Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 23 de marzo de 2014

El monstruo que ahora eres

Bonjour 

Les presentamos unas memorias encantadoras donde van a ver la verdad sobre Louis, el actual Louis. 


Lestat de Lioncourt 



Recuerdo perfectamente como me molesté con la vieja orden de detectives de lo paranormal, Talamasca, debido a sus advertencias sobre Merrick. Sin embargo todos desconocíamos que había detrás de la muerte de Aaron Lightner, lo cual sólo descubrimos cuando David profundizó en sus investigaciones y yo conocí a los Mayfair. No obstante no es ese el punto. El punto es que me encontraba abatido debido a lo ocurrido con Louis. Él se mostraba más decidido y firme en sus acciones, pero brutalmente cruel conmigo. Me conmovía su aspecto desvalido en otra época, pero comenzó a ofrecerme cierto pánico sus ojos mucho más poderosos y sus labios curvados en una sonrisa cínica, despectiva y terrible. Era como ver a un caballero encantador convertido en un monstruo horrible.

Nos habíamos marchado de New Orleans, como habíamos propuesto, y él parecía aún más terrible bajo los cielos cubiertos de neón. Primero fuimos a Las Vegas y allí David caminó cabizbajo varios meses. La muerte de Aaron, lo que estaba ocurriendo en su adorada y prestigiosa orden, lo sucedido con Louis y como acabó Merrick. Ella parecía completamente decidida a someterse a mis indicaciones, pero parecía inapetente ocasionalmente cuando descubría que sus poderes eran inferiores a los de mi buen amigo David, su creador Louis y a mí. Era joven y todos los jóvenes quieren aprender rápido. Yo también quise aprender demasiado rápido.

Louis había desaparecido por dos días. David estaba alertado, pero yo estaba seguro que sólo quería un momento de soledad. Él y Merrick se habían marchado aquella noche a cazar a un casino. Ella iba espectacular. Por mi parte yo me había tumbado en la cama de la suite de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. Cuando miraba por la ventana veía una vida frenética. Realmente parecía una ciudad de vampiros, como la ciudad de Armand o cualquier metróplis destinada al despilfarro.

Me encontraba allí con la camisa blanca de algodón mal cerrada, los pantalones negros de vestir completamente arrugados y los pies desnudos. Mis rizos dorados hacían contraste con las sábanas de satén negro. Había pedido que fueran de satén. No sabía porque me gustaba tanto el tacto entre mis dedos, pero era fascinante. Sin duda la seda, el satén y el terciopelo me provocaban cierto éxtasis casi religioso. El aroma de las flores que había adquirido, las cuales fueron subidas por las recepcionistas y botones, colmaban la habitación con una fragancia similar a la que podía tener mi jardín. Extrañaba mis plataneras, mis rosas y todo lo que allí había. Pero al menos, y gracias a mi dinero, había conseguido traer mi paraíso.

La puerta de la habitación se abrió y el sonido de las llaves entre sus dedos fue característico, así como el sonido elegante de sus zapatos. Apareció frente a mí con el cabello perfectamente peinado, pero con la ropa algo sucia como si hubiese dormido en el mismísimo desierto. Sus ojos tenían una expresión fría como la de un reptil y para nada apasionada, melancólica y sutil como antes. Era un reflejo brutal que me descorazonaba.

—¿Dónde has estado?—pregunté incorporándome mientras él se quedaba en el salón, justo frente a la puerta del dormitorio donde me encontraba—. David estaba desolado. Quería incluso ir a buscarte removiendo cielo y tierra—dije bajándome de la cama para salir a su encuentro—. Louis, no deberías desaparecer de ese modo después del comunicado de...

—¿Y a ti qué te importa? ¿Te digo yo dónde tienes que ir?—preguntó con una sonrisa cínica que me atravesó el corazón—. Dime, maldito estúpido, te hice una pregunta—se expresaba como un déspota y yo sentía que no debí recuperarlo.

¿Dónde estaba mi Louis que se disculpaba continuamente por todo? ¿Dónde quedaron esas esmeraldas llenas de ternura? ¿Qué ocurrió con su sonrisa dulce? Echaba de menos las discusiones por nimiedades como mi escaso conocimiento sobre el arte pictórico o fotográfico, mientras que él se reía de buena gana cuando hablaba de la nueva música que escuchaba en los bares donde me perdía para quedar seducido por sus timos. Sí, extrañaba ese ser que amaba la soledad y a la vez le tenía pánico. Quería verlo sentado frente a mí leyendo a Kafka mientras meneaba su cabeza negativamente, me miraba de soslayo y suspiraba. Pero no, lo que veía era algo distinto. Un auténtico monstruo.

—Sí, me importa—respondí enérgicamente intentando no alzar la voz.

—Ah, ahora te importa—dijo frunciendo el ceño para luego despejarlo alzando sus cejas—. Curiosamente cuando tú a mí no me interesas ya—se echó a reír dejando las llaves en un cenicero de cristal de bohemia, muy hermoso y proporcionado, mientras se deshacía de la chaqueta polvorienta y se descalzaba—. Si no te importa deseo darme un baño. Tú puedes irte a los casinos, cabaret y clubs masculinos. Allí los senos están al descubierto e incluso puedes beber de sus tiernos pezones. ¿Sabías que puedes hacerlo? Ni se dan cuenta esas estúpidas.

—Louis ¿qué ha ocurrido? No he querido preguntarte por...—se rió de mis palabras y no me dejó seguir.

—Me gusta ser así—dijo con simpleza encogiéndose de hombros. Su tono de voz era divertido y fascinante, muy seductor aunque monstruoso en él. Era una auténtica tortura ver como se comportaba; como si ya nada mereciese la pena. Sentía que mi peor lado lo había captado encerrándolo en su interior y mostrando un ser vil y hecho así mismo con odio—. No tengo que llevar una máscara de eterno conmovido por el dolor—susurró llevando su mano derecha a su pecho, indicando su corazón para luego abrir sus brazos y negar—. Ella no me quiere ya—comentó metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón—. No me quiere. Me odia Lestat—me miró entonces con un asco terrible y un deseo tremendo de hacerme daño—. Me odia por tu culpa y yo te odio a ti con todas mis fuerzas. Si fuera capaz te mataría—sentí pánico entonces, aunque intenté que no se apreciara—. Pero sé que soy incapaz de matarte sin tener un mínimo remordimiento, pues sé que todos te extrañarían y a mí me causarían problemas. Pero mírate. Mírate bien. Un estúpido que aún usa para seducir su acento francés, que es vulgar como una piedra y se cree el rey del mundo, y por supuesto con un poder ilimitado que no sabe usar. ¡No sabes usarlo!—gritó—. Eres un cero a la izquierda para los antiguos y todos esos mortales que te veneran son tan o más estúpidos que tú. Basura, eso eres. Un gran montón de basura. O mejor, eres un montón de estiércol que ni siquiera puede ayudar a crecer algo bueno en éste sucio, asqueroso y carcomido mundo. Eres como una cucaracha que se despertó siendo vampiro. Sí, eso eres. Una cucaracha que aplastaría ahora mismo.

—¡Basta!—dije rompiendo a llorar.

Él decía que no había visto mis lágrimas y sin embargo había llorado en muchas de nuestras discusiones. Recuerdo especialmente una donde le rogaba que me permitiera regresar a casa, con él y con Claudia, tras una terrible pelea donde él se mostró dolido. Lloré por la impotencia. No podía volver a la mansión porque él me culpaba con sus ojos tristes de cachorro abandonado en mitad de la carretera. Sin embargo, me perdonó y nos reconciliamos. Esa noche aprendí que Louis podía ser muy persuasivo.

—¿No quieres escuchar la verdad? ¿No lo deseas?—preguntó lamiéndose los labios, pues la hiel que me había lanzado logró hacerme temblequear y caer de mi pedestal.

—¡Ya vale! ¡Ya! ¡Carajo déjame en paz! ¡Me importa una mierda todo eso!—estallé con la vista nublada por las lágrimas e intentando limpiarlas con las mangas de mi camisa.

—No, te importa—sentenció desafiante— ¿por qué mientes?—musitó dando un par de pasos hacia mí—. ¿Qué ganas con ello? ¿Seguidores adeptos a tus aventuritas de cuarta?—su sonrisa se ensanchó y sus ojos brillaron pérfidos—. ¿Por qué no cuentas como te follas a cada furcia que se pone en tu camino?—se pasó la punta de la lengua por sus labios de forma sensual y me guiñó antes de aplaudir eufórico—. ¡Dilo! ¡Di como te tirabas a todas las mujeres que se ponían a tiro!—se echó a reír apartándose de mí de un brinco—. Habla de lo fácil que es bajar tu cremallera—murmuró desabrochando su camisa para tirarla junto a su chaqueta. No llevaba chaleco y quizás lo había perdido, pues recordaba que cuando salió si tenía uno—. Y no sólo con ellas Don Juan de cuarta, no sólo con ellas.

—¡No debí salvarte la vida!—estoy muy arrepentido de haber dicho aquello, pero fue algo impulsivo. Me estaba haciendo daño.

—¡Yo no te pedí que lo hicieras!—respondió con la misma furia mostrando sus colmillos y una mirada destructiva.

—¡Lo hice por amor!—le expliqué agarrándolo por los brazos, pero él me apartó de un empujón provocando que cayera contra la pared y ésta tuviera algunos pequeños desperfectos.

—¡Egoísmo!—siseó con odio.

—¡Tú puta madre Louis, tu puta madre!1dije incorporándome mientras agitaba los brazos en el aire.

—La mía será puta, pero al menos me quería—soltó una honda carcajada al ver mi rostro compungido, molesto y desconcertado.

—¡No metas a Gabrielle en esto!—le advertí, pero no sirvió para nada. Sólo ayudó a que él siguiera.

—¿Por qué no?—preguntó alzando sus perfectas cejas oscuras—. Tu mami es la heroína perfecta—dijo llevando ambas manos a su pecho mientras pestañeaba y se balanceaba, para luego tomar una pose seria—. Aparece cuando la necesitas, pero desaparece siempre—aquella frase me dolió—. ¡Ya está! ¡Hagamos que sea de la liga de la justicia! ¡Su mayor poder es desaparecer cuando su estúpido, malcriado, egocéntrico, llorica y desaliñado hijo le llora su amor!

Había pocas cosas que tuviese por santas y sagradas en éste mundo. Una de esas cosas era mi madre. La necesitaba continuamente quizás porque fui convertido a muy temprana edad, tal vez porque era ella la única que me comprendía al cien por cien o posiblemente por un síndrome de Edipo muy pronunciado. Pero no voy a contar aquí que ocurre con mi madre y mis sentimientos hacia ella, porque no me da la gana. Sin embargo voy a decir que eso me dolió. Mi madre era especial y él estaba ofendiéndola.

—¡Vete a la mierda!—grité agarrándolo del cuello, casi apretándolo para asfixiarlo. No me medía y debía. Mi fuerza era terrible, pero me aparté a tiempo.

—No, gracias—susurró mirándome con una calma extraña—. Me han dicho que es una zona muy concurrida.

—¡Cínico!—respondí casi tirándome del pelo. No podía creer que ese fuera Louis. Ese no era Louis. Llevaba así varios meses y no podía soportarlo. Louis, mi Louis. Mi filósofo y mártir había quedado reducido a un cínico que leía a Kafka y mataba sin piedad.

—Por favor sigue insultándome que me excito—dijo tocándose el torso y mordiéndose el labio inferior—Sigue, sigue... —susurró entre risillas de demonio, las cuales se iban perdiendo por la habitación rumbo al baño.

—¡Regresa aquí!—grité señalando el piso para que se volteara y viniera hasta mí.

—Voy a tomarme una ducha—respondió—. Necesito limpiarme el asco que siento cuando te veo.

—¡Louis! ¡Coño! ¡Yo te amo!—nunca había dicho una verdad tan terrible. Seguía amándolo pese a todo. Mis lágrimas eran cada vez más intensas.

—¿Me amas? ¿Me amas desde cuándo?—dijo saboreando la maldad que emanaba de él. Se había girado y caminaba elegantemente hacia mí, pero se paró y se sacó los zapatos. Descalzo no se escuchaban prácticamente sus pisadas y parecía un enorme reptil que iba a ofrecerme todo su veneno—. ¿Cómo es que me amas?—se cruzó de brazos y luego los abrió girando sobre sí mismo, para luego acercase a mí a una velocidad extrema. Me tomó del rostro y sonrió burlonamente—. ¡Cuidado! ¡El señor me enamoro incluso de una piedra me ama!—me apretaba las mejillas y tiraba de ellas sin importar que mis lágrimas mancharan sus dedos—. Tú todo lo ves atractivo y seductor. Pero la verdad ¿quieres la verdad o llorarás?—dijo dejando mi rostro en paz para acercarme a una silla—. Es mejor que te sientes— dijo asintiendo con la cabeza y casi con todo el cuerpo—. Vamos, siéntate—señaló el asiento, pero no me moví—. Espera que te ayudo—me empujó contra la silla y se sentó sobre mí—. Así mejor, mucho mejor. Sentado no te hará tanto daño— murmuró jugueteando con algunos de mis rizos—. La verdad es... La verdad es...—pegó sus labios a mi cuello y lo besó resultando placentero, pero extraño viniendo de un ser que me odiaba, después se apartó y gritó—. ¡La verdad es que sólo te importa lo bien que lo pasas! ¡Sólo te amas a ti! ¡Sólo te quieres a ti! Pero no soportas que otros se quieran un poquito ¿verdad? No. Todo el amor tiene que ser para el principito—aplaudió como si estuviera en medio de una representación—. ¿Sabes que opino de eso? ¿Lo sabes?

—No...—dije sin aliento completamente turbado.

—¡Santo Dios! ¡Era una pregunta retórica!—dijo alejándose de mí para entrar al baño.

—¡Deja de molestarme y de gritarme!—intentaba secarme las lágrimas con mi camisa, pero no podía dejar de llorar.

—¡Pienso que debiste morir tú en vez de Claudia!—gritó desde el baño abriendo las llaves de la ducha, pero salió al marco de la puerta y me miró sin sentimiento alguno—. El mundo estaría mucho mejor sin ti.


No le dirigí la palabra esa noche ni las siguientes. Estar a su lado era una tortura. David no comprendía porque no le hablaba ni miraba. Aquellas palabras fueron tan hirientes que no podía soportarlas. Amaba tanto a Louis, pero tanto, y él me despreciaba con todo su ser.  

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Lestat de Lioncourt