Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 24 de marzo de 2014

No discutamos, hagamos las paces

Bonjour

Les traemos unas memorias que siguen a las anteriores. ¿Creen que Quinn me perdone lo que ocurrió con Mona?

Lestat de Lioncourt 


Había pasado casi un mes sin noticias de ella. David se encargaba de buscar alguna pista, pero yo estaba siendo terco. Si ella se había ido era porque yo no la hacía feliz. Posiblemente estaba en brazos de Michael Curry cuidándola de una forma que yo desconocía. Él era un hombre atractivo y mucho mejor que yo, a pesar de ser mortal. Su presencia era masculina, firme, poseía una nobleza que traspasaba tu alma con su voz y finalmente unos ojos tan hermosos como los de Tarquin. Un hombre hecho a sí mismo, con un pasado tormentoso y peculiar. Y sobre todo, él era un Mayfair y yo no. Siempre sería considerado un extranjero en un mundo de brujos.

Mi corazón no era el mismo. Puedo decir sin vergüenza alguna, pues no tengo porque ocultar mis miedos, que creía y creo firmemente en haber perdido mi verdadero amor. Un amor que tardó en llegar, pero sin duda me hizo ver lo maravilloso que es amar, proteger y ser leal a tu palabra. Sin duda alguna yo fui fiel. Había sido un hombre con la entereza suficiente para no dejar que alguien me corrompiera. El seductor había muerto durante casi un año de matrimonio, no obstante estaba de regreso y se perdía por los burdeles, locales nocturnos y diversos antros de perversión donde podía encontrar una presa fácil y sexo sin complicaciones.

Nicolas me seguía de cerca. Sabía todos y cada uno de mis pasos. Él me amaba profundamente, pero como bien sabía tenía mis grandes debilidades. A regañadientes aceptaba que las fulanas rozaran mi entrepierna y me hablaran con voz cálida. Yo no estaba dispuesto a volver con él tal y como deseaba. Podía quedarme a su lado, ofrecerle mi compañía, hacerle gozar como antaño y escuchar sus lamentos. Sin embargo no daría fidelidad, pues amaba demasiado la vida que dejé atrás cuando me comprometí aquella bruja.

El barrio francés era uno de mis lugares favoritos. Allí podía encontrar locales con buen ambiente, muy distendido, que no reparaban en hombres como yo. Era como una sombra caminando entre cientos de rostros congestionados por el alcohol, miradas cómplices y sutiles sonrisas. Francamente el mundo había cambiado. Todo lo que conocía era distinta a la realidad que una vez conocí.

Las calles eran mucho más limpias, las viviendas más estables y la gente parecía menos abierta pero era el motivo de los últimos desastres. El agua había anegado todo New Orleans hacía varios años y la reconstrucción fue ardua. En el corazón de todos estaba esa tristeza, pero aún así se celebraba la vida y se disfrutaba.

En una de esas calles, llenas de turistas y personas de todo tipo, sentí una presencia familiar. Observé a mi alrededor buscándolo con la mirada, pero su brazo me atrapó al pasar por un callejón. No me tomó de sorpresa, pero sí su expresión. Sus ojos eran los de un demonio furioso y sus colmillos parecían fieros cuchillos, aunque lo más asombroso y trágico era su rostro cubierto de lágrimas sanguinolentas.

—¡Cómo has podido!—gritó—. ¡Cómo! ¡Yo te admiraba! ¡Te admiraba!

—Tarquin, mon dieu! —dije sorprendido mientras intentaba deshacerme de sus manos alrededor de mi cuello, presionando mis cuerdas vocales y prácticamente rompiendo mi columna. Tenía que hacer algo—. ¡Deja que te explique!

Mis manos se colocaron sobre sus hombros y lo empujé con todas mis fuerzas. Yo era mucho más fuerte que él, aunque tenía en su sangre el poder de dos milenarios. Nuestras miradas se cruzaron mientras rompía a llorar. Tenía la camisa blanca salpicada por sus lágrimas, su chaqueta negra se encontraba algo sucia y también sus zapatos. El aspecto que me ofrecía era lamentable y lastimero, como un gato callejero herido. Sus cabellos estaban revueltos y no perfectamente peinados, como así solía ocurrir.

—Quinn... hermanito...

—¡Hipócrita!—me lanzó aquel insulto dejando que su espalda chocara con el muro contiguo, para luego deslizarse por la pared y terminar sentado con sus largas piernas flexionadas.

—¿Todo esto es por Mona?—quería estar seguro, pero no había otro motivo.

Mona era el único punto en el cual siempre discutíamos. Por lo general nos molestábamos porque él la defendía y yo solía gritar que era una arpía. Naturalmente era mi amor por Rowan lo que alteraba a su Ophelia Inmortal y él como su noble Abelardo, por supuesto, se veía en la encrucijada de estar a su favor.

—¡Sabes lo que simboliza Mona para mí!—espetó llevándose las manos a la cabeza, acariciando su propio cabello y dejando estas en su nuca, para luego apoyar sus muñecas en sus rodillas y seguir sollozando y gritando—. ¡Es la mujer que amo!

—Y ella te ama—dije pestañeando atónito.

—¡Ha ido a tu cama!—me dijo rabioso.

—¿Y?—susurré sin comprender cuál era el problema.

Nunca comprendía porque todos se aferraban a la fidelidad, aunque yo lo había sido con Rowan. Sin embargo la mayoría de mis relaciones habían sido terriblemente abiertas y yo un monstruo sincero, sin corazón a veces, para explicar que me había ido de putas sin siquiera sentirme mínimamente culpable.

—¡Cómo! ¡Cómo puedes decir sólo eso!—su rostro era el de una fiera y como fiera se levantó empujándome con gran parte de su fuerza, pero logré permanecer sin desplazarme más de unos centímetros.

—Ella no me ama como te ama a ti—dije tomándolo de los brazos—. Deberías saber que Mona es un espíritu libre y que no ha sido la primera vez.

—¿Qué?—sus ojos se llenaron de tristeza y decepción, pero sobre todo decepción.

—Hermanito no quieras cubrir tu ceguera—susurré tomándolo entre mis brazos para pasar mis dedos por sus cabellos, despejando su frente y mirándolo como un padre compasivo. Tarquin era terriblemente hermoso y seductor, pero seguía siendo demasiado inocente en muchos aspectos. Por eso mismo le decía hermanito cuando me venía en gana. Era como ver un reflejo torpe y desgarbado, aunque sólo a veces, del vampiro que yo fui. Tenía mi inocencia cuando comencé en el mundo de las tinieblas. Por así decirlo ambos éramos igual de estúpidos, aunque yo intentaba corregir ese hecho últimamente—. Mona ha sido así siempre. Vive rodeada de amantes, aduladores y estúpidos enamorados—hice un inciso para mirarlo a los ojos alzando mi rostro, pues él era varios centímetros más alto que yo—. Sin embargo su corazón es tuyo, pero su cuerpo...

—¿Qué quieres decir con todo eso?—su ceño se frunció y tomó una mirada dolida, pero no conmigo sino quizás consigo mismo.

—Ella me quiere a su modo y yo la adoro, pero eso no implica que seamos pareja—dije apoyando su cabeza en mi pecho, lo cual tenía su gracia. Él estaba encorvado y con sus largos brazos rodeándome, como si fuera un niño, manchando mi chaqueta blanca, así como mi corbata granate y mi chaleco marfil—. Tú y ella sí—le aseguré—. Digamos que su cuerpo es libre, pero su corazón no.

—Lestat...—balbuceó sintiéndose quizás confundido al ver al fin aquello que no deseaba saber.

—Ha tenido otros amantes y lo sabes—levanté su rostro sosteniéndolo entre mis manos y sonreí amargamente—. Quieres negarlo, pero es algo que sabe bien tu corazón.

—Petronia tiene razón—afirmó metiendo a uno de sus creadores—. Por eso mismo no quiere verla en su presencia.

Petronia era una mujer, por decirlo suavemente, que tenía un lado masculino muy agresivo. Era hermafrodita y podía jugar al intercambio de géneros continuamente. Se burlaba de muchos, mentía, y tomaba el arte de los camafeos como una escapatoria para sus propios demonios. Con el paso de los años fui conociéndola y comprendí que no era la villana del cuento. Él siempre se expresaba mal de ella, pero la verdad era distinta. Ella era una superviviente y Arion, su maestro y compañero, también lo era.

—Ahora te das cuenta que tu creadora te quiere—dije echándome a reír—. ¡Qué irónico!

—No me quiere—dijo apartándome para negar con su cabeza. Sus rizos negros se movieron en el aire unos segundos y echó sus manos tras la espalda, dando un par de pasos hacia la salida de la calle—. Sólo quiere verme sufrir.

—Oh sí, quiere verte sufrir dándote una fortuna terrible a ti y a tu familia—aunque en realidad fue a Manfred. Manfred, el loco, que seguía vivo transformado en uno de los acólitos de Petronia—. Tan mala es que incluso te ha cedido su territorio para que descanses—alcé los brazos y los dejé caer de forma dramática—. Es terrorífica—dije alzando la voz, aunque sin gritar—. Sé que sus métodos no son los idóneos pero...

—¿Y tú?—preguntó entonces sin saber bien a qué se refería.

—¿Yo qué?—respondí encogiéndome de hombros.

—¿Me amas?—dio unos pasos hacia mí tomándome de los hombros.

No dudé ni un minuto en reírme. Aquello tenía su gracia. Me preguntaba si le amaba cuando había dicho mil veces que le quería. Era un amor ciego hacia él y un cariño imposible de medir. ¿Cómo me podía hacer preguntas tan estúpidas? Así que pude contener mis carcajadas.

—Lo siento, tenía que reírme—dije disculpándome—. Es una pregunta muy estúpida, aunque si me permites decir también muy tierna.

—¿Por qué?—murmuró mirándome con aquellos seductores ojos azules.

—Te he amado desde que torpemente me entregaste esa carta de amor como una colegiala. Había tanto amor en esas letras, tanta desesperanza y a la vez un deseo—susurré tomándolo de la cintura para pegarlo a mí. Sonreí seductor mientras él se ruborizaba y parecía querer no haber hecho esa pregunta, pero a la vez se sentía afortunado de ser amado—. Dios mío, creí que iba a morirme de amor por ti.

Entonces lo besé. Besé sus labios con la ansiedad de mil amantes y lo atrapé pegándolo contra el muro. Él tenía las piernas ligeramente flexionadas y su cuerpo se agitaba. Aquellos labios que hacía años que yo había besado, tantos años, volvían a ser míos. Cuando acabó nuestra magnífica aventura, y prácticamente no hacía más de unas horas que Merrick había muerto, lo hicimos en el cementerio familiar de los Blackwood. Justo antes de enamorarme de Rowan como lo hice, pues lo hice. Aunque no sabía que tan profundamente como para debastarme como lo había hecho.

Las manos torpes de dedos largos, blancos y fríos de mi hermanito fueron a mis solapas tirando de éstas. Bajo su pantalón comenzaba a formarse una erección, igual que bajo el mío. Podía sentir mi miembro despertando, igual que el suyo, que sin duda se rozaban porque él había empezado a mover su pelvis contra la mía.

—Hermanito—susurré al dejar sus labios, los cuales temblaban como si estuviera tiritando por mío, sus ojos eran limpios y llenos de amor. En aquel callejón nadie nos iba a ver, porque además no tenía salida.

—Hazme tuyo otra vez—rogó metiendo sus manos dentro de mi chaqueta mientras desabrochaba mi chaleco—. Hazlo, quiero que me lo hagas.

Con cierta torpeza me besó el cuello y lo mordisqueó, sin llegar a perforarme, mientras abría mi cinturón, desabrochaba el botón del pantalón y bajaba la cremallera. Cuando coló su mano dentro de mi ropa sentí alivio y deseo. Sus dedos aprisionaban mi miembro moviendo su muñeca lentamente mientras lo sacaba y jalaba hacia él. Busqué su boca y lo besé, pero éste me mordió el labio inferior y se arrodilló ante mí.

No tardó en comenzar a lamer mi glande dejando suaves círculos, humedeciendo aquella zona tan sensible, y finalmente apretó con sus labios comenzando a relajar su mandíbula para engullir mi sexo. Comenzaba a estar completamente erecto gracias a su osadía. Mis manos se apoyaron en sus hombros en un principio, arrugando un poco su chaqueta, pero finalmente lo agarré de la cabeza enredando mis dedos en sus rizos. Dejé escapar un par de gemidos mientras echaba mi cabeza hacia atrás, mis cabellos rozaron la cruz de mi espalda y mis rizos empezaron a pegarse en mi frente. Empecé a sudar porque había entrado en calor.

—Oh, oui... —jadeé moviendo mis caderas llevando el ritmo. Sus ojos azules eran provocadores y más con sus labios sonrojados, como sus mejillas, y esas lágrimas que aún corrían por su rostro.

Por impulso lo incorporé pegándolo a la pared, bajando sus pantalones y sin juegos previos lo penetré. Era un sexo rápido y apasionado. Él se quejó maldiciendo, con sus manos cerradas en forma de puño contra el muro de ladrillos vistos. Sin embargo no tardó en comenzar a gemir. Hubiese dado cualquier cosa por ver bien su rostro, pero debido a las circunstancias eso era imposible.

—¡Más! ¡Más!—gritó moviendo sus caderas mientras llevaba su mano derecha a su miembro para masturbarse, pues yo no lo atendía en esa zona.

Mis manos se habían movido por dentro de su camisa hasta sus pezones, los cuales apretaba con deseo. Tenía un torso sin un sólo vello y muy delgado, casi se notaban sus costillas. Era como el cuerpo de una jovencita sin formar pero sutilmente masculino. Su cabeza se echó a un lado y me miró por encima de sus hombros. Pude ver entonces parte de su boca abierta y esa mirada decidida. Realmente estaba gozando.

El sonido seco de mis testículos contra sus nalgas era rítmico. Sus piernas temblaban y se arqueaban mientras yo lo penetraba con fuerza. Mis manos se bajaron hasta su vientre y aparté la suya, agarré su pene con la mano derecha y con la izquierda empecé a dejar masajes suaves en sus testículos. También escaseaba en esa zona el vello, aunque era grueso y muy rizado. El pre-semen ya había salido porque estaba muy húmedo y resbaladizo.

—Dime... dime cosas sucias—dijo cerrando los ojos para echar hacia atrás su cabeza y luego encogerse contra el muro—. Lestat...

—El caballerito quiere que le diga que es una puta, que irónico—dije casi sin fuelle y con la voz temblorosa—. Vamos gime más mi pequeña putita—salí de él para entrar de nuevo golpeando su próstata—. Vamos putita—lanzó un gemido hondo algo afeminado, pero su voz era ronca y masculina balbuceando palabras inconexas—. Vamos, zorra que esta noche has tenido suerte— murmuré saliendo de él nuevamente para volver a entrar y tras dos arremetidas más se corrió en mi mano.

De inmediato llevé mi mano a su boca, hundiendo mis dedos para que los lamiera. Él sollozaba por el placer mientras sus caderas se movían. Yo aún estaba allí dentro, duro y completamente erecto, golpeando su próstata.

—Así, lame—susurré cerca de su oído—. ¿Está delicioso?

—Sí...—dijo sin aliento mientras salía de él.

—Ahora probarás el mío—musité dejándolo de rodillas para penetrar su boca.

Dios no recuerdo otros labios más gruesos que los suyos, aunque quizás eran los de Louis los más suculentos. Ambos tenían una boca algo femenina que lograban complacer notablemente a cualquiera. Cuando me corrí él lo tragó disfrutando, lamiendo todo mi sexo mientras sus manos me tocaban los muslos y el vientre como si fuera un dios.

—Así, así...—susurré saliendo de él para rozar mi glande por sus mejillas y volver a meterlo—. Una deliciosa y salada golosina.

No dejó de succionar ni aunque temiese ser visto con los pantalones bajados, de rodillas, con la boca pegada a mi miembro y completamente sometido. Después de varios minutos volví a estar duro, penetrando su boca hasta que finalmente volví a correrme. Dos veces en su boca, para que guardara bien mi sabor.

—¿Te ha quedado claro cuánto te quiero?—pregunté apartándome para subirme los pantalones que habían quedado por los tobillos.

—Sí—dijo con una sonrisa casi infantil, pero muy masculina.

—¿Quedo perdonado?—murmuré inclinándome hacia él—. Te he alimentado esta noche, golfa.

—Sí—balbuceó coloreándose—. Te amo Lestat.

—Lo sé—besé su mejilla y me dispuse a colocarme bien la ropa.


Minutos más tarde ambos caminábamos por la ciudad. Él en completo silencio escuchando mis historias, algo cabizbajo quizás porque meditaba sobre lo que había pasado, pero cuando me miraba veía en él felicidad.  

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Lestat de Lioncourt