Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 24 de febrero de 2013

New York... oh... New York


Nos encontrábamos en New York en medio de una terrorífica tormenta de nieve. Los copos caían sobre nosotros mientras nos manteníamos calientes gracias a las múltiples capas de ropa. Nuestros pasos eran firmes sobre las aceras heladas, las cuales estaban masificadas a pesar del mal tiempo. Nuestras miradas se dispersaban a un lado y a otro, pues el colorido llamativo de los escaparates de los múltiples negocios a veces era tentador. Éramos criaturas curiosas, aunque la curiosidad siempre se remarcaba más en mí que en Louis.

Quedé parado frente a un hermoso escaparate de trajes de diversas firmas de moda. Me ensimismaba por los cuidados detalles que éstas poseían y que únicamente nosotros sabíamos apreciar. Louis se aferró a mi brazo derecho con ambas manos y apoyó su cabeza en mi hombro, dejando que parte de la nieve de su cabello cayera sobre mi abrigo en tono añil.

-¿No crees que ya tienes suficientes trajes colgados que ni usas?-se atrevió a preguntar frunciendo sus cejas-. Lestat, incluso has comprado uno similar a éste en Milán y aún no he visto que lo estrenes.

-No tienes idea de moda, como siempre – respondí señalando con mi brazo derecho algo estirado hasta el cristal del escaparate-. Fíjate, esas solapas tienen dos centímetros menos de anchura y los botones tienen cuatro ojos y no dos.

-Nimiedades-respondió riendo bajo mientras me giraba hacia él-. Dime, ¿me has traído aquí para engrosar tu vestuario o para vivir unas noches agradables lejos de todo? No hay nada que nos ate a ésta ciudad tan cosmopolita y dijiste que eso nos haría más libres. Sin embargo, te veo aquí parado mirando ese horrible traje que no vas a usar -dijo señalando el maniquí mientras esperaba que yo resolviera sus dudas-. Lestat, no quiero estar aquí congelándome para ver un estúpido traje.

-Cierto, ya nos congelamos observando un estúpido libro que ya posees pero que simplemente es de una edición anterior, la cual te gusta más la portada porque tiene un degradado distinto y letras doradas -repliqué con una sonrisa canalla.

-¿Sí?-interrogó alejándose de mí un par de pasos-. Pues bien, si lo deseas quédate ahí con tu estúpido traje que seguro que te dará un sexo más interesante que el mío.

-¡Louis!-grité claramente molesto mientras me sacaba mis gafas de sol violáceas.

-No, Lestat- dijo dándome la espalda para caminar hacia el final de la calle-. Me voy al hotel, a recoger mis escasas pertenencias, para que así tengas tu romance con ese trapo sobrevalorado.

Me puse en movimiento y en escasos segundos lo atrapé entre mis brazos. Rápidamente hundí mi rostro en la curva del cuello al hombro, besé su mejilla izquierda y rocé mi fría nariz contra sus sonrojadas mejillas. Debido al frío y la sangre recién ingerida la lechosa piel marmórea de Louis había tomado color.

-Te celas incluso de un buen traje-murmuré riendo bajo mientras lo estrechaba con firmeza para que no pudiese escapar-. Eres incorregible, Louis.

-El incorregible eres tú y no yo- su tono de voz era suave pero se denotaba cierto enojo.

Realmente comprendía que estuviese decepcionado, pues no habíamos hecho nada fuera de lo común en nuestra escapada a una de las ciudades con mayor carisma de Estados Unidos. Simplemente nos habíamos dejado llevar por las ofertas, los escaparates luminosos, la música de fondo, el murmullo de los mortales y sin duda algunas imágenes que en ocasiones habíamos visto por televisión. Hacía mucho que no visitaba aquella ciudad y no recordaba haberlo hecho con él. Era sin duda nuestra primera vez allí juntos y estábamos despreciando los minutos con bobas acusaciones.

Besé su cuello una vez más para liberarlo segundos después, tomándolo entonces de la mano entrelazando nuestros dedos y provocando que él sonriera. Él dejó atrás su molestia sintiéndose extrañamente confortado. Louis era de sentirse cómodo y seguro con unos gestos muy sencillos y humanos. Era extremadamente sensible y se dejaba llevar por las emociones de una forma incomprensible, incluso ahora tras beber de nuevo mi sangre se comportaba en ocasiones de forma pasional muy alejado de su razonamiento frío. Sin duda alguna, se había vuelto más cerebral, pero en cuanto a los celos simplemente se había convertido en un ser más débil ante ellos.

Nuestros zapatos hacían crujir la leve escarcha que se formaba pese a la sal, así como a los trabajos de mantenimiento de la ciudad, mientras nuestros cuerpos parecían entrar en calor con miradas intensas que no necesitaban ser explicadas. En cierto momento del recorrido lo paré en mitad de la calle y comencé a devorar sus labios.

Mis manos fueron a su cadera, subiendo suavemente hacia su masculina cintura, mientras mis labios parecían arder, gracias a lo atractivo que era estar en medio de un enjambre y ser el centro de atención. Pegué su cuerpo al mío evitando que escapara, pero lejos de intentar huir pasó sus brazos sobre mis hombros. Me estrechó de forma tan íntima que me sentí excitado con tan sólo el juego de sus dedos con los cabellos de mi nuca.

-Lestat...-su voz sonó trémula y parecía desquebrajada por el placer.

Deslicé mis manos hacia sus nalgas apretándolas con cierto deseo, mientras que él tan sólo se aferraba aún más a mí. Acabó agarrándome por la bufanda que llevaba al cuello, la cual había sido un regalo de mi madre hacía un par de años, y mirándome con los ojos cubiertos de una necesidad poco usual en él. Lamió mis labios cuando me eché a reír y lo hizo como lo hace un gato. La punta de su lengua se coló en mi boca mientras mis dedos masajeaban su trasero.

Algunas mujeres nos miraban con cierto asombro, un hombre cruzó su mirada conmigo con una mueca de asco, pero muchos eran los que ni siquiera deparaban en nosotros. Una gran ciudad de millones de hormigas no iban a depararse en dos nuevos insectos, por muy atractivos que fuésemos.

Metí mi pierna derecha entre las suyas y con disimulo rocé mi muslo con su bragueta. Noté entonces como su entrepierna estaba algo abultada, y eso provocó que nuevas carcajadas sonaran precipitándose en mis labios. Louis no solía ser tan abierto, pero desde hacía algo más de una década parecía haber dejado el cascarón que le envolvía. Se estaba convirtiendo lentamente en un necesitado de mis caricias, y a veces de mi sangre.

-Estás casi a punto, por eso estabas tan molesto al pararme ante los trajes-agachó la mirada cuando dije aquello y ocultó su rostro en mi torso con cierto pudor-. Debí imaginar que querías ser mi putita, ¿verdad? Quieres estrenar la cama que tenemos en el hotel y a poder ser quizás cualquier rincón.

-Lestat, por favor para- noté como su cuerpo vibraba mordiéndose los labios de forma inconsciente. Esa boca de labios gruesos que pedía ser besada hasta desgastarla, la misma que me ofrecía un sexo oral demasiado excitante.

-Estamos algo lejos, podríamos movernos rápidamente hasta el hotel y tener nuestro momento íntimo-sus manos arrugaron más mi bufanda mientras mis dedos jugaban por su columna vertebral, acariciaba sus omóplatos y dejaba caricias frías en el interior de su cuello.

-Sí-apoyó su cabeza en mi hombro derecho y esperó tal vez que me moviera por ambos, cosa que hice pero no hacia el hotel.

Deshice nuestro camino en unos metros, para introducirnos en un callejón algo estrecho. Era un pequeño espacio entre dos edificios, el cual no tenía más de dos metros de anchura aunque de profundidad podría tener unos quince. Nosotros habíamos estado juntos en sitios más estrechos, como el ataúd que solíamos compartir en otras épocas para tener algo de sexo, así que no era algo complicado tener algunas caricias íntimas.

-Demuestra cuan urgido estás y nos llevaré volando hasta el hotel- susurré cerca de su oreja derecha provocando que sus piernas se aflojaran.

Los ojos de Louis parecieron brillar en medio de la penumbra de aquel lugar estrecho, húmedo y algo sucio. Sus rodillas se clavaron en el suelo algo cubierto de nieve, el cual crujió y empapó sus rodillas. Bajé con cuidado la cremallera de mi pantalón y le ofrecí mi miembro que tomó con voracidad entre sus labios.

Los besos desesperados dieron paso a lamidas aún más candentes, incluso llegó a morder mi prepucio mientras desabrochaba el único botón del pantalón. Tiró de la ropa sin dejar de ofrecerle las mejores atenciones a mi miembro. Su frío aliento era cálido debido a las bajas temperaturas. La lengua de Louis era demasiado excitante debido a como se movía. Ya era todo un experto en darme el placer más puro.

Dejó la punta de su lengua en mi meato y la deslizó por todo el glande. La erección comenzaba a ser más firme y yo me acomodaba abriendo más mis piernas, para que él se acomodara entre ellas. No dudó en comenzar a dejar suaves caricias frías sobre mis muslos, pues la tela del pantalón se había perdido y ahora llevaba éstos por las rodillas junto a mi ropa interior.

Apartó la lengua de mi glande y la pasó por sus labios para humedecerlos, no sin antes moderlos mientras me miraba con la cara de una golfa. Rozó entonces mi miembro con besos suaves muy eróticos, desde el inicio hasta llegar poco a la base que se unía al escroto. Besó también mis testículos y los llevó a su boca, la cual abrió con una sonrisa pervertida que me escandalizó. En los años que habíamos vivido juntos jamás se había mostrado de esa forma tan cercana a una puta. Mi falo rozó su mejilla derecha y no dudó en golpearse con mi miembro agarrándolo por la base. Succionó mis testículos soltándolos a ratos y mirándolos con deseo.

En un par de minutos llevaba un ritmo de chupada rápida. La carne de sus pómulos se encogían y la punta de mi pene llegaba poco a poco a tocar su campanilla. Era una auténtica locura porque podía notar como su lengua aplastaba mi sexo. Sus dedos fríos recorrían mis costados y mis muslos con cierta sutileza. Se apartó soltando acariciándolo suavemente con el glande sus carnosos labios, y después simplemente sopló para que sintiera el contraste húmedo y seco.

Mis manos fueron a sus cabellos pegándolo más hacia mí mientras mis caderas se movían suavemente. Pronto estaba mi miembro en su boca. Quería disfrutar de ese momento en medio de la calle, un lugar donde jamás habría aceptado Louis tener sexo y que últimamente parecía quererlo quizás con la tonta idea de llevarme a una fidelidad casi total.

-Oh, mon ange – llegué a susurrar echando la cabeza hacia atrás.

Mis cabellos dorados y encrespados rozaron el sucio muro de ladrillos vistos, el cual pronto tuvo también apoyada mi espalda. Gemía y gruñía su nombre mientras sus labios presionaban de forma deliciosa. Cuando quise darme cuenta llenaba su boca con mi esperma y notaba como él llegaba también a un orgasmo similar, sin siquiera tocarse.

-Al fin comprendes que quiero un caballero frente a todos y una puta en la cama- susurré soltando su pelo que había quedado completamente enmarañado. Sus ojos verdes estaban entreabiertos y yo seguía dentro clavándome en él como si fuese una daga-. Mi putita, mi Louis- mascullé.

Pronto salí de él vistiéndome con cierta prisa mientras él quedaba algo ido. Ni siquiera me reprochó el salir a la gran avenida y comenzar a movernos entre los humanos sin ser vistos, pues a sus ojos éramos algo similar a una sombra o un golpe de viento. Ni él ni yo dijimos nada, pues parecía que las palabras sobraban aunque nuestras miradas eran intensas. Necesitábamos llegar pronto a nuestra habitación para describirnos por completo.

Cuando llegamos pedí en recepción la llave mientras Louis ocultaba su rostro en mi torso, no quería ver a nadie después de todo lo que habíamos hecho. La recepcionista sonreía observándonos con fascinación, ya que no muchas parejas homosexuales eran tan abiertas como nosotros ofreciendo cierto espectáculo. En su retorcida mente no dejaba de imaginar escenas eróticas que alguna vez había leído en sus libros y mangas denominados yaoi.

-Lestat, ¿cómo ha ocurrido eso?-preguntó ya en el ascensor donde nos encontrábamos a solas. Sus finos dedos jugaban con los botones de mi abrigo y también con mi bufanda-. Lestat, hemos tenido sexo en la calle.

-Tienes los pantalones manchados Louis- dije al percatarme de su entrepierna manchada por el semen que él mismo había eyaculado. La prenda también estaba húmeda por la nieve.

-Oh, seguro que todos lo han visto – su inseguridad volvía y cuando estuvo a punto de echarse a llorar el ascensor se detuvo.

Debido al exceso de peso de la nieve en el cableado éste cedió y hubo un pequeño apagón. No sabía hasta cuando estaríamos allí, aunque de todas formas podíamos salir forzando las puertas y usando un poco el cerebro. Louis soltó un gemido de frustración y acto seguido otro de placer al notar que mis labios recorrían su cuello.

Arranqué sus prendas sin importarme nada en absoluto. Incluso no me importaba que pudiésemos ser vistos en ese mismo instante por la cámara de seguridad que tenía el aparato. Pronto quedó rodeado únicamente por la tenue oscuridad, la cual nos ofrecía las luces de emergencia, y por mis brazos. Él intentó deshacerse de todas mis prendas, pero antes que pudiese librarse de todas lo pegué al espejo del ascensor.

Sus pezones, de color algo más oscuros que su lechosa piel, rozaron el cristal y su mejilla derecha se aplastó contra éste. Coloqué sus nalgas en una pose sugerente y comencé a masturbarme recordando su lengua. En pocos segundos estaba erecto y entrando en su entrada. Su esfinter no había sido dilatada, pero eso no importaba ya.

-Lestat...-gimió antes de sentir la primera arremetida.

Mi mano derecha se quedó en sus caderas mientras que la izquierda comenzó a tirar de sus cabellos. El pelo de Louis era sedoso y con un aroma agradable, me gustaba olerlo y tirar de él con cierta insistencia. Sus piernas parecieron flaquear cuando el ritmo aumentó.

-Eres una puta bien entrenada- fueron mis dulces palabras antes de azotar su trasero y arremeter con un ritmo que movía por completo el ascensor. Fuera preguntaron si estábamos bien, pero un largo gemido de Louis les hizo saber que no deseábamos ser molestado.

La mano de la cadera, la misma que lo había azotado, subió hasta su torso pellizcando su pezones para luego hundir el dedo corazón e índice entre sus labios. Acaricié la lengua suavemente justo antes de notar como succionaba recordando quizás lo delicioso que era el sabor de mi simiente. No había derramado ni una gota, pero ésta vez serían sus nalgas las que me sentirían estallar.

La luz del ascensor regresó iluminando todo y éste comenzó a ascender hasta el número de nuestra planta. Estábamos instalados en la planta número treinta, poseíamos unas vistas envidiables y una habitación lujosa. Sin embargo, eso no hizo que yo me detuviese mientras Louis rogaba mayores atenciones con palabras incoherentes, largos gemidos y gritos propios de una prostituta de lujo.

Inesperadamente en la planta número veinticinco se abrió y un matrimonio de ancianos adorables nos descubrió, cosa que provocó que el hombre se llevase las manos a la cabeza y la mujer comenzara a soltar improperios. Aquello me arrancó unas buenas carcajadas, mientras tanto Louis estaba ciego por el placer y sólo repetía las obscenidades más fuertes que conocía en varios idiomas.

Nuestros cuerpos estaban perlados de sudor sanguinolento, las ropas estaban desperdigadas por el ascensor, y nosotros a punto de llegar al máximo placer cuando el maldito elevador llegó a su destino. Al mismo tiempo que las puertas se abrían yo me vaciaba en el delicioso interior de Louis, él contraía sus músculos internos y salpicaba el espejo con su esperma.

-Dieu- dijo en un balbuceo con los ojos llenos de lágrimas.

Había disfrutado como cualquier puta que solía conocer en mis noches de juerga, un sexo desinhibido que únicamente tenía para mostrarse como el amante más complaciente al fin. Y, en éstos momentos, juro que esa noche ha hecho que medite el ser menos promiscuo sólo si él me da todo eso y más.

Las horas restantes las pasamos en la habitación discutiendo. Me gritaba por haberlo incitado a ser una puta y yo respondía que no era así. Y es cierto, no miento, porque una puta cobra y él me hizo disfrutar todo aquello por unas migajas de mi amor. El cual jamás le daré por completo, pues es bien sabido que cuando te entregas al máximo puedes perder todo mucho más rápido.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt