Recuerdo perfectamente nuestra última
conversación. Aún hacía frío. La primavera no llegaría hasta
pasado un mes y New Orleans vivía una pequeña ola de bajas
temperaturas. A pesar de todo estábamos en el jardín. Te había
descubierto caminando de un lado a otro, acariciando algunas plantas
y dejando tus manos en los troncos de los retorcidos árboles que
esperaban la llegada del buen clima. Tus enormes ojos grises parecían
fieros y tiernos, como antaño, y pensé que podría correr hacia ti,
quedarme entre tus brazos y apoyar mi cabeza en tu pecho.
Te pedí con un simple gesto que nos
sentáramos en uno de los bancos. Tu expresión era seria y firme.
Tenías la mandíbula apretada, tus ojos perdidos en la lejanía y
sus hombros parecían tensos. Todo tu cuerpo parecía tenso. Sin
embargo yo me refugié en ti.
—Ya no eres un niño—te quejaste al
ver que te abrazaba.
—Lo necesito—respondí.
—Eres un sentimental—dijiste al
apartarme—. Debería darte vergüenza necesitar a tu madre a tus
años—tus manos acariciaron mis leoninos cabellos y dejaron algunas
caricias en mis mejillas, frente y labios—. Todo un malcriado.
—¿Por qué te vas? Sé que te
irás—fruncí el ceño apretando las manos intentando controlar mi
dolor.
—Es necesario—te echaste a reír
como si te hubiese contado un chiste, pero no había dicho nada que
pudiera arrancarte aquellas carcajadas—. Es el ciclo de la vida. No
voy a morir, pero creo que debes caminar solo. Además tienes a esa
bruja, los mortales que te rodean, una familia de vampiros y ese
perro que está destrozando parte del jardín—soltó otra carcajada
negando—. Tú y los animales. Desde pequeño te gustaron. Creo que
incluso te gustaban esos lobos que tuviste que matar.
—¡Mojo!—grité furioso al ver que
era cierto y él sólo salió corriendo huyendo de cualquier
regañina—. Oh, madre... —dije girando la vista y echándome
hacia atrás en el banco—. Tener a muchos a mi alrededor no quita
que...
—Yo apareceré cuando realmente me
necesites, cuando tus fuerzas ya no estén, y en ese momento me verás
nuevamente contigo. Si he venido ahora es porque quería ver con mis
propios ojos al príncipe de los vampiros. Has conseguido unirlos y
eso es un mérito que...
—¿Un mérito? Ha sido un
milagro—dije golpeándome prácticamente el pecho.
—Tampoco seras tan
egocéntrico—respondiste tocando mi rodilla izquierda y te
levantaste—. Amor mío, espero que la suerte no se tuerza y tengas
mucho éxito—susurraste inclinándote para dejarme un beso suave en
los labios—. Nunca olvides que te quiero. A mi modo, pero te
quiero.
—Madre...
Entonces caminaste hacia el sendero del
jardín y te giraste para echar un vistazo más. Yo lloraba. No tuve
que decirte que te amaba con todo mi ser porque lo sabías. Me sentí
igual que cuando me dejaste en el monasterio siendo un niño. Quería
rodearte con mis brazos, pero a la vez sabía que era justo y
necesario que nos separáramos.
—¡Yo también te quiero, madre! ¡Te
amo!—grité cuando regresaste a tu caminata perdiéndote hacia la
verja de entrada.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario