Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 24 de junio de 2013

Vacaciones de verano Parte 2

La mañana resultó inquietante para mí, Louis se hallaba a mi lado pero no ocupaba mis pensamientos. Agradecía que con él no tuviese esa intimidad, pues sabía que sería para él un motivo para torturarme y echarme en cara miles de cosas que no hacía, pero que en realidad hacía a escondidas. Sólo podía pensar en ella con un encantador recogido, sus hombros desnudos y su cuerpo recostado en una enorme cama en París haciéndome sentir el calor de su cuerpo.

Sabía que muchos hombres confundían su fortaleza con frialdad, igual que ocurría con mi madre. En ese instante me percaté que ella era el tipo de mujer que siempre había deseado a mi vida, la cual me haría temblar con tan sólo mirarme y me tendría seducido con un par de palabras sensuales susurradas cerca de mi oreja. A corta distancia se podía ver el cambio en los ojos de Rowan. Su mirada seductora a veces, ilusa igual que una niña, enigmática cuando callaba guardando verdades dolorosas o simplemente cargada de espinas, fuerte cuando estaba decidida y fiera en la cama.

Soñé con ella desnuda, a mi lado, acariciando mi pecho desnudo y dejando surcos cerca de mis pezones. Su risa suave, encantadora y refrescante, me hacía sentir vigoroso. El perfume de sus cabellos golpeaba mi nariz y sus pechos llenos me tentaban. Al despertarme, me encontré al lado de Louis pegado a mí envuelto en las sábanas que yo mismo había elegido hacía mucho tiempo. Podía jurar no amarlo, pero mentía, sin embargo no era tan intenso como con ella. Ella me hacía sentir vivo, como un jovencito que acaba de conocer a la mujer de sus sueños con la que ha deseado estar desde que se le cayeron los dientes de leche.

Salí de la cama dándome una ducha fresca porque la humedad me hacía sentir pegajoso y aturdido. Me coloqué una camisa de hilo, tomé uno de mis encantadores trajes de lino y añadí unos mocasines cómodos que me hacían sentir caminar sobre las nubes. Mi equipaje era mi billetera con mi talonario, tarjetas de crédito y la fotografía de mis hijos junto algunos dólares. También, de casual, llevaba el teléfono móvil pero acabé dejándolo en la entrada. Si quería comunicarme con la casa lo haría, pero no deseaba que nadie interrumpiese nuestras vacaciones.

En menos de media hora, gracias al don del vuelo, estaba en la casa de First Street acomodando mis cabellos y contemplando como ella salía de la casa casi de puntillas para correr a mis brazos. La verja estaba abierta y sus pies descalzos eran encantadores. Tenía unos tobillos bonitos, muy bonitos, y unas piernas largas que marearían a cualquiera. Llevaba puesto un vestido rojo que yo le había regalado, no era muy ceñido y tenía una falda de tablilla con algo de vuelo. Se veía igual que una amapola en medio de un campo de trigo; pero yo la contemplaba como el niño que ve la luna después de saber que no está hecha de queso, sino de un material similar al que tiene los sueños. En sus labios había una hermosa sonrisa y sus manos se pegaron a mi espalda al fundirse conmigo en un abrazo.

-Lestat- su voz era tan atemporal y seductora que me hizo sentir fiebre- Están todos dormidos.

Tomé su rostro con mis manos, las cuales parecieron grandes aunque eran finas, y la besé en la frente antes de tomar sus labios domando éstos entre los míos. Ella respondía con la misma intensidad abrazándome con sus delgados brazos mientras sentía sus pechos pegados a mi torso.

-Te amo, Rowan- una verdad dicha mil veces pero que sentía más rotunda en esa noche, la de San Juan-. Hoy, en ésta noche mágica nos iremos lejos, muy lejos, a sentir un hechizo superior a cualquiera.

Se apartó de mí para colocarse sus zapatos de tacón bajo, pues le había pedido ropa cómoda para el vuelo. Me sentía Romeo y ella mi Julieta y estaba a punto de entonar los versos que él le decía bajo el balcón, pero simplemente la tomé entre mis brazos rodeándola por la cintura.

-Todo ésta listo- murmuró apoyando su cabeza en mi hombro antes de sentir como nos elevábamos.

Sería un viaje con escalas, posiblemente haríamos un descanso en el caribe donde la invitaría a bailar ritmos calientes, pero nuestro destino era sin duda París. Había decidido llevarla al lugar donde todo empezó para mí, mostrarle mi mundo porque yo conocía el suyo y ella debía conocer el mío, al menos así lo sentía.

La miraba a los ojos sintiendo como ascendíamos suavemente con gracia, sin un ápice de miedo en sus ojos y con una sonrisa franca en sus labios. ¡Cuánto la amaba! Jamás me había dado cuenta que ella era capaz de volverme loco con tan sólo una sonrisa, ni siquiera con una mirada o una palabra. Muchas veces no era consciente del deseo que ella me despertaba. Sus pestañas parecían más oscuras cuando miraba hacia abajo sin miedo alguno, con una temeridad propia de una mujer como ella. Sus cejas parecían también algo más oscuras, pero era porque la noche oscurecía sus cabellos igual que lo hacía con los míos.

-Fíjate allá abajo en las luces que se encienden y se apagan. En alguna casa habrá un niño llorando, en otros jóvenes discutiendo con sus padres, quizás una mujer que camina hacia su ordenador para disponerse a ver algún e-mail del trabajo, un hombre que no puede dormir, un niño que corretea por el porche o quién sabe un hombre enamorado que escribe una carta romántica como las que ya no se dan. Y yo, yo estoy aquí contigo contemplando ese jardín salvaje con sus historias pequeñas entrelazadas unos a otros como una enorme tela de araña -guardé silencio unos segundos y continué mirándola a los ojos-. Soy el ser más feliz en éste mismo instante porque puedo compartir ésto contigo.

Ella sólo rió tomándome del rostro mientras yo la sostenía firmemente, sus manos estaban algo frías pero eran tan delicadas como si fuese de porcelana. Sus labios rozaron los míos y sentí el ardiente deseo de poseerla allí mismo. Una bocanada de aire caliente proveniente de un avión cercano nos azotó. Posiblemente seríamos una imagen curiosa e imposible para aquellos que por una fracción de segundo nos hubiese visto, o más bien descubierto, entre las pequeñas nubes.

-Yo tan racional y tú tan loco, es muestra evidente que los polos opuestos se atraen- dijo mirándome la boca como yo miraba la suya, para deslizar ambos la mirada hasta perdernos uno en el otro.

-Amo eso de ti, igual que amo tu fortaleza a la hora de decir lo que crees. Te quiero- hundí mi rostro entre sus cabellos recogidos y noté como el viento los soltaba. Fue un instante perfecto porque sus cabellos azotaron mi rostro dejándome con su perfume.

-Yo también a ti Lestat- dijo con voz temblorosa, como si tuviese miedo, pero pronto recobró la compostura y se mostró firme- Yo también te amo.

Volamos por más de una hora y al pisar suelo firme sentí que estábamos en cuba, justo en el centro de la Habana. Reí al recordar un largometraje infantil que había visto por casualidad hacía años, uno sobre vampiros sueltos en la Habana, y recobré la compostura cuando ella me miró con aquellos enormes ojos que me pedían ser admirada.

-Pararemos aquí, necesitas reponerte de ésta hora aferrada a mí y también ¿por qué no? Por favor, deja que pase algunas horas bailando contigo sin importar nada, hundiéndonos en la locura de un ritmo caliente y sensual como eres tú en realidad -ella simplemente acarició mis cabellos echándolos hacia atrás para hacer lo mismo con los suyos y después me tendió su mano. Era un sí a mi propuesta.

-Debo estar loca al permitirte que bailes conmigo-respondió.

Ah, sí. Era encantadora en su leve rubor y sus labios marcados por una sonrisa dulce que la hacía aniñada. ¿Cuántos años tenía ya? Ni los recordaba porque no los aparentaba. Tal vez la convertía al término de nuestras vacaciones, haciéndola mi amante y confidente para siempre. Sin embargo, no sería mi sangre sino la de David. Era demasiado poderosa, demasiado, y temía que ella quedase fría y cínica como era la mayoría del tiempo Louis.

Entramos en un local con gran ambiente y ella parecía destacar por su belleza extraña. Sus ojos grises contrastaban con los de color café, negro e incluso miel que la mayoría poseía. El cabello rubio natural no era muy habitual en la isla. Allí todos eran color chocolate, café, tostado o simplemente cierto tono dorado en unas pieles bronceadas por los largos días al sol. Mi piel blanca tan lechosa les causaba estupor, pero más ella que parecía fuera de lugar pero me cumplía un capricho. Allí no éramos el inmortal Lestat y la bruja Rowan, sino una pareja de vacaciones deseando sentir el ritmo. Y vaya si lo sentimos. Pronto ella se dejó llevar intentando desinhibirse, aunque terminó girándose hacia mí ocultando su rostro. Lo comprendí, no era su ambiente ni el lugar propicio para relajarse, pero me admitió una copa en la barra.

-No debí hacerte caso- comentó antes de ver como el mojito se presentaba frente a ella con canela en rama como adorno. Un aderezo hermoso, algo no muy típico, pero que ella agradeció moviendo suavemente el hielo pilé mientras me miraba.

-¿A bailar o a éste viaje?-pregunté temeroso.

-Baile, el viaje me parece fascinante que me lo pidieras- dijo bajando la mirada antes de dar un trago.

Me sentí triste porque supe que después de tantos años a penas había hecho nada por ella. La dejaba envejecer y se sentía olvidada. Sin embargo, había sido padre con Louis y temía que él hiciese algo con los niños como venganza en cierto modo. Pero ahí estaba, con ella, en un local de cuba sintiendo los ritmos calientes del sur. La salsa y el merengue se mezclaba con sones totalmente cubanos.

-Vámonos- dije cuando tomó el último sorbo-. Quiero que veas algo.

Dejé un par de billetes que seguramente era una fortuna en comparación con el precio de la bebida, la saqué casi arrastras debido a la aglomeración que allí se vivía y al salir ella me besó. Ambos quedamos en mitad de la calle bajo el luminoso que me hacía parecer un ángel con los cabellos casi blancos, una piel increíblemente blanca aunque era más tostada que la de otros inmortales debido al Gobi, y aquellas cejas que se fruncían mientras ella mordía mi labio inferior tirando de éste. Un beso de adolescentes en mitad de la Habana, camino a ninguna parte.

Al ponernos de nuevo en marcha sentí la extraña sensación que tras el viaje las cosas no serían iguales, todo cambiaría. Me alcé por las nubes, hacia un cielo casi estrellado y con una enorme luna de San Juan contemplándonos siendo cómplices de nuestra huida. Hicimos otra escala en las Islas Canarias, justo en Fuerteventura donde el paisaje nos hizo sentir en mitad del paraíso. Allí, en mitad del silencio, nos recostamos en la arena mientras la contemplaba con complicidad acariciando entre sus piernas.

Ella no se resistió y abrió sus piernas mientras yo sentía su calor. Mis dedos fríos acariciaron la costura de sus pequeñas bragas de encaje que deliciosamente se echaron hacia un lado. Sentí su humedad y su boca buscó la mía rodeándome con sus brazos. Una mujer activa e intensa que se regalaba al hombre que tanto la amaba, como si estuviese embrujado pero en realidad cualquier hombre lo hubiese estado frente aquel par de ojos, labios algo gruesos y cuerpo incitante.

Allí, entre la arena suave y blanca, bajé mi bragueta y entré en ella ofreciéndole la pasión que contenía. Sus gemidos eran como los de una fiera que desea ronronear, clavar sus garras y controlar al macho que la cubre con la mirada y el ritmo de sus caderas. Sus pechos llenos se salían del escote y ponto, gracias a mis manos estuvieron completamente fuera de su sujetador. Sus pezones rosados y duros me hicieron pellizcarlos, lamerlos y besarlos.

Después de aquellos momentos hice que recobrar el aliento y la acomodé junto a mí para llevarla finalmente a París. Nos esperaba un hotel lujoso lleno de atenciones y comodidades. Un champán estaba enfriándose para nosotros, la cama situada hacia la ventana con vistas a la Torre Eiffel y las cortinas moviéndose suavemente con encanto. Eran de seda, como a ella le gustaban las cortinas, y blancas como las nubes que habían acariciado sus cabellos de puro trigo.

Reconozco que allí también lo hicimos, permití que ella diera rienda suelta a sus deseos mezclados con los míos. Teníamos una química incontrolable y no podíamos detenernos.



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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt