Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 28 de junio de 2013

Madre sólo una

Sentado en uno de los sofá del gran salón de fiestas, con una copa de balón repleta de sangre caliente que le ofreció una joven, se hallaba cavilando y recordando cuando era tan sólo un niño. Sus pequeños pies enfundados en botas de cuero, sus cabellos dorados revueltos, sus ojos grisáceos con notas alegres pese al nulo entusiasmo de su madre. Sentado fuera en las escaleras a la fortaleza, con una espada de madera sobre sus muslos y sus manos heridas sobre la madera astillada.

-¡Lestat!-la voz de su madre rompió la ligera calma como un trueno y él la miró con calma, como si le pesaran los párpados.

Tenía el rostro hinchado por los golpes y algo quemado por el frío. Sus pestañas rubias a penas se veían por sus párpados inflamados. Sus labios, algo más grandes y gruesos de lo normal para su rostro, se hallaban destrozados por el frío y por algo más que las bajas temperaturas. Tenía la ropa destrozada y manchada de sangre. No lloraba aunque estaba a punto.

-¡Lestat!-volvió a decir levantándolo para revisar sus heridas.

-Estoy bien, mamá- dijo abrazándola con sus manos adoloridas-. Sólo jugábamos a ser caballeros, mamá.

¿Cuántos años tenía? ¿Siete? Tal vez menos. La espada era mucho más grande que él y a duras penas la levantaba del suelo. Gabrielle lo tomó en brazos como si no pesara nada y entró dentro. Con cuidado le quitó la ropa y lavó sus heridas. La rabia la volvía aún más fría. Sabía que habían sido sus otros hijos porque él era distinto, destacaba por su belleza y su estupidez, aunque muchos dirían que era inocencia.

Despertó de su ensoñación bebiendo la sangre de un trago para dejar la copa en una de las bandejas de canapés casi vacía. El muchacho con el cual se tropezó, el camarero, era un chico atractivo de ojos oscuros y piel pálida, pero no era uno de los suyos. El chico no se sobresaltó por aquel impulso, pero sí suspiró al notar que algunos aperitivos se destrozaron.


Lestat caminó por las salas hasta hallarla a ella, a su madre, la abrazó hundiendo su rostro en su cuello mientras ella simplemente seguía leyendo el periódico de la noche vestida de hombre, como bien le gustaba, con aquella ropa de cazador y esas botas altas militares.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt