Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 22 de marzo de 2014

La brujita, el demonio y el príncipe

Bonjour! 

Hoy les presento parte de mis nuevas aventuras. ¡El príncipe ha regresado a las andadas! ¡Tiemble New Orleans!

Lestat de Lioncourt


Los días se sucedían unos a otros amontonándose números en el calendario. Habían pasado tres semanas desde que ella se había marchado arrojándome al abandono de mi orgullo. Nicolas había regresado a mi lado noches más tarde de su huida, como si el monstruo que me hundió una vez volviese a ser el mismo joven bohemio arrojado a la desesperación y a mis brazos. Sin embargo nada era lo mismo. Él no era humano ni vampiro, pues era un demonio con rostro hermoso y alma corrupta. Yo era un vampiro con un poder y un dominio absoluto, pero era a la vez un hombre devastado.

Siempre he sido un vampiro bastante madrugador. A pesar de mi penoso estado, en el cual aún prácticamente languidecía, desperté aún con el cielo anaranjado. Durante varios minutos permanecí inmóvil observando las molduras del techo, la lámpara que colgaba con sus numerosas lágrimas y los muebles que aún permanecían allí, como si fueran un recuerdo más de mi dolor. Aún el tocador se hallaba con algunos de sus perfumes, varios de ellos ni siquiera los había usado. A un extremo de la habitación se hallaba la cuna de la pequeña que habíamos logrado tener ambos, la cual se encontraba intacta y que ocasionalmente hacía sonar la pequeña nana que yo mismo había compuesto. Las notas del piano me arrancaban lágrimas desde lo más profundo de mi corazón. Mis manos siempre se dirigían a mi pecho como si pudiera sentir como se quebraba mi alma.

Cuando decidí incorporarme me coloqué sobre mi cuerpo desnudo, pues solía descansar cubierto de mantas pero sin un solo pedazo de tela sobre mi figura, uno de los batines de seda que ella me había obsequiado. Aún recordaba como había abierto precipitadamente la caja, sacado las prendas y besado sus mejillas. Rowan se había ido y tenía que alejarme de cualquier recuerdo, como había hecho en otras ocasiones con Claudia o Louis. Sin embargo allí estaba frente a la ventana admirando los rosales que ella había pedido plantar nuevamente, los dondiegos y palmeras que exigía que cuidaran como si fueran una prolongación de su cuerpo y la pequeña fuente que representaba nuestro amor al poseer en el fondo nuestras iniciales. Un jardín que me evocaba a los momentos más dulces de mi vida. Por primera vez había sido completamente feliz y había dado todo mi corazón a alguien.

El sonido precipitado de unos tacones sobre el mármol me hizo dejar de suspirar y evitar que llorara. Por unos segundos pensé que era ella, pero era un ritmo mucho más precipitado y apasionado. Las puertas del dormitorio se abrieron y la belleza pelirroja de Mona apareció como si fuera un ángel. Su cabello largo, ondulado y rojizo caía sobre sus hombros redondos de espalda estrecha, sus senos estaban a penas recogidos por un minúsculo traje negro que realzaba sus largas piernas. Tenía los labios pintados de un carmín muy llamativo y sus pecas se realzaban en su blanca piel, la cual parecía sonrosada después de una trepidante cacería por las calles de New Orleans.

—Jefecito—dijo con su voz sensual y femenina. Sus ojos verdes se clavaron en los míos y me conmovieron. Parecía realmente agitada y preocupada.

—Mona... —susurré alejándome de la ventana para aproximarme a ella.

Ambos nos fundimos en un abrazo en el cual nos perdonamos cada ofensa. Hacía meses que no estaba a su lado, pues siempre terminábamos discutiendo. Mona odiaba a Rowan, pero en el fondo la apreciaba. Sabía que no podía perdonarle el hecho que ella quisiera matarla, pues quiso practicar la eutanasia con su joven prima cuando agonizaba. Tampoco perdonaría que deseara enterrarla viva cuando comprobó que estaba muerta, pero que a la vez caminaba y hablaba. Rowan enloqueció al verla en tan buen estado y nunca pudo perdonar que ella le ocultara durante algún tiempo la verdad. Igual que Mona no pudo soportar que Rowan no le dijera quien se había llevado a Morrigan. Ambas tenían un pasado revuelto, pero a la vez se querían a su modo. Sin embargo al estar en medio de ese conflicto, amando intensamente a ambas aunque de modos muy dispares, me convertí en el punto de mira de ambas. Y por supuesto la balanza siempre estaba a favor de mi bruja, la mujer que se había llevado gran parte de mi energía y felicidad. Sin embargo allí estaba Mona abrazándome, acariciando mis cabellos y mirándome con una ternura que me conmovió. Juro que nunca había visto tanta belleza en su rostro, a pesar que siempre la había deseado desde mucho antes de hacerla mi hija.

Ella era mi última creación. La creación más perfecta que había logrado tener. Una mujer inteligente, desafiante, fuerte, firme y seductora. Sin duda una viuda negra con una hermosa cabellera de fuego. Sus vestidos eran escasos y siempre discutíamos por ellos, pero no era momento de ofenderla. Estaba allí por mí.

—Me dijeron que no hablabas y casi no gesticulabas—algunas lágrimas parecían querer asomarse y finalmente lo hicieron. Aquella imagen de Mona llorando me hizo temblar de pies a cabeza—. Jefecito... no quiero ser cruel, pero te dije que ella no era para ti.

—Mona no quiero discutir, por favor. Me encuentro débil y hundido como para... —dije aún sosteniéndola entre mis brazos, pero me fui apartando para llevar mis manos a su rostro bordeando sus pómulos.

¡Qué hermosa era! ¿Yo había salvado a esa chiquilla? ¿Ya hacía más de once años? ¡Qué barbaridad! ¡Los años volaban! ¡Dios santo! Parecía una Virgen que había bajado del altar para llorar a un demonio. ¿Y yo era un demonio? ¿O quizás ya era considerado santo? No importaba. ¡Estaba hermosa! Cuando lloraba aún era más hermosa porque sus ojos verdes brillaban con destellos únicos. ¡Qué tortura! Comprendía como Tarquin se volvía loco con ella cuando la contemplaba. Ese amor apasionado y juvenil era idéntico al que yacía en mí. Mi hija Mona, mi criatura, mi perfecta brujita... Venus salida de la espuma y la propia Ophelia morirían de celos al ver tanta belleza.

—¿Para qué?—dijo en un murmullo—. Sólo quería decirte que yo te lo dije. Te advertí y no me hiciste caso.

—No sé porque se ha ido, pero no quiero discutir—susurré rodeándola de nuevo, sintiendo su pequeño cuerpo contra el mío y sus pechos apretados contra mi torso.

Era una miniatura que no llegaba más allá del metro sesenta, pero con esos tacones casi alcanzaba el metro setenta. Unos tacones de infarto. Ella jamás se había puesto unos hasta el día en el que yo la transformé y eran de tía Queen. Tarquin se excitaba con el sonido de sus tacones y al verla con ellos, dirigiendo su mirada desde sus tobillos hasta sus rodillas, sentía como se alteraba. Ella lo sabía y comenzó a conocer el efecto que tenía en otros hombres, como yo o como cualquier otro. Los tacones jamás la abandonaron y aún más desde que se sentía con pleno derecho de ir donde quisiera, pues a veces ni siquiera se veía con su noble Abelardo por asuntos de negocios y necesidades de ambos.

—Jefe ¿qué puedo hacer para que olvides a esa mala mujer? Por favor, deja que yo te consuele—sus dedos se movían por mi rostro rápidamente, jugaba con los mechones que caían sobre mi frente y hundía estos en mi nuca.

Sus labios se quedaron abiertos suavemente y yo no dudé en besarla. La rodeé estrechándola contra mí, como si fueran a quitármela, y sentí como sus brazos se enroscaban en mi cuello como si fueran una serpiente. Ambos empezamos a luchar con besos desatados y palabras ardientes. Sus mejillas se iluminaban como las de una jovencita que recién conoce el amor. Parecía tan diminuta, perfecta y delicada con esos dieciocho años eternos, tan eternos como perturbadores, que me hicieron llevarla hacia el lecho.

Mi mano derecha buscó el borde de su vestido, para subir entre sus muslos cálidos y acariciar sus ingles. Rápidamente toqué su sexo por encima de la minúscula ropa interior que llevaba. Era de encaje negro y ocultaba la suave mata de pelo rizado y rojizo que ella poseía. Los besos se profundizaban aún más volviéndose fieros, sus ojos se cerraron y su rostro cobró una expresión dulce pero a la vez lasciva. Juro por Dios que jamás he visto una expresión igual en otra mujer.

Mis dedos se hundieron en ella al echar hacia un lado la prenda, acariciando su clítoris y hundiéndose en su vagina húmeda. Dos dedos la penetraban, el corazón e índice, mientras el pulgar estimulaba su clítoris. Dejé de besarla de inmediato para poder escuchar sus jadeos y gemidos, los cuales eran seductores y delirantes, mientras mis labios rozaban sus mejillas, mentón y cuello y mis labios mordían su fresca piel eternamente juvenil.

—Jefecito...—dijo abriendo mejor sus piernas mientras sus manos buscaban abrir mi batín.

La noche era perfecta para disfrutar de nuestra vida eterna, pues ambos buscábamos un poco de amor y emoción. Mi nerviosismo e instinto hizo que me precipitara a quitarle la ropa, aunque la cremallera se resistía. Ella se echó a reír llevando sus manos a sus cabellos, acariciándolos y tirando de ellos por las puntas. Sus pechos eran dos volcanes de rosados pezones que buscaban ser succionados por mis labios, lamidos por mi lengua y mordidos por mis dientes.

—Abrázame de nuevo—susurró besando mi cuello—. Pedí que te dejaran flores de mi parte cada noche, pues estaba terriblemente preocupada y ahora me tienes a tus pies pies—dijo mirándome a los ojos derritiéndome.

Encendió la llama de la pasión olvidándome de las caricias de Nicolas, las cuales eran habituales en cada anochecer, y también parte de mi dolor por la muerte de mi relación con Rowan. Ella podía ser la fantasía de cualquier hombre.

—Mona... —jadeé sintiendo como mi miembro estaba completamente erecto y ella jugaba con el vello de mi bajo vientre, rozando la base de mi miembro y la punta.

—Hazlo. Hazme sentir lo buen amante que eres—dijo antes de provocarme con un largo jadeo.

No dudé en penetrarla de una sola estocada. Mis movimientos eran rítmicos, firmes y decididos. La haría mía en ese preciso momento. Las sábanas estaban revueltas, los almohadones cayeron a ambos lados de la cama y toda la estructura comenzó a moverse. Ella gemía mi nombre arañándome, buscando mis caderas y finalmente anclándose en mis nalgas para ayudarme a entrar más profundo, hasta el vórtice del deseo que tanto me ofrecía.

Los besos eran los de dos animales forcejeando. Sí, éramos dos bestias. Incluso corté mi lengua para ofrecerle nuevamente mi sangre y ella lo aceptó. Mis rodillas estaban clavadas en el colchón y mis caderas cada vez se movían más rítmicas. Era una danza macabra donde la sangre, el sudor sanguinolento, las palabras obscenas y las miradas de lujuria se alzaban en un ritual mágico. Sí, la noche se convirtió en una auténtica película pornográfica donde nos tenía a ambos de protagonistas.

Cuando eyaculé ella ya había alcanzado su orgasmo, los músculos de su vagina me habían aprisionado tan deliciosamente que provocó que llegara. Sin embargo un sollozo provocó que girara mi cabeza y mirara por encima de mi hombro. Era Nicolas.

Su rostro era el reflejo del dolor y la desesperación. Tenía una de sus manos colocada sobre su boca, la cual se abría y dejaba soltar unos lastimeros gemidos de dolor. Sus ojos embarrados en lágrimas a penas podrían verme, lo sabía, y su cuerpo temblaba. Mona se apartó para vestirse sin prisas ni pudor, pero sabiendo que debía marcharse antes que la discusión fuese terrible. Por mi parte busqué precipitadamente mi batín para colocármelo y cerrarlo mientras salía de la cama.

—¡Cómo has podido!—gritó cuando buscaba mis zapatillas, pero era imposible. Había volado nuestras prendas y tenía suerte de haber encontrado al menos el batín.

—Nicolas... no comiences un drama—susurré echándome mis cabellos rubios hacia atrás.

Los tacones de Mona sonaron sobre el mármol de la habitación, se acercó a mí besando suavemente mis labios y se apartó susurrándome un “Regresaré en mejor momento”. Yo tan sólo la dejé marcharse, aunque temía que él la golpease o agarrase. No obstante Nicolas cayó de rodillas al suelo aferrándose a su violín, como si este fuese su salvación, mientras las lágrimas seguían brotando con sollozos que le hacían temblar de pies a cabeza.

Vestía una camisa de chorreras, unos pantalones de cuero y unas botas que le daban un aire de rock star en un videoclip con aires rococó. Sus terribles ojos café parecían oscurecerse tanto como sus pestañas.

—Nicolas—dije aproximándome a él cuando las puertas se cerraron.

Mona se alejaba por los pasillos y bajaba precipitadamente las escaleras, quizás con la maravillosa sensación del sexo aún recorriendo mágicamente su delicioso cuerpo de mujer. Podía escuchar los murmullos de los empleados y a la vez los gritos desesperados que emitía mi viejo amante.

—Nicolas—susurré nuevamente tomándolo por los hombros, pero me apartó y se incorporó a duras penas.

—¡He regresado a ti! ¡He vuelto para ti! ¡Y tú te tiras a la primera zorra que te coquetea! ¡Cómo puedes ser así!—comenzó a reclamarme mientras buscaba como sostenerse en pie.

—Nunca te prometí ser fiel. Tan sólo acepté tu cuerpo junto al mío—intenté razonar, pero aquellas palabras sonaron crueles incluso para mí.

—¡Ya me sé tus discursos! ¡Tus palabras llenas de seda! ¡Sé que me dirás!—respondió furioso y dolido—. ¡Siempre son las mismas! ¡Tú siempre serás el mismo! ¡Cómo he podido ser tan estúpido! ¡Cómo!

—¡Nicolas! ¡Nuestra relación jamás fue firme!—debí guardarme esas palabras, lo sé, sin embargo así lo sentía y veía.

—¿Qué?—dijo entrecerrando los ojos—. ¡Fui a París contigo! ¡Tú me devolviste al mundo bohemio del cual tuve que regresar! ¡Te hubiese seguido al fin del mundo si así lo querías! ¡Tan estúpido queriendo deslumbrar en el teatro para ofrecer felicidad, pero a mí no me ofrecías ni una pizca de dicha!

—¡Y por qué estabas conmigo!—espeté lleno de coraje.

—¡Por amor!—aquello me dejó atónito—. ¿A caso crees que mis palabras crueles hacia ti en el teatro no eran fruto del amor? Mi amor se volvió odio cuando tú preferiste salvar la vida de tu madre, ocultarme la verdad y mantenerme al margen. ¡Por Dios! ¡Me hubieses dejado morir de viejo o por cualquier enfermedad antes que darme la vida eterna!

—¡Pensé que me odiarías! ¡Me tendrías miedo! ¡O que ni siquiera te interesaría!—respondí intentando abrazarlo, pero se revolvió.

—¡No me toques con esas manos! ¡No me toques! ¡No quiero que me toques!—el violín cayó al suelo y él empujó para observar que estuviese en buenas condiciones—. ¡Estúpido! ¡Es un Stradivarius!—dijo con furia.

—Nicolas... —murmuré debastado—. ¿Cómo sabías que no iba a decirte la verdad?

—¿Cuándo me has dicho la verdad?—preguntó con la voz rota mientras se incorporaba para dejar en mi mesa, la que usaba como bureau, su magnífico instrumento—. ¿Cuándo?—se encogió de hombros y me miró con tristeza—. Te esperé y recé por ti. Recé día y noche por ti. Sabía que Dios me había condenado por ser parte de aquella corte de bufones que tú creías genios—susurró—. ¿Sabes? He creado maravillosas memorias de noches de pasión y palabras dulces en mi mente, del mismo modo que he creado días de miel junto a mi padre, pero todo es mentira. Junto a ti sólo tuve tu luz cegadora, tu arrogancia e ímpetu, pero no un amor romántico. Me usabas como usabas a cualquier fulana.

Aquello me conmovió y deseé pedirle perdón como jamás lo había hecho. Siempre pensé que él no me amaba aunque lo dijera. Sus ojos café me destrozaban y acabé arrodillándome frente a él. Quería suplicar perdón, pero él simplemente se arrodilló a mi lado, acarició mis cabellos con ternura insospechada y me besó con cariño los labios.

—Te amo. Te amo mi príncipe de los vampiros y rey de los idiotas—murmuró abrazándome para llorar en silencio.


El recuerdo de Mona aún me hacía arder en el fuego de la pasión, pero a la vez no podía dejar de pensar que Nicolas me amaba. Sin embargo quería llorar. Podía haber reído a carcajadas porque ella me deseaba y quería a su modo y él me amaba, pero el recuerdo de Rowan me ahogaba. Aún era pronto para poder olvidar tantos días de vino y rosas. Sin embargo quería volver a ver a mi brujita, permitir que me sedujera una vez más y sentir sus carnes prietas contra mi cuerpo. Sé que no tengo derecho a sentirme tan tentado, pero soy Lestat de Lioncourt y la tentación siempre llama a mis puertas.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt