Cuando me preguntan por ella intento no
pensar en todas las cosas por las cuales hemos pasado. Deseo quedarme
con aquella imagen de Venus surgida de las aguas, rodeada de pétalos
de flores y con aquellos altísimos, y endiablados, tacones de tía
Queen. Sus cabellos pelirrojos le daban un toque salvaje, sus pecas
aniñaban y suavizaban sus rasgos de mujer, y aquella cintura llamaba
poderosamente mi atención del mismo modo que sus labios llenos, sus
pechos turgentes y su mirada cubierta por la pasión y la vida.
Mona se convirtió en un prodigio.
Hasta ahora no he desvelado demasiado mi devoción por ella, pues he
intentado ocultarla con numerosas peleas y momentos de euforia
maltrecha. Ella me desafía y yo la desafío. Sin duda alguna he
encontrado la discípula que me haría salir de mis casillas;
actualmente sé que alguien, al leer estás líneas, se está
regocijando y ese no puede ser otro que Marius.
La brujita y la arpía, misma cara de
la misma moneda. Una mujer desafiante, apasionada, única, perversa,
seductora y muy intuitiva. No puedo engañarla y siempre descubre mis
cartas. Siento por ella odio y amor al mismo tiempo. Amo como me mira
seductora, su sonrisa de diablesa y esos ojos de esmeralda que te
arrancan el aliento. Pero también odio como me desafía
continuamente, sin esperar nada ni nadie, sometiéndome a sus
intereses y proclamando que soy un idiota. Tal vez lo soy, sin duda
alguna, y ella es demasiado inteligente para amilanarse ante mi
seductora sonrisa y mi pose de genio estúpido.
Ella no es Ingrid Bergman y ni yo
Humphrey Bogart; no obstante puedo jurar que en algún momento diré
que “Siempre nos quedará New Orleans”. Sí, sin duda alguna.
Siempre tocaré la canción con la cual mi corazón palpita cuando la
siento cerca, la punzada de pasión que envuelve cada una de mis
células, y la maldición del enfrentamiento cotidiano. Ella me
maldice, yo la maldigo y Quinn intenta separarnos en un duelo
endiablado.
Muchos la odian y otros la veneran.
Creo que pocos son los hombres que no la han deseado y escasos los
que alguna vez han dicho que no es bonita. Sin duda es mi mejor
creación, pero no es la última ni mucho menos. Queda mucho por
vivir para seguir desafiando y convirtiendo mis impulsos en realidad,
pero si debo decir algo de ella es que la he amado y la amo tanto
como amé y amo a Claudia. Quizás es mi maldición, no lo sé, pero
a veces pienso que lo más amado es lo que más daño te hace y a
veces ese daño nos lo buscamos.
Sueño que alguna vez venga a mí
corriendo, se arroje a mis brazos y me deje estrecharla con la
delicadeza de un caballero. Aunque yo de caballero tengo poco y de
rebelde demasiado. Siempre voy de un lugar a otro, maldigo a quien me
ama y provoco a quien me odia. Sólo ruego que mi hermanito la cuide
y que yo pueda verlo. Quisiera hablar con ella, pero me contengo...
Ni siquiera sé a quién escribo ésta
carta, como si fuera a perder la memoria pronto y necesitara recordar
todo lo que siento y sé de ella, pero necesito desahogarme. Los
borrachos se desahogan con el alcohol y yo me desahogo describiendo
las sensaciones que ella me concede. Me perturba, enloquece y seduce
como pocas mujeres y a la vez me echa de su vida con la misma
rapidez. Si pestañeo estará y si cierro los ojos unos segundos se
irá. Sin duda ella es Ophelia Inmortal y si Shakespeare la hubiese
conocido creería que es la personificación de la pasión, la muerte
y la belleza.
¿Mi último deseo? Tal vez que se
percatara que la amo a mi modo y que no habrá amor más
incondicional que el mío, excepto el de Quinn...
Lestat de Lioncourt
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