Bonjour
Les traemos unas memorias que siguen a las anteriores. ¿Creen que Quinn me perdone lo que ocurrió con Mona?
Lestat de Lioncourt
Había pasado casi un mes sin noticias
de ella. David se encargaba de buscar alguna pista, pero yo estaba
siendo terco. Si ella se había ido era porque yo no la hacía feliz.
Posiblemente estaba en brazos de Michael Curry cuidándola de una
forma que yo desconocía. Él era un hombre atractivo y mucho mejor
que yo, a pesar de ser mortal. Su presencia era masculina, firme,
poseía una nobleza que traspasaba tu alma con su voz y finalmente
unos ojos tan hermosos como los de Tarquin. Un hombre hecho a sí
mismo, con un pasado tormentoso y peculiar. Y sobre todo, él era un
Mayfair y yo no. Siempre sería considerado un extranjero en un mundo
de brujos.
Mi corazón no era el mismo. Puedo
decir sin vergüenza alguna, pues no tengo porque ocultar mis miedos,
que creía y creo firmemente en haber perdido mi verdadero amor. Un
amor que tardó en llegar, pero sin duda me hizo ver lo maravilloso
que es amar, proteger y ser leal a tu palabra. Sin duda alguna yo fui
fiel. Había sido un hombre con la entereza suficiente para no dejar
que alguien me corrompiera. El seductor había muerto durante casi un
año de matrimonio, no obstante estaba de regreso y se perdía por
los burdeles, locales nocturnos y diversos antros de perversión
donde podía encontrar una presa fácil y sexo sin complicaciones.
Nicolas me seguía de cerca. Sabía
todos y cada uno de mis pasos. Él me amaba profundamente, pero como
bien sabía tenía mis grandes debilidades. A regañadientes aceptaba
que las fulanas rozaran mi entrepierna y me hablaran con voz cálida.
Yo no estaba dispuesto a volver con él tal y como deseaba. Podía
quedarme a su lado, ofrecerle mi compañía, hacerle gozar como
antaño y escuchar sus lamentos. Sin embargo no daría fidelidad,
pues amaba demasiado la vida que dejé atrás cuando me comprometí
aquella bruja.
El barrio francés era uno de mis
lugares favoritos. Allí podía encontrar locales con buen ambiente,
muy distendido, que no reparaban en hombres como yo. Era como una
sombra caminando entre cientos de rostros congestionados por el
alcohol, miradas cómplices y sutiles sonrisas. Francamente el mundo
había cambiado. Todo lo que conocía era distinta a la realidad que
una vez conocí.
Las calles eran mucho más limpias, las
viviendas más estables y la gente parecía menos abierta pero era el
motivo de los últimos desastres. El agua había anegado todo New
Orleans hacía varios años y la reconstrucción fue ardua. En el
corazón de todos estaba esa tristeza, pero aún así se celebraba la
vida y se disfrutaba.
En una de esas calles, llenas de
turistas y personas de todo tipo, sentí una presencia familiar.
Observé a mi alrededor buscándolo con la mirada, pero su brazo me
atrapó al pasar por un callejón. No me tomó de sorpresa, pero sí
su expresión. Sus ojos eran los de un demonio furioso y sus
colmillos parecían fieros cuchillos, aunque lo más asombroso y
trágico era su rostro cubierto de lágrimas sanguinolentas.
—¡Cómo has podido!—gritó—.
¡Cómo! ¡Yo te admiraba! ¡Te admiraba!
—Tarquin, mon dieu! —dije
sorprendido mientras intentaba deshacerme de sus manos alrededor de
mi cuello, presionando mis cuerdas vocales y prácticamente rompiendo
mi columna. Tenía que hacer algo—. ¡Deja que te explique!
Mis manos se colocaron sobre sus
hombros y lo empujé con todas mis fuerzas. Yo era mucho más fuerte
que él, aunque tenía en su sangre el poder de dos milenarios.
Nuestras miradas se cruzaron mientras rompía a llorar. Tenía la
camisa blanca salpicada por sus lágrimas, su chaqueta negra se
encontraba algo sucia y también sus zapatos. El aspecto que me
ofrecía era lamentable y lastimero, como un gato callejero herido.
Sus cabellos estaban revueltos y no perfectamente peinados, como así
solía ocurrir.
—Quinn... hermanito...
—¡Hipócrita!—me lanzó aquel
insulto dejando que su espalda chocara con el muro contiguo, para
luego deslizarse por la pared y terminar sentado con sus largas
piernas flexionadas.
—¿Todo esto es por Mona?—quería
estar seguro, pero no había otro motivo.
Mona era el único punto en el cual
siempre discutíamos. Por lo general nos molestábamos porque él la
defendía y yo solía gritar que era una arpía. Naturalmente era mi
amor por Rowan lo que alteraba a su Ophelia Inmortal y él como su
noble Abelardo, por supuesto, se veía en la encrucijada de estar a
su favor.
—¡Sabes lo que simboliza Mona para
mí!—espetó llevándose las manos a la cabeza, acariciando su
propio cabello y dejando estas en su nuca, para luego apoyar sus
muñecas en sus rodillas y seguir sollozando y gritando—. ¡Es la
mujer que amo!
—Y ella te ama—dije pestañeando
atónito.
—¡Ha ido a tu cama!—me dijo
rabioso.
—¿Y?—susurré sin comprender cuál
era el problema.
Nunca comprendía porque todos se
aferraban a la fidelidad, aunque yo lo había sido con Rowan. Sin
embargo la mayoría de mis relaciones habían sido terriblemente
abiertas y yo un monstruo sincero, sin corazón a veces, para
explicar que me había ido de putas sin siquiera sentirme mínimamente
culpable.
—¡Cómo! ¡Cómo puedes decir sólo
eso!—su rostro era el de una fiera y como fiera se levantó
empujándome con gran parte de su fuerza, pero logré permanecer sin
desplazarme más de unos centímetros.
—Ella no me ama como te ama a ti—dije
tomándolo de los brazos—. Deberías saber que Mona es un espíritu
libre y que no ha sido la primera vez.
—¿Qué?—sus ojos se llenaron de
tristeza y decepción, pero sobre todo decepción.
—Hermanito no quieras cubrir tu
ceguera—susurré tomándolo entre mis brazos para pasar mis dedos
por sus cabellos, despejando su frente y mirándolo como un padre
compasivo. Tarquin era terriblemente hermoso y seductor, pero seguía
siendo demasiado inocente en muchos aspectos. Por eso mismo le decía
hermanito cuando me venía en gana. Era como ver un reflejo torpe y
desgarbado, aunque sólo a veces, del vampiro que yo fui. Tenía mi
inocencia cuando comencé en el mundo de las tinieblas. Por así
decirlo ambos éramos igual de estúpidos, aunque yo intentaba
corregir ese hecho últimamente—. Mona ha sido así siempre. Vive
rodeada de amantes, aduladores y estúpidos enamorados—hice un
inciso para mirarlo a los ojos alzando mi rostro, pues él era varios
centímetros más alto que yo—. Sin embargo su corazón es tuyo,
pero su cuerpo...
—¿Qué quieres decir con todo
eso?—su ceño se frunció y tomó una mirada dolida, pero no
conmigo sino quizás consigo mismo.
—Ella me quiere a su modo y yo la
adoro, pero eso no implica que seamos pareja—dije apoyando su
cabeza en mi pecho, lo cual tenía su gracia. Él estaba encorvado y
con sus largos brazos rodeándome, como si fuera un niño, manchando
mi chaqueta blanca, así como mi corbata granate y mi chaleco
marfil—. Tú y ella sí—le aseguré—. Digamos que su cuerpo es
libre, pero su corazón no.
—Lestat...—balbuceó sintiéndose
quizás confundido al ver al fin aquello que no deseaba saber.
—Ha tenido otros amantes y lo
sabes—levanté su rostro sosteniéndolo entre mis manos y sonreí
amargamente—. Quieres negarlo, pero es algo que sabe bien tu
corazón.
—Petronia tiene razón—afirmó
metiendo a uno de sus creadores—. Por eso mismo no quiere verla en
su presencia.
Petronia era una mujer, por decirlo
suavemente, que tenía un lado masculino muy agresivo. Era
hermafrodita y podía jugar al intercambio de géneros continuamente.
Se burlaba de muchos, mentía, y tomaba el arte de los camafeos como
una escapatoria para sus propios demonios. Con el paso de los años
fui conociéndola y comprendí que no era la villana del cuento. Él
siempre se expresaba mal de ella, pero la verdad era distinta. Ella
era una superviviente y Arion, su maestro y compañero, también lo
era.
—Ahora te das cuenta que tu creadora
te quiere—dije echándome a reír—. ¡Qué irónico!
—No me quiere—dijo apartándome
para negar con su cabeza. Sus rizos negros se movieron en el aire
unos segundos y echó sus manos tras la espalda, dando un par de
pasos hacia la salida de la calle—. Sólo quiere verme sufrir.
—Oh sí, quiere verte sufrir dándote
una fortuna terrible a ti y a tu familia—aunque en realidad fue a
Manfred. Manfred, el loco, que seguía vivo transformado en uno de
los acólitos de Petronia—. Tan mala es que incluso te ha cedido su
territorio para que descanses—alcé los brazos y los dejé caer de
forma dramática—. Es terrorífica—dije alzando la voz, aunque
sin gritar—. Sé que sus métodos no son los idóneos pero...
—¿Y tú?—preguntó entonces sin
saber bien a qué se refería.
—¿Yo qué?—respondí encogiéndome
de hombros.
—¿Me amas?—dio unos pasos hacia mí
tomándome de los hombros.
No dudé ni un minuto en reírme.
Aquello tenía su gracia. Me preguntaba si le amaba cuando había
dicho mil veces que le quería. Era un amor ciego hacia él y un
cariño imposible de medir. ¿Cómo me podía hacer preguntas tan
estúpidas? Así que pude contener mis carcajadas.
—Lo siento, tenía que reírme—dije
disculpándome—. Es una pregunta muy estúpida, aunque si me
permites decir también muy tierna.
—¿Por qué?—murmuró mirándome
con aquellos seductores ojos azules.
—Te he amado desde que torpemente me
entregaste esa carta de amor como una colegiala. Había tanto amor en
esas letras, tanta desesperanza y a la vez un deseo—susurré
tomándolo de la cintura para pegarlo a mí. Sonreí seductor
mientras él se ruborizaba y parecía querer no haber hecho esa
pregunta, pero a la vez se sentía afortunado de ser amado—. Dios
mío, creí que iba a morirme de amor por ti.
Entonces lo besé. Besé sus labios con
la ansiedad de mil amantes y lo atrapé pegándolo contra el muro. Él
tenía las piernas ligeramente flexionadas y su cuerpo se agitaba.
Aquellos labios que hacía años que yo había besado, tantos años,
volvían a ser míos. Cuando acabó nuestra magnífica aventura, y
prácticamente no hacía más de unas horas que Merrick había
muerto, lo hicimos en el cementerio familiar de los Blackwood. Justo
antes de enamorarme de Rowan como lo hice, pues lo hice. Aunque no
sabía que tan profundamente como para debastarme como lo había
hecho.
Las manos torpes de dedos largos,
blancos y fríos de mi hermanito fueron a mis solapas tirando de
éstas. Bajo su pantalón comenzaba a formarse una erección, igual
que bajo el mío. Podía sentir mi miembro despertando, igual que el
suyo, que sin duda se rozaban porque él había empezado a mover su
pelvis contra la mía.
—Hermanito—susurré al dejar sus
labios, los cuales temblaban como si estuviera tiritando por mío,
sus ojos eran limpios y llenos de amor. En aquel callejón nadie nos
iba a ver, porque además no tenía salida.
—Hazme tuyo otra vez—rogó metiendo
sus manos dentro de mi chaqueta mientras desabrochaba mi chaleco—.
Hazlo, quiero que me lo hagas.
Con cierta torpeza me besó el cuello y
lo mordisqueó, sin llegar a perforarme, mientras abría mi cinturón,
desabrochaba el botón del pantalón y bajaba la cremallera. Cuando
coló su mano dentro de mi ropa sentí alivio y deseo. Sus dedos
aprisionaban mi miembro moviendo su muñeca lentamente mientras lo
sacaba y jalaba hacia él. Busqué su boca y lo besé, pero éste me
mordió el labio inferior y se arrodilló ante mí.
No tardó en comenzar a lamer mi glande
dejando suaves círculos, humedeciendo aquella zona tan sensible, y
finalmente apretó con sus labios comenzando a relajar su mandíbula
para engullir mi sexo. Comenzaba a estar completamente erecto gracias
a su osadía. Mis manos se apoyaron en sus hombros en un principio,
arrugando un poco su chaqueta, pero finalmente lo agarré de la
cabeza enredando mis dedos en sus rizos. Dejé escapar un par de
gemidos mientras echaba mi cabeza hacia atrás, mis cabellos rozaron
la cruz de mi espalda y mis rizos empezaron a pegarse en mi frente.
Empecé a sudar porque había entrado en calor.
—Oh, oui... —jadeé moviendo mis
caderas llevando el ritmo. Sus ojos azules eran provocadores y más
con sus labios sonrojados, como sus mejillas, y esas lágrimas que
aún corrían por su rostro.
Por impulso lo incorporé pegándolo a
la pared, bajando sus pantalones y sin juegos previos lo penetré.
Era un sexo rápido y apasionado. Él se quejó maldiciendo, con sus
manos cerradas en forma de puño contra el muro de ladrillos vistos.
Sin embargo no tardó en comenzar a gemir. Hubiese dado cualquier
cosa por ver bien su rostro, pero debido a las circunstancias eso era
imposible.
—¡Más! ¡Más!—gritó moviendo
sus caderas mientras llevaba su mano derecha a su miembro para
masturbarse, pues yo no lo atendía en esa zona.
Mis manos se habían movido por dentro
de su camisa hasta sus pezones, los cuales apretaba con deseo. Tenía
un torso sin un sólo vello y muy delgado, casi se notaban sus
costillas. Era como el cuerpo de una jovencita sin formar pero
sutilmente masculino. Su cabeza se echó a un lado y me miró por
encima de sus hombros. Pude ver entonces parte de su boca abierta y
esa mirada decidida. Realmente estaba gozando.
El sonido seco de mis testículos
contra sus nalgas era rítmico. Sus piernas temblaban y se arqueaban
mientras yo lo penetraba con fuerza. Mis manos se bajaron hasta su
vientre y aparté la suya, agarré su pene con la mano derecha y con
la izquierda empecé a dejar masajes suaves en sus testículos.
También escaseaba en esa zona el vello, aunque era grueso y muy
rizado. El pre-semen ya había salido porque estaba muy húmedo y
resbaladizo.
—Dime... dime cosas sucias—dijo
cerrando los ojos para echar hacia atrás su cabeza y luego encogerse
contra el muro—. Lestat...
—El caballerito quiere que le diga
que es una puta, que irónico—dije casi sin fuelle y con la voz
temblorosa—. Vamos gime más mi pequeña putita—salí de él para
entrar de nuevo golpeando su próstata—. Vamos putita—lanzó un
gemido hondo algo afeminado, pero su voz era ronca y masculina
balbuceando palabras inconexas—. Vamos, zorra que esta noche has
tenido suerte— murmuré saliendo de él nuevamente para volver a
entrar y tras dos arremetidas más se corrió en mi mano.
De inmediato llevé mi mano a su boca,
hundiendo mis dedos para que los lamiera. Él sollozaba por el placer
mientras sus caderas se movían. Yo aún estaba allí dentro, duro y
completamente erecto, golpeando su próstata.
—Así, lame—susurré cerca de su
oído—. ¿Está delicioso?
—Sí...—dijo sin aliento mientras
salía de él.
—Ahora probarás el mío—musité
dejándolo de rodillas para penetrar su boca.
Dios no recuerdo otros labios más
gruesos que los suyos, aunque quizás eran los de Louis los más
suculentos. Ambos tenían una boca algo femenina que lograban
complacer notablemente a cualquiera. Cuando me corrí él lo tragó
disfrutando, lamiendo todo mi sexo mientras sus manos me tocaban los
muslos y el vientre como si fuera un dios.
—Así, así...—susurré saliendo de
él para rozar mi glande por sus mejillas y volver a meterlo—. Una
deliciosa y salada golosina.
No dejó de succionar ni aunque temiese
ser visto con los pantalones bajados, de rodillas, con la boca pegada
a mi miembro y completamente sometido. Después de varios minutos
volví a estar duro, penetrando su boca hasta que finalmente volví a
correrme. Dos veces en su boca, para que guardara bien mi sabor.
—¿Te ha quedado claro cuánto te
quiero?—pregunté apartándome para subirme los pantalones que
habían quedado por los tobillos.
—Sí—dijo con una sonrisa casi
infantil, pero muy masculina.
—¿Quedo perdonado?—murmuré
inclinándome hacia él—. Te he alimentado esta noche, golfa.
—Sí—balbuceó coloreándose—. Te
amo Lestat.
—Lo sé—besé su mejilla y me
dispuse a colocarme bien la ropa.
Minutos más tarde ambos caminábamos
por la ciudad. Él en completo silencio escuchando mis historias,
algo cabizbajo quizás porque meditaba sobre lo que había pasado,
pero cuando me miraba veía en él felicidad.
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