seguro que todos lo han visto –
su inseguridad volvía y cuando estuvo a punto de echarse a llorar el
ascensor se detuvo.
Debido al exceso de peso de la nieve en
el cableado éste cedió y hubo un pequeño apagón. No sabía hasta
cuando estaríamos allí, aunque de todas formas podíamos salir
forzando las puertas y usando un poco el cerebro. Louis soltó un
gemido de frustración y acto seguido otro de placer al notar que mis
labios recorrían su cuello.
Arranqué sus prendas sin importarme
nada en absoluto. Incluso no me importaba que pudiésemos ser vistos
en ese mismo instante por la cámara de seguridad que tenía el
aparato. Pronto quedó rodeado únicamente por la tenue oscuridad, la
cual nos ofrecía las luces de emergencia, y por mis brazos. Él
intentó deshacerse de todas mis prendas, pero antes que pudiese
librarse de todas lo pegué al espejo del ascensor.
Sus pezones, de color algo más oscuros
que su lechosa piel, rozaron el cristal y su mejilla derecha se
aplastó contra éste. Coloqué sus nalgas en una pose sugerente y
comencé a masturbarme recordando su lengua. En pocos segundos estaba
erecto y entrando en su entrada. Su esfinter no había sido dilatada,
pero eso no importaba ya.
-Lestat...-gimió antes de sentir la
primera arremetida.
Mi mano derecha se quedó en sus
caderas mientras que la izquierda comenzó a tirar de sus cabellos.
El pelo de Louis era sedoso y con un aroma agradable, me gustaba
olerlo y tirar de él con cierta insistencia. Sus piernas parecieron
flaquear cuando el ritmo aumentó.
-Eres una puta bien entrenada- fueron
mis dulces palabras antes de azotar su trasero y arremeter con un
ritmo que movía por completo el ascensor. Fuera preguntaron si
estábamos bien, pero un largo gemido de Louis les hizo saber que no
deseábamos ser molestado.
La mano de la cadera, la misma que lo
había azotado, subió hasta su torso pellizcando su pezones para
luego hundir el dedo corazón e índice entre sus labios. Acaricié
la lengua suavemente justo antes de notar como succionaba recordando
quizás lo delicioso que era el sabor de mi simiente. No había
derramado ni una gota, pero ésta vez serían sus nalgas las que me
sentirían estallar.
La luz del ascensor regresó iluminando
todo y éste comenzó a ascender hasta el número de nuestra planta.
Estábamos instalados en la planta número treinta, poseíamos unas
vistas envidiables y una habitación lujosa. Sin embargo, eso no hizo
que yo me detuviese mientras Louis rogaba mayores atenciones con
palabras incoherentes, largos gemidos y gritos propios de una
prostituta de lujo.
Inesperadamente en la planta número
veinticinco se abrió y un matrimonio de ancianos adorables nos
descubrió, cosa que provocó que el hombre se llevase las manos a la
cabeza y la mujer comenzara a soltar improperios. Aquello me arrancó
unas buenas carcajadas, mientras tanto Louis estaba ciego por el
placer y sólo repetía las obscenidades más fuertes que conocía en
varios idiomas.
Nuestros cuerpos estaban perlados de
sudor sanguinolento, las ropas estaban desperdigadas por el ascensor,
y nosotros a punto de llegar al máximo placer cuando el maldito
elevador llegó a su destino. Al mismo tiempo que las puertas se
abrían yo me vaciaba en el delicioso interior de Louis, él contraía
sus músculos internos y salpicaba el espejo con su esperma.
-Dieu- dijo en un balbuceo con los ojos
llenos de lágrimas.
Había disfrutado como cualquier puta
que solía conocer en mis noches de juerga, un sexo desinhibido que
únicamente tenía para mostrarse como el amante más complaciente al
fin. Y, en éstos momentos, juro que esa noche ha hecho que medite el
ser menos promiscuo sólo si él me da todo eso y más.
Las horas restantes las pasamos en la
habitación discutiendo. Me gritaba por haberlo incitado a ser una
puta y yo respondía que no era así. Y es cierto, no miento, porque
una puta cobra y él me hizo disfrutar todo aquello por unas migajas
de mi amor. El cual jamás le daré por completo, pues es bien sabido
que cuando te entregas al máximo puedes perder todo mucho más
rápido.
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