Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 29 de marzo de 2014

El inicio de todo

—Ahí los tienes—dijo seria frunciendo el ceño mientras me enseñaba los cachorros que jugueteaban en aquella cerca de madera.

Siempre quise tener alguien a quien confiar mis secretos, más allá de mí mismo y mis pensamientos. Ella me acarició el cabello y sonrió suavemente. Su sonrisa siempre animó la mía iluminando mi rostro, coloreando mis mejillas y llenando mi mirada de un brillo especial.

—Elige el que más te guste—colocó sus manos en las caderas y después se inclinó para verlos bien—. Todos tienen cara estúpida aunque estoy segura que serán obedientes y fieles.

—Quiero todos—respondí emocionado apretando las vallas entre mis manos—. Todos.

—Uno—dijo girándose hacia mí para fruncir su ceño.

—Madre quiero los tres—respondí serio tomándola de las manos—. Madre por favor—mi voz aniñada y trémula, a punto del llanto, provocó que suspirara algo irritada. Sabía que no me haría cambiar de opinión y era mejor cumplir mis caprichos.

Soltó mis manos y colocó estas en mi rostro, despejó algunos mechones que caían sobre mi frente y después depositó un beso corto en mi nariz. Estaba aceptando mi berrinche. Sus manos níveas, frías y suaves eran como el bálsamo a mis miedos y deseos. Quería tener esos perros en mi compañía porque ella me los ofrecía, lo cual haría que estuviera conmigo allá donde fuera.

—Los tres entonces—dijo con un tono serio para entregar una bolsa de dinero por los tres.

Eran hermosos y tenían un pelaje sedoso en color café y blanco. Recuerdo sus enormes ojos y los profundos ladridos. Eran cachorros pero ya estaban algo grandes y a penas podía contenerlos con mis delgados y pequeños brazos. El olor que desprendían era agradable y me recordaba a los abrigos de pieles que llevaban mis hermanos mayores.

Al llegar al castillo dejé que estos corretearan a mi alrededor, ladraran con entusiasmo y se convirtieran aquel día en el pañuelo de mis lágrimas. Ya no podría aprender como me habían dicho, pues no sería monje, pero tendría unos buenos perros que me acompañarían gran parte de mi vida. Jamás hubiese creído que ellos perderían la vida, junto a mi mejor caballo, en aquella emboscada de ocho lobos. Perdí la inocencia por completo aquel día y me convertí en un cazador fiero, desesperado y deseoso de perseguir presas más grandes que languidecer a la sombra de un frío castillo.

Recuerdo la nieve cayendo pesada y abundantemente, el frío engarrotando mis dedos y la sangre de los lobos, mis perros y el caballo manchando mi ropa. Mis piernas temblaban y se hundían en la espesa capa que se amontonaba. Tenía el cabello pegado a la frente por el sudor frío debido al terror y el esfuerzo. Estaba tan cansado y aterrado que caí de bruces cuando todo pasó. Al despertar observé a mi alrededor la masacre, lloré por mis viejos compañeros pero regresé a casa. Había estado perdido y encontré el calor de la lumbre, las manos de mi madre y la sed de sangre. Creo que fue la primera vez que sentí sed de sangre.

Conseguí nuevos perros, los llevé conmigo y me metí en la cama tal y como había llegado. Tres días después desperté cansado, con la mente revuelta y el deseo de marcharme de allí. No quería morir. Tenía un miedo atroz a la muerte. Entonces los halagos, alabanzas y murmullos llenos de cariño. Aquellos ojos fieros de mi madre llenos de preocupación con aquel rostro frío, en apariencia, pero lleno de rasgos cálidos. Quería abrazarme y yo besar sus labios.

—No soy el mismo—susurré a mi madre una noche antes de pedirle que me dejara ir a París.


—Lo sé—dijo cerrando su libro antes de girarse para mirar hacia la ventana—. Lo sé...

Lestat de Lioncourt   

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt