Después de noches de intensas
conversaciones, vino derramado sobre su piel y besos tan apasionados
como caricias bajo las sábanas, decidimos regresar. Habíamos
visitado París, las ruinas que se hallaban todavía en Auvernia,
Venecia para que conociera de primera mano mis correrías y como
pintaba en los muros el nombre de Marius, así como algunas ciudades
de países como España, Alemania y el pequeño Mónaco. Europa se
rindió a sus pies, las joyas más fantásticas se colocaron en su
cuello y lucieron como si hubiesen sido hechas para ella. Trajes
delicados que realzaban sus largas piernas, su pequeño busto y su
perfumado cuello.
El regreso fue con aviones en escala,
pues teníamos recuerdos acumulados en pequeñas cajas de regalo que
yo le había hecho a ella y ella a mí. Me había comprado una
corbata especial negra con un verso en francés en color blanco. El
poema era de Paul Eluard y parecía haber sido escogido especialmente
para mí.
“A
l'assaut des jardins
Les
saisons sont partout à la fois
Passion
de l'été pour l'hiver
Et
la tendresse des deux autres
Les
souvenirs comme des plumes
Les
arbres ont brisé le ciel
Un
beau chêne gâché de brume
La
vie des oiseaux ou la vie des plumes
Et
tout un panache frivole
Avec
de souriantes craintes
Et
la solitude bavarde”
“Al
asalto de los jardines
Las estaciones están a la vez en todos
sitios
Pasión del verano por el invierno
Ternura del otoño y
de la primavera
Los recuerdos como plumas
El cielo roto por los
árboles
Un hermoso roble amasado de bruma
La vida de las
plumas o la vida de las aves
Y todo un veleidoso penacho
Lleno
de sonrientes temores
Y la charlatana soledad”
Nos
hallábamos en la última escala recostados en los asientos de
primera clase. Ella disfrutaba de un bourbon y yo bebía su belleza
al contemplarla. A pesar que todo acababa mi sonrisa no se perdía.
No quería volver a la oscura realidad donde ella era la mujer de un
hombre que ya no quería, pese a su aprecio, y en una casa que lo
significó todo y ahora se caía sobre ella. Deseaba ver a mis hijos,
cargarlos y mirarlos como obra de un milagro, pero no quería
escuchar los quebrantos, lamentos y palabras cínicas poco
respetuosas de Louis. Él creía que con aquel desprecio me haría
reaccionar, pero sólo me alejaba rápidamente buscando los brazos de
la mujer que no me señalaba como culpable de su dolor, aunque en
realidad lo era. Me sentía culpable por amarla y no tenerla junto a
mí.
-Rowan
no quiero perderte-dije borrando mi sonrisa mientras buscaba con mi
mano diestra una de las suyas, la que no mantenía la copa y que
tenía sobre el brazo del asiento.
-Me
vas a perder en cuanto aterricemos, pues ésto aunque perfecto ha
sido una locura.
-¿Y
no son las locuras las cosas más perfectas?-pregunté desabrochando
el cinturón que tan rauda me puso la azafata cuando notó que
podíamos entrar en turbulencias.
-¿Qué
piensas hacer? ¿Agarrarme y tirarnos del avión?-su sonrisa fue fría
y sus ojos grises me forzaron a hundirme en la culpa.
-No-susurré
arrodillándome-. No puedo pedirte en matrimonio porque estás
casada, pero hay algo que sí te puedo pedir.
-¿Qué?
¿Quieres que sea la otra? ¿Y no soy eso?-ponía en duda mi amor y
también mi caballerosidad al escuchar como me decía aquello.
-La
eternidad-dije sin titubeos-. David puede hacerlo por mí, de ese
modo podremos seguir compartiendo nuestros pensamientos y tenernos
uno al otro sin cansarnos.
Ella
abrió los ojos y bebió su vino de un trago. Después, de improvisto
pero con elegancia, se deshizo del cinturón para caminar rápidamente
hacia el aseo. Cuando reaccioné la puerta del baño se había
cerrado y yo fui tras ella. Hubiese sido un error no ir tras ella. Mi
madre siempre me aconsejó que corriera tras la felicidad y ella era
mi felicidad.
-¡Rowan!-grité
tocando la puerta antes de escuchar como se abría el grifo del
aseo-. Estoy aquí amor, estoy aquí. No voy a irme, no te derrumbes
porque no sabes hacerlo. Por favor, no es tan mala idea vivir para
siempre. Piensa que sucederá conmigo cuando tú no estés y aún
eres joven, además la nueva sangre te dará mayores poderes.
Abrió
la puerta de improvisto y me besó. Tenía el rostro empapado igual
que las manos que usaba para tirar de mis alborotados cabellos.
Aquello sin duda se consideraba como un sí. Por eso cuando nos
separamos busqué entre mis bolsillos el móvil.
-¿Qué
haces?-preguntó con curiosidad.
-Avisar
a David.
Ella
rió como si la locura la poseyera. Creo que era porque nunca había
estado tan feliz. Realmente no sabíamos a qué nos enfrentaríamos,
pero al menos sabíamos que tendríamos la eternidad para
comprendernos, tenernos mutuamente y conversar hasta la mañana
arrojados en la cama de algún lujoso hotel. Sus cabellos estaban
sueltos y rebeldes, como el mío, y que se mezclaban porque ambos
estábamos de pie en medio del avión.
-Señores,
por favor tomen sus asientos- dijo la azafata con voz firme.
Éramos
los únicos en primera clase, el resto estaba en la zona turista. Así
que nos estábamos comportando como niños traviesos y adinerados.
Cualquiera que nos viera pensaría que éramos un par de amantes que
deseaban sexo en el aseo, pero nosotros en realidad celebrábamos un
hecho aún más maravilloso.
Avisé
a David y aunque primeramente se negó después le recordé que si
Mona hubiese sido humana él hubiese pedido lo mismo de mi parte.
Hice que guardara silencio durante unos minutos en los cuales sentí
que todo se iba al traste. Yo hablaba y hablaba, su respiración
lenta de caballero inglés se volvía más intensa hasta que me calló
con un “De acuerdo, pero no le digas a Mona que fui yo”. Él nos
recogió en un mercedes negro muy discreto. Rowan hizo que llenaran
el maletero con la decena de vestidos que le había comprado, así
como yo hice que metiesen el maletín donde había unos gemelos
impresionantes, unas camisas muy elegantes y aquella corbata que
deseaba usar en nuestra primera noche juntos en la cual ambos
fuésemos inmortales. Ella echó la vista atrás y suspiró negando
antes de montarse en el vehículo.
David
condujo durante más de una hora llevándonos a un pequeño
apartamento en el barrio francés. Había comprado aquella propiedad
hacía tan sólo unos meses y estaba reformándola para que recobrara
su esplendor. Siempre compraba muebles para luego no vivir en ellos,
pero me emocionaba verlos volver a la vida. Aún quedaba poner nuevo
suelo, pero las paredes ya habían sido pintadas y había algunos
muebles bastante caros.
Mi
buen amigo se aproximó a un retrato que colgaba de la pared, aún
con el plástico que lo protegía del polvo que pronto se levantaría
para pulir el suelo de algunas habitaciones y colocar el nuevo en
otras. Miró fijamente mis facciones y sonrió abriendo sus brazos.
Era su forma de aceptar su rendición ante mi imagen y yo mismo.
Rowan
caminó sin miedo, pero tan femenina que me excitó. Pronto su cuello
quedó encajado en la boca de David y éste le dio su sangre. Rowan
sería su hija, pero no su compañera. Ella tembló, su cuerpo murió
pronto y cuando tomó una ducha se colocó el mismo traje que usó en
París. Estaba deslumbrante y con sed, pero sobre todo deslumbrante.
Algunas arrugas que ya se notaban en sus ojos desaparecieron, su boca
se hinchó un poco más recobrando la tez de hacía algunos años y
se transformó en la Rowan que yo conocí. Parecía más joven, más
llena de vida y sobre todo más feliz.
Corrí
hacia ella tomándola entre mis brazos mientras me besaba, me sentía
en el paraíso. Sin embargo, aquello duró poco. Mona nos había
seguido, aunque suponía que sabía bien donde me encontraba en cada
momento cuando ponía un pie en la ciudad. Sabía de mis propiedades
y siempre me preguntaba por mis inversiones. Sin duda, me demostraba
así que no podía ocultarme nada pese a nuestro muro sólido al ser
mi criatura. No podía leer mi mente, pero eso no le importaba.
-¡Lo
sabía! ¡Sabía que harías esa barbaridad!-gritó casi saltando
sobre mí, aunque fue interceptada por David afortunadamente-. ¡No
debiste! ¡Mi tía no debió sentir lo que ha sentido! ¡Te maldigo!
-Cállate
Mona-dijo serena apartándose de mis brazos para caminar hacia
ella-. Sé lo que quiero.
-¡Tú
sí pero él no!-rugió- ¡Y tú apártate! ¡No te quiero cerca
David!
-David
no tiene culpa, yo se lo pedí-respondí antes de tomar a Rowan por
la cintura-. Y me voy a quedar con ella, éste será nuestro lugar y
el mío.
-¿Y
la mansión? ¿Vas a dejarla?-preguntó David y entonces caí.
-Pediré
a Louis que comprenda que es el mejor lugar para los niños, pero que
él y yo romperemos nuestro compromiso-dije con seguridad sin que me
temblara la voz. He tenido suficiente en los últimos meses con sus
reproches constantes, así que he aprendido que necesito algo más
estable y que me de la felicidad. Rowan me da la felicidad.
Aquello
dejó sin palabras a Mona y creo que también a David. Los cuatros
nos marchamos en el Mercedes y decidimos no hablar más de la
discusión. Si Rowan era feliz y yo era feliz ¿por qué debíamos
ocultarnos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario