Locura, llamas locura a mi dolor.
Tienes la soberbia de llamarme loco porque siento que el violín es
mi llama. La única vela que hay por mí, prendida en un altar que
desconoces, son las notas que resucito del pentagrama dándole vida.
Mi dulce violín, tierno y cruel a la vez, canta el miserere que mi
alma guarda con cautela.
¡Y yo te digo que el amor existe! Pero
es sólo hacia el arte, pues el amor que profeses a otro no será más
que miseria. Me llamas insolente, agitador, y me calificas de enemigo
cuando sólo te muestro el arte, la fragancia del deseo y la calidez
de la luz que no poseo. Porque yo camino en senderos oscuros con los
pies descalzos y helados, el cabello empapado por la lluvia y los
ojos cubiertos por el éxtasis.
Lloraré por ti y rezaré a un Dios
pagano por tu soledad, esa que te quiebra y envenena. Porque él me
quiso a mí, pero no a ti. Tu voz hizo un quiebro doloroso la otra
noche, pude escucharlo mientras lo maldecías por haberte destrozado
y eliminado todo en lo que creías con vehemencia. Te diría que lo
siento por ti, pero en realidad disfruto viendo como te retuerces por
la amargura de tu alma.
Pobre de ti y de todo aquel que crea
que eres su guía. Desgraciado sea el que cree en tu amor o interés.
¡Armand tú sobre mí no gobiernas! Sólo eres un niño torturado
que se cree santo, pero en realidad los santos tienen que tener un
alma mucho más pura. Y tú, Armand, jamás tuviste alma pura.
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