Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 15 de junio de 2013

Suero de la verdad

Experimento 006

Tipo de sustancia: Suero de la verdad
Sujeto: Marius Romanus

Debido a un inciso en mi experimento, más exhaustivo y por supuesto interesante, el cual versa del dolor y el sufrimiento e intenta paliar dicho duelo, o incrementarlo en seres despreciables, para así hacer más liviana la vida, de los mortales que tanto nos admiran o aquellos que aún nos desconocen, llegué a desear algo nuevo.

En ocasiones me aburría de llevar los mismos apuntes, Sybelle acariciaba mis cabellos y masajeaba mis sienes como si pudiese tener serios dolores de cabeza como padecían, y padecen, algunos mortales. Por ello, indagué en nuevas tácticas para conseguir la verdad a la fuerza. Llegué a una página muy rigurosa sobre las técnicas policiales. Una de éstas era la hipnosis y la otra, mucho más sencilla, dar a beber el suero de la verdad.

Por mero capricho, interés y para librarme del aburrimiento conseguí algunos botes de más de un litro. Sabía que con ellos podía hacer algo que ya conocía bien y era indagar en mentes ajenas, pero había quienes estaban fuera de mi alcance y me interesaba saber ciertos secretos. Durante más de una semana esperé paquete para mí, preguntaba a todos los empleados si había llegado el cartero con unos productos importantes en mis nuevas investigaciones y ellos, por supuesto, me atendían con cariño respondiéndome que no habían hallado paquete alguno y que el cartero hacía algunos días que no pasaba.

Maldije a Mojo durante más de tres días, pues aquel perro de Lestat a veces era lo suficientemente estúpido como para envalentonarse frente a un cartero y corretear tras él durante varias calles. Sin embargo, él sólo lograba ofrecerme una mirada de sutil disculpa y algún lametón en mi cara, manos y en ocasiones en mi nuca.

Tras una semana conseguí tener el paquete en mis manos. Una de las mujeres del servicio lo dejó en mi despacho. Fue una encantadora, y emocionante, sorpresa. Al llegar al paquete pensé en Marius. Él debía ser mi conejillo de indias. Desconocía cuánta sangre debería usar de forma equitativa al líquido y como atraerlo.

Esa misma noche apareció llamando a mi despacho. Aún investigaba cuánto podía darle, pero decidí arriesgarme. Me incorporé dejándome abrazar mientras él besaba mi rostro jurándome que no me dejaría. Sus manos frías acariciaban mi cuerpo tibio por la sangre ingerida nada más despertar. Sus ojos azules, los cuales eran como iceberg que se clavaban en mi pecho, me escrutaban.

-Tengo algo para ti, pero debo prepararlo- comenté colocando mis manos sobre su torso para alejarlo.

Parecía decidido, o mejor dicho empeñado, en tomar lo que había venido buscando. Sus grandes manos de pintor estaban sobre mi trasero apretándolo con deseo mientras mordía mi cuello intentando provocar que me olvidase de mis planes. Sin embargo, podía ser tozudo. Sin embargo, me escabullí con una sonrisa y corrí a por sirope para camuflar el sabor y sangre para mezclar. De ese modo, por supuesto, podría ser ingerido. Debía ser más sangre que sirope y suero. La batidora que había comprado nueva serviría para mezclar y enfriar.

Cuando regresé dejé todo sobre la mesa mientras él me inspeccionaba largamente. Preparaba las medidas sin indulgencia. Sabía que podía tardar casi media hora en aparecer su efecto y que duraría, por ser un vampiro, quizás tan sólo minutos.

-¿A caso eso tengo que tomarlo yo?-preguntó no muy convencido, aunque con un porte sereno y una voz seductora.

-Sí- dije levantando la vista sin pestañear.

-Vomitaré, como la pasada vez- recordó mientras me reía para mí de ese momento.

Cuando acabé tenía una botella de un litro que contenía 750 mililitros de sangre, 50 mililitros de sirope y 200 mililitros del suero. Todo estaba bien mezclado, poseía un aspecto algo denso y un aroma peculiar que provocaba beberlo. Marius tomó aquello oliéndolo primero y mirándome después.

-¿Qué obtendré a cambio?-preguntó desconfiado.

-A mí.

Mis palabras hicieron que bebiera largos tragos y finalmente me tuviese. Realmente me tenía a su merced. Mi ropa voló por la habitación y mi cuerpo quedó magullado durante algunos minutos mientras él se satisfacía. Sin embargo, a la media hora comencé a preguntar.

-¿Dónde guardas los cuatros de Pandora?-dije acariciando sus cabellos mientras besaba mis tetillas.

-En el palazzo, justo en las catacumbas que poseo bajo la vivienda. Allí tengo retratos curiosos de ella y todos bajo llave- confesó tan fácil que incluso me dio rabia.

-¿Está bajo alguna clave la puerta?-susurré casi ronroneando para él.

-No, nadie sabe que están ahí y no hay especial vigilancia -alzó su rostro embelesado por mis caricias y por como accedía a todos sus caprichos.

Marius siempre fue mi gran amor, por encima de cualquier otro. A pesar de nuestras diferencias deseaba tenerlo a mi lado. Un hombre como él provoca que sientas que puedes aprender cualquier cosa, en cualquier momento y de primera mano. Sus ojos fríos en realidad son apasionados y sus besos provocan que olvides cosas importantes, casi necesarias para tu vida.

Sin embargo, después de aquel sexo especial y sacarle alguna información banal, pues no me interesaba realmente, tomé la decisión de usar el Don del vuelo y ascendí por los cielos hasta su palazzo en Venecia. Caminé por las salas más profundas con una antorcha esperando que no hubiese mentido.

Al abrir una pesada puerta, la última de las catacumbas, que en realidad eran pequeñas bodegas y cementerios familiares, encontré aquello que deseaba. Sin pretenderlo tuve un pequeño percance. Saqué un bolígrafo para anotar lo hermosa que lucía y acabó teniendo un feo y horrible mostacho negro, igual que cuernos y por supuesto tridente. Ese pequeño problema ocurrió de nuevo cuando fui a mirar la siguiente figura. Estuve así por más de veinte minutos hasta que acabé con todos.


Marius aún no se ha enterado y estoy pensando en probar el suero con Daniel, aunque él será más complejo de hacerle entender que es por la ciencia.  


Guardado para el Jardín Salvaje

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt