Cuando te conocí eras un niño
temeroso bajo las faldas de tu madre. Deseabas que ella te
contemplara a cada momento. No sabías hablar de otra cosa que de su
belleza junto al fuego, las pulgas de tus perros y lo cómodo que era
dormir entre ellos. Tenías una sonrisa boba pero franca, tus
cabellos rubios estaban revueltos y tus ropas sucias de estar tirado
por el suelo creando tus propias aventuras. Siempre me dijiste que me
comportaba demasiado correcto, pero la verdad es que deseaba hacer lo
que tú hacías. Mi padre nos observaba deseando tener el prestigio
de tu apellido para mí, aunque sin dejar el dinero que nosotros sí
sabíamos amasar.
Tuve buenos estudios, vi mundo, y tú
seguías allí persiguiendo a mujercitas que a penas sabían contar
con los dedos de las manos. Te convertiste en un joven atractivo,
furioso con todo lo que le rodeaba, encandilado y dominado por los
consejos de tu madre, deseoso de yacer con cualquiera y amante de los
animales hasta el extremo. Y fueron ocho lobos los que te dijeron
basta, lo que provocaron que esa luz incluso se intensificara aún
más hasta cegarme. Entonces pensé que podía amarte, que podía
tenerte y dominarte, pero mi oscuridad no fue suficiente.
Mientras yo tocaba en el tejado
intentando ser libre tú bebías gritando incoherencias, a la vez que
tú soñabas con riquezas yo lo hacía deseando tener la luz que
despreciabas. Y no te dabas cuenta que eras feliz con poco, incluso
con menos de aquello que yo te tendía, y que yo jamás lo fui. No te
importó que tuviese los ojos más tristes de París, porque tú te
divertías y todos te aplaudían sin cesar hasta que sus manos se
cansaban.
Mi peor enemigo eres tú, lo cual es
extraño porque fuiste mi gran amor.
Por Nicolas, Jardín Salvaje
No hay comentarios:
Publicar un comentario