Experimento 006
Tipo de sustancia: Suero de la verdad
Sujeto: Marius Romanus
Debido a un inciso en mi experimento,
más exhaustivo y por supuesto interesante, el cual versa del dolor y
el sufrimiento e intenta paliar dicho duelo, o incrementarlo en seres
despreciables, para así hacer más liviana la vida, de los mortales
que tanto nos admiran o aquellos que aún nos desconocen, llegué a
desear algo nuevo.
En ocasiones me aburría de llevar los
mismos apuntes, Sybelle acariciaba mis cabellos y masajeaba mis
sienes como si pudiese tener serios dolores de cabeza como padecían,
y padecen, algunos mortales. Por ello, indagué en nuevas tácticas
para conseguir la verdad a la fuerza. Llegué a una página muy
rigurosa sobre las técnicas policiales. Una de éstas era la
hipnosis y la otra, mucho más sencilla, dar a beber el suero de la
verdad.
Por mero capricho, interés y para
librarme del aburrimiento conseguí algunos botes de más de un
litro. Sabía que con ellos podía hacer algo que ya conocía bien y
era indagar en mentes ajenas, pero había quienes estaban fuera de mi
alcance y me interesaba saber ciertos secretos. Durante más de una
semana esperé paquete para mí, preguntaba a todos los empleados si
había llegado el cartero con unos productos importantes en mis
nuevas investigaciones y ellos, por supuesto, me atendían con cariño
respondiéndome que no habían hallado paquete alguno y que el
cartero hacía algunos días que no pasaba.
Maldije a Mojo durante más de tres
días, pues aquel perro de Lestat a veces era lo suficientemente
estúpido como para envalentonarse frente a un cartero y corretear
tras él durante varias calles. Sin embargo, él sólo lograba
ofrecerme una mirada de sutil disculpa y algún lametón en mi cara,
manos y en ocasiones en mi nuca.
Tras una semana conseguí tener el
paquete en mis manos. Una de las mujeres del servicio lo dejó en mi
despacho. Fue una encantadora, y emocionante, sorpresa. Al llegar al
paquete pensé en Marius. Él debía ser mi conejillo de indias.
Desconocía cuánta sangre debería usar de forma equitativa al
líquido y como atraerlo.
Esa misma noche apareció llamando a mi
despacho. Aún investigaba cuánto podía darle, pero decidí
arriesgarme. Me incorporé dejándome abrazar mientras él besaba mi
rostro jurándome que no me dejaría. Sus manos frías acariciaban mi
cuerpo tibio por la sangre ingerida nada más despertar. Sus ojos
azules, los cuales eran como iceberg que se clavaban en mi pecho, me
escrutaban.
-Tengo algo para ti, pero debo
prepararlo- comenté colocando mis manos sobre su torso para
alejarlo.
Parecía decidido, o mejor dicho
empeñado, en tomar lo que había venido buscando. Sus grandes manos
de pintor estaban sobre mi trasero apretándolo con deseo mientras
mordía mi cuello intentando provocar que me olvidase de mis planes.
Sin embargo, podía ser tozudo. Sin embargo, me escabullí con una
sonrisa y corrí a por sirope para camuflar el sabor y sangre para
mezclar. De ese modo, por supuesto, podría ser ingerido. Debía ser
más sangre que sirope y suero. La batidora que había comprado nueva
serviría para mezclar y enfriar.
Cuando regresé dejé todo sobre la
mesa mientras él me inspeccionaba largamente. Preparaba las medidas
sin indulgencia. Sabía que podía tardar casi media hora en aparecer
su efecto y que duraría, por ser un vampiro, quizás tan sólo
minutos.
-¿A caso eso tengo que tomarlo
yo?-preguntó no muy convencido, aunque con un porte sereno y una voz
seductora.
-Sí- dije levantando la vista sin
pestañear.
-Vomitaré, como la pasada vez- recordó
mientras me reía para mí de ese momento.
Cuando acabé tenía una botella de un
litro que contenía 750 mililitros de sangre, 50 mililitros de sirope
y 200 mililitros del suero. Todo estaba bien mezclado, poseía un
aspecto algo denso y un aroma peculiar que provocaba beberlo. Marius
tomó aquello oliéndolo primero y mirándome después.
-¿Qué obtendré a cambio?-preguntó
desconfiado.
-A mí.
Mis palabras hicieron que bebiera
largos tragos y finalmente me tuviese. Realmente me tenía a su
merced. Mi ropa voló por la habitación y mi cuerpo quedó magullado
durante algunos minutos mientras él se satisfacía. Sin embargo, a
la media hora comencé a preguntar.
-¿Dónde guardas los cuatros de
Pandora?-dije acariciando sus cabellos mientras besaba mis tetillas.
-En el palazzo, justo en las catacumbas
que poseo bajo la vivienda. Allí tengo retratos curiosos de ella y
todos bajo llave- confesó tan fácil que incluso me dio rabia.
-¿Está bajo alguna clave la
puerta?-susurré casi ronroneando para él.
-No, nadie sabe que están ahí y no
hay especial vigilancia -alzó su rostro embelesado por mis caricias
y por como accedía a todos sus caprichos.
Marius siempre fue mi gran amor, por
encima de cualquier otro. A pesar de nuestras diferencias deseaba
tenerlo a mi lado. Un hombre como él provoca que sientas que puedes
aprender cualquier cosa, en cualquier momento y de primera mano. Sus
ojos fríos en realidad son apasionados y sus besos provocan que
olvides cosas importantes, casi necesarias para tu vida.
Sin embargo, después de aquel sexo
especial y sacarle alguna información banal, pues no me interesaba
realmente, tomé la decisión de usar el Don del vuelo y ascendí por
los cielos hasta su palazzo en Venecia. Caminé por las salas más
profundas con una antorcha esperando que no hubiese mentido.
Al abrir una pesada puerta, la última
de las catacumbas, que en realidad eran pequeñas bodegas y
cementerios familiares, encontré aquello que deseaba. Sin
pretenderlo tuve un pequeño percance. Saqué un bolígrafo para
anotar lo hermosa que lucía y acabó teniendo un feo y horrible
mostacho negro, igual que cuernos y por supuesto tridente. Ese
pequeño problema ocurrió de nuevo cuando fui a mirar la siguiente
figura. Estuve así por más de veinte minutos hasta que acabé con
todos.
Marius aún no se ha enterado y estoy
pensando en probar el suero con Daniel, aunque él será más
complejo de hacerle entender que es por la ciencia.
Guardado para el Jardín Salvaje
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