Sigo siendo judas para Nicolas... ¡Qué bien! Es tan divertido saber que este cabrón, venido del infierno, sigue acusándome de sus desgracias. Y yo me pregunto ¿no era yo el que le rogó que cesara? ¿No fui yo quien le dijo deja eso y ven? ¿No fue él quien permitió que el Teatro siguiera? ¿Y no fue Armand quien le cortó las manos? Yo no soy su verdugo.
Lestat de Lioncourt
Perdición. La perdición. La auténtica
perdición. Eso fue lo que sucedió. La música vino a mí, el placer
invadió mi sentidos y mi sentimiento cayó a sus pies rendido. Me
convertí en lo que soy. Caí hechizado por el tormento apasionado de
la melodía. Quise conquistar el cielo con la punta de los dedos,
pero sólo dancé para las brujas y el infierno. Bailé hasta el
cansancio, toqué hasta sentir que la sangre bullía y me convertí
en un conquistador de sueños. Ni el frío, el dolor en los huesos o
el cansancio podían detenerme. Nada podía detenerme. En las noches
componía hasta el hartazgo y después desfallecía en sueños donde
todo era música, poemas, teatro y marionetas que se mecían entre
los gloriosos engranajes de la tramoya. Me convertí en un ser
oscuro, un diablo, un poderoso ser que urdía telas de araña que
envolvían a todos como si fueran capullos de mariposa.
Así surgió el violinista. En el
páramo seco del dolor. Donde los bohemios y soñadores yacen con
tumbas cargadas de silencio y pesadumbre. Allí, donde nadie va. En
un lugar donde la noche es eterna y tiene aroma a vino y cerveza.
Bajo las estrellas y la luna, junto a los terribles monstruos que se
ocultan bajo las camas y colchas, puedes encontrar la mente retorcida
de un soñador que genera terror e impone su delirio. Dejé de ser
humano para fundirme con la sangre. Los colmillos surgieron como si
fueran las alas de un ángel y arrebaté vidas con ellos. El Don
Oscuro sólo provocó que yo, como autor de comedia y burla a la
vida, renaciera con el encanto de un demonio solícito que ríe a
carcajadas mientras baila sobre las tumbas baldías. Me transformé
en el ejemplo a seguir. Era la conciencia de la locura. La pasión
misma.
La música llovió como si fueran las
lágrimas de una doncella y se convirtió en la tormenta más aciaga.
Bañé el mundo con el mar de amargura que llevaba, hice que todos
bebieran de su mágico y amargo elixir, para después brindar
triunfante con la sangre arrebatada de sus corazones. Yo era la
bestia. Me convertí en la bestia. Era una bestia hermosa de cabellos
oscuros y gloriosos ojos castaños. Nadie podía detenerme, salvo él.
Él y su recuerdo. Mi corazón aún tenía bondad, pese a todo, y
cuando venía a mí jurándome amor caía de rodillas y manso como un
cordero.
Toda bestia tiene una debilidad. Todo
demonio un ángel que lo custodia. No hay dolor sin felicidad. Por
eso la música es tan pura y sensual, ya que adormece al guerrero y
agita a la bestia.
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