Escrito de Armand
Del Jardín Salvaje
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Había estado observando las calles
desde su carruaje. Cada noche paseaba en compañía de Santiago las
calles aledañas al teatro. Observaba la luna y las estrellas con
cierta añoranza de tiempos mejores, en los cuales era algo más que
el director de un atajo de idiotas. Los vampiros perdían su chispa
cuando empezaban a envejecer, pues creían que debían ser respetados
de igual modo que él lo era.
El traqueteo del carruaje le adormecía,
aunque su mente estaba bastante concentrada en como actuar frente a
los vampiros hijos de Lestat. La pequeña niña, la cual tenía una
maldad inapelable y un dolor constante, parecía una muñeca delicada
pero no la amaba, no la veía tan encantadora, y no la encontraba
interesante. Ella era un error que subsanar. Louis, sin embargo,
tenía una mente distinta y era un portento. Sabía que podía
inmiscuirse en las habitaciones que habían pedido aquellas noches,
visitar al fotógrafo que la pequeña había buscado para tomarse
fotografías y finalmente separarlos de algún modo. ¡Qué ironía!
Aún había tiempo para visitar la torre de Magnus y burlarse de
Lestat. Pero eso había sido durante el paseo. El destino le tenía
preparada una jugada magnífica.
Sin embargo, la noche tomó otros
matices. La niña había quedado destrozado y finalmente terminaría
consumida bajo el sol y Louis se hallaba encerrado desesperado y
esperando ser rescatado. Por ello regresó a su carruaje con el traje
amarillo ensangrentado de la criatura que tanto amaban Lestat y
Louis, sus padres inmortales. Aún tenía el delicado perfume de sus
rizos impregnado junto a la sangre ya seca.
Llegó al lugar donde Lestat había
sido convertido. El ser que halló tras la puerta era un engendro que
rogaría por tener la sangre inmortal que corría por sus venas, la
única que le restauraría su poder y belleza, así como imploraría
por la vida de su pequeña y el amor de Louis. Los harapos de Lestat
contrastaba con la hermosa capa negra que cubría el frac que él
llevaba, su magnífico sombrero dejaba ver algunos de sus cortos
mechones rojizos. Tenía un aspecto algo más adulto, pero sin dejar
de ser ese jovencito que rechazó décadas atrás.
-Armand.
-Lestat.
Hechas las presentaciones mostró su
mejor interpretación. Escuchó el dolor de su antiguo amigo y
confidente. Caminó con él por los escalones de la torre y puso su
lado más noble a relucir. Era un ser atractivo y compasivo frente al
monstruo que le rechazó. Aquel imbécil le hizo soportar a un
violinista que estuvo a punto de poner en peligro la vida de todos,
al cual instigó a caer en las abrasadoras llamas no sin antes
padecer cierto tormento al no poder tocar su violín al carecer de
manos. Sí, ese mismo imbécil de cabellos dorados y ojos
melancólicos que le rogaba con esa boca, esa maldita boca de labios
gruesos y grandes siempre burlona, que le diera su sangre, el don que
Marius le ofreció, el deseo de cicatizar y por lo tanto una cura
para su aspecto espantoso más parecido a una momia o pergamino
arrugado que la piel tersa, atractiva e incluso sonrojada que solía
tener.
-Lestat, debo ser sincero contigo-dijo
sacando el vestido de Claudia- Ella ha muerto y Louis no desea saber
nada de ti- explicó con los ojos llenos de una luz compasiva, pero
en realidad era el rencor que le impulsaba a mirarle.
-No puede ser...-las lágrimas que
rodaron por las mejillas hundidas, quemadas y llenas de cicatrices,
de Lestat no le conmovieron en absoluto sino que sintió rabia.
¿Había llorado así Marius por él? ¿Alguien le había amado
realmente? Todos sacaban partido de él, pero nadie le daba lo que él
deseaba y esa desesperación le haría ser cruel.
-¿Quieres aún la sangre?-preguntó
tomándolo del mentón para que lo viera, aunque éste se revolvía
con la ropa de la niña entre sus brazos, como si esta la ocupara.
-Sí, necesito estar fuerte para
reunirme con Louis-dijo.
Se aproximó a él como si lo hiciera
un ángel y cuando tuvo sus manos sobre los hombros de Lestat, y este
a punto de hundir sus colmillos, lo arrojó de la torre de un
magnífico empujón. Miró hacia la nieve acumulada que rodeaba la
estructura de aquella mansión, o más bien pequeña fortaleza, y
sonrió para sí al ver el cuerpo de Lestat convertido en un muñeco
desmembrado.
-Au revoir mon ami. Je t'aime...
-susurró lanzando un beso al aire antes de desaparecer por la
estrecha escalera de piedra que daba a la primera planta y salir de
aquel lugar, para así buscar a Louis y llevarlo con él.
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