Te conocí con un corazón malherido y
el alma arrastras. Deseabas la muerte más que cualquier hombro en el
cual llorar, pero tus deseos se volvían borrosos cuando ella se
aproximaba. Yo era la muerte, llevaba la guadaña en mis colmillos y
la liberación entre mis brazos. Te aproximaste a mí pensando que no
había peligro, que te salvaba de un mundo lleno de oscuridad y sin
embargo te condené a ella. Yo te di el Don, pero también la
perdición más dolorosa. Comprendo tus silencios, la mirada perdida
en las líneas de un libro y el deseo de llorar agarrado en la
garganta. Puedo comprender incluso lo hermoso y tentador que eres
para todos, pero sobre todo puedo comprender porque lo eres para mí.
Labios delicados que suspiran temores,
ojos desafiantes que guardan rencor y libertad, unas manos suaves que
parecen delicadas y son las de un monstruo que arranca la vida,
cuerpo esbelto para llamar la atención aún hoy en día y un cabello
negro que se difumina en medio de la madrugada más oscura. Eso eres,
un gato salvaje en medio de las calles. Monstruo cruel con sonrisa
encantadora y complaciente, de voz delicada aunque varonil y elegante
caminar. Tú eres el monstruo perfecto, mi pequeño Prometeo.
Te amé. Te amé con tanta fuerza que
te escapaste como una pastilla de jabón entre mis dedos. Corrí tras
de ti como si fueses mis verdaderos sueños, los cuales olvidé para
yacer cada noche a tu lado durante más de siete décadas. Me hundí
en el pantano porque no quise ver que ya no me queríais a vuestro
lado, puesto que era doloroso admitir que nuestra compleja existencia
ya se había destruido. Dormí con caimanes y sentí el fuego gracias
a tus propias manos. Pero también, he visto caricias de tu parte,
besos por mi rostro desde tus labios brutales y palabras de amor
jadeosas entre mis sábanas.
Hoy en tu cumpleaños te regalo la
verdad que guardo. Lanzo lo que siento por ti intentando que me
creas, aunque ya no pido siquiera que me escuches.
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