Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 29 de marzo de 2014

A solas en París

A solas en París son unas memorias de Pandora y mías. Espero que disfruten.

Lestat de Lioncourt

Hacía prácticamente un año que no visitaba París. Era una ciudad a la cual acudía con cierta nostalgia por numerosos sucesos, a veces la pesadumbre me aislaba de los buenos momentos y en otros recordaba con energía mis primeros días como inmortal. El contraste que sufría entre ambos estados era similar a un volcán entrando en erupción en medio de un glaciar. Todo había comenzado allí y parecía que estaba maldito desde aquellos días. Su suelo tenía huellas de mis pisadas durante muchos siglos. Francia era un país decadente cuando me marché y se convirtió en símbolo de nuevos proyectos, esperanza y libertad. Sin embargo yo no encontraba esperanza alguna en sus ciudades.

Es la ciudad del amor, aunque para mí es la ciudad de las desgracias. Había acudido allí pensando que quizás se encontraba entre sus calles evocando nuestros días felices. Rowan y yo nos habíamos casado hacía prácticamente once meses en una de las iglesias cercanas a Notre Dame. Corrimos por las calles como dos chiquillos, igual que hice con Gabrielle, y le hice creer que siempre sería libre en mis brazos. Ella reía como nunca la he visto reír y creyó firmemente en mis palabras, pues de eso estoy más que convencido. Aún podía verla a mi lado vestida de blanco riguroso, el cabello suelto y los labios pintados con un poco de labial rosado.

Su cuerpo era delgado, como una vara, pero tenía unas curvas sutiles cuando llegabas a sus senos y caderas. Había elegido un vestido simple con mangas de encaje, la falda tenía vuelo pero no volumen y su cintura quedaba muy marcada. Me recordaba a un vestido medieval, pero con un escote muy sugestivo en forma de sutil corazón. Hacía que su figura pareciera un nardo en pleno mar de oscuridad suavemente iluminado por las luces.

Juré que siempre la amaría frente a un altar iluminado con pequeñas velas, con aroma a flores frescas e incienso en el aire, y sus manos entre las mías. Pocos habían sido testigos del enlace debido a la necesidad de hacerlo lo antes posible. Sin embargo ahora me doy cuenta que no tuvimos una ceremonia típica y posiblemente jamás tendríamos otra.

Me descubrí apoyado en el muro de aquella misma iglesia; tenía la espalda completamente pegada a la rugosa pared, y mi cabeza se movía como la de un ebrio que niega y pide más vino. Mis largos dedos palpaban como cualquier ciego los bloques de piedra que formaban la alta y gruesa pared. Sabía que debía parecer un loco bien vestido con una levita con botones de camafeo, tan oscura como el propio cielo, unos pantalones de cuero, botas de estrella del rock y una camisa de chorreras con un encantador encaje en los puños. Posiblemente cualquiera que me viese pensaría que necesito ayuda para volver a ser encerrado en un manicomio de por vida.

—Joven Lestat—aquella voz me sobresaltó.

No había tenido conocimiento de su presencia debido a mi estado. Sin embargo allí estaba aquella hermosa figura suavemente iluminada por una farola. Sus cabellos caían sobre su cuerpo como el manto de una virgen. Realmente podía pasar por una de esas esculturas hermosas, afligidas y tentadoras de lo divino y lo prohibido. Cualquier devoto que la hubiese visto se habría arrodillado ante ella, con los dedos de sus manos entrelazados, para suplicar un milagro. Sus ojos oscuros estaban tras unas gafas, eran ligeramente oscuras, y le daban a su rostro un aspecto más mundano. Posiblemente era el mismo aspecto que yo poseía con mis lentes violetas.

—Pandora—dije casi sin aliento—. ¿Qué haces aquí? Desconocía que te hallaras en París.

—Hace mucho tiempo que visito la ciudad, aunque he estado nuevamente en Rusia e Inglaterra. Sin embargo París tiene algo que me llena—susurró con aquellos labios pintados de rosa pálido. Su piel era muy blanca, casi parecía mármol, pero con el ligero toque de maquillaje hasta parecía sonrosada.

—Claro, lo olvidaba—susurré apartándome de la pared mientras la observaba deleitándome con cada detalle.

Sus pechos estaban perfectamente proporcionados, su cintura era extremadamente llamativa para mí y sus brazos parecían querer rodearme invitándome a llorar en su hombro. Llevaba un vestido negro y usaba una capa con capucha, sólo que esta no estaba colocada en su lugar. Sus hombros estaban cubiertos pero podía imaginarlos, al igual que la forma de sus piernas. Sin duda alguna Pandora podía provocar que cualquier hombre reparara en ella incluso si vestía harapos.

—¿No te acompaña David?—preguntó frunciendo ligeramente el ceño, pero rápidamente lo suavizó.

Posiblemente le buscaba porque le había causado un fuerte impacto. Sin duda él era un enigma debido a ser un anciano entre los humanos, pero con rostro joven y eterno. No tenía más de unos años cuando se tropezó con ella justo cuando estaba en plena cacería. Fue un diálogo corto, pero intenso, donde mostró sus hábiles dotes de seducción. No obstante desconocía si seguían viéndose con frecuencia, pues de ciertos temas ni él ni yo hablábamos.

—No, estoy solo—respondí aproximándome hasta una distancia de unos dos metros.

—Parecías...

—Hundido—dije sin permitir que dijera algún eufemismo—. No te cortes y tómate la libertad de confesar cuan hundido, miserable y acabado me veo—ella sonrió como lo haría una madre. Creo que me tuvo lástima en ese momento, pero sólo fue una fracción de segundo.

Odiaba causar lástima en otros. Yo no había venido al mundo para que otros se compadecieran de mí de ese modo. Sin embargo no podía hacer nada. Era cierto que debía parecer hundido y prácticamente finiquitado de éste mundo. Se habían llevado mi corazón. Aunque tal vez seguía en su sitio, físicamente, era el icono de mis sentimientos más profundos y sinceros. Rowan se había llevado la esperanza y la pasión que tanto me habían hecho famoso. Sin embargo mis noches de correrías, el glamour de matar una presa tras tener sexo salvaje y el placer de volar por los aires como si no hubiese mañana habían regresado. Todos sabían que no había nada ni nadie que encarcelara a la bestia, pues la bestia se había quedado sin domador y todo era un enorme circo que huía espantado ante su fiereza.

Repuse entonces que ella solía arrancarle el corazón a sus víctimas y beber directamente de éste. Disfrutaba quitándole todo el color al músculo más importante de nuestro cuerpo. Era simbólico que se llevase el corazón de sus presas, los pobres y patéticos humanos que ella elegía con frialdad y elegancia, porque justo era eso lo que muchas veces había quedado maltrecho. Desde las acusaciones a su familia y la muerte atroz de ésta, el dolor de partir lejos de Marius o verse en sueños grotescos durante años la hizo una mujer aventurera, dispuesta a conocer mundo y sin deseos de ser atrapada por el amor. Sin embargo ella había amado aunque jurara que no lo había hecho lo suficiente y quería volver a sentir que era eso. Había amado a su familia, a Flavius, Marius y Arjun. Yo lo sabía y podía notarlo. Incluso había amado incondicionalmente a Ovidio. Sí, ella amaba a Ovidio del mismo modo que yo amaba a Beethoven o Mozart.

—Sufres por amor—dijo colocándose bien la capa para acercarse a mí y tener el atrevimiento de tocar mi rostro. Sus largos dedos me provocaron un escalofrío que recorrió toda mi columna vertebral. Era un delicioso hormigueo que levantaba mi vello y lo erizaba. Sus enormes ojos parecían gemas sin vida, pero ocultos tras esas lentes tenían un toque humano—. El príncipe de todos los desastres sufre por amor—esbozó una sonrisa que borró rápidamente—. No permitas que una mujer rompa tu vida. Más bien, no permitas que nadie rompa tu vida. Sé cuanto duele perder una familia, pero también sé que ambos hemos sabido levantarnos—sus manos eran blancas, frías y sus uñas brillaban aunque las había intentado ennegrecer con un poco de ceniza. Me miró a los ojos y yo la estreché primero, pues ella me abrazó poco después.

Juro que hacía mucho tiempo que no abrazaba de ese modo a una mujer. La tomé por la cintura con mis brazos, rodeándola como si fuera una rosa perfecta, mientras buscaba sus pómulos para arrojar besos llenos de cariño. Se había acercado a mí movida por la curiosidad, quizás, pero me estaba demostrando un afecto que me enternecía. Ella se apartó de mí para verme dispuesta a contarme todo de primera mano, pero a la vez sabía que tenía muchos misterios que jamás revelaría. Ni siquiera se lo había revelado a David.

—¿Aún existe ese café?—pregunté inclinándome hacia ella para susurrar a su oído aquellas mágicas palabras.

—Sí, pero prefiero que vayamos a mi casa—dijo colocando sus manos sobre mi levita.

Sus ojos recorrieron los camafeos reconociendo a las musas. Creo que aquello le gustó y fue un acierto que la usara aquella noche, como si realmente me hubiese preparado para una cita. Era el destino quizás aunque no estaba seguro de ello. Tal vez todo ocurría por algún extraño motivo.

—¿No molestaré?—susurré con ciertas dudas.

—No—respondió estallando en pequeñas risotadas—. Tú preguntando si molestas. Seguramente Marius creería que hay una trampa—su rostro se vio relajado por unos momentos y me pareció mil veces más hermosa que antes—. Hoy me encuentro sola. Arjun comprende que hay momentos que necesito cierta libertad.

La sola idea de pasar la noche junto a ella me parecía idílica. Estar lejos de mis pensamientos y hablar de arte, momentos históricos clave que ni siquiera yo conocía bien y disfrutar de su voz, la cual es muy hermosa, me parecía lo mejor. No era David ni ninguno de mis habituales contertulios, podía disfrutar de una mente brillante y enérgica. Ella siempre me pareció fuerte como mi madre y toda una dama.

—Estamos a dos calles así que no te haré caminar demasiado—dijo tomándome del brazo derecho para echar a caminar conmigo.

Recuerdo cada uno de esos pasos como si fueran pisadas hacia el cielo, allá donde nos esperan las almas puras y la felicidad eterna. Quería alejarme a toda consta de mi dolor y conversar parecía la mejor opción. Su voz sería el bálsamo para mis heridas, sus brazos quizás alas de un ángel muy distinto a los descritos en la Biblia y su duro cuerpo el mejor respaldo.

Durante el camino no hablamos demasiado, pero sí nos observamos mutuamente. Jamás habíamos estado tan cercano uno del otro. La primera vez que la vi Akasha agonizaba prácticamente. Supe que era la mujer que amaba Marius porque él se encargó de confesármelo. Se veía extremadamente hermosa y peligrosa. Nunca tuve miedo hacia ella aunque algunos vampiros jóvenes sí temen que ella les dañe, si bien no lo hará jamás si consigues demostrar que tu temor se pierde y queda tan sólo la admiración.

Su vivienda resultó encontrarse en una de las avenidas más transitadas y hermosas de París. No muy lejos se podía ver la Torre Eiffel que recientemente había cumplido sus ciento veinticinco aniversario, la cual se hallaba iluminada en esos momentos. Una enorme estructura que jamás se desmontó tras la Exposición Universal de París de 1889 y que se halla muy próxima al Sena, río que Pandora suele visitar para deshacerse de los cuerpos de sus víctimas. Sin duda no había elegido aquel elegante edificio de bonitos balcones de hierro, hermosa entrada y gloriosas vistas.

No muy lejos de su bonito edificio de ladrillos vistos, elegantes balcones de hierro y grandes ventanales, se hallaba unas tiendas de artículos de lujo y unos cafés que siempre estaban abarrotados fuese cual fuese la hora. El murmullo de las risas, el diálogo embriagador de los jóvenes conquistándose mutuamente, el rugido de las camas agitándose no muy lejos de allí, las discusiones de política al calor de una taza de café y el crujido de la doblez de un periódico era maravilloso. Pero aún era aún más el suave sonido que emitían sus pasos al rozar su tela el cuerpo de Pandora. Era como un figurín perfecto de moda, pero con más curvas y una belleza absolutamente deslumbrante.

Nos adentramos en el hall del edificio, allí donde un portero nos daba la bienvenida, mientras ella caminaba a paso firme hacia el ascensor. Tenía tan sólo cinco plantas, con el vestíbulo, pero no importaba en absoluto usar aquel invento hasta llegar al tercero donde se hallaba su apartamento. Ella había adquirido los tres que había en la planta, para unirlos y convertilos en un espacio fastuoso y elegante.

—Toda la planta es mía—me confesó quitándose la capa para doblarla y dejarla en su brazo—. Creo que hay algo que te llamará sumamente la atención.

—¿Algo más que tu belleza? Lo dudo cariño—dije tomando su mano derecha entre las mías para acercarla a los labios y besarla sin más. Mis labios eran algo más cálidos que su piel de hielo, algo que me estremeció pero que sin duda esperaba.

—Vaya, lo había olvidado—susurró cuando me incorporé y nuestras miradas se cruzaron.

—¿Qué cosa?—contesté mientras veía como las puertas del ascensor se abrían.

—Lo coqueto que dicen que eres—dijo con una leve sonrisa mientras salía primero directa a una puerta de madera gruesa, pesada y que posiblemente era la entrada al apartamento.

Me sorprendió que hablara de mi arrolladora forma de juguetear. Siempre me había gustado cautivar a cualquiera que estuviese frente a mí, sin importarme su sexo o edad, deseando que cayeran en mi trampa y pudiera así envolverlos en mis halagos. A veces sólo lo hacía por estallar en éxtasis y otras veces por mera gula para saciar mi sed. Sin embargo en ella lo creía. Era fiel creyente de la belleza que ella mostraba regalándosela al mundo con total naturalidad. Sin duda era una mujer asombrosa.

—¿Quién lo dice?—pregunté alzando mi ceja derecha con cierta curiosidad, no obstante terminé carcajeándome.

—Todos—susurró girándose suavemente para mirarme a los ojos.

No guardé las distancias y me aproximé más a ella, quedando pegado a su cuerpo mientras me inclinaba para rozar sus mejillas con mi boca. Comencé a besar su rostro, cuello y lóbulos de sus orejas. Mis manos acariciaban sus cabellos oscuros mientras podía sentir que ella me juzgaba.

—¿Qué todos?—mis pupilas se clavaron en las suyas y sentí deseos de atraparla entre mis brazos para siempre.

—Desde el inmortal más viejo al más joven y desde tus enemigos a tus amados mortales—colocó sus manos sobre mi torso y acarició con sutileza algunos mechones de mis rubios cabellos. Era como oro sobre las solapas oscuras de mi levita—. Todos son todos, Lestat—sonó tajante esa afirmación, pero lo hizo con una sonrisa seductora que me atrapó aún más.

—Mi fama me precede—esbocé una sonrisa canalla mientras colocaba mis manos en sus caderas.

—Hay muchas cosas que he oído de ti, así como he leído—respondió tomando mis manos para apartarlas de ella con una elegancia infinita.

Se giró sacando de su cuello una cadena, prendida a ésta había una llave y abrió la cerradura de la puerta. Tenía la espalda encorvada como un gato molesto, pero podía notar que su energía no se había alterado sino que estaba relajada.

—¿Cómo cuales?—pregunté acercándome a ella mientras entrábamos en el elegante apartamento.

El suelo era de mármol blanco, había columnas de ese material, las cortinas eran color rojo pasión y también el tapizado de los muebles. Había objetos de oro, algunas esculturas a viejos dioses, varios lienzos muy hermosos de paisajes de París de principios de siglo, Londres y Roma. Al fondo, en una de las alas de la casa, se veía el inicio de una inmensa biblioteca. Sentí deseos de acercarme a ella.

—Que tomaste la sangre de Cristo—declaró con firmeza quitándose las gafas mientras me miraba con aquellos ojos profundos, los cuales la hacían parecer ciega.

—Son cosas que no quiero recordar porque me agrían la noche. Siento que quedó en el pasado y toda esa locura de ser santo que...—comencé a balbucear.

—Ah sí, querías ser santo—dijo cortando mi frase—. No puedo olvidar esas memorias donde confesaste querer repartir bondad y alegría al mundo.

—Así es—asentí observando las molduras del techo, las cuales tenían florituras muy hermosas, y las numerosas lámparas que colgaban del techo con sus miles de lágrimas.

—Pero tú no eres bueno Lestat—susurró riendo bajo—. Todos nosotros tenemos una sed que nos hace ser crueles.

—Además soy egoísta, egocéntrico y tozudo—proclamé con énfasis en cada uno de mis rasgos más loables, aunque realmente no debería sentirme orgulloso de ellos.

—Comparto contigo la tozudez—alzó sus negras cejas en aquel rostro tan perfecto y duro por el paso de los siglos—. No creo que sea malo un poco de carácter—dijo encogiéndose de hombros mientras se giraba sobre sí misma para ir a uno de los salones.

Tenía varios divanes llenos de cojines rojos ribeteados de cordones dorados, los mismos que recogían las cortinas, y decidió quitarse los zapatos bajos que llevaba. Sus pies me parecieron muy atractivos, igual que sus tobillos, pero no dije nada.

—Y más si es en una mujer como tú—respondí con total sinceridad—. ¿Puedo tratarte de tú? Por favor, Pandora.

—Ya lo has empezado a hacer hace rato—dijo sin mostrar molestia alguna—. No tienes que pedir permiso porque tratarme de usted me hace sentir mucho más vieja, acabada y distante a tu generación.

Ella me hizo un gesto simple para que me sentara a su lado. Podía respirar su aroma, sentir su piel prácticamente pegada contra la mía. Aquellas prendas aunque eran amplias caían demasiado bien en su figura. Podía imaginarla desnuda con esos pechos llenos de pezones morenos. Incluso podía imaginar la mata de pelo negro entre sus piernas, sus muslos redondeados y firmes, sus rodillas diminutas comparadas con sus largas piernas. Sí, una mujer llena de feminidad y rasgos muy concretos. Necesitaba beber de sus labios enredando mi lengua con la suya.

—Te tutearé entonces—dije sentándome ciertamente perturbado.

—Buen chico—sus labios se movían pero los sentía acompasados con su voz, pero tal vez era sólo el embrujo de estar cerca de alguien como ella.

—El mejor—susurré conteniendo mis deseos.

—¿Sabes?—dijo girando su rostro por completo hacia mí, recostándose en el diván y mirándome como si fuese un animal salvaje que sabes que terminará atacándote—. Físicamente podrías pasar por un hijo de Marius, pero él no opina lo mismo que tú en cuanto a mi carácter.

—Marius cree que el único que puede tener carácter es él—repliqué ligeramente molesto— ¡Se equivoca!—estallé quizás porque estaba tenso. Ella lograba ponerme nervioso.

—En muchas cosas—murmuró llevando su mano derecha a sus labios, acariciándolos de forma sutil para luego dejar que su mano recorriera su cuello y tocara los mechones más largo de su cabello. Parecían movimientos medidos, pero creo que sólo estaba pensando sobre nuestras palabras.

—A mí me pareces excitante y seductora—dije inclinándome sobre ella—. Tan misteriosa, hermosa y con esos labios que seguro me harían arder—mis labios quedaron cerca de los suyos y podía ver sus ojos cerrarse unos segundos, como si meditara qué hacer.

—¿Me complacerías?—me tomó del rostro con sus manos dejando que sintiera la frialdad de éstas. Seguramente había ayunado algunos días, por no decir semanas, y se había topado conmigo en su cacería.

—Mucho mejor que Marius—esa respuesta provocó que riera y me acomodara mejor sobre ella, pues su brazo derecho rodeó mi cuello y su mano izquierda se apoyó en mi cadera.

—¿Lo harías ahora mismo?—preguntó abriendo sus piernas como invitación.

—Pandora... —me sentí tentado al notar sus pechos pegados a mi torso y todo mi cuerpo sobre ella, así que no pude hacer otra cosa que besarla con hambre y gula.

Mis manos recorrieron su figura sintiendo sus carnes duras, casi como si tocara una escultura, bajo mis dedos. Pero era excitante porque ella, como todos, seguía respirando como si necesitara propulsar el aire en sus pulmones. Sus senos se movían suavemente y al bajar el escote, el cual era terriblemente atractivo, puse observarlos moviéndose suavemente con aquellos pezones cafés que aún no se habían endurecido. Hundí mi rostro entre ambos pechos y besé, lamí y mordí el hueco entre ellos. Mis dedos presionaban ambos masejaándolos mientras su mano derecha se merdía en mi melena, tirando y enredando sus dedos.

Sus pezones me llamaban poderosamente la atención porque eran gruesos. No dudé ni un instante en succionarlos apretándolos con mis labios fuertemente. Ella dejó escapar varios gemidos mientras buscaba como sujetarse con su mano izquierda, apoyándose en el borde del diván y prácticamente en el biombo de alegres estampados que tenía tras su espalda.

Me aparté de ella para quitarme la ropa. La levita cayó sobre un sillón y tras él fue la camisa y el pantalón. La ropa interior quedó regada en el suelo junto a mis botas. Pandora me miraba apretando sus pechos entre sus manos con una expresión libidinosa. Por eso mismo, porque ella parecía desearlo con una necesidad brutal, la arrojé al suelo sobre la alfombra.

Sus cabellos quedaron esparcidos sobre los distintos entramados de la tela, sus prendas comenzaron a vestir el suelo en cualquier dirección y pronto su cuerpo quedaba desnudo frente a mí. Tenía un vientre liso y suavemente marcado, con unas caderas ligeramente estrechas y unas piernas largas. Poseía una mata alborotada de cabello negro cubriendo su sexo, lo cual era incluso excitante en ella. Su boca se encontraba entreabierta provocando que mis deseos aumentaran.

—Muéstrame tu pasión—susurró estirando sus manos hacia mí para abarcarme entre sus brazos, pero me negué.

Abrí sus piernas acariciando sus tobillos, rodillas y muslos con mi boca con sutiles besos. Ella me miraba apretando sus pechos, pellizcando sus pezones y ofreciéndose a mí completamente decidida a sentirme. Besé la calidez de sus ingles, pues estaban tibias, y aparté el vello púbico para introducir mi lengua entre sus labios inferiores. Aquella boca inferior y cálida comencé a sentirla húmeda, sobre todo cuando succioné con pasión. El vientre de Pandora se encogía suavemente con espasmos, sus manos buscaban mis cabellos y cuando logró tomarme de la cabeza me hundió con pasión en ella.

Mi lengua recorría cada milímetro de aquella piel suave, húmeda, cálida y salada. No podía dejar de notar sus fluidos llenar lentamente mi boca y provocar que mi vientre cosquilleara. Bajé mi mano izquierda a mi sexo y comencé a masturbarme. Agarré bien el tronco de mi miembro y apreté con deseo el glande, después inicié una masturbación lenta. No estaba por completo duro, pero pronto lo estaría. Ella gemía mi nombre repetidamente mientras sus piernas flaqueaban.

Nuestros cuerpos comenzaban a sudar. Las pequeñas perlas sanguinolentas cubrían nuestras figuras. Tenía sus senos temblorosos como su respiración y su voz. Cuando me incorporé coloqué mis manos a ambos lados de su cabeza y ella me miró completamente fascinada. Sus manos fueron a mi rostro y buscó mi boca. Los besos eran desesperados y aún más cuando ella me ofreció su sangre, pues se cortó la lengua y me dio un profundo beso que me electrocutó.

—Hazme sentir una mujer en tus brazos—dijo abrazándome mientras colocaba sus manos en mis hombros, abría sus piernas y permitía que la penetrara de una sola vez.

Creí volverme loco cuando noté la presión rodeando mi sexo. Hundí mi rostro en su cuello y rocé con mi nariz su oreja mientras me movía suavemente. Sin embargo no tardé en llevar un ritmo fuerte, rápido y profundo. Ella gemía aún más y yo la acompañaba. Cada movimiento era distinto y a la vez similar. Ella arqueó la espalda y permitió que su pelvis chocara con la mía. Era de una estatura más menuda, pero eso no importaba. Era capaz de tocarla por completo.

Pandora tenía treinta y cinco años cuando fue transformada, por lo tanto estaba en una de las mejores épocas de una mujer. Conoció dos esposos y finalmente Marius la transformó. Ella era fuerte, decidida y en esos momentos mías. Sus gemidos y lamentos de placer eran por mi causa. Cerré los ojos hundiéndome en su cuello y noté como ella perforaba mi garganta, bebía algunos tragos y finalmente gemía llegando al orgasmo. Yo tomé impulso y me moví aún más rápido. Segundos después me hundía por completo en ella y liberaba mi semen. Ella aún tenía ligeros espasmos, tenía las manos cerradas tirando de mi pelo y sus piernas temblaban. Por mi parte noté un calambrazo tan placentero que ni pensé en soportarlo ni un minuto más.

Ella comenzó a llenarme de besos y caricias mientras recuperaba la compostura. Sin embargo tuve que quedarme tirado en el suelo de mármol permitiendo que me acariciara y besara. Sus besos eran agradables y curaban durante algunos minutos la soledad de mi alma. Me dormí, al igual que ella, pero desperté temprano para marcharme.

Antes de irme, como todo buen caballero, la dejé recostada en el diván con su capa cubriendo su cuerpo. La contemplé dormida, extasiada y plena. No comprendía como Marius podía querer dominarla fuera de la cama, pues Pandora era una mujer que únicamente dejaría que otros decidieran en su lecho. Rocé sus labios con los míos y recogí mi ropa vistiéndome de camino a la puerta.


Permanecí otra noche en París, pero no coincidimos. Decidí pensar que las mujeres como ella necesitaban liberarse de vez en cuando y yo había sido su gran liberación. Sabía que ni ella ni yo seríamos los mismos, pues nos habíamos llevado ambos un trozo de soledad del uno y del otro.  

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Lestat de Lioncourt