Bonjour
Les presentamos unas memorias encantadoras donde van a ver la verdad sobre Louis, el actual Louis.
Lestat de Lioncourt
Recuerdo perfectamente como me molesté
con la vieja orden de detectives de lo paranormal, Talamasca, debido
a sus advertencias sobre Merrick. Sin embargo todos desconocíamos
que había detrás de la muerte de Aaron Lightner, lo cual sólo
descubrimos cuando David profundizó en sus investigaciones y yo
conocí a los Mayfair. No obstante no es ese el punto. El punto es
que me encontraba abatido debido a lo ocurrido con Louis. Él se
mostraba más decidido y firme en sus acciones, pero brutalmente
cruel conmigo. Me conmovía su aspecto desvalido en otra época, pero
comenzó a ofrecerme cierto pánico sus ojos mucho más poderosos y
sus labios curvados en una sonrisa cínica, despectiva y terrible.
Era como ver a un caballero encantador convertido en un monstruo
horrible.
Nos habíamos marchado de New Orleans,
como habíamos propuesto, y él parecía aún más terrible bajo los
cielos cubiertos de neón. Primero fuimos a Las Vegas y allí David
caminó cabizbajo varios meses. La muerte de Aaron, lo que estaba
ocurriendo en su adorada y prestigiosa orden, lo sucedido con Louis y
como acabó Merrick. Ella parecía completamente decidida a someterse
a mis indicaciones, pero parecía inapetente ocasionalmente cuando
descubría que sus poderes eran inferiores a los de mi buen amigo
David, su creador Louis y a mí. Era joven y todos los jóvenes
quieren aprender rápido. Yo también quise aprender demasiado
rápido.
Louis había desaparecido por dos días.
David estaba alertado, pero yo estaba seguro que sólo quería un
momento de soledad. Él y Merrick se habían marchado aquella noche a
cazar a un casino. Ella iba espectacular. Por mi parte yo me había
tumbado en la cama de la suite de uno de los hoteles más lujosos de
la ciudad. Cuando miraba por la ventana veía una vida frenética.
Realmente parecía una ciudad de vampiros, como la ciudad de Armand o
cualquier metróplis destinada al despilfarro.
Me encontraba allí con la camisa
blanca de algodón mal cerrada, los pantalones negros de vestir
completamente arrugados y los pies desnudos. Mis rizos dorados hacían
contraste con las sábanas de satén negro. Había pedido que fueran
de satén. No sabía porque me gustaba tanto el tacto entre mis
dedos, pero era fascinante. Sin duda la seda, el satén y el
terciopelo me provocaban cierto éxtasis casi religioso. El aroma de
las flores que había adquirido, las cuales fueron subidas por las
recepcionistas y botones, colmaban la habitación con una fragancia
similar a la que podía tener mi jardín. Extrañaba mis plataneras,
mis rosas y todo lo que allí había. Pero al menos, y gracias a mi
dinero, había conseguido traer mi paraíso.
La puerta de la habitación se abrió y
el sonido de las llaves entre sus dedos fue característico, así
como el sonido elegante de sus zapatos. Apareció frente a mí con el
cabello perfectamente peinado, pero con la ropa algo sucia como si
hubiese dormido en el mismísimo desierto. Sus ojos tenían una
expresión fría como la de un reptil y para nada apasionada,
melancólica y sutil como antes. Era un reflejo brutal que me
descorazonaba.
—¿Dónde has estado?—pregunté
incorporándome mientras él se quedaba en el salón, justo frente a
la puerta del dormitorio donde me encontraba—. David estaba
desolado. Quería incluso ir a buscarte removiendo cielo y
tierra—dije bajándome de la cama para salir a su encuentro—.
Louis, no deberías desaparecer de ese modo después del comunicado
de...
—¿Y a ti qué te importa? ¿Te digo
yo dónde tienes que ir?—preguntó con una sonrisa cínica que me
atravesó el corazón—. Dime, maldito estúpido, te hice una
pregunta—se expresaba como un déspota y yo sentía que no debí
recuperarlo.
¿Dónde estaba mi Louis que se
disculpaba continuamente por todo? ¿Dónde quedaron esas esmeraldas
llenas de ternura? ¿Qué ocurrió con su sonrisa dulce? Echaba de
menos las discusiones por nimiedades como mi escaso conocimiento
sobre el arte pictórico o fotográfico, mientras que él se reía de
buena gana cuando hablaba de la nueva música que escuchaba en los
bares donde me perdía para quedar seducido por sus timos. Sí,
extrañaba ese ser que amaba la soledad y a la vez le tenía pánico.
Quería verlo sentado frente a mí leyendo a Kafka mientras meneaba
su cabeza negativamente, me miraba de soslayo y suspiraba. Pero no,
lo que veía era algo distinto. Un auténtico monstruo.
—Sí, me importa—respondí
enérgicamente intentando no alzar la voz.
—Ah, ahora te importa—dijo
frunciendo el ceño para luego despejarlo alzando sus cejas—.
Curiosamente cuando tú a mí no me interesas ya—se echó a reír
dejando las llaves en un cenicero de cristal de bohemia, muy hermoso
y proporcionado, mientras se deshacía de la chaqueta polvorienta y
se descalzaba—. Si no te importa deseo darme un baño. Tú puedes
irte a los casinos, cabaret y clubs masculinos. Allí los senos están
al descubierto e incluso puedes beber de sus tiernos pezones. ¿Sabías
que puedes hacerlo? Ni se dan cuenta esas estúpidas.
—Louis ¿qué ha ocurrido? No he
querido preguntarte por...—se rió de mis palabras y no me dejó
seguir.
—Me gusta ser así—dijo con
simpleza encogiéndose de hombros. Su tono de voz era divertido y
fascinante, muy seductor aunque monstruoso en él. Era una auténtica
tortura ver como se comportaba; como si ya nada mereciese la pena.
Sentía que mi peor lado lo había captado encerrándolo en su
interior y mostrando un ser vil y hecho así mismo con odio—. No
tengo que llevar una máscara de eterno conmovido por el
dolor—susurró llevando su mano derecha a su pecho, indicando su
corazón para luego abrir sus brazos y negar—. Ella no me quiere
ya—comentó metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón—.
No me quiere. Me odia Lestat—me miró entonces con un asco terrible
y un deseo tremendo de hacerme daño—. Me odia por tu culpa y yo te
odio a ti con todas mis fuerzas. Si fuera capaz te mataría—sentí
pánico entonces, aunque intenté que no se apreciara—. Pero sé
que soy incapaz de matarte sin tener un mínimo remordimiento, pues
sé que todos te extrañarían y a mí me causarían problemas. Pero
mírate. Mírate bien. Un estúpido que aún usa para seducir su
acento francés, que es vulgar como una piedra y se cree el rey del
mundo, y por supuesto con un poder ilimitado que no sabe usar. ¡No
sabes usarlo!—gritó—. Eres un cero a la izquierda para los
antiguos y todos esos mortales que te veneran son tan o más
estúpidos que tú. Basura, eso eres. Un gran montón de basura. O
mejor, eres un montón de estiércol que ni siquiera puede ayudar a
crecer algo bueno en éste sucio, asqueroso y carcomido mundo. Eres
como una cucaracha que se despertó siendo vampiro. Sí, eso eres.
Una cucaracha que aplastaría ahora mismo.
—¡Basta!—dije rompiendo a llorar.
Él decía que no había visto mis
lágrimas y sin embargo había llorado en muchas de nuestras
discusiones. Recuerdo especialmente una donde le rogaba que me
permitiera regresar a casa, con él y con Claudia, tras una terrible
pelea donde él se mostró dolido. Lloré por la impotencia. No podía
volver a la mansión porque él me culpaba con sus ojos tristes de
cachorro abandonado en mitad de la carretera. Sin embargo, me perdonó
y nos reconciliamos. Esa noche aprendí que Louis podía ser muy
persuasivo.
—¿No quieres escuchar la verdad? ¿No
lo deseas?—preguntó lamiéndose los labios, pues la hiel que me
había lanzado logró hacerme temblequear y caer de mi pedestal.
—¡Ya vale! ¡Ya! ¡Carajo déjame en
paz! ¡Me importa una mierda todo eso!—estallé con la vista
nublada por las lágrimas e intentando limpiarlas con las mangas de
mi camisa.
—No, te importa—sentenció
desafiante— ¿por qué mientes?—musitó dando un par de pasos
hacia mí—. ¿Qué ganas con ello? ¿Seguidores adeptos a tus
aventuritas de cuarta?—su sonrisa se ensanchó y sus ojos brillaron
pérfidos—. ¿Por qué no cuentas como te follas a cada furcia que
se pone en tu camino?—se pasó la punta de la lengua por sus labios
de forma sensual y me guiñó antes de aplaudir eufórico—. ¡Dilo!
¡Di como te tirabas a todas las mujeres que se ponían a tiro!—se
echó a reír apartándose de mí de un brinco—. Habla de lo fácil
que es bajar tu cremallera—murmuró desabrochando su camisa para
tirarla junto a su chaqueta. No llevaba chaleco y quizás lo había
perdido, pues recordaba que cuando salió si tenía uno—. Y no sólo
con ellas Don Juan de cuarta, no sólo con ellas.
—¡No debí salvarte la vida!—estoy
muy arrepentido de haber dicho aquello, pero fue algo impulsivo. Me
estaba haciendo daño.
—¡Yo no te pedí que lo
hicieras!—respondió con la misma furia mostrando sus colmillos y
una mirada destructiva.
—¡Lo hice por amor!—le expliqué
agarrándolo por los brazos, pero él me apartó de un empujón
provocando que cayera contra la pared y ésta tuviera algunos
pequeños desperfectos.
—¡Egoísmo!—siseó con odio.
—¡Tú puta madre Louis, tu puta
madre!1dije incorporándome mientras agitaba los brazos en el aire.
—La mía será puta, pero al menos me
quería—soltó una honda carcajada al ver mi rostro compungido,
molesto y desconcertado.
—¡No metas a Gabrielle en esto!—le
advertí, pero no sirvió para nada. Sólo ayudó a que él siguiera.
—¿Por qué no?—preguntó alzando
sus perfectas cejas oscuras—. Tu mami es la heroína perfecta—dijo
llevando ambas manos a su pecho mientras pestañeaba y se balanceaba,
para luego tomar una pose seria—. Aparece cuando la necesitas, pero
desaparece siempre—aquella frase me dolió—. ¡Ya está! ¡Hagamos
que sea de la liga de la justicia! ¡Su mayor poder es desaparecer
cuando su estúpido, malcriado, egocéntrico, llorica y desaliñado
hijo le llora su amor!
Había pocas cosas que tuviese por
santas y sagradas en éste mundo. Una de esas cosas era mi madre. La
necesitaba continuamente quizás porque fui convertido a muy temprana
edad, tal vez porque era ella la única que me comprendía al cien
por cien o posiblemente por un síndrome de Edipo muy pronunciado.
Pero no voy a contar aquí que ocurre con mi madre y mis sentimientos
hacia ella, porque no me da la gana. Sin embargo voy a decir que eso
me dolió. Mi madre era especial y él estaba ofendiéndola.
—¡Vete a la mierda!—grité
agarrándolo del cuello, casi apretándolo para asfixiarlo. No me
medía y debía. Mi fuerza era terrible, pero me aparté a tiempo.
—No, gracias—susurró mirándome
con una calma extraña—. Me han dicho que es una zona muy
concurrida.
—¡Cínico!—respondí casi
tirándome del pelo. No podía creer que ese fuera Louis. Ese no era
Louis. Llevaba así varios meses y no podía soportarlo. Louis, mi
Louis. Mi filósofo y mártir había quedado reducido a un cínico
que leía a Kafka y mataba sin piedad.
—Por favor sigue insultándome que me
excito—dijo tocándose el torso y mordiéndose el labio
inferior—Sigue, sigue... —susurró entre risillas de demonio, las
cuales se iban perdiendo por la habitación rumbo al baño.
—¡Regresa aquí!—grité señalando
el piso para que se volteara y viniera hasta mí.
—Voy a tomarme una ducha—respondió—.
Necesito limpiarme el asco que siento cuando te veo.
—¡Louis! ¡Coño! ¡Yo te amo!—nunca
había dicho una verdad tan terrible. Seguía amándolo pese a todo.
Mis lágrimas eran cada vez más intensas.
—¿Me amas? ¿Me amas desde
cuándo?—dijo saboreando la maldad que emanaba de él. Se había
girado y caminaba elegantemente hacia mí, pero se paró y se sacó
los zapatos. Descalzo no se escuchaban prácticamente sus pisadas y
parecía un enorme reptil que iba a ofrecerme todo su veneno—.
¿Cómo es que me amas?—se cruzó de brazos y luego los abrió
girando sobre sí mismo, para luego acercase a mí a una velocidad
extrema. Me tomó del rostro y sonrió burlonamente—. ¡Cuidado!
¡El señor me enamoro incluso de una piedra me ama!—me apretaba
las mejillas y tiraba de ellas sin importar que mis lágrimas
mancharan sus dedos—. Tú todo lo ves atractivo y seductor. Pero la
verdad ¿quieres la verdad o llorarás?—dijo dejando mi rostro en
paz para acercarme a una silla—. Es mejor que te sientes— dijo
asintiendo con la cabeza y casi con todo el cuerpo—. Vamos,
siéntate—señaló el asiento, pero no me moví—. Espera que te
ayudo—me empujó contra la silla y se sentó sobre mí—. Así
mejor, mucho mejor. Sentado no te hará tanto daño— murmuró
jugueteando con algunos de mis rizos—. La verdad es... La verdad
es...—pegó sus labios a mi cuello y lo besó resultando
placentero, pero extraño viniendo de un ser que me odiaba, después
se apartó y gritó—. ¡La verdad es que sólo te importa lo bien
que lo pasas! ¡Sólo te amas a ti! ¡Sólo te quieres a ti! Pero no
soportas que otros se quieran un poquito ¿verdad? No. Todo el amor
tiene que ser para el principito—aplaudió como si estuviera en
medio de una representación—. ¿Sabes que opino de eso? ¿Lo
sabes?
—No...—dije sin aliento
completamente turbado.
—¡Santo Dios! ¡Era una pregunta
retórica!—dijo alejándose de mí para entrar al baño.
—¡Deja de molestarme y de
gritarme!—intentaba secarme las lágrimas con mi camisa, pero no
podía dejar de llorar.
—¡Pienso que debiste morir tú en
vez de Claudia!—gritó desde el baño abriendo las llaves de la
ducha, pero salió al marco de la puerta y me miró sin sentimiento
alguno—. El mundo estaría mucho mejor sin ti.
No le dirigí la palabra esa noche ni
las siguientes. Estar a su lado era una tortura. David no comprendía
porque no le hablaba ni miraba. Aquellas palabras fueron tan
hirientes que no podía soportarlas. Amaba tanto a Louis, pero tanto,
y él me despreciaba con todo su ser.
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