Armand me ha pedido que exprese su sentimientos en este momento. No tengo nada mejor que hacer así que aquí va.
Me siento tan vacío, en estos
momentos, que podría decirse que mi corazón se ha convertido en un
desierto gélido; aunque podría aproximarse más a un rubí de color
escarlata, el cual brilla en la oscuridad sin compasión alguna. Mis
manos acarician frívolas el cristal de la ventana mientras observo
las gotas de lluvia, que recorren la superficie, sintiendo a lo lejos
la furia del viento agitando las altas plataneras. Llueve de nuevo en
plena primavera, aunque sin frío ni humedad suficiente para
abrigarme demasiado. Quiero gritar y hacer estallar el espejo que hay
a mis espaldas, necesito herir de forma salvaje a cualquiera que se
enfrente a mí y arrullar versos crueles en el cráneo de mi víctima.
Sin embargo permanezco inmóvil sintiendo como mis ojos se bañan en
lágrimas, mis manos juran que sólo juegan a escribir su nombre y mi
cuerpo tiembla.
Él siempre desaparece tal y como ha
venido a mi vida. Fue el reflejo de mi único amor puro y solemne.
Quizás él se llevó mi corazón cuando ambos nos entregamos
mutuamente. No lo sé. Sólo comprendo que no tiene sentido amar a
otro más allá de sus labios fríos, sus ojos gélidos y sus manos
manchadas de pintura. He amado a Lestat, y creo que aún lo amo, pero
no se compara con el amor que él acapara gran parte de mi alma. Mis
pensamientos siempre son suyos, como mi cuerpo y todo lo que tengo.
Quizás no quiero moverme de aquí,
justo donde estoy, porque tengo la esperanza que él me buscará, me
encontrará y me tomará entre sus brazos jurándome que fue un
descuido. Si bien llevo siglos esperando ese momento y ahora lo
anhelo más que nunca. Me han vuelto a dañar con juegos propios de
niños y él es el único que lograría sosegarme. No obstante no veo
sus dedos secar mis lágrimas, ni sus labios rozar mis mejillas o su
voz jurarme que no volverá a ocurrir. Sólo escucho el eco lejano de
la lluvia y como el viento azota las plantas.
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