Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 16 de junio de 2013

Una verdad incómoda

Había estado mirando aquel cuadro por más de una hora. Conocía cada trazo de memoria y si cerraba los ojos podía narrar con precisión como era cada gama de color que allí se arremolinaba, si el artista estaba enojado o parecía triste a continuación. Se sentía fascinado por aquel cuadro que había adquirido recientemente en una subasta. Tenía cierta influencia de pintores de renombre como Rembrandt, pero no era suyo. Decían que era de un pintor que murió hacia unos cien años, el cual dejó como legado a su familia varias obras y una de sus descendientes lo vendía a buen precio en una galería de arte del centro de New Orleans.

Se trataba de una hermosa mujer vestida con telas vaporosas, flores silvestres similares a las margaritas en sus cabellos recogidos por un moño alto y de color café, un café agradable que deseaba beberse. Sus hombros eran estrechos, pálidos como toda su piel salvo sus mejillas sonrosadas como las de una niña que quiere aprender a ser mujer. Sus pies estaban desnudos y cruzados por sus tobillos. Se veían sus pantorrillas por el vuelo de la falda en aquel columpio sujetado por una gruesa rama de roble. Un roble de un tronco oscuro, grueso y retorcido cuyo alrededor estaba cubierto por frondosas hierbas y plantas que parecían crecer de forma salvaje sin importar nada. El crepúsculo estaba a su espalda con toques violáceos y anaranjados. Sin duda era el cuadro de una tarde de verano, en la cual el artista dejaba su rabia quizás por un amor desconsiderado hacia la chica que representaba con encanto y delicadeza. Esos labios de boca pequeña, tan rellenos y sensuales en un tono rosado, la hacía deseable como sus pechos pequeños pero de bonita forma.

Retiró su mirada para mirar hacia la esquina izquierda de la habitación. Allí estaba él sentado leyendo con calma a Kafka mientras algunos mechones negros se habían soltado de su coleta y rozaba su frente. Su camisa blanca estaba desabotonada en el cuello y dejaba ver una cadena de plata con una cruz hermosa de cuentas de esmeralda que él mismo le había comprado. Sus miradas se cruzaron y el silencio pareció aumentar hasta volverle loco.

-¡Dilo! ¡Demonios dilo!-gritó levantándose del sofá con la ropa arrugada y aún apestado a perfume barato de mujer.

-¿Y qué pretendes que te diga?-comentó regresando a su lectura.

-¡Di que me odias! ¡Di que me detestas!-decía señalándolo mientras caminaba hacia él.

Tenía los pies desnudos porque había perdido los zapatos en aquella descomunal orgía. Louis había ido a buscarlo de nuevo, como algunas noches, al burdel situado en el barrio francés. Un sitio distinguido donde ocurrían fiestas de dudoso gusto pero encantadoras, discretas y sobre todo en las que Lestat siempre gozaba de cierta fama. Se hundía en las camas con sábanas de satén y se olvidaba del mundo exterior. Su camisa tenía restos de distintos labiales, uno de un tono de carmín muy intenso de una de las chicas con las que más solía tratar.

-Dilo-repitió entre dientes.

-Sólo te diré que puedes hacer lo que quieras mientras regreses, aunque ya no me importa si lo haces- contestó cerrando el libro para dejarlo en el alfeizar de la ventana-. Lestat, no soy tu madre para decirte que debes y que no debes de hacer.

-Antes lo hacías-respondió frente a él mientras Louis seguía sentado en aquel sillón estilo Louis XVI-. Lo hacías.

-Pero eso era antes- le miró sin expresión alguna en su mirada o su rostro, pero pronto esbozó una sonrisa cínica que le provocó escalofríos-. Hace mucho que sé que no puedo cambiarte y que sólo lo haces para que vaya a tu encuentro, llore por tus desaires y te sientas superior. Ahora voy a por ti, es cierto, pero porque te necesitan aquí otros y no yo. Yo ya aprendí a no ser más que aquel que usas para engordar tu ego.

-Louis- masculló a punto de la cólera.

-Pero si tanto lo deseas- se incorporó arrojándose a sus brazos imitando un llanto ahogado- Oh, Lestat ¿por qué me haces ésto? ¿Por qué?-preguntó alzando el rostro lleno de lágrimas mientras palpaba el suyo-. ¡No ves que me haces daño!-pronto se quedó sereno y echó a caminar por la puerta-. Ahí tienes Lestat, el melodrama de siempre para que tu felicidad sea absoluta- dicho aquello cerró de un portazo.


Lestat quedó abatido sin saber si Louis tenía razón o no, pero lo que más le dolía era su actitud frívola y despreocupada frente a su infidelidad.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt