A solas en París son unas memorias de Pandora y mías. Espero que disfruten.
Lestat de Lioncourt
Hacía prácticamente un año que no
visitaba París. Era una ciudad a la cual acudía con cierta
nostalgia por numerosos sucesos, a veces la pesadumbre me aislaba de
los buenos momentos y en otros recordaba con energía mis primeros
días como inmortal. El contraste que sufría entre ambos estados era
similar a un volcán entrando en erupción en medio de un glaciar.
Todo había comenzado allí y parecía que estaba maldito desde
aquellos días. Su suelo tenía huellas de mis pisadas durante muchos
siglos. Francia era un país decadente cuando me marché y se
convirtió en símbolo de nuevos proyectos, esperanza y libertad. Sin
embargo yo no encontraba esperanza alguna en sus ciudades.
Es la ciudad del amor, aunque para mí
es la ciudad de las desgracias. Había acudido allí pensando que
quizás se encontraba entre sus calles evocando nuestros días
felices. Rowan y yo nos habíamos casado hacía prácticamente once
meses en una de las iglesias cercanas a Notre Dame. Corrimos por las
calles como dos chiquillos, igual que hice con Gabrielle, y le hice
creer que siempre sería libre en mis brazos. Ella reía como nunca
la he visto reír y creyó firmemente en mis palabras, pues de eso
estoy más que convencido. Aún podía verla a mi lado vestida de
blanco riguroso, el cabello suelto y los labios pintados con un poco
de labial rosado.
Su cuerpo era delgado, como una vara,
pero tenía unas curvas sutiles cuando llegabas a sus senos y
caderas. Había elegido un vestido simple con mangas de encaje, la
falda tenía vuelo pero no volumen y su cintura quedaba muy marcada.
Me recordaba a un vestido medieval, pero con un escote muy sugestivo
en forma de sutil corazón. Hacía que su figura pareciera un nardo
en pleno mar de oscuridad suavemente iluminado por las luces.
Juré que siempre la amaría frente a
un altar iluminado con pequeñas velas, con aroma a flores frescas e
incienso en el aire, y sus manos entre las mías. Pocos habían sido
testigos del enlace debido a la necesidad de hacerlo lo antes
posible. Sin embargo ahora me doy cuenta que no tuvimos una ceremonia
típica y posiblemente jamás tendríamos otra.
Me descubrí apoyado en el muro de
aquella misma iglesia; tenía la espalda completamente pegada a la
rugosa pared, y mi cabeza se movía como la de un ebrio que niega y
pide más vino. Mis largos dedos palpaban como cualquier ciego los
bloques de piedra que formaban la alta y gruesa pared. Sabía que
debía parecer un loco bien vestido con una levita con botones de
camafeo, tan oscura como el propio cielo, unos pantalones de cuero,
botas de estrella del rock y una camisa de chorreras con un
encantador encaje en los puños. Posiblemente cualquiera que me viese
pensaría que necesito ayuda para volver a ser encerrado en un
manicomio de por vida.
—Joven Lestat—aquella voz me
sobresaltó.
No había tenido conocimiento de su
presencia debido a mi estado. Sin embargo allí estaba aquella
hermosa figura suavemente iluminada por una farola. Sus cabellos
caían sobre su cuerpo como el manto de una virgen. Realmente podía
pasar por una de esas esculturas hermosas, afligidas y tentadoras de
lo divino y lo prohibido. Cualquier devoto que la hubiese visto se
habría arrodillado ante ella, con los dedos de sus manos
entrelazados, para suplicar un milagro. Sus ojos oscuros estaban tras
unas gafas, eran ligeramente oscuras, y le daban a su rostro un
aspecto más mundano. Posiblemente era el mismo aspecto que yo poseía
con mis lentes violetas.
—Pandora—dije casi sin aliento—.
¿Qué haces aquí? Desconocía que te hallaras en París.
—Hace mucho tiempo que visito la
ciudad, aunque he estado nuevamente en Rusia e Inglaterra. Sin
embargo París tiene algo que me llena—susurró con aquellos labios
pintados de rosa pálido. Su piel era muy blanca, casi parecía
mármol, pero con el ligero toque de maquillaje hasta parecía
sonrosada.
—Claro, lo olvidaba—susurré
apartándome de la pared mientras la observaba deleitándome con cada
detalle.
Sus pechos estaban perfectamente
proporcionados, su cintura era extremadamente llamativa para mí y
sus brazos parecían querer rodearme invitándome a llorar en su
hombro. Llevaba un vestido negro y usaba una capa con capucha, sólo
que esta no estaba colocada en su lugar. Sus hombros estaban
cubiertos pero podía imaginarlos, al igual que la forma de sus
piernas. Sin duda alguna Pandora podía provocar que cualquier hombre
reparara en ella incluso si vestía harapos.
—¿No te acompaña David?—preguntó
frunciendo ligeramente el ceño, pero rápidamente lo suavizó.
Posiblemente le buscaba porque le había
causado un fuerte impacto. Sin duda él era un enigma debido a ser un
anciano entre los humanos, pero con rostro joven y eterno. No tenía
más de unos años cuando se tropezó con ella justo cuando estaba en
plena cacería. Fue un diálogo corto, pero intenso, donde mostró
sus hábiles dotes de seducción. No obstante desconocía si seguían
viéndose con frecuencia, pues de ciertos temas ni él ni yo
hablábamos.
—No, estoy solo—respondí
aproximándome hasta una distancia de unos dos metros.
—Parecías...
—Hundido—dije sin permitir que
dijera algún eufemismo—. No te cortes y tómate la libertad de
confesar cuan hundido, miserable y acabado me veo—ella sonrió como
lo haría una madre. Creo que me tuvo lástima en ese momento, pero
sólo fue una fracción de segundo.
Odiaba causar lástima en otros. Yo no
había venido al mundo para que otros se compadecieran de mí de ese
modo. Sin embargo no podía hacer nada. Era cierto que debía parecer
hundido y prácticamente finiquitado de éste mundo. Se habían
llevado mi corazón. Aunque tal vez seguía en su sitio, físicamente,
era el icono de mis sentimientos más profundos y sinceros. Rowan se
había llevado la esperanza y la pasión que tanto me habían hecho
famoso. Sin embargo mis noches de correrías, el glamour de matar una
presa tras tener sexo salvaje y el placer de volar por los aires como
si no hubiese mañana habían regresado. Todos sabían que no había
nada ni nadie que encarcelara a la bestia, pues la bestia se había
quedado sin domador y todo era un enorme circo que huía espantado
ante su fiereza.
Repuse entonces que ella solía
arrancarle el corazón a sus víctimas y beber directamente de éste.
Disfrutaba quitándole todo el color al músculo más importante de
nuestro cuerpo. Era simbólico que se llevase el corazón de sus
presas, los pobres y patéticos humanos que ella elegía con frialdad
y elegancia, porque justo era eso lo que muchas veces había quedado
maltrecho. Desde las acusaciones a su familia y la muerte atroz de
ésta, el dolor de partir lejos de Marius o verse en sueños
grotescos durante años la hizo una mujer aventurera, dispuesta a
conocer mundo y sin deseos de ser atrapada por el amor. Sin embargo
ella había amado aunque jurara que no lo había hecho lo suficiente
y quería volver a sentir que era eso. Había amado a su familia, a
Flavius, Marius y Arjun. Yo lo sabía y podía notarlo. Incluso había
amado incondicionalmente a Ovidio. Sí, ella amaba a Ovidio del mismo
modo que yo amaba a Beethoven o Mozart.
—Sufres por amor—dijo colocándose
bien la capa para acercarse a mí y tener el atrevimiento de tocar mi
rostro. Sus largos dedos me provocaron un escalofrío que recorrió
toda mi columna vertebral. Era un delicioso hormigueo que levantaba
mi vello y lo erizaba. Sus enormes ojos parecían gemas sin vida,
pero ocultos tras esas lentes tenían un toque humano—. El príncipe
de todos los desastres sufre por amor—esbozó una sonrisa que borró
rápidamente—. No permitas que una mujer rompa tu vida. Más bien,
no permitas que nadie rompa tu vida. Sé cuanto duele perder una
familia, pero también sé que ambos hemos sabido levantarnos—sus
manos eran blancas, frías y sus uñas brillaban aunque las había
intentado ennegrecer con un poco de ceniza. Me miró a los ojos y yo
la estreché primero, pues ella me abrazó poco después.
Juro que hacía mucho tiempo que no
abrazaba de ese modo a una mujer. La tomé por la cintura con mis
brazos, rodeándola como si fuera una rosa perfecta, mientras buscaba
sus pómulos para arrojar besos llenos de cariño. Se había acercado
a mí movida por la curiosidad, quizás, pero me estaba demostrando
un afecto que me enternecía. Ella se apartó de mí para verme
dispuesta a contarme todo de primera mano, pero a la vez sabía que
tenía muchos misterios que jamás revelaría. Ni siquiera se lo
había revelado a David.
—¿Aún existe ese café?—pregunté
inclinándome hacia ella para susurrar a su oído aquellas mágicas
palabras.
—Sí, pero prefiero que vayamos a mi
casa—dijo colocando sus manos sobre mi levita.
Sus ojos recorrieron los camafeos
reconociendo a las musas. Creo que aquello le gustó y fue un acierto
que la usara aquella noche, como si realmente me hubiese preparado
para una cita. Era el destino quizás aunque no estaba seguro de
ello. Tal vez todo ocurría por algún extraño motivo.
—¿No molestaré?—susurré con
ciertas dudas.
—No—respondió estallando en
pequeñas risotadas—. Tú preguntando si molestas. Seguramente
Marius creería que hay una trampa—su rostro se vio relajado por
unos momentos y me pareció mil veces más hermosa que antes—. Hoy
me encuentro sola. Arjun comprende que hay momentos que necesito
cierta libertad.
La sola idea de pasar la noche junto a
ella me parecía idílica. Estar lejos de mis pensamientos y hablar
de arte, momentos históricos clave que ni siquiera yo conocía bien
y disfrutar de su voz, la cual es muy hermosa, me parecía lo mejor.
No era David ni ninguno de mis habituales contertulios, podía
disfrutar de una mente brillante y enérgica. Ella siempre me pareció
fuerte como mi madre y toda una dama.
—Estamos a dos calles así que no te
haré caminar demasiado—dijo tomándome del brazo derecho para
echar a caminar conmigo.
Recuerdo cada uno de esos pasos como si
fueran pisadas hacia el cielo, allá donde nos esperan las almas
puras y la felicidad eterna. Quería alejarme a toda consta de mi
dolor y conversar parecía la mejor opción. Su voz sería el bálsamo
para mis heridas, sus brazos quizás alas de un ángel muy distinto a
los descritos en la Biblia y su duro cuerpo el mejor respaldo.
Durante el camino no hablamos
demasiado, pero sí nos observamos mutuamente. Jamás habíamos
estado tan cercano uno del otro. La primera vez que la vi Akasha
agonizaba prácticamente. Supe que era la mujer que amaba Marius
porque él se encargó de confesármelo. Se veía extremadamente
hermosa y peligrosa. Nunca tuve miedo hacia ella aunque algunos
vampiros jóvenes sí temen que ella les dañe, si bien no lo hará
jamás si consigues demostrar que tu temor se pierde y queda tan sólo
la admiración.
Su vivienda resultó encontrarse en una
de las avenidas más transitadas y hermosas de París. No muy lejos
se podía ver la Torre Eiffel que recientemente había cumplido sus
ciento veinticinco aniversario, la cual se hallaba iluminada en esos
momentos. Una enorme estructura que jamás se desmontó tras la
Exposición Universal de París de 1889 y que se halla muy próxima
al Sena, río que Pandora suele visitar para deshacerse de los
cuerpos de sus víctimas. Sin duda no había elegido aquel elegante
edificio de bonitos balcones de hierro, hermosa entrada y gloriosas
vistas.
No muy lejos de su bonito edificio de
ladrillos vistos, elegantes balcones de hierro y grandes ventanales,
se hallaba unas tiendas de artículos de lujo y unos cafés que
siempre estaban abarrotados fuese cual fuese la hora. El murmullo de
las risas, el diálogo embriagador de los jóvenes conquistándose
mutuamente, el rugido de las camas agitándose no muy lejos de allí,
las discusiones de política al calor de una taza de café y el
crujido de la doblez de un periódico era maravilloso. Pero aún era
aún más el suave sonido que emitían sus pasos al rozar su tela el
cuerpo de Pandora. Era como un figurín perfecto de moda, pero con
más curvas y una belleza absolutamente deslumbrante.
Nos adentramos en el hall del edificio,
allí donde un portero nos daba la bienvenida, mientras ella caminaba
a paso firme hacia el ascensor. Tenía tan sólo cinco plantas, con
el vestíbulo, pero no importaba en absoluto usar aquel invento hasta
llegar al tercero donde se hallaba su apartamento. Ella había
adquirido los tres que había en la planta, para unirlos y
convertilos en un espacio fastuoso y elegante.
—Toda la planta es mía—me confesó
quitándose la capa para doblarla y dejarla en su brazo—. Creo que
hay algo que te llamará sumamente la atención.
—¿Algo más que tu belleza? Lo dudo
cariño—dije tomando su mano derecha entre las mías para
acercarla a los labios y besarla sin más. Mis labios eran algo más
cálidos que su piel de hielo, algo que me estremeció pero que sin
duda esperaba.
—Vaya, lo había olvidado—susurró
cuando me incorporé y nuestras miradas se cruzaron.
—¿Qué cosa?—contesté mientras
veía como las puertas del ascensor se abrían.
—Lo coqueto que dicen que eres—dijo
con una leve sonrisa mientras salía primero directa a una puerta de
madera gruesa, pesada y que posiblemente era la entrada al
apartamento.
Me sorprendió que hablara de mi
arrolladora forma de juguetear. Siempre me había gustado cautivar a
cualquiera que estuviese frente a mí, sin importarme su sexo o edad,
deseando que cayeran en mi trampa y pudiera así envolverlos en mis
halagos. A veces sólo lo hacía por estallar en éxtasis y otras
veces por mera gula para saciar mi sed. Sin embargo en ella lo creía.
Era fiel creyente de la belleza que ella mostraba regalándosela al
mundo con total naturalidad. Sin duda era una mujer asombrosa.
—¿Quién lo dice?—pregunté
alzando mi ceja derecha con cierta curiosidad, no obstante terminé
carcajeándome.
—Todos—susurró girándose
suavemente para mirarme a los ojos.
No guardé las distancias y me aproximé
más a ella, quedando pegado a su cuerpo mientras me inclinaba para
rozar sus mejillas con mi boca. Comencé a besar su rostro, cuello y
lóbulos de sus orejas. Mis manos acariciaban sus cabellos oscuros
mientras podía sentir que ella me juzgaba.
—¿Qué todos?—mis pupilas se
clavaron en las suyas y sentí deseos de atraparla entre mis brazos
para siempre.
—Desde el inmortal más viejo al más
joven y desde tus enemigos a tus amados mortales—colocó sus manos
sobre mi torso y acarició con sutileza algunos mechones de mis
rubios cabellos. Era como oro sobre las solapas oscuras de mi
levita—. Todos son todos, Lestat—sonó tajante esa afirmación,
pero lo hizo con una sonrisa seductora que me atrapó aún más.
—Mi fama me precede—esbocé una
sonrisa canalla mientras colocaba mis manos en sus caderas.
—Hay muchas cosas que he oído de ti,
así como he leído—respondió tomando mis manos para apartarlas de
ella con una elegancia infinita.
Se giró sacando de su cuello una
cadena, prendida a ésta había una llave y abrió la cerradura de la
puerta. Tenía la espalda encorvada como un gato molesto, pero podía
notar que su energía no se había alterado sino que estaba relajada.
—¿Cómo cuales?—pregunté
acercándome a ella mientras entrábamos en el elegante apartamento.
El suelo era de mármol blanco, había
columnas de ese material, las cortinas eran color rojo pasión y
también el tapizado de los muebles. Había objetos de oro, algunas
esculturas a viejos dioses, varios lienzos muy hermosos de paisajes
de París de principios de siglo, Londres y Roma. Al fondo, en una de
las alas de la casa, se veía el inicio de una inmensa biblioteca.
Sentí deseos de acercarme a ella.
—Que tomaste la sangre de
Cristo—declaró con firmeza quitándose las gafas mientras me
miraba con aquellos ojos profundos, los cuales la hacían parecer
ciega.
—Son cosas que no quiero recordar
porque me agrían la noche. Siento que quedó en el pasado y toda esa
locura de ser santo que...—comencé a balbucear.
—Ah sí, querías ser santo—dijo
cortando mi frase—. No puedo olvidar esas memorias donde confesaste
querer repartir bondad y alegría al mundo.
—Así es—asentí observando las
molduras del techo, las cuales tenían florituras muy hermosas, y las
numerosas lámparas que colgaban del techo con sus miles de lágrimas.
—Pero tú no eres bueno
Lestat—susurró riendo bajo—. Todos nosotros tenemos una sed que
nos hace ser crueles.
—Además soy egoísta, egocéntrico y
tozudo—proclamé con énfasis en cada uno de mis rasgos más
loables, aunque realmente no debería sentirme orgulloso de ellos.
—Comparto contigo la tozudez—alzó
sus negras cejas en aquel rostro tan perfecto y duro por el paso de
los siglos—. No creo que sea malo un poco de carácter—dijo
encogiéndose de hombros mientras se giraba sobre sí misma para ir a
uno de los salones.
Tenía varios divanes llenos de cojines
rojos ribeteados de cordones dorados, los mismos que recogían las
cortinas, y decidió quitarse los zapatos bajos que llevaba. Sus pies
me parecieron muy atractivos, igual que sus tobillos, pero no dije
nada.
—Y más si es en una mujer como
tú—respondí con total sinceridad—. ¿Puedo tratarte de tú? Por
favor, Pandora.
—Ya lo has empezado a hacer hace
rato—dijo sin mostrar molestia alguna—. No tienes que pedir
permiso porque tratarme de usted me hace sentir mucho más vieja,
acabada y distante a tu generación.
Ella me hizo un gesto simple para que
me sentara a su lado. Podía respirar su aroma, sentir su piel
prácticamente pegada contra la mía. Aquellas prendas aunque eran
amplias caían demasiado bien en su figura. Podía imaginarla desnuda
con esos pechos llenos de pezones morenos. Incluso podía imaginar la
mata de pelo negro entre sus piernas, sus muslos redondeados y
firmes, sus rodillas diminutas comparadas con sus largas piernas. Sí,
una mujer llena de feminidad y rasgos muy concretos. Necesitaba beber
de sus labios enredando mi lengua con la suya.
—Te tutearé entonces—dije
sentándome ciertamente perturbado.
—Buen chico—sus labios se movían
pero los sentía acompasados con su voz, pero tal vez era sólo el
embrujo de estar cerca de alguien como ella.
—El mejor—susurré conteniendo mis
deseos.
—¿Sabes?—dijo girando su rostro
por completo hacia mí, recostándose en el diván y mirándome como
si fuese un animal salvaje que sabes que terminará atacándote—.
Físicamente podrías pasar por un hijo de Marius, pero él no opina
lo mismo que tú en cuanto a mi carácter.
—Marius cree que el único que puede
tener carácter es él—repliqué ligeramente molesto— ¡Se
equivoca!—estallé quizás porque estaba tenso. Ella lograba
ponerme nervioso.
—En muchas cosas—murmuró llevando
su mano derecha a sus labios, acariciándolos de forma sutil para
luego dejar que su mano recorriera su cuello y tocara los mechones
más largo de su cabello. Parecían movimientos medidos, pero creo
que sólo estaba pensando sobre nuestras palabras.
—A mí me pareces excitante y
seductora—dije inclinándome sobre ella—. Tan misteriosa, hermosa
y con esos labios que seguro me harían arder—mis labios quedaron
cerca de los suyos y podía ver sus ojos cerrarse unos segundos, como
si meditara qué hacer.
—¿Me complacerías?—me tomó del
rostro con sus manos dejando que sintiera la frialdad de éstas.
Seguramente había ayunado algunos días, por no decir semanas, y se
había topado conmigo en su cacería.
—Mucho mejor que Marius—esa
respuesta provocó que riera y me acomodara mejor sobre ella, pues su
brazo derecho rodeó mi cuello y su mano izquierda se apoyó en mi
cadera.
—¿Lo harías ahora mismo?—preguntó
abriendo sus piernas como invitación.
—Pandora... —me sentí tentado al
notar sus pechos pegados a mi torso y todo mi cuerpo sobre ella, así
que no pude hacer otra cosa que besarla con hambre y gula.
Mis manos recorrieron su figura
sintiendo sus carnes duras, casi como si tocara una escultura, bajo
mis dedos. Pero era excitante porque ella, como todos, seguía
respirando como si necesitara propulsar el aire en sus pulmones. Sus
senos se movían suavemente y al bajar el escote, el cual era
terriblemente atractivo, puse observarlos moviéndose suavemente con
aquellos pezones cafés que aún no se habían endurecido. Hundí mi
rostro entre ambos pechos y besé, lamí y mordí el hueco entre
ellos. Mis dedos presionaban ambos masejaándolos mientras su mano
derecha se merdía en mi melena, tirando y enredando sus dedos.
Sus pezones me llamaban poderosamente
la atención porque eran gruesos. No dudé ni un instante en
succionarlos apretándolos con mis labios fuertemente. Ella dejó
escapar varios gemidos mientras buscaba como sujetarse con su mano
izquierda, apoyándose en el borde del diván y prácticamente en el
biombo de alegres estampados que tenía tras su espalda.
Me aparté de ella para quitarme la
ropa. La levita cayó sobre un sillón y tras él fue la camisa y el
pantalón. La ropa interior quedó regada en el suelo junto a mis
botas. Pandora me miraba apretando sus pechos entre sus manos con una
expresión libidinosa. Por eso mismo, porque ella parecía desearlo
con una necesidad brutal, la arrojé al suelo sobre la alfombra.
Sus cabellos quedaron esparcidos sobre
los distintos entramados de la tela, sus prendas comenzaron a vestir
el suelo en cualquier dirección y pronto su cuerpo quedaba desnudo
frente a mí. Tenía un vientre liso y suavemente marcado, con unas
caderas ligeramente estrechas y unas piernas largas. Poseía una mata
alborotada de cabello negro cubriendo su sexo, lo cual era incluso
excitante en ella. Su boca se encontraba entreabierta provocando que
mis deseos aumentaran.
—Muéstrame tu pasión—susurró
estirando sus manos hacia mí para abarcarme entre sus brazos, pero
me negué.
Abrí sus piernas acariciando sus
tobillos, rodillas y muslos con mi boca con sutiles besos. Ella me
miraba apretando sus pechos, pellizcando sus pezones y ofreciéndose
a mí completamente decidida a sentirme. Besé la calidez de sus
ingles, pues estaban tibias, y aparté el vello púbico para
introducir mi lengua entre sus labios inferiores. Aquella boca
inferior y cálida comencé a sentirla húmeda, sobre todo cuando
succioné con pasión. El vientre de Pandora se encogía suavemente
con espasmos, sus manos buscaban mis cabellos y cuando logró tomarme
de la cabeza me hundió con pasión en ella.
Mi lengua recorría cada milímetro de
aquella piel suave, húmeda, cálida y salada. No podía dejar de
notar sus fluidos llenar lentamente mi boca y provocar que mi vientre
cosquilleara. Bajé mi mano izquierda a mi sexo y comencé a
masturbarme. Agarré bien el tronco de mi miembro y apreté con deseo
el glande, después inicié una masturbación lenta. No estaba por
completo duro, pero pronto lo estaría. Ella gemía mi nombre
repetidamente mientras sus piernas flaqueaban.
Nuestros cuerpos comenzaban a sudar.
Las pequeñas perlas sanguinolentas cubrían nuestras figuras. Tenía
sus senos temblorosos como su respiración y su voz. Cuando me
incorporé coloqué mis manos a ambos lados de su cabeza y ella me
miró completamente fascinada. Sus manos fueron a mi rostro y buscó
mi boca. Los besos eran desesperados y aún más cuando ella me
ofreció su sangre, pues se cortó la lengua y me dio un profundo
beso que me electrocutó.
—Hazme sentir una mujer en tus
brazos—dijo abrazándome mientras colocaba sus manos en mis
hombros, abría sus piernas y permitía que la penetrara de una sola
vez.
Creí volverme loco cuando noté la
presión rodeando mi sexo. Hundí mi rostro en su cuello y rocé con
mi nariz su oreja mientras me movía suavemente. Sin embargo no tardé
en llevar un ritmo fuerte, rápido y profundo. Ella gemía aún más
y yo la acompañaba. Cada movimiento era distinto y a la vez similar.
Ella arqueó la espalda y permitió que su pelvis chocara con la mía.
Era de una estatura más menuda, pero eso no importaba. Era capaz de
tocarla por completo.
Pandora tenía treinta y cinco años
cuando fue transformada, por lo tanto estaba en una de las mejores
épocas de una mujer. Conoció dos esposos y finalmente Marius la
transformó. Ella era fuerte, decidida y en esos momentos mías. Sus
gemidos y lamentos de placer eran por mi causa. Cerré los ojos
hundiéndome en su cuello y noté como ella perforaba mi garganta,
bebía algunos tragos y finalmente gemía llegando al orgasmo. Yo
tomé impulso y me moví aún más rápido. Segundos después me
hundía por completo en ella y liberaba mi semen. Ella aún tenía
ligeros espasmos, tenía las manos cerradas tirando de mi pelo y sus
piernas temblaban. Por mi parte noté un calambrazo tan placentero
que ni pensé en soportarlo ni un minuto más.
Ella comenzó a llenarme de besos y
caricias mientras recuperaba la compostura. Sin embargo tuve que
quedarme tirado en el suelo de mármol permitiendo que me acariciara
y besara. Sus besos eran agradables y curaban durante algunos minutos
la soledad de mi alma. Me dormí, al igual que ella, pero desperté
temprano para marcharme.
Antes de irme, como todo buen
caballero, la dejé recostada en el diván con su capa cubriendo su
cuerpo. La contemplé dormida, extasiada y plena. No comprendía como
Marius podía querer dominarla fuera de la cama, pues Pandora era una
mujer que únicamente dejaría que otros decidieran en su lecho. Rocé
sus labios con los míos y recogí mi ropa vistiéndome de camino a
la puerta.
Permanecí otra noche en París, pero
no coincidimos. Decidí pensar que las mujeres como ella necesitaban
liberarse de vez en cuando y yo había sido su gran liberación.
Sabía que ni ella ni yo seríamos los mismos, pues nos habíamos
llevado ambos un trozo de soledad del uno y del otro.
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