Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 6 de mayo de 2013

Carta a las madres 3


De David Talbot como hombre se conoce poco, pero lo poco que se conoce se sabe que es un hombre que vivía solo con sus archivos prácticamente. Un ser excepcional de una educación meticulosa que sabía tener sus deslices, pero sin duda un caballero. Por ello, se ha imaginado a la madre de David en éste texto:





Me han pedido que escriba algo en tu memoria, ya que es imposible decirte cuanto te extraño. Tu tumba está en un pequeño cementerio londinense. Sé que no te faltan flores, como también sé que ya no estás allí. En tu tumba sólo queda la lápida y lo poco que puede considerarse tuyo. Recuerdo que te enterramos en primavera, justo cuando las flores del jardín parecían repletas de belleza y buenas sensaciones. Siempre extrañaré no asomarme a la ventana y ver tu cuerpo agachado entre las macetas. Por eso, y por muchos motivos, nunca faltan flores sobre tu lápida.

También sé que padre te acompaña desde hace más de cuatro décadas. Quedó hundido cuando te marchaste. A duras penas logró encaminar su vida, sobre todo cuando yo también decidí dejar el barrio y marcharme a recorrer mundo. Siempre deseé conocer Europa con tan sólo una mochila. Sin embargo, no lo hice de forma tan intensa hasta ya pasados mis treinta años.

Estoy seguro que si me vieses, aquí tan joven y con otro cuerpo, no me reconocerías. No creerías que soy el hombre que está frente a la computadora, tecleando cada palabra con ansiedad y lágrimas sanguinolentas en mis ojos. Creo que me temerías, por eso doy gracias que te hayas marchado hace tanto.

Lamento muchísimo no ir a verte, pero tú no estás allí. Cuando hablo a solas en la noche contándote todo lo que siento, las cosas que he visto, te noto más cerca que frente a esa tumba. En ocasiones, me pregunto si de haber sido otra época te habrías salvado. Sin embargo, son dudas que no se resolverán jamás porque el pasado es pasado y hay que mirar hacia el futuro que es hoy.

Creo que el día de mi graduación fue el día en el cual estuviste más hermosa. Sonreías tanto, te veías incluso atractiva a pesar de tus sutiles arrugas y canas. No importaban los escasos kilos de más, ni los dolores en las piernas por la mala circulación, porque te veías magnífica con esa sonrisa. Tu traje azul marino con aquella blusa celeste, igual que tu pañuelo y tocado, te sentaba como un guante. Papá no paraba de admitir que comprarte las perlas que lucías fue su mejor regalo. Realmente lo fue, aunque fui yo quien las eligió y creo que tú lo sabías.

Extraño tu mirada triste al ver a los hijos de otras casarse. Siempre me dijiste que querías conocerme una mujer hermosa, delicada, dueña de su vida y principios que criara a media docena de nietos que tú besarías con orgullo. No pudo ser. Lamento mucho no haber sido el hijo que tanto querías, pero tampoco lo fui para padre. El murió solo por mi culpa, lleno de amargura y dolor. Sin embargo, esa casa me quedaba pequeña. Soltero, es cierto, sin nada en mi corazón y aún así me sentía asfixiado en aquella encantadora casita. Porque madre, esa casita eras tú y sin ti ya no era un hogar.

¿Qué más puedo decir? Que tú eres la mujer más maravillosa que he conocido y que lamento muchísimo no haber sido tan buen hijo, pero nadie puede ser perfecto. Sin embargo, no hay día que no me acuerde de ti y rece porque hayas alcanzado la felicidad. Te amo madre, te amo como el primer día en el cual nos conocimos en aquella madrugada en aquella pequeña casa. Un parto que te hizo sufrir terribles dolores y que, según tú, te aportó con los años innumerables alegrías. Gracias madre por todo.

Te quiere,
David.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt