Se encontraba sentado en su despacho
rodeado de informes que cubrían su mesa de ejecutivo. La lamparilla
metálica de color verde estaba encendida desde hacía varias horas,
y posiblemente quemaba, los folios habían pasado de un lugar a otro.
Las carpetas estaban polvorientas o manchadas, algunas tenían
nombres ininteligibles y otras parecían podridas por el paso del
tiempo. Él tecleaba rápidamente en su ordenador portátil, el cual
estaba acaparando toda la información.
Poseía archivos en papel, libros
inclusive, y notas que habían sido dejadas en un lugar u otro. Pero,
por supuesto, desde la revolución tecnológica se guardaba en la
memoria de diversos ordenadores. David se hallaba absorto y enterrado
en el trabajo que tanto le apasionaba. Tuvo que dejar la Sede en
Londres, perderse por los pasadizos de la inmortalidad y no por las
extensas bibliotecas, para finalmente arriesgarse por tomar todos los
archivos que en su vida mortal se habían acumulado en las
estanterías.
“El ángel
21 de Julio de 1962
Me encuentro en el cementerio Highgate
de Londres en una mañana tranquila y calurosa. Estoy frente a la
hermosa entrada egipcia con sus enormes columnas esculpidas en la
piedra y rodeado por madreselva que cubre prácticamente todo como si
fuese una jungla. Al fondo hay un camino de tierra cubierto por algo
de ramas secas, el cual te lleva directamente hacia algunas tumbas
muy conocidas.
Éste cementerio fue inaugurado el 20
de mayo de 1839, con el diseño del arquitecto y empresario Stephen
Geary. Geary tenía un plan ambicioso entre manos y era sin duda
dotar a Londres de cementerios privados que pudiesen cubrir la
demanda de una ciudad en crecimiento. El número era siete y se
llamaron los Siete Magníficos. Sin duda, eran una golosa y tentativa
oferta alternativa a los tradicionales cementerios junto a las
iglesias.
Pronto se convirtió en un cementerio
de moda y se tuvo que ampliar agregando la zona oriental, la cual
estaba y aún está separada por una vía pero conectadas por un
túnel. En éste siglo ha comenzado a entrar en decadencia, sobre
todo hace unos años atrás. Las capillas han ido cerrado.
Actualmente estoy en éste lugar
buscando una sombra, la cual dicen que es de un vampiro. Numerosos
parapsicólogos y personajes de toda calaña, la mayoría timadores y
prestidigitadores de medio pelo, se pasean hablando con supuestos
espíritus de los que allí se encuentran enterrados. Todos dicen que
el vampiro existe realmente y elige diversas bóvedas mortuorias para
que no pueda seguirse la pista.
Sin embargo, he encontrado un fenómeno
que me ha atormentado desde que me encuentro rodeado de la zona
boscosa casi salvaje, por no decir que tiene vida propia, mientras me
seco el sudor de la frente e intento recapacitar. Mi traje está
sucio y el hombro derecho ha sido desgarrado. Me encontraba en pleno
amanecer frente a una de las tumbas. Contemplaba el hermoso ángel
que se hallaba situado sobre la losa de mármol. Era negro, un negro
denso, y poseía una expresión tan afligida como humana. No parecía
haber sido esculpido a trompicones como en ocasiones ocurría, sino
que la pieza había sido tallada con gusto y paciencia. Sin embargo,
parecía desentonar en aquel lugar sobre todo por sus extrañas alas.
De improvisto sentí que se movía, una pesada presencia se hizo
sentir y escuché en mi mente aquella voz.
Hacía años que no escuchaba la voz
del diablo, el mismo que con Jesús intentaba hacer un trato para
quitarse parte del trabajo. Se movió, aquella cosa se movió y me
miró sonriendo con calma. Mis manos se cerraron en puño y me sentí
viejo cuando empecé a correr. No gritaba, me concentraba en respirar
y sentir si aquello me perseguía realmente o fue mi imaginación.
Había escuchado claramente mi nombre en un murmullo, mi nombre
completo y el nombre de mi organización.
He llegado a la puerta de entrada
nervioso y sofocado, estoy escribiendo ésto en un plano del
cementerio que me tendieron hace unos días. Si lo hago, es porque no
quiero dejar de percibir la sensación de peligro que he sentido
recorrer toda mi columna vertebral. Sin embargo, aquel ángel sigue
allí y no parece que se moviese realmente.”
-Memnoch, ahora sé que era Memnoch-
dijo con aquel documento entre sus dedos- Maldito sea... se burló de
mí.
David Talbot quedó mudo y malhumorado, pero finalmente se echó a reír y siguió tecleando en su ordenador.
D. TALBOT
para EL JARDÍN SALVAJE
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