Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 14 de septiembre de 2014

El gato y el ratón

Mis encuentros con él han sido diversos a lo largo de estos años. Sólo narré el inicio de todo. Aprendí la lección más terrible de mi vida, aunque jamás he estado seguro de ella. Fue una lección que me llevó a conocer el cielo y el infierno, los entresijos de una historia que aún se teje y que se aseguraron que jamás olvidaría. Perdí mucho más que un ojo en aquella aventura. Perdí parte de mí. Me destruyeron parcialmente sin importarles nada. Dios, el diablo y todo su séquito o quienes quieran que fuese. Caí en un precipicio del cual no fui capaz de surgir fácilmente. No podía soportarlo. Parte de mí se resintió tanto que creí que se había perdido para siempre.

Me costó años recuperar mi vida y encarrilar mi destino. No fue fácil. La dificultad estaba en sentir que mi alma estaba secuestrada en un mundo de horrores. Las visiones que tenía a diario eran terribles. La tentación de volver a buscarlo, de suplicar un poco más de información, me horrorizaba. La sola idea de seguir vivo me provocaba pánico. Durante algún tiempo pensé que no podría volver a ser el mismo, pero aprendí a sobrevivir con la carga. Me convencí que podía.

Durante todo ese trance conocí a los Mayfair. Me enamoré perdidamente de Rowan Mayfair, con la cual tuve un idilio que decidí no alimentar. Corté toda relación con ella durante unos años. Pensé que la mantenía a salvo, que buscaría un nuevo rumbo y hacía con su vida algo mejor que seguirme. No quería condenarla del todo a sufrir mi compañía. Tampoco deseaba hacer daño a su esposo. No conseguiría nada bueno si dañaba a un buen hombre. Pero mis deseos son superiores a mis creencias. Corrí tras ella como un niño pequeño, me aferré al borde de su falda y le rogué que fuese mía. No contaba con el diablo.

Nos separó.

Aquella noche había salido a pasear. La noche era fresca. El final del verano ya asomaba. Los turistas seguían abarrotando las calles. Las luces de los negocios eran deslumbrantes y la música, de los viejos clubs de jazz, era encantadora. Me movía entre la gente como si fuera uno más, integrándome por completo, con uno de mis mejores trajes. Había decidido desempolvar un traje negro hecho a medida, de corte clásico y botones negros decorados con un rectángulo, chaleco gris con estampados de rosas negras y camisa blanca. No llevaba corbata. Detestaba ese formalismo últimamente. Todo lo detestaba. Decidí que estar solo era mejor que rodearme de viejos recuerdos. Ella no volvería conmigo, ya que estaba demasiado asustada y empezaba a enloquecer, y el resto parecía haber hecho su vida entorno a sus viejas creencias alejadas de mí. Ni siquiera podía pensar en regresar al lado de David y Louis. Eso ya era historia pasada.

Me había instalado en uno de mis apartamentos del centro de la ciudad. Allí podía asomarme a la ventana para ver como discutían en los bares sobre cualquier tema, sentir el ambiente de la vida casi esfumándose entre mis dedos y observar a mis nuevas presas. Podía haber regresado a Blackwood Farm, pero como he dicho no quería recuerdos. No quería nada. Esa vivienda a penas me hacía recordar algunas vivencias, ya que la había comprado como mero almacén para algunos de mis muebles y mis recientes adquisiciones de cuadros. Seguían gustándome los cuadros de vivos colores, llenos de paisajes cotidianos, pero también tenía fotografías en blanco y negro de mortales con la mirada cargada de sueños, pesadillas y milagros.

Me dirigía al apartamento después de adquirir un nuevo libro. Deseaba desnudarme, arrojarme al diván más cercano a uno de los balcones y concentrarme en la lectura. Dejaría que el mundo mismo se hundiera en sus propias tinieblas. Un autor joven, lleno de frescura, había interrumpido mágicamente en la escena literaria y me suscitaba cierta curiosidad sus libros sobre vampiros, demonios y seres místicos. Necesitaba una literatura llena de guiños a los grandes clásicos del terror y a mi propia gente. Quería saber de él. Pero lo importante no era ese libro, tampoco lo era los pocos folletos de poesía que había conseguido como regalo de la chica de la tienda. Aunque, reconozco que eran magníficos. Eran pequeñas hojas maravillosamente decoradas con la imitación de la escritura de maestre de clerecía. Me recordaba ligeramente a mis días en los cuales quise unirme al clero, cosa que me sacó una sonrisa y me hizo pensar en mi madre.

Cuando doblé la esquina cercana a mi hogar sentí una presencia conocida. Estaba a pocos pasos, en uno de los locales más concurridos. Eran un antro de blues y jazz, un local donde los gansters hicieron de las suyas en la época de la ley seca, y que tenía cierta leyenda en al ciudad. Muchos iban allí a dejarse el hígado mientras la música los envolvía. Cientos de escritores habían suspirado en la barra del bar pensando que nunca serían publicados, ni leídos y tampoco apreciados siquiera por la chica de sus sueños. Tenía un letrero negro con letras doradas, el interior tenía las paredes forradas en madera y poseía numerosa decoración de los años de la depresión. Yo mismo había estado allí sentado frente a un buen whisky, imitando a un joven rebelde que bebía ensimismado ante las numerosas actuaciones, para conseguir una víctima rápida entre tanto maleante y soñador venido a menos. El humo de los puros baratos, los cigarrillos mentolados de las jóvenes muchachas que reían descaradas y el aroma de los embriagadores perfumes se pegaba siempre a tu ropa, tu cabello y dedos. Y allí, entre ese amasijo de almas, lo sentí. Era él. De nuevo él.

Al entrar vi la vida moverse con encantadoras curvas de mujer. Una chica pasó frente a mí con un peinado a lo Marilyn Monroe. La música era contagiosa. Un blues sacado del alma, cantado por una de las chicas más maravillosas del local de piel tostada y ojos tan negros que parecían la propia noche. Sus labios eran suculentos y se movían impulsando sus palabras a todos los corazones que allí se dejaban el juicio. Un jovencito estaba limpiando la barra y otro se tambaleaba del taburete. Las mesas estaban llenas, pero eso no importaba. Algunos bailaban, otros permanecían de pie en algún que otro rincón y apostaba que tras alguna de las numerosas puertas se hallaba aquel ser que tanto me torturaba.

—Disculpe, caballero—dijo, una mujer joven que se acercó hasta a mí. Vestía un impresionante traje de lentejuelas rojo. Era de esos que envolvían su cuerpo como si fuera una segunda piel. Tenía una piel en tono caramelo y unos ojos azules profundos, los cuales parecían zafiros. Su sonrisa sugerente me calentó por unos segundos y deseé enredar mis dedos entre sus cabellos rizados, que caían sobre sus hombros y rozaban su tremendo escote. Sus pechos turgentes, redondos y llenos eran exuberantes, aunque lo que llamaba realmente la atención era su cintura, pues tenía unas caderas impresionantes y le daban una feminidad casi mágica. Era la chica de los sueños de cualquier pobre diablo.

—Quedas disculpada, no puedo estar molesto con una belleza como la tuya—respondí con cierta coquetería. Era mi instinto natural, aunque mi corazón seguía siendo de Rowan y dudaba que algún día fuese de alguien más.

—Me dijo que intentaría coquetear conmigo, pero no creí que lo hiciese desde la primera palabra—comentó ampliando su sonrisa. Tenía una de esas sonrisas que se contagiaban—. Le está esperando.

—Ah, ya veo—mi rostro volvió a cubrirse con una pátina sombría y seria—. Por un instante creí que una belleza como tú quería conocer los placeres que podía ofrecerle, pero ya veo que sólo te acercaste como mensajera.

—Si lo deseas después podemos conversar invitándome a una copa; sin embargo, por el momento, mi jefe está esperándolo en su despacho—no varió su expresión.

No puedo aseguraros si era humana o no. Sólo sé que su perfume de magnolias me enloquecía. Quería estrecharla contra mí y preguntarle por el significado del mundo, aunque lo desconociera. Por unos segundos olvidé mi dolor. Aquel lugar parecía tener ese mismo efecto en todos los hombres. Las mujeres eran tentadoras y los camareros muy elegantes, había tipos muy distinguidos con una encantadora sonrisa como la suya. Pensé en Julien. Estaba seguro que ese maldito desgraciado amaría un antro como aquel. Inclusive, estaba seguro que era capaz de haberlo adquirido sólo para beber gratis y jugar a las cartas de forma ilegal. Si él estaba aquí significaba que aquel viejo enemigo podía aparecer en cualquier momento.

Ella caminó frente a mí y me hizo un gesto. Deseaba que la siguiera. Juro que sabía que estaba haciendo mal, pero la intriga y las dudas me estaban machacando. Así que no vi impedimento alguno para ir tras ella, permitir que la puerta se abriera y cerrara detrás mía. No me importó en absoluto. Si el destino había querido aquello no había nada que pudiese hacer para impedirlo.

