Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 10 de mayo de 2013

Historia de fantasmas


Tras el sonido casi silencioso del deslizar de los vagones del metro sobre las vías, el bullicio ensordecedor de conversaciones, deformes donde todo y nada es políticamente correcto, siente el viajero como su cuerpo es aplastado contra otros, o contra el propio asiento, mientras hace acopio de su educación para no ofenderse si le pisan los zapatos nuevos. La radio a todo volumen de un muchacho es un zumbido similar al de las abejas, mientras que el crujir de un periódico se vuelve casi inaudible aunque no así el gris resplandor que ofrecen sus páginas entintadas, y una madre sufre porque quiere ir temprano a una reunión escolar. Si bien, cuando es el último en la estación, el último para acabar la jornada, el silencio es casi ensordecedor y el caminar pesado del vigilante se hace eco.

Muchas son las historias de terror en las vías, pero pocas son ciertas o narradas en primera persona por aquellos que quedaron para siempre marcados. La oscuridad de la boca del túnel siempre fue usada como una puerta al más allá, una escalofriante puerta que ni siquiera en las cámaras con visión nocturna se puede acceder por completo por su densidad.

Esta historia prometo que es cierta y que ocurrió cuando yo aún era mortal. Acaricié mis cabellos canos frente a una de las numerosas bocas de metro de la ciudad de Londres. Como era costumbre miré la hora, casi el último viaje quedaba por ser tomado por los rezagados y oficinistas que a éstas horas aún se deslizaban malhumorados por un terrible día en la oficina. Mis zapatos estaban impecables, mi traje era café oscuro y tenía un chaleco gris de una tela gruesa, mientras que mi camisa era blanca y pulcra como pulcro era mi afeitado. Sin duda, aparentaba ser un viajero más con una cuidada imagen personal, pero en mi cartera había varios informes de compañeros, redacciones de historias sobre las presencias que allí se aparecían y un reportaje que había sido lanzado en uno de los populares periódicos del país.

Pagué mi billete como todos, me subí al último vagón y me senté. Sólo habían tres personas más, entre ellos una chica que se veía atractiva. Su peinado era similar al usado años atrás, pero algunas mujeres decían que eran fieles a su estilo y no a modas, y sus labios eran hermosos, muy tentadores, por el color que tenían dados. Sin embargo, había algo en ella que no cuadraba. Parecía completamente petrificada, como si no tuviese vida y tampoco prisa por bajarse.

Ella era una de esas presencias, que como ecos del mismo engranaje, aparecían una y otra vez a una hora determinada. Había investigado suicidios, asesinatos y muertes fortuitas en las vías de una mujer de su edad, la cual rondaba la treintena, y llegué a una oficinista de treinta años que perdió la vida al tropezar y caer en las vías justo a la altura de la estación en la cual yo me había subido. No me habló, pero al ver que yo sí podía verla provocó que se deslizaran varias lágrimas por sus mejillas algo sonrosadas y después emitió un gemido aterrador de dolor. Miré la hora de nuevo, era la hora de la muerte en la cual su cuerpo ya no pudo soportar más. Ella fue la primera historia de metro que había podido dar como cierta, aunque aquella noche vi otro eco, un eco que era el de un suicida que se arrojaba repetidamente a las vías.

Allá donde murió alguien siempre quedó su estela.


----

Texto de D. TALBOT a petición que se guarde aquí para EL JARDÍN SALVAJE. 

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt