La noche siguiente a nuestra pequeña
escapada simbolizó algo más que saber que mi travesura, o locura,
se estaba siguiendo según mis planes. Ella se hallaba desnuda
enredada en mi cuerpo y en las sábanas de la cama. Mis brazos la
rodeaban acariciando sus cabellos dorados mientras me sentía
seducido por su fragancia y calor. La ventana la había echado para
que el sol no me dañara, aunque también ayudaba a que ella siguiera
dormida acurrucada como si fuese una niña cargada de ternura.
Sus cabellos estaban esparcidos por mi
pecho, hombro y almohada rozando mi nuez y mejilla mientras sus manos
estaban puestas sobre mi costado a la altura del torso y mi vientre,
muy cerca de mi ombligo. Tenía mi pierna derecha aferrada por las
suyas tan largas, suaves y cálidas sobre todo en la zona de las
ingles. Sus pechos estaban rozando mi brazo derecho, el mismo que la
tenía rodeada por la cintura pegándola a mí, mientras que la
izquierda estaba sobre su mano que estaba en el vientre.
-Pour moi, tu es la plus belle femme du
monde- dije inclinándome para besar su frente con sus cabellos algo
revueltos sobre ésta, rozando su flequillo sus hermosas y finas
cejas doradas-. Tu a la plus jolie sourire je n'ai jamais vu- cerré
los ojos dejando que mi cabeza se hundiera en el almohadón y sentí
como todo mi cuerpo reaccionaba. No tenía sed, sino deseo de ella-Tu
es mon monde et mon joie.
Su cuerpo se movió suavemente, aunque
parecía no querer despertar. Con cuidado tomé el teléfono para
llamar a la recepción pidiendo una cena apetecible con tournedor
relleno de piñones y almendras, acompañadas de una patata francesa
con queso gratinado, especies y jamón además, y por supuesto, una
ensalada césar y un delicioso yogurt helado con capa de azúcar
morena caramelizada. Pedí que lo enviaran a la habitación junto a
una botella de su mejor vino gran reserva. Si ella deseaba luego otra
cosa podía pedirla, pero de momento la despertaría con algo de
comer para que disfrutara las cenas del hotel.
Había acompañado en alguna ocasión a
uno de mis abogados a una cena en el gran restaurante del hotel.
Podía ver como saboreaba los panecillos recién horneados, dejando
que su tenedor llevara a su boca los mejores manjares y el vino le
daba un sonrojo agradable a sus facciones masculinas. Podía aún
oler la cera de la vela mientras el tintineo, que provocaba la copa
de vino al chocar con la de agua, me distraía.
Media hora más tarde el servicio
estaba en la puerta y ella despertaba. Tomé el batín obsequio del
hotel y salí descalzo a tomar el carrito elegántemente vestido con
un mantel coqueto, su copa especial, una botella de agua obsequio de
la casa y el vino tumbado en su cestillo. Admito que fui generoso en
la propina, pero era porque no quería que indagara en quién me
acompañaba en la habitación.
-Mon amour, aquí tienes una cena
especial para ti-ella me miró largamente mientras observaba las
viandas.
Tan sólo se levantó dejando ver su
cuerpo desnudo mientras contemplaba la patata con cierto apetito,
igual que el gran trozo de carne y el delicioso postre. Esperó a que
yo mismo descorchara la botella, sirviera el vino y besara su frente
antes de apartarme para dejar que se alimentara.
-Tan atento- dijo en un susurro antes
de mirarme con una sonrisa-. Realmente me quieres volver a enamorar,
Lestat.
-No, no-me arrodillé quedándome con
el rostro alzado para verla-. Rowan...-ella acarició mis cabellos
como lo haría una madre, pero tenía ese deje seductor que tan bien
sabía explotar si tan siquiera darse cuenta-. Quiero que ésto sea
una oportunidad para ser felices los dos sin miradas reprendiendo
nuestros actos.
Besó mis labios antes de volver a
mirar la comida y comenzar a comer con tranquilidad. Mientras ella
saboreaba la comida yo me moví hasta el armario y saqué un
despampanante vestido con algunas lentejuelas color champán, unos
hermosos zapatos a juego y un bolso pequeño que tan sólo era un
mero adorno. Dentro de él, como regalo, había un collar de perlas y
unos bonitos pendientes de oro blanco. La pulsera no era lo único
que había comprado, también aquel regalo que mostré con una
sonrisa pícara.
-¿Caminarás conmigo por
París?-pregunté acercándome con el traje.
-Lestat...-iba a reprenderme, pero no
lo hizo. No podía reprenderme por gastarme dinero en ella porque
sabía que lo haría aunque ella se negase.
Me marché a encender la bañera, ella
apareció justo cuando estaba a punto de tomar el baño. El agua
invitaba con aquellas sales marinas y ese burbujeante chapoteo. Se
introdujo conmigo besando mis labios mientras hundía sus manos en
mis cabellos alborotados, tanto como los suyos. Sus piernas rodearon
mi figura recostada contra el borde de la bañera quedando a
horcajadas. Busqué su boca y la besé sacando su aire, hundiéndola
en un apasionado beso, mientras mi miembro se endurecía bajo el
suave roce de su sexo y el agua.
Mis manos recorrieron suavemente su
rostro mientras sus enormes y despampanantes ojos me embrujaban sin
pretenderlo. Moví mi pelvis jadeando al notar como tú hacías los
movimientos contrarios. Los besos eran cada vez más intensos y el
agua salía por nuestras oscilaciones. Hundí mi rostro en sus pechos
llenos, con sus pezones rosados y duros, que terminaron en mi boca
mientras succionaba casi con desesperación. Ella gimió echándose
hacia atrás dejando que sus cabellos se empaparan por salpicarse con
el agua que se movía agitada, y que cada vez lo estaba más. Sus
muslos se apretaron mientras sus dedos apretaban en mis hombros.
Una de mis manos estaba en su cintura
guiándola y la otra acabó en su sexo, hundiendo dos de mis dedos en
ella mientras la miraba a los ojos con sus pechos en mi boca. Sus
manos de nuevo fueron a mis cabellos tirando de ellos, pegándose a
mí y a la vez alejándose. En menos de unos segundos sentí que
retiraba mi mano y de una sentada me hundió dentro de ella. Gritó
mi nombre, y no el de su esposo, y lo hizo libre sin importarle nada.
No había miedo en sus ojos, sino una liberación terrible.
-Bebe de mí-dijo con voz ronca y
seductora-. Muerde el pezón y bebe.
Rasguñé entonces su pezón y comencé
a beber su sangre en pequeñas gotas. Sus gemidos aumentaron y el
ritmo de sus caderas era acelerado. Parecía una amazonas y yo un
caballo que mostraba su bravura al mover rápido y con deseo mis
caderas. Tomaba impulso para que ella notara el mayor de los
placeres. Al apartar mi boca de su pezón ella me besó sin
importarle el sabor metálico de mi boca.
-Je t'aime, je t'aime... oh... oui...
je t'aime... je t'adore toi... je t'aime... ma femme... ma sorcière-
decía a viva voz mirándola con mis orbes violetas completamente
encendido. Podía sentir como mi cuello se tensaba y también como
sus muslos se apretaban más, intentaba hacer la misma presión con
sus músculos vaginales para poder hacerme llegar a la vez que ella.
Y entonces, entre gemidos y palabras de
amor me vine dentro de ella. Sin embargo, no paramos. Sus besos eran
igual de intensos, sus caricias era incitantes y parecía querer
avivar el fuego que había en mí pese a mi supuesta frialdad
corporal. Aún estaba dentro cuando noté como se movía suave,
erótica, tan elegante a la vez y con un toque picante. Era una mujer
que se mostraba deseosa de ser tomada, y casi domesticada, con
caricias y sexo. Mis manos la tocaban con cuidado y deseo, sin dejar
de mirarla o besarla.
Con delicadeza se incorporó saliendo
con una sonrisa que me invitaba a seguirla. Cuando salí del agua,
completamente empapado, tenía mi miembro de nuevo algo duro. Al
llegar a la habitación, justo en la cama, estaba abierta para mí
con una hermosa sonrisa en los labios invitándome a hacerlo allí
mismo, en aquel colchón empapando las sábanas. Sin embargo, hice
algo que me apetecía desde que la había sacado de First Street.
Me incorporé abriendo mejor sus
piernas, subiéndolas a mis hombros y viendo aún restos de mi semen.
Con cuidado la limpié con las mismas sábanas cosa que le hizo reír
bajo mientras acariciaba mis cabellos. La miré con intensidad y
provocó que se quedara callada intentando averiguar que pretendía.
Me incliné y comencé a lamer su clítoris. Pronto hundí dos de mis
dedos, hasta un tercero, mientras seguía lamiendo, succionando e
incluso mordiendo. Mi lengua fue donde estaban sus dedos, acaricié
el pequeño espacio hasta su ano y enterré uno de mis dedos en ella.
Jadeó aferrándose a las sábanas. Estaba algo tensa, pero sabía
que yo disfrutaba de todos sus deliciosos agujeros.
-Lestat...-dijo arañando mis hombros
cuando un segundo dedo se introdujo en ella.
-Tranquila, pronto estarás gimiendo
como antes. Te he dejado dominarme Rowan, pero ahora quiero que sepas
que es tener un hombre completamente desesperado por tu cuerpo y tu
alma- besé sus ingles y pubis rasurado antes de sacar mis dedos
girándola. Sus pechos pequeños rozaron las sábanas empapadas y sus
rodillas se clavaron en la cama igual que los codos. Mi lengua se
hundía en su ano mientras tres de mis dedos estimulaban su vagina. Y
cuando más lo gozaba me incorporé bajándola hasta dejarla en el
suelo, con los brazos y parte de su torso sobre el colchón. Azoté
sus nalgas varias veces y me metí dentro poco a poco.
Mis testículos chocaban su trasero
mientras mis manos acariciaban sus costados, espalda, pechos y
hombros escuchando su ronroneo. Besé su nuca y susurré en su oreja
derecha cuanto la amaba. El ritmo iba subiendo mientras ella se movía
al mismo ritmo. Su diestra acariciaba su clítoris mientras su rostro
se giraba para verme. Lancé mi sonrisa más dulce mientras comenzaba
a decirle todas las cosas que quería hacerle.
-Después del paseo te daré la leche
para tu desayuno- me quedé parado con mi pene completamente
enterrado en ella -. Y no dejarás ni una gota, Rowan- azoté con
fuerza su nalga izquierda, pellizqué sus pezones y comencé un ritmo
intenso mientras ella chillaba por el placer mi nombre y palabras
románticas además de calientes.
Entonces, en medio de aquel caos de
gruñidos y gemidos ambos llegamos al límite. Cansados caímos en la
cama, pero pronto recuperamos fuerzas para ésta vez sí ducharnos y
marcharnos a la calle con el deseo de ver las estrellas sobre París.
Durante el paseo ella habló poco
mientras yo le contaba como eran los barrios, dónde estuvo el
teatro, la pensión donde una vez me hospedé y los café que tanto
amé. Su sonrisa era delicada y femenina, tan atractiva como siempre,
y con un colorete natural que me decía que todo aquello la excitaba.
En cada esquina teníamos besos de luna de miel y olvidaba por
completo que tan sólo era una escapada y el motivo por el cual la
había llevado hasta el lugar donde todo comenzó.
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