La puerta que eligió era una del fondo, cerca del escenario, y al abrirse noté que los muros eran gruesos. Parecía estar completamente insonorizada, aunque no soy un experto en ese tema. Dentro había moqueta roja que cubría todo el suelo, una alfombra de piel de lobo teñida de negro muy similar a la de mi vieja capa, y un despacho ligeramente ocupado con un portátil y diversos archivos. Tras la mesa había una silla girada hacia la pared, y en la pared, justo frente a nosotros, había un cuadro de Julien Mayfair junto a su encantadora prometida Evelyn. Las noticias sobre el regreso a la vida de la abuela de Mona me habían llegado hacía días, pero eso es porque en New Orleans nada pasa sin que yo me entere. Por lo demás, era una habitación más. Salvo una pared falsa, que no era más que una puerta corrediza que dividía la sala.

—Jefe, aquí lo tienes—dijo, antes de desaparecer, con el sonido de sus tacones alejándose.

La puerta se cerró y yo quedé allí. Estaba tenso, pero no podía estar de otra forma. Metí mis manos en los bolsillos del pantalón y esperé a que él hablara.

—Jamás creí que te dieras cuenta que estaba aquí. Has pasado varias veces frente a éste sitio y no has reparado en mí. Ésta vez no quería ser yo quien fuese a buscarte. Sé que tienes muchas preguntas que hacerme—su voz era tan masculina como susurrante.

—¿Te parece correcto lo que haces?—pregunté.

La silla se giró y lo vi sentado en ella, muy cómodo y desenfadado, con un vaso de whisky on the rock entre sus finos dedos de uñas puntiagudas. Sus ojos azules me parecían extremadamente hermosos, como la primera vez que los vi, y su cabello estaba bien cepillado hacia atrás. Su traje gris humo con su camisa de cuello Maho en tono borgoña le daban un toque de hombre de negocios. Parecía distinto y a la vez era el mismo. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado.

—¿Qué cosa? ¿Hacer que remonte éste club? No he sido yo. Tal y como has supuesto es de Julien—aquello no me impactaba. No me había percatado que mi mente estaba abierta, quizás porque el lugar donde estábamos incitaba a desinhibirse.

—No hablo de estos sucios negocios, los cuales posiblemente sólo son para llenar sus arcas de tesoros y a ti el infierno de nuevas víctimas. ¿No tenías que salvar a diez almas? ¿Por qué este cambio radical? ¿Tan mentiroso eres, Don Diablo?—mis palabras le hicieron arrancar una risotada que me electrocutó. Sentí pánico, pero no podía huir. Me tenía que enfrentar a él. Sabía que podía doblegarme, aunque no estaba dispuesto a ello. Saqué las manos de mis bolsillos porque no quería que viese que me torturaba todo aquello.

—Aún no he encontrado la fórmula mágica para salvar las almas condenadas. ¿Tienes alguna idea? Se admiten sugerencias—susurró moviendo su vaso de whisky, para luego darle un sorbo y dejarlo sobre la mesa—. Lestat, ¿por qué estás tan a la defensiva? ¿Quizás tienes miedo?

—¿Miedo? ¿A qué? ¿A qué destroces de nuevo mi vida como siempre haces? No entiendo porque tienes esta inquina conmigo. ¿Qué te he hecho yo?—cerré mis manos y apreté los puños. El único anillo que llevaba era el de bodas. Me había casado con Rowan cuando ella dejó a Michael, aunque había regresado a su lado. Ese anillo era el único recuerdo que aceptaba en mi vida. Lo único de lo cual no era capaz de deshacerme.

—Desobedecer y no aprender—dijo mirándome a los ojos.

—¿Desobedecer? Ni que fueses tú mi padre. ¿Acaso tenía que seguirte el juego? ¿A ti y a cuántos? Dímelo, porque aún no me he enterado como he comenzado la partida. Tampoco sé tus normas. Aunque, te diré algo, desprecio este juego y desprecio todo lo que tenga que ver contigo—mi voz se alzaba por momentos. Me di cuenta que podía escucharme perfectamente y que sí, que aquel lugar tenía que estar insonorizado.

—Lestat, ¿quieres calmarte? Pareces una mujer herida porque ha encontrado a su hombre en la cama de otra—se incorporó y caminó hacia mí. Metió con elegancia las manos en los bolsillos y se acercó a mí, quedando tan sólo a unos centímetros de mi rostro.

—Y tú pareces un adolescente caprichoso—recriminé—. Me buscas como si te perteneciera.

—Cariño, me perteneces—dijo sacando sus manos de los bolsillos, para colocarlas sobre mis pómulos y deslizar sus dedos pulgares por mi rostro hacia el mentón—. Eres mi fualana. La puta que más me gusta.

—Tienes a ese engendro que rescataste del arroyo de los infiernos—chisté. Nicolas de Lenfent, mi viejo amante. Aquel violinista que se volvió loco y perdió todo juicio en busca de algo que realmente no existía. Había regresado hacía más de un año, era suyo y estaba a sus órdenes completamente enamorado de él. No sabía para qué me quería a mí si tenía cientos de amantes.

—¿Nicolas? Sí, es cierto—murmuró saboreando el momento. Reía bajo para sí mismo, como si el chiste no fuese conmigo.

—Posees a los Mayfair—añadí.

—Eso sólo son negocios, aunque sus mujeres son encantadoras y sus hombres tienen algo que no sé como describir. ¿Cómo describirías a un hombre sumamente atractivo y peligroso? Aunque, por supuesto, no son ni la mitad de peligrosos y hermosos que sus mujeres.

Hubiese dado cualquier cosa por agarrarlo del cuello y empujarlo contra la pared. Incluso le habría vendido a él mi alma. Era despreciable. Se mostraba correcto y bueno en ocasiones, como si ese fuese el lado que quisiera darme para que creyera todas sus mentiras. Sin embargo, sólo tenía que verlo bien para saber que sólo era un caprichoso.

—Déjame en paz—dije dando un paso atrás. Aún tenía sus manos sobre mi rostro, pues él no las apartó ni permitió que me apartara—. Tienes todo lo que deseas.

—Menos a ti—susurró arqueando las cejas.

—¿No decías que te pertenezco?—fruncí el ceño y aparté sus manos de mi cara, pero me agarró de la cintura y pegó mi cuerpo al suyo. Eché de inmediato la cabeza hacia atrás intentando que no me besara, y que ni siquiera me rozara su aliento cargado de whisky.

—Me perteneces, pero no eres capaz de quedarte a mi lado—hundió su rostro en mi cuello, justo en el lado derecho, para lamer mi piel y besarlo lentamente. El roce de sus labios subió hasta mi lóbulo y sus dientes mordisquearon aquel pequeño trozo de mi oreja.

—Quiero que dejes a Rowan Mayfair en paz—balbuceé una propuesta, pues sabía que eso es lo que esperaba—. Deseo que no muera por culpa de Julien Mayfair y sus trucos—mi voz sonó más firme, aunque era un ruego—. Por favor.

—Es su nieta—me aclaró apartando su rostro de mi cuello—. ¿Crees que lo permitiría?— preguntó con los ojos clavaos en los míos. Eran dos dagas ardientes. Podía ver el infierno en cada una de sus minúsculas células—. Ya hizo un pacto conmigo. No morirá. Será madre de ese Taltos y es posible que conciba alguno más, pero más adelante. Michael es todo un semental. ¿No lo crees?— Se burló de mí, riéndose en mi cara—. Sé como le miras. Incluso le amas a él de algún modo.

—Cállate, deja de indagar en mis sentimientos—coloqué mis manos en su torso y me eché hacia atrás. Quería que me dejara libre.

—¿Acaso ya no son de dominio público? ¿Qué tal tu nuevo libro? ¿Cómo vas?

—Déjame en paz.

—No, no quiero—comentó divertido—. Dime, ¿saldré de nuevo o sólo contarás una de tus aventuras? No quieres contar que seguimos viéndonos, ni tan sólo deseas aceptar que aún estás mezclándote con los Mayfair. Hiciste tantas promesas, Lestat. Has mentido tanto y tan bien... Oh, pequeño, eres un niño travieso. ¿Me dejarás azotarte?—su mano derecha apretó una de mis nalgas y pude notar cierta lascivia en su mirada.

—¡Deja de burlarte!—grité.

—No, es francamente divertido—susurró apartándose de mí—. Te tengo donde quería, contra las cuerdas y a punto de montar una de tus pataletas—sacó de un chaqueta una pitillera y se llevó un cigarro a los labios, éste se encendió sólo y le dio una honda calada.

—Te odio—dije.

—El odio siempre proviene de un amor que no se quiere corresponder—contestó dejando que el humo saliera de su boca, igual que si fuese un dragón, mientras su mano se movía elegante con esa explicación tan perversa. Su mano izquierda se había perdido en el bolsillo del pantalón. Tenía una estatura envidiable. Siempre me rebasaba. Parecía prácticamente un Taltos. Sin embargo, no tenía la bondad ni la inocencia que podía encontrar en los ojos de Miravelle. Ni siquiera era cínico por miedo, como Oberon. Tampoco tenía el desafío de Lorkyn. Era el demonio. No había vuelta de hoja. Un ser despreciable, pero maravillosamente apuesto. A veces me confundía.

—Sabes bien que no es así.

—Te propongo algo—dijo mirándome a los ojos tras otra calada—. Permitiré que vuelvas a ver a Rowan, una vez tenga ese dichoso Taltos, y puedas tenerla entre tus brazos sin que ningún Mayfair lo sepa. Te dejaré unas horas lejos del alcance del poder de Julien. Tendrás a tu hermosa bruja con tu encantadora niña de cabellos rizados, esa que tuvisteis gracias a la ciencia. Sí, Hazel. La cual crece ajena al dolor y la comedia que envuelve su delicada vida.

Era un buen trato. Pero si de algo me servía la experiencia que me golpeaba duramente, una y otra vez, era que no debía creerme nada de sus triquiñuelas.

—¿Qué ganas tú?

—A ti—respondió rápidamente.

El cigarrillo lo llevaba con elegancia a los labios, los cuales se apretaban ligeramente entorno a la boquilla. Se había girado en un par de ocasiones para echar las cenizas en un pequeño cenicero de cristal, muy bonito a pesar de lo sencillo.

—¿Pretendes que esté a tu lado a cambio de unas horas?—estaba por reírme en su cara. Ni siquiera un niño inocente se creería algo así.

—Puedo ampliar el contrato cuanto más amplíes tú las visitas a éste pobre infeliz—dijo haciendo aparecer en su mano izquierda, entre sus largos dedos, un documento—. Deseo conversar contigo, Lestat, sin misiones religiosas ni quejas sobre brujos emparentados entre sí.

—¿Cómo?—no podía creerlo.

Rápidamente apagó la colilla y se acercó a mí echándome el humo en la cara. Tosí ligeramente y cuando me di cuenta me estaba besando. Su lengua se enredó con la mía, acariciándola descaradamente, mientras yo aún no podía siquiera reaccionar. Trastrabillé pegándome a la puerta, para notar entonces el bulto creciente de su entrepierna. Deseaba sexo.

—¿Ya sabes lo que quiero?—dijo mirándome a los ojos. Había colocado su mano sobre la puerta, dejando el brazo ligeramente extendido, evitando así cualquier salida. No podía huir. Aquel lugar no tenía ventanas. Las puertas corredizas no darían al exterior. Me atrapó.

Se humedeció los labios ligeramente y pasó la punta de su lengua por los míos. Fue un gesto bastante erótico. Me sentía atrapado.

—Sí...

Estaba subyugado.
No podía pensar con claridad. No había luz en ese asunto. Estaba perdiéndome en plena noche. El bosque estaba siendo cada vez más espeso. El mundo se caía a cachos. Ya no sabía dónde ir. El vampiro que conocía se estaba rindiendo de nuevo a los encantos del demonio. Tenía miedo, pero el miedo era nada comparado con el ferviente deseo que me impulsaba a mirarlo.

Se alejó con pasos largos, aunque medidos, y pude ver su espalda libre de esas monstruosas alas. Lo que tenía frente a mí era su receptáculo mortal. Un aspecto entre los masculino y lo femenino, pues su pómulos no dejaban de ser demasiado perfectos para ser los de un varón. Cuando se detuvo, a pocos centímetros de la puerta, imaginé que había tras ella.

—Ven conmigo—me indicó.

La sala oculta era una cama gigantesca, con un cabezal de hierro negro y vestida del mismo color en telas de satén. Sobre el colchón había un par de esposas, las cuales ya conocía bien, y a ambos lados había diversos muebles con varios cajones que ocultaban secretos de tortura y placer.

—Hoy no te romperé la ropa, deseo ver como te deshaces de ella y te postras ante mí como un perro bien amaestrado—comentó sentándose en el borde de los pies de la cama. Me miraba como cualquier hombre mira a una puta cara, de esas que sabes que harán todo por ti. La zorra perfecta—. ¿No decías que todos debíamos ser perros? Comentaste que te agradaba esa idea. Así que hoy serás mi perro obediente, o mejor dicho, la perra más obediente.

