Me gustan las reflexiones de este Loco. Manfred es un hombre de otro tiempo y creo que tiene razón en muchas cosas. Me gusta. No me gusta cuando llora y se convierte en un pesado... pero... hay cosas que sí me agradan de él.
Lestat de Lioncourt
El amor es efímero hoy en día. Pocas
parejas duran más allá de una sesión nocturna en el cine. La
pasión se agota con el primer beso y desaparece en cuanto las
decisiones se convierten en un tema difícil, truculento o
simplemente pasa a formar parte de las discusiones habituales en la
pareja. Todo se derrumba. La vida se convierte en una avalancha de
problemas y los aplasta. Quedan enterrados en tumbas disparejas con
el corazón roto y el alma herida. Miles son los románticos que
terminan en segundos lo que les costó tener meses.
Recuerdo el largo tiempo del cortejo.
Las semanas, e incluso meses o años, en los cuales suspirabas por
poder tocar con la punta de tus dedos los suyos. Morías por besar
sus hombros, rodear su cintura y susurrar a su oído lo maravillosa
que era. Era una vida distinta. Todo parecía más lento y tortuoso.
Cuando llegaba el momento culmen sabías que conocías bien a la
persona con quien lo compartirías todo. Ahora, prácticamente en
estos momentos, muchos se conocen y ya toman sus manos como si fueran
el alma gemela del otro. No hay que perder tiempo. Os han enseñado
que el reloj cuenta rápido las horas y creéis que el amor se puede
construir en minutos. Por eso se os derrumba como castillos de
naipes.
Escribir sobre la pasión y el amor es
complicado. Me siento con el corazón en la mano, el alma temblando
como una hoja a punto de caer al suelo y el peso terrible en mi
espalda que me doblega. Ella murió hace mucho tiempo. Cuando
desapareció de éste terrible mundo, tan cruel, me hundí. Me sentía
solo y despreciable. Había malgastado parte de mi vida hundido en
negocios turbios, apuestas ilegales, tratos con seres que aún me
persiguen y llevado mi alma al infierno demasiado pronto. Ella era un
ángel. Una mujer fuerte y desafiante. Virginia se había vestido
sola hasta el último de sus días, no permitía que otra persona
atase sus botas o cepillase su cabello. Jamás se quejó del dolor
que sentía y cuando me tomaba con sus manos notaba su esperanza.
Teníamos dos hijos, no quería desaparecer. Sin embargo, cuando
enterré su cuerpo, y noté que debía acostumbrarme a un mundo sin
su voz, me volví loco. Comencé a beber y apostar aún más fuerte,
las mujeres de mala vida me buscaban y sonreían encantadoras. El
mundo entero me perseguía seduciendo mis más bajos instintos.
He contemplado crímenes terribles,
algunos cometidos por mis propias manos. Mis hijos crecieron, el
mundo se volvió turbio, después supe que murieron y mis nietos se
convirtieron en los dueños de mi legado. He vivido más que ellos.
No soy humano. Ya no soy humano. Soy Manfred Blackwood, El Loco, y
vivo en Nápoles añorando el zumbido de los mosquitos del pantano y
la voz de Virginia. Soy el hombre que permitió que mataran a su
amante, el mismo que desapareció y creen que fue devorado por los
caimanes. Sí, soy ese hombre. Un anciano con colmillos y trajes
elegantes con corbatas de seda, que se sienta al fondo de los locales
y mira con cariño una vieja fotografía desgastada.
Si me preguntaran si el amor dura para
siempre diría que sí, que no se olvida. Pero, si me preguntaran si
la sociedad moderna está comprometida con el amor, más allá de
unas simples palabras, comentaría que sólo un puñado sabe
realmente que el amor es como un veneno, una droga seductora, y que
cuando la tomas debes saber las consecuencias antes de declararte
adicto.
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