Ya estoy aquí, ya regresé. Amen a este príncipe travieso. ¡Traigo la mejor opción para su aburrimiento!
Lestat de Lioncourt
La música del local sonaba a todo
volumen y hacía vibrar las escasas, y sucias, ventanas que poseía.
La barra estaba atestada de jóvenes que iniciaban la noche con un
poco de alcohol, un cigarrillo y miles de sueños rotos por ahogar
con whisky, cerveza y ron barato. Las chicas se paseaban como gacelas
frente a cientos de leones hambrientos, aunque más bien eran leonas
siguiendo su instinto y sus marcados deseos de desinhibirse hasta
perder la conciencia de su vida responsable. La magia del sábado
noche les confundía, les inducía en un salvajismo demencial, y la
música contribuía a darles la oportunidad de contagiarse unos a
otros.
El bajo demostraba su gran habilidad
marcando el ritmo junto al batería, ambos melenudos y cargados de
sudor, mientras que el guitarra y vocalista intentaba seducir con más
encanto que talento. El único que parecía más entusiasmado con
pasarlo bien era el chico nuevo de la banda, con una guitarra
eléctrica vieja que le había cedido su padre. Aquel pequeño grupo
de cuatro jóvenes, aún con barrillos en la cara, intentaban plantar
una semilla de esperanza y rock en sus desastrosas vidas. Frente a
ellos todo una manada salvaje de entusiasmados y desastrosos clientes
de uno de los tugurios de la ciudad.
Entre ellos. Sentado a un lado con un
vaso de whisky con hielo, el cual ya estaba derritiéndose, se
hallaba un habitual. Su sonrisa se ensanchaba mientras sus ojos se
clavaban en todos y cada uno. Leía sus mentes y se divertía con sus
sucios secretos, con sus insignificantes misterios, con chistes y
chismes. Su aspecto era de lo más común entre todos ellos. El pelo
largo y revuelto, de un color rubio muy llamativo, su camiseta de un
grupo rock de la prodigiosa década de los 80's y unos jeans
desgastados. Tenía una de esas botas con espuelas, que acababan en
punta, y que le daba un toque de cowboy urbano cuyo único
complemento tenía que dejar en la acera, su harley. Las gafas de sol
que llevaba, colocadas en la punta de la nariz, eran de aviador y
parecía una estrella de esa música estridente que se daba en el
escenario. Allí, situado en la marabunta, era uno más. Sin embargo,
sólo era un cazador buscando una nueva víctima.
—Sabía que te encontraría aquí—dijo
alguien a sus espaldas.
—¿Quieres que te firme un
autógrafo?—preguntó jugueteando con el borde del vaso.
—¿Por qué no me das mejor una
explicación razonable de porqué lo estás haciendo de nuevo? Creí
que habías olvidado tus viejas manías—a su lado tomó asiento un
joven distinto, de piel algo tostada y ojos ligeramente rasgados.
Tenía una expresión afable, pero tranquila. Su presencia era
distinta. Aquel traje de ejecutivo, perfectamente confeccionado, le
daba un aire de agente de bolsa perdido en un mal barrio a altas
horas de la noche.
—David, ¿qué te hizo creer
eso?—dijo girándose hacia su derecha para verlo bien, con esos
ojos casi violetas—. ¿Es que has rezado por mí?
—Sabes que sigo sin poder creer del
todo en Dios...
—Pero bien que maldices y suspiras su
nombre—alzó la copa e hizo como si bebiera—. ¡Salud! ¡Por mi
buen amigo David! ¡El santo!—se había puesto de pie y algunas
mujeres habían reparado al fin en ambos.
—¡Lestat!—exclamó tirando de él
para que se sentara.
—David, el libro saldrá a la venta.
Yo volveré a ser popular, aún más que antes, y tú, amigo mío,
tendrás tu momento de gloria. Todos tendremos nuestra gloria.
Brillaremos como el sudor de esos jóvenes, casi adolescentes, y nos
divertiremos... Además, ¿crees que alguien va a tomarse la molestia
de investigar si existen los vampiros? Ya no hay chalados que crean
en nosotros.
—Estás loco—murmuró, para luego
suspirar cansado. No había nada que se pudiese hacer.
—¿Escuchas eso? ¡Es un clásico de
AC/DC!—exclamó.
Salió directo hacia el escenario y se
subió junto al joven comenzando a cantar. Al principio los músicos
se asustaron, pero finalmente terminaron cantando a coro. El local
entero vibraba. David observaba todo recostado en la silla, aunque
pronto dejó de estar solo. Algunas mujeres lo rodeaban pensando que
era la oportunidad que habían estado buscando. “You shook me all
night long” reventaba los tímpanos de todos los presentes
quedándose encerrado en el recuerdo de esa noche.
David no podía hacer nada. Ya nadie
podía detener a Lestat. La suerte estaba echada. El mundo conocería
la verdad, la mágica verdad, y nadie creería nada. Literatura para
amantes del misterio, los colmillos y la locura enfervorecida hacia
la fantasía más febril.
No hay comentarios:
Publicar un comentario