Sentado en uno de los sofá del gran
salón de fiestas, con una copa de balón repleta de sangre caliente
que le ofreció una joven, se hallaba cavilando y recordando cuando
era tan sólo un niño. Sus pequeños pies enfundados en botas de
cuero, sus cabellos dorados revueltos, sus ojos grisáceos con notas
alegres pese al nulo entusiasmo de su madre. Sentado fuera en las
escaleras a la fortaleza, con una espada de madera sobre sus muslos y
sus manos heridas sobre la madera astillada.
-¡Lestat!-la voz de su madre rompió
la ligera calma como un trueno y él la miró con calma, como si le
pesaran los párpados.
Tenía el rostro hinchado por los
golpes y algo quemado por el frío. Sus pestañas rubias a penas se
veían por sus párpados inflamados. Sus labios, algo más grandes y
gruesos de lo normal para su rostro, se hallaban destrozados por el
frío y por algo más que las bajas temperaturas. Tenía la ropa
destrozada y manchada de sangre. No lloraba aunque estaba a punto.
-¡Lestat!-volvió a decir levantándolo
para revisar sus heridas.
-Estoy bien, mamá- dijo abrazándola
con sus manos adoloridas-. Sólo jugábamos a ser caballeros, mamá.
¿Cuántos años tenía? ¿Siete? Tal
vez menos. La espada era mucho más grande que él y a duras penas la
levantaba del suelo. Gabrielle lo tomó en brazos como si no pesara
nada y entró dentro. Con cuidado le quitó la ropa y lavó sus
heridas. La rabia la volvía aún más fría. Sabía que habían sido
sus otros hijos porque él era distinto, destacaba por su belleza y
su estupidez, aunque muchos dirían que era inocencia.
Despertó de su ensoñación bebiendo
la sangre de un trago para dejar la copa en una de las bandejas de
canapés casi vacía. El muchacho con el cual se tropezó, el
camarero, era un chico atractivo de ojos oscuros y piel pálida, pero
no era uno de los suyos. El chico no se sobresaltó por aquel
impulso, pero sí suspiró al notar que algunos aperitivos se
destrozaron.
Lestat caminó por las salas hasta
hallarla a ella, a su madre, la abrazó hundiendo su rostro en su
cuello mientras ella simplemente seguía leyendo el periódico de la
noche vestida de hombre, como bien le gustaba, con aquella ropa de
cazador y esas botas altas militares.
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