Mi amarga sinfonía
By Nicolas de Lenfent
Jardín Salvaje
Y el violín se alzó
para curar mis lágrimas
usando sus cuerdas
como agujas en mi corazón.
Te amé más que a mí mismo, porque
era la luz que no proyectaba. Noche sin luna y estrellas, fue en la
que nací y caí en desgracia, mientras tu fuiste afortunado.
Contaban tus hazañas amorosas por el pueblo cuando yo languidecía
mirando el pasar de las jóvenes a las que engañaste, igual que
contaban como mataste a los lobos.
“Deberías aprender de él” decía
mientras cosía con esmero aquella capa que fue el primer regalo que
te tendieron mis cercenadas manos.
Mi padre creía que mi madre me
contagió de sus labios amargos, sus suspiros endiablados y los ojos
llenos de lágrimas con los cuales me miró antes de morir cansada y
dichosa. Él siempre se mostró estricto y duro, jamás me dejó
tener sueños ni esperanzas. Trabajó incansablemente amando a su
nueva esposa, mientras ella me detestaba a mí por estar seca.
“Ni siquiera miras a las mujeres con
ardor ¿qué va a ser de ti cuando muera?” sostenía mi violín
contra mi pecho escuchándole. “Eres como una doncella o una vieja
alcahueta que llora por fantasías frustradas. No vas a ser nada por
mucho que aprendas ¿lo sabías? Ni siquiera debí dejarte ir a
París. ¡París! Diablos te envié para que trajeras noticias de la
moda que allí llevan los nuevos burgueses y me traes partituras.
¡¿Eso vas a comer?!”
“Sólo quiero ser libre, como tú
cuando creas tus trajes. Te sientes feliz y orgulloso, ¿por qué yo
no puedo?” dije intentando imponerme aunque no logré más que
molestarlo.
“Ten por seguro que si Emilie pudiera
parir y darme hijos tú no heredarías ni mis viejas botas.”
Y aunque me burlaba de las muchachas
que te amaban yo terminé siendo el más estúpido. Vendí mi corazón
por unas cuantas borracheras y unas charlas ebrias sobre el bien y el
mal. Me besabas con tanta premura y deseo que olvidaba que así eras
con cualquier puta, sólo que yo te salía en ganancia. Sólo tenías
que escuchar como tocaba y permitir que unos halagos, junto a una
copa de vino, me abriese las piernas. Te dejaba hacer lo que
quisieras con tal que fueses mi luz.
Pero fuiste tan idiota de no ver que
sólo te echaba para que sufrieras lo mismo que yo sufrí. Ni
siquiera tuviste en cuenta que me torturaría el Don que me obligaste
a tener. Me rodeaste de sombras. Los demonios surgían de en
cualquier esquina. Escuchaba a los espíritus danzar entre las ramas
de los árboles y acariciando el telón pesado que cada noche se
alzaba.
Sólo he venido para hacerte sufrir.
Por eso estoy aquí.
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