—Es humillante—murmuré.

—Para mí no.

Me saqué la ropa tal y como lo había pedido. Por unos segundos sentí un pudor extraño. Mis mejillas se enrojecieron resaltando mi piel blanca. Quería irme de allí, pero entre sus manos aún tenía ese contrato. Un contrato con el demonio. Mi alma a cambio de horas con Rowan y la seguridad de mi hija.

—No hace falta que lo firmes, tienes mi palabra y yo tengo la tuya—dijo con media sonrisa—. Recuerdo cuando te tuve por primera vez, ¿qué sucia mentira usé? No lo recuerdo ya. Pero te prometo que no le pasará nada a tu hija, aunque no puedo asegurarte nada de Rowan.

—Entonces no sigo—respondí con el cinturón entre mis manos.

—Lestat, está media loca. Era un riesgo que debía correr Julien. No puedo hacer nada con su mente, de verdad. Tal vez tú si puedas, la puedas meter en razón y la calmes—se encogió de hombros y se sacó la chaqueta dejándola a un lado de la cama—. Lestat, escúchame. No soy tu enemigo. No quiero ser tu enemigo. Deseo ser tu amante, pero si sigues insistiendo con tu testarudez las cosas se pondrán cada vez peores.

—¿Cómo de mal?

—Ya has visto de todo lo que soy capaz—expresó—. Quiero que vengas libremente a mí, por favor.

—¿Qué gano?

—Podré ayudarte, pero no siempre. No pidas imposibles, pues no puedo hacer mucho. He hecho un contrato en firme con Julien y él me ayudará en algún modo.

—¿A qué?

—Eso no te incumbe. Desnúdate y ven.

Me desnudé quitándome las pocas prendas que me quedaban. Lo último que me quité fueron mis calcetines. Mi cuerpo era algo más delgado que el suyo, pero ambos teníamos una figura similar salvo por la estatura. Me acerqué a él y me subí sobre sus rodillas, mirándolo frente a frente, mientras pasaba mis brazos sobre sus hombros.

—¿Puedo confiar en ti?

—¿Tienes otra opción?

—No.

—Entonces, no tienes nada que perder.

Su ropa desapareció. Memnoch sabía hacer esos trucos. Su piel era más cálida que la mía, a pesar que yo había ingerido algo de sangre a primera hora de la noche. Cerré los ojos y abrí mis labios ligeramente, para aceptar sus besos, mientras él recorría mi cuerpo con la yema de sus dedos. Sabía que iba a sufrir en aquel ritual cargado de sexo y crueldad.

—Al suelo.

Me arrojé al suelo dejando que mis rodillas se clavaran en mi moqueta. De inmediato él me agarró de la cabeza, me lanzó una mirada de deseo y enredó sus dedos en mis cabellos. Rápidamente tenía la cara pegada a su entrepierna, algo endurecida, esperando ser devorada. Mi lengua dejó un ligero roce desde la base hasta su glande, justo antes de introducirla entre mis labios y comenzar a succionar sin perder detalle de sus facciones. No tenía otra. Debía confiar aunque me engañara. Aún no estaba del todo duro, y notar que yo lograba ponerlo de ese modo me llegó a excitar. Por unos instantes me sentí culpable, pero rápidamente esa sensación voló. Él recogía mi pelo, largo y rizado, mientras se concentraba en el placer. Mi mejilla derecha se abultaba cuando decidía torturar su glande, después ambas se hundían cada vez que sorbía. Mi mano derecha fue a su miembro y comencé a masturbar, apretando con mis dedos parte de su pene; la zurda, que me ayudaba a mantener el equilibrio, terminó agarrando sus testículos mientras los oprimía.

Cuando estuvo completamente duro, además de palpitante y húmedo, se incorporó agarrándome fuertemente del pelo con su diestra y con la otra me agarró del cuello. De inmediato cerré los ojos y dejé que mi cuerpo temblara. Esa forma brusca de dominación me excitaba. Estaba siendo de nuevo el amante predilecto del demonio.

Sus testículos chocaban con mi mentón y hacían un ruido seco, mis jadeos se perdían en cada milímetro de su grueso sexo y sus gruñidos, de animal salvaje, cada vez eran más seguidos. En medio de esa vorágine de placer fui arrojado a la cama, como si no pesara nada, y ésta se quejó. Él se subió sobre mí y me colocó las esposas, atándome los brazos a la espalda, mientras abría mis piernas. Esas esposas eran especiales, pues jamás pude romperlas. Memnoch no era estúpido, sabía que yo podía buscar cualquier treta.

—Siempre me han gustado tus nalgas—dijo pegándose a mi espalda.

Pude notar miembro rozando mi entrada, e incluso acariciando parte de mis testículos, pero no entró. Él se apartó y acabó sentándose de nuevo en la cama, tirando de mí impunemente, para colocar mi cuerpo de modo que pudiera azotarme. Comencé a sentir y escuchar cada golpe sobre estas. Me sentía como cuando era un niño y mi padre decidía castigarme, pero era implícitamente más erótico y placentero. Acabé gimiendo y él introduciendo dos de sus dedos en mi recto.

Él se echó a reír. Esa risa me turbaba. Me sentía hundido en un balde de agua, como si estuviera en el fondo de una bañera, y pronto mi conciencia se perdió por completo. Durante unos segundos me dejé rasguñar, morder y girar en la cama. Sus dientes tiraron fuertemente de mis pezones, parecía querer arrancarlos y masticarlos para saborear bien mi piel. Mi sexo estaba duro. Tenía los testículos a punto de descargar. Sólo me había estado tocando, aún ni siquiera me penetraba, y ya estaba peor que cualquiera de mis amantes. Estaba tan caliente que creía tener fiebre, pero eso es imposible en un vampiro.

Cuando quise percatarme de todo estaba atado a las tres de las cuatro patas de la cama. Tenía unas sogas similares a las que hizo Maharet, pero eran de pelo rubio. El mismo tono rubio de su cabeza. Las había ordenado crear con pelo suyo. Eran muy resistentes. Ya no tenía las esposas, habían desaparecido. La pierna derecha estaba hacia el lado derecho de la cama, justo en la pata superior de ésta, y bien atada al cabezal; mis manos, ambas atadas primero por las muñecas, se encontraban en el otro extremo y y mi otra pierna se dirigía diagonalmente hacia los pies de la cama, en la parte izquierda. El suave satén se pegaba a mi torso y mi figura estaba completamente perlada de gotas de sudor sanguinolento.

Entonces me penetró. Ni siquiera pensé que lo haría aún. Me penetró agarrándome ambos glúteos, clavando sus uñas, mientras que mi cuerpo se tensaba. Sabía que no debía hacerlo, pues sería más doloroso y complicado. El ritmo de sus embestidas era tan fuerte que movía ligeramente la cama, haciéndola temblar. Él golpeaba con certeza en mi próstata y no tardé en derramarme. Quería abrir los ojos, pero no podía. En cierto momento sentí incluso su látigo golpeando con ira en mi espalda, hiriéndola durante pequeñas fracciones de segundo. Mi pelo estaba empapado y pegado a mi rostro, aunque a ratos él tiraba hacia sí como si quisiera arrancarlo. Yo sólo podía gemir y llorar. Mis ojos estaban cubiertos de lágrimas y mis pestañas, siempre doradas como el trigo, parecían haberse teñido y ser idénticas a las de Mona.

—Más, gime más para mí—escuché su voz nuevamente, sin ese tono acaramelado casi de terciopelo. Era una voz más ronca y varonil, además de dominante.

Perdí la conciencia unos segundos, justo cuando él se apartaba de mí murmurando algo que no supe comprender. Después, casi de inmediato, me soltó las cuerdas para colocarme de otra posición, no sin antes arrojarme al suelo como si no valiera nada. Puso mis brazos en cruz, ató mis brazos a las patas y me dejó allí sentado con la cabeza inclinada hacia la izquierda. El pelo me tapaba ligeramente el rostro y mis labios ardían. Tenía los colmillos tan crecidos que me los clavaba, pero eso parecía no importarle.

Me tomó del mentón con su dedo índice y corazón, levantando mi cabeza para verme el rostro. Entonces, como si se tratara de un milagro, pude abrirlos y ver su sonrisa malévola. Todo era borroso, menos su sonrisa. De inmediato se arrodilló y me besó. Yo no sólo acepté el beso, sino que lo prolongué deseando tener los brazos libres para abrazarlo. Tras aquel beso, que me arrancó cualquier rastro de culpabilidad, me introdujo su glande entre mis labios. Mi lengua lamió rápidamente el pequeño orificio del meatro, para luego abarcarlo por completo.

Noté sus manos cálidas sobre mi cabeza, sus dedos de uñas filosas se hundieron entre mis mechones, y pronto tiró de mí. Tenía los dedos enredados en mi pelo y su miembro se introducía rápidamente, y con un ritmo continuado, en mi boca. Yo no podía hacer nada más que intentar relajarme y mover mi cabeza de forma contraria. Mientras lo hacía volví a llegar a mi segundo orgasmo. La forma de dominarme era tan erótica, estaba ya tan acostumbrado, que la ansiaba. Él hizo lo propio en mi boca, para después besarme compartiendo su semen de labios a labios.

—El único que me interesa mantener con vida es a ti—dijo arrodillado frente a mí, acariciando mis cabellos para apartarlo de mi rostro—. Vivo y satisfecho—susurró limpiando mis lágrimas con mi camisa—. Lestat, lo que le pase a tu bruja me trae sin cuidado. Por mí podía morir hoy, junto a toda su familia, y no significaría nada. El infierno está lleno de gente como ellos. Estoy harto de verlos llegar en interminables filas. Pero tú eres distinto. Tú eres excepcional.

—Quiero salvarla—susurré ronco y sin fuerzas.

—¿Y quién te salvará a ti?—preguntó liberándome, cosa que provocó que cayera hacia delante. No tenía fuerzas.

—Dios.

—Dios... ni siquiera me escucha a mí, ¿cómo te va a escuchar a ti?—no había malicia en sus palabras, al menos no las encontré. Sus ojos parecían más profundos y vivos. Tenía el torso cubierto de sudor y olía a sexo por todas partes—. Yo te amo, Dios ni siquiera se ama a sí mismo. Él tiene una forma extraña de ser que nunca comprenderé. Así es.

—¿Por qué los Mayfair? ¿Por qué pactas con ellos?

—Hago pactos con todo aquel que desea vender su alma, aunque en realidad firman para que yo los salve más adelante—argumentó. Parecía de nuevo ese ser bondadoso que una vez conocí, pero sabía que podía ser un truco. Jugaba con mi mente y mis sentimientos.

—¿Vivirá?—me obesionaba la idea que pudiese morir.

—Ya te he dicho que sí—dijo meneando la cabeza, como si le cansara esa pregunta.

—¿Me ama?—era otra de mis obsesiones. Me había echado de su vida como si no valiera nada, como si todo lo que hubiésemos pasado juntos se hubiese convertido en humo. Tenía que saberlo. Quería escucharlo de su boca. Que ella me amaba, como así lo sentía, pero no era capaz de soportar la idea que no lo hiciera.

—Esa respuesta la conoces tú mejor que yo.

Aquello no me liberó de la carga, pero al menos la hizo más soportable. Pude entender que sí, que lo hacía. Aunque también sabía, y muy bien, que no le agradaba la idea de vernos enamorados. Por mucho que dijera que había pactado con los Mayfair porque sí, porque era su cometido, yo estaba seguro que había algo más.

—¿Puedo irme o me retendrás?

—Por hoy puedes irte, pero sé que volverás. Ya no puedes estar sin mí. ¿No has notado como movías las caderas? No puedes estar sin mí. Te lleno por completo. Me amas, aunque no lo aceptes—se apartó y pude verlo mejor, con la visión menos borrosa, mientras se servía un whisky de un pequeño mueble bar que no había visto antes.

Cualquiera que lo viese, así desnudo, diría que era un joven apuesto lleno de eróticas cualidades. Pero yo sabía la verdad. Su verdadera forma de ángel era mucho más andrógina, con una mirada menos perversa y una voz que aún me hacía dudar de todo. La misma voz que estaba usando en esos momentos.

—No veas a Rowan. No la busques. Si lo haces yo lo sabré—me dijo sin girarse—. Yo te diré cuando es el momento y qué quiero a cambio.

—Pero tú dijiste que...

—No, Lestat, no. Esto no ha sido a cambio de verla. Esto ha sido a cambio de escuchar tu propuesta—se giró y alzó el vaso de whisky—. Por nuestra unión. Hasta que la muerte nos separe.

Me desplomé por completo y cuando recobré la conciencia estaba en la bañera de mi apartamento. El grifo estaba abierto y el agua caliente desentumecía mis brazos cansados. El agua estaba a punto de rebasar el borde, por eso rápidamente lo cerré. Miré hacia el balcón abierto, pues tenía uno en aquel hermoso baño de mármol y grifería dorada, y noté que estaba a punto de amanecer.


—Memnoch...  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt