De David Talbot como hombre se conoce poco, pero lo poco que se conoce se sabe que es un hombre que vivía solo con sus archivos prácticamente. Un ser excepcional de una educación meticulosa que sabía tener sus deslices, pero sin duda un caballero. Por ello, se ha imaginado a la madre de David en éste texto:
Me han pedido que escriba algo en tu
memoria, ya que es imposible decirte cuanto te extraño. Tu tumba
está en un pequeño cementerio londinense. Sé que no te faltan
flores, como también sé que ya no estás allí. En tu tumba sólo
queda la lápida y lo poco que puede considerarse tuyo. Recuerdo que
te enterramos en primavera, justo cuando las flores del jardín
parecían repletas de belleza y buenas sensaciones. Siempre extrañaré
no asomarme a la ventana y ver tu cuerpo agachado entre las macetas.
Por eso, y por muchos motivos, nunca faltan flores sobre tu lápida.
También sé que padre te acompaña
desde hace más de cuatro décadas. Quedó hundido cuando te
marchaste. A duras penas logró encaminar su vida, sobre todo cuando
yo también decidí dejar el barrio y marcharme a recorrer mundo.
Siempre deseé conocer Europa con tan sólo una mochila. Sin embargo,
no lo hice de forma tan intensa hasta ya pasados mis treinta años.
Estoy seguro que si me vieses, aquí
tan joven y con otro cuerpo, no me reconocerías. No creerías que
soy el hombre que está frente a la computadora, tecleando cada
palabra con ansiedad y lágrimas sanguinolentas en mis ojos. Creo que
me temerías, por eso doy gracias que te hayas marchado hace tanto.
Lamento muchísimo no ir a verte, pero
tú no estás allí. Cuando hablo a solas en la noche contándote
todo lo que siento, las cosas que he visto, te noto más cerca que
frente a esa tumba. En ocasiones, me pregunto si de haber sido otra
época te habrías salvado. Sin embargo, son dudas que no se
resolverán jamás porque el pasado es pasado y hay que mirar hacia
el futuro que es hoy.
Creo que el día de mi graduación fue
el día en el cual estuviste más hermosa. Sonreías tanto, te veías
incluso atractiva a pesar de tus sutiles arrugas y canas. No
importaban los escasos kilos de más, ni los dolores en las piernas
por la mala circulación, porque te veías magnífica con esa
sonrisa. Tu traje azul marino con aquella blusa celeste, igual que tu
pañuelo y tocado, te sentaba como un guante. Papá no paraba de
admitir que comprarte las perlas que lucías fue su mejor regalo.
Realmente lo fue, aunque fui yo quien las eligió y creo que tú lo
sabías.
Extraño tu mirada triste al ver a los
hijos de otras casarse. Siempre me dijiste que querías conocerme una
mujer hermosa, delicada, dueña de su vida y principios que criara a
media docena de nietos que tú besarías con orgullo. No pudo ser.
Lamento mucho no haber sido el hijo que tanto querías, pero tampoco
lo fui para padre. El murió solo por mi culpa, lleno de amargura y
dolor. Sin embargo, esa casa me quedaba pequeña. Soltero, es cierto,
sin nada en mi corazón y aún así me sentía asfixiado en aquella
encantadora casita. Porque madre, esa casita eras tú y sin ti ya no
era un hogar.
¿Qué más puedo decir? Que tú eres
la mujer más maravillosa que he conocido y que lamento muchísimo no
haber sido tan buen hijo, pero nadie puede ser perfecto. Sin embargo,
no hay día que no me acuerde de ti y rece porque hayas alcanzado la
felicidad. Te amo madre, te amo como el primer día en el cual nos
conocimos en aquella madrugada en aquella pequeña casa. Un parto que
te hizo sufrir terribles dolores y que, según tú, te aportó con
los años innumerables alegrías. Gracias madre por todo.
Te quiere,
David.